Dash llevó a Joss hasta el piso superior. Pese a que la impaciencia lo consumía, no dejaba de decirse a sí mismo que tenía que ir despacio. Por más que Joss insistiera —exigiera—, por más que le repitiera que no deseaba que él se contuviera, tenía que controlar sus necesidades más imperiosas. No deseaba echarlo todo a perder, no cuando por fin tenía lo que tanto deseaba entre sus brazos.
Depositó a Joss sobre la cama con extrema suavidad y se retiró para contemplar aquel cuerpo glorioso. Ella lo miraba con los párpados caídos y las facciones embriagadas de deseo, con la melena extendida sobre la almohada y el pecho. ¡Por Dios! ¡Qué hermosa era! Ella le había dicho que se sentía entumecida, dolorida. Pero él se sentía igual.
Sentía la polla a punto de explotar, presionando contra los pantalones, como si quisiera liberarse. No le extrañaría que la fuerza de la erección rasgara la bragueta de los vaqueros.
Tenía que ser paciente porque, si no andaba con cuidado, en el momento en que la tocara, en el momento en que por fin se hundiera dentro de ella, eyacularía sin poderlo remediar y todo acabaría en cuestión de treinta segundos.
Dash deseaba que aquella experiencia fuera perfecta. Deseaba jugar y atormentar a Joss hasta llevarla al borde de la locura. Aunque ella le había dicho que no quería que él se contuviera, que deseaba su dominación, que él ejerciera el control y la autoridad desde el principio, Dash sabía que no podía hacerlo. Todavía no.
Aquella primera vez tenía que ser perfecta. Deseaba prodigarle su amor, quería hacerle el amor. Ya habría tiempo de sobras para follar duramente, apasionadamente, pero no, aunque se permitiera a sí mismo relajar un poco el férreo control, no pensaba follar así, sin más; con Joss nunca sería un acto tan crudo.
Cuando hicieran el amor, fueran cuales fuesen las circunstancias, aunque ella estuviera atada e indefensa o si él fustigaba aquel culito tan apetitoso hasta que quedara rosado y con marcas visibles, sería algo hermoso. Tan hermoso como ella.
—No sé cómo empezar —resopló Dash.
Él siempre mostraba control ante cualquier situación; nunca perdía la compostura. Confiaba en su habilidad para complacer a la mujer con la que estaba. Nunca fallaba, nunca vacilaba. Pero en ese momento se sentía como si fuera a hacer el amor por primera vez en la vida, como un chico virgen que no tenía ni idea de qué hacer con aquel increíble festín de femineidad que tenía delante.
Perdido en tales pensamientos, de repente se dio cuenta de que, de hecho, para él era la primera vez. La primera vez que hacía el amor; su primera experiencia sexual en la que su corazón, sus emociones iban a intervenir. Nunca antes había estado enamorado de ninguna mujer con la que había compartido momentos íntimos.
¿Las deseaba? Sí. ¿Lo excitaban? Por descontado. Pero su corazón jamás se había implicado hasta el punto que lo estaba con Joss. Dash se sentía aterrorizado de cometer un error, de tocarla indebidamente. La presión que sentía era abrumadora; el miedo a fallar, a no conseguir que aquella ocasión fuera tan perfecta como deseaba, lo asfixiaba.
¡Joder! ¡Qué fuerte! Tener aquello que tanto deseaba al alcance de la mano y, sin embargo, estar asustado de dar el paso.
Joss, su adorable y dulce Joss, parecía saber exactamente lo que estaba pensando, lo que sentía. Sonrió y le tendió la mano, una invitación para que se tumbara a su lado.
—Tranquilo, yo también estoy nerviosa. —Le regaló una sonrisa tan suave como su piel sedosa—. Confío en que harás que sea una experiencia bonita, perfecta. No podría ser de otra manera, contigo y conmigo.
Dash dejó escapar un gruñido, enojado consigo mismo por permitir que su vacilación fuera tan patente. ¡Menudo dominante, paralizado por el miedo a tocarla!
Se tumbó encima de ella, permitiendo que una parte de su peso la presionara, pero se apoyó en los antebrazos para no aplastarla. Joss era menuda y delicada, tanto que parecía que fuera a romperse si él la manoseaba sin el debido celo. Pero no era su cuerpo lo que más le preocupaba, sino su corazón, sus emociones. Dash no deseaba abrumarla. No quería que le tuviera miedo. Nunca. Cualquier cosa menos eso. No podía soportar la idea de ver el miedo plasmado en aquellos bellos ojos.
Se recostó sobre un brazo y con la mano libre empezó a trazar el perfil de su cara, dispuesto a memorizar cada instante de aquella primera vez. Le costaba creer que por fin Joss fuera suya, que estuviera en su cama, desnuda, y que dentro de unos momentos harían el amor.
No había querido agobiarla, pero en realidad era él quien estaba totalmente abrumado.
—He esperado tanto tiempo este momento… —balbució, con la voz entrecortada por la emoción—. A ti.
Ella sonrió y emplazó la mejilla sobre su palma, ejerciendo presión para notar el tacto. Después le besó la mano; un simple gesto tierno que bastó para que a Dash el corazón le diera un vuelco de alegría.
—Hazme el amor —susurró Joss, con los ojos encendidos de pasión.
Él contempló aquella mirada luminosa, en contraste con la tenue luz matizada que bañaba la habitación. Bajó la boca hasta la de Joss e inhaló su aroma mientras probaba sus labios; se abrió paso con la lengua, lamiendo y explorando aquella boca tan sensual.
Tenía la polla tan dura que le resultaba doloroso. Tenía que zafarse de la barrera entre ellos. Quería sentir la piel de Joss contra la suya, deseaba sentir su suavidad y su calidez.
—Dame un minuto para que me quite la ropa —murmuró pegado a sus labios—. No te muevas.
Ella volvió a sonreír y estiró los brazos por encima de la cabeza. Era un gesto de rendición. ¿Lo había hecho a propósito, como una señal de sumisión?
Dash se quitó la ropa, prácticamente arrancándosela con las prisas. Joss abrió los ojos como platos al ver su erección, libre de los calzoncillos que la apresaban. Él bajó la vista y al momento comprendió la sorpresa de Joss. Nunca antes en toda su vida había estado tan excitado. Su pene se erigía firme, tan duro y voluminoso que se podían apreciar las venas perfectamente. El glande estaba amoratado, y por la punta ya empezaba a salir líquido preseminal.
No se atrevía a tocarse a sí mismo. No se fiaba de poder contenerse y no correrse ahí, delante de ella.
—Tienes un cuerpo muy bonito —comentó ella con timidez, mientras el rubor le teñía las mejillas.
Dash notó que el calor le teñía también a él las mejillas, incómodo con aquel escrutinio. Nunca antes había sido tan consciente de su cuerpo. Se mantenía en forma; se cuidaba. Normalmente no solía ser modesto, pero para él era importante que Joss apreciara su físico. Quizá eso lo convertía en un tipo vanidoso, pero deseaba su visto bueno; quería que ella deseara cada centímetro de su cuerpo igual que él deseaba el suyo.
—Tú sí que eres hermosa —resopló él—, tan increíblemente hermosa que verte me causa dolor.
Ella arqueó el cuerpo a modo de invitación silenciosa. Dash no quería hacerse rogar; se acostó nuevamente a su lado, sin ningún pensamiento de dominación, sin ganas de ordenarle que se colocara en posición de sumisión. Aquella noche lo único que quería era sellar la relación entre ellos. La dominación —la sumisión de Joss— podía esperar.
—Abre las piernas, cariño —le pidió en un tono ronco—. Déjame verte. Quiero probarte. Me muero de ganas por probarte. Quiero que te corras en mi boca, sobre mi lengua.
Joss sintió un escalofrío en la espalda; los pezones se le pusieron tan duros como dos perlitas que lo invitaban a probarlos.
Él lo quería todo. Y antes de que la noche tocara a su fin, probaría hasta el último centímetro de aquel cuerpo delicioso. No dejaría ni un solo centímetro sin explorar. Aprendería a complacerla, averiguaría sus puntos de mayor placer.
Dash se moría de ganas de que ella también lo probara, de sentir aquella boca alrededor de su miembro, la lengua lamiéndole los testículos. Pero ya tendría tiempo para gozar, todo el tiempo del mundo. Pronto, muy pronto, sería el amo de aquel cuerpo, tendría la obediencia y sumisión completa de Joss. Pero aquella noche no se trataba de él sino de ella, de saciar sus deseos, de enseñarle lo bien que podían pasarlo juntos.
Joss separó las piernas con indecisión, ofreciéndole una clara visión de sus partes más íntimas. A Dash lo embargó una inmensa satisfacción al ver la humedad que brillaba en los delicados pliegues. Ella lo deseaba; estaba muy excitada. Dash deseaba desesperadamente penetrarla, dejarse consumir por aquel envolvente calor, pero se contuvo.
Con un gran esfuerzo, en vez de dejarse llevar por sus impulsos, acortó la distancia con ella, avanzando a cuatro patas sobre la cama entre las piernas abiertas de Joss. Sin poder resistirse, pasó un dedo por sus zonas erógenas, frotándole con suavidad el clítoris antes de rodear el pequeño orificio.
Ella se arqueó al instante. Jadeó cuando Dash continuó con su lenta exploración. Hundió un dedo, apenas rozando el borde. Joss estaba muy mojada, consumida por el deseo, pero Dash deseaba llevarla hasta casi el límite de la locura antes de que los dos se perdieran por completo en el abismo del placer.
Saboreando aquel pensamiento de alcanzar con ella el placer absoluto, continuó tocándola, acariciándola, empujándola hacia el orgasmo. Cuando Joss empezó a temblar, Dash retiró la mano para darle un momento de relajación.
—Dash…
Joss pronunció su nombre como una súplica, con desesperación. Él le besó la parte interior del muslo, luego le mordisqueó la piel con una extrema suavidad. Joss volvió a estremecerse, a convulsionarse. Él planeaba tomarse su tiempo, saboreando cada segundo de aquella experiencia.
Le apartó los pliegues íntimos con los dedos, despacio, hasta dejarla más expuesta a sus ojos; entonces se inclinó e inhaló hondo para impregnarse de su aroma femenino. Resopló; no podía contenerse, la deseaba con frenesí. Quería penetrarla, primero devorarla con la boca y luego con la polla. Le dolían los testículos por la acuciante necesidad de poseerla. Pero, de repente, un pensamiento indeseado se inmiscuyó en su mente, apartándole de un manotazo la fantasía de follarla con dureza. Resopló de nuevo, esta vez atormentado.
—¿Qué pasa, Dash?
Al oír el tono de preocupación de Joss, alzó la cabeza. Suspiró, enfadado consigo mismo por no haber caído en la cuenta antes, por no haber pensado en ese detalle tan importante. Se había obcecado tanto en obtener el consentimiento de Joss, se había obsesionado tanto en el acto en sí, que no había pensado en ningún método anticonceptivo.
—Lo siento, cariño. ¡Joder! ¡Menudo fallo! ¡No puedo creer que no haya caído en la cuenta antes! No he pensado en ningún método para protegerte.
Joss arrugó la frente, perpleja. No comprendía a qué se refería.
—Un preservativo —explicó él—. No tengo ninguna duda acerca de ti, no creas que me preocupa contraer alguna enfermedad, y tú no tienes nada que temer conmigo. No es que me apetezca usar un preservativo, de verdad, daría cualquier cosa por no tener que hacerlo. Pero hay que pensar en que podrías quedarte embarazada. Así que si prefieres que usemos un preservativo, me lo pondré, sin ningún problema. Lo que quieras.
A Joss se le encendieron las mejillas y desvió la mirada. Dash odiaba haber roto la magia del momento. Los dos estaban tan excitados que aquella desagradable intrusión tuvo el efecto de una bofetada en plena cara, aguando la fiesta de un plumazo.
—A mí tampoco me gusta hacerlo con preservativo —comentó ella con suavidad—. Con Carson… bueno, al principio los usábamos, en nuestras primeras relaciones, pero soy muy sensible y me provocan… sequedad.
Era obvio que Joss se sentía incómoda con aquella conversación. Tenía las mejillas sonrosadas, y no se atrevía a mirarlo a la cara.
—No quiero hacer nada que pueda causarte daño o incomodidad —dijo él—. Quiero que te sientas cómoda. Si tenemos que esperar, esperaremos. No utilizaré un método que no te guste.
—No te preocupes, tomo la píldora —apuntó ella—. Empecé a tomarla cuando Carson estaba vivo. Él no quería tener hijos, por lo menos al principio no, y tal como he dicho, los condones no eran una opción. Cuando Carson murió seguí tomándola; probablemente debería haberlo dejado. No es que pensara en tener relaciones sexuales con otro hombre; no habría podido. Pero era un hábito y jamás se me ocurrió dejarlo. Me regulaban la regla y me ayudaban a que el dolor menstrual fuera más soportable. Antes de que empezara a tomarlas, tenía unas reglas muy dolorosas e irregulares. Me afectaban incluso al estado de ánimo, ya que sufría calambres y unos insoportables dolores de cabeza. Durante un tiempo tomé analgésicos los días que tenía la regla. El médico me aconsejó tomar la píldora anticonceptiva incluso antes de que Carson y yo nos casáramos, pero no quise porque tenía miedo de no quedarme embarazada cuando quisiera tener un hijo. Había leído que algunas mujeres tardan mucho en quedarse embarazadas después de tomar la píldora, y yo deseaba tener hijos. Me decepcionó que Carson se opusiera a tener hijos, pero cuando fue evidente que él no daría el brazo a torcer, no me quedó otra opción, ninguna razón, para no tomar la píldora, especialmente porque los preservativos no eran una opción.
—Lo entiendo —suspiró Dash con gran alivio—. ¿Y no te importa hacer el amor conmigo sin preservativo? No tengo ninguna enfermedad venérea. Puedo mostrarte mi historial médico. Siempre he usado condones con todas las mujeres con las que he estado, sin excepción, y me hago revisiones médicas con regularidad. De todos modos, hace mucho tiempo que no tengo relaciones sexuales.
Ella relajó la mirada.
—No tienes que justificarme tu actividad sexual. Y sí, me parece bien que no usemos preservativos. Confío en ti. Y ya sabes que no ha habido ningún hombre en mi vida desde la muerte de Carson.
Joss volvió a sonrojarse y hundió la cabeza.
—Fue mi primer amor, el único. Yo era virgen cuando le conocí. Y cuando él lo supo, insistió en que esperáramos hasta que estuviéramos casados. Y ya que nuestro noviazgo fue tan breve, no tuvimos que esperar demasiado. Él quería casarse conmigo tan pronto como fuera posible. De haberlo hecho a su manera, nos habríamos casado al cabo de unas semanas de habernos conocido. Fui yo la que insistió en esperar; quería que él estuviera seguro.
—¿Y tú no? —se interesó Dash.
—Yo estaba segura de él —respondió Joss con suavidad—. Sabía que él era el hombre de mi vida. Le amaba; me enamoré de él desde el primer momento. Pero quería que él estuviera seguro. No deseaba que nos precipitáramos y nos casáramos si Carson no estaba totalmente seguro de que yo era la mujer que le haría feliz. Y yo quería que fuera feliz. Había tenido una infancia tan difícil… Merecía ser feliz.
Dash sintió una fuerte presión en el corazón. Estaba embrujado por el amor que sentía por aquella generosa fémina. La mayoría de las mujeres no habrían desaprovechado la oportunidad de casarse con Carson Breckenridge, un hombre rico, apuesto, con éxito. Además, a él le encantaba malcriar a Joss. Lo hacía con un absoluto descaro, desde el primer día. Sí, Dash había mostrado reticencias ante la vertiginosa relación de Carson con Joss. Carson era su mejor amigo, y no deseaba que nadie le hiciera daño. Él, al igual que Joss, conocía bien su pasado, su horrible infancia.
Pero todas las reservas se disiparon cuando comprobó de primera mano la absoluta lealtad y devoción que Joss le profesaba a Carson. Ella no tenía ni un ápice de mezquindad. Había insistido en seguir trabajando de enfermera, aunque Carson había intentado convencerla para que dejara de hacerlo desde el primer día.
Sin embargo, Joss había insistido que quería continuar, porque no quería que nadie pensara que estaba con Carson por su dinero. Solo después de un año de casados, Carson logró disuadirla para que dejara su trabajo, y la convenció alegando que su mayor deseo era tenerla solo para él y que, de ese modo, Joss podría acompañarlo en los numerosos viajes de negocios. Cuando Joss trabajaba, estaba atada a su horario y no podía abandonar su puesto sin más.
Carson se sentía frustrado, porque quería que Joss estuviera todo el tiempo con él; por eso insistió tanto en que ella dejara de trabajar.
Dash había temido que Joss no fuera feliz sin trabajar de enfermera. Le encantaba lo que hacía, y antes de casarse con Carson, planeaba ampliar sus estudios para especializarse en pediatría.
Sus planes cambiaron en el momento en que Carson apareció en su vida. ¿Se arrepentía de haber dejado su profesión? ¿Sentía deseos de completar los estudios y volver a trabajar? Dash ya abordaría esas cuestiones con Joss más adelante. De momento, su interés era restablecer el ambiente íntimo que se había roto a causa de su estúpido razonamiento.
—Mereces volver a ser feliz —dijo Dash con ternura—, y yo estaré encantado de aportar mi grano de arena para que suceda. Si me das la oportunidad, conseguiré que vuelvas a sonreír.
Aquel comentario la hizo sonreír. A Joss se le iluminaron los ojos y su cara se transformó en algo tan increíblemente hermoso que Dash se quedó sin aliento.
—Ya me haces sonreír, Dash. Consigues que me sienta… hermosa. Hace mucho tiempo que no me sentía atractiva. Gracias por devolverme ese sentimiento tan importante para mí.
Él le besó el vientre y después estampó una hilera de besos hasta el vértice de sus muslos.
—No necesitas que te haga sentir bella, cariño. Eres tan hermosa que a veces siento dolor con solo mirarte. Jamás lo pongas en duda. No necesitas que ningún hombre te haga sentir bella. Lo eres. Es la pura verdad.
Joss suspiró y acomodó las caderas cuando Dash volvió a separarle los pliegues íntimos y se inclinó sobre su clítoris. Acto seguido, se lo lamió con suavidad, solazándose ante la respuesta instantánea de Joss.
Le encantaba que ella se abriera a él de aquella forma, sin reservas, totalmente vulnerable. Dash la protegería siempre, le serviría de escudo ante cualquier situación dolorosa. La animaría a ser ella misma con él, siempre; la protegería en cuerpo y alma. Con él, ella podría ser cualquier cosa que deseara; jamás la juzgaría, jamás la increparía. La amaba demasiado como para querer cambiarla o convertirla en algo que no era.
¡Joder! Solo esperaba que Joss se diera cuenta de que ese era precisamente su deseo: que ella fuera tal como era.
Volvió a lamerla al tiempo que le clavaba los dedos en las caderas para obligarla a que siguiera abierta, totalmente expuesta a su boca. Animado por la respuesta de Joss, Dash se puso más agresivo, más brusco.
Empezó a embestirla con la lengua para probar aquel dulce maná. Se lo bebió con vehemencia, como un hombre sediento. Deseaba que ella se corriera sobre su lengua; deseaba tragarse todo su deseo, sin desperdiciar ni una sola gota.
Pero su afán cambió con la lastimera súplica de Joss.
—Por favor, Dash. No aguanto más, quiero sentirte dentro de mí. Necesito sentirte dentro. Quiero correrme contigo. Por favor, lo necesito.
Dash no soportaba oírla suplicar. Le había prometido que jamás tendría que suplicarle por nada que él pudiera darle.
Y su cuerpo estaba de acuerdo con aquella súplica desesperada. Dash quería estar dentro de Joss; deseaba sentir cómo ella engullía con codicia su miembro viril, deseaba sentir aquel envolvente calor sedoso, deseaba eyacular dentro de ella, llenarla con su esperma.
Dejó de lamerla. Apenas podía controlar su respiración jadeante a causa del esfuerzo y de la excitación. Sentía la polla a punto de explotar, tan dura que resultaba un tormento. El sudor le caía por la frente. Ansiaba —necesitaba— estar dentro de ella. Sin demora.
Se colocó encima; puso una mano en la frente de Joss y le apartó el pelo para mirarla a los ojos. Se acomodó entre sus piernas y colocó el glande hacia el orificio.
Dash apenas consiguió contenerse ante el primer contacto con aquel calor aterciopelado. Apretó los dientes y apeló a todas sus fuerzas para dominarse.
Se hundió dentro de ella despacio, reverentemente, con los ojos en blanco por el exquisito placer. Joss se arqueó, intentando envolverlo por completo.
—No te muevas —rugió él—. Estoy a punto de correrme. No quiero hacerte daño y tampoco quiero eyacular tan pronto. Quédate quieta. Deja que me encargue yo. Si te mueves, no lo soportaré, y quiero que lleguemos juntos. Quiero que nos corramos juntos, siempre.
Los ojos de Joss refulgieron y sus labios se curvaron con una sonrisa sensual, seductora y provocativa; una tentación que Dash sabía que no podía resistir.
Pero ella accedió a su petición. Se quedó quieta debajo de él, cediéndole el absoluto control.
Joss abrió los ojos desmesuradamente, con las pupilas en llamas cuando él se hundió un poco más. ¡Joder! Nunca había sentido nada parecido. Era una bendición, una absoluta bendición. Llevaba tanto tiempo esperando aquel momento, que no quería que se acabara nunca.
Podría pasarse el resto de la vida dentro de ella y morir feliz.
—Mmm… se está tan bien, dentro de ti… Tengo mucha imaginación, pero la realidad supera la fantasía.
Ella sonrió y se le iluminaron los ojos ante aquella adulación acalorada.
—Pues para serte sincera, yo jamás había fantaseado contigo —admitió ella—. No te lo digo para herirte, pero todo esto me ha pillado totalmente por sorpresa. Todavía estoy descolocada. Jamás me lo habría imaginado.
Dash le devolvió la sonrisa.
—No te culpo por no fantasear con otro hombre cuando estabas casada, pero no te mentiré: me encantaría si fantasearas conmigo a partir de ahora. Quizá suene egoísta, pero quiero que pienses en mí tan a menudo como yo pienso en ti. Y te aseguro, cariño, que pienso en ti constantemente.
Los ojos de Joss expresaron regocijo, y se incorporó un poco para apresarle la barbilla mientras él se seguía hundiendo dentro de ella, arropado por su calor.
—¿Quién necesita fantasías cuando puede gozar de la experiencia real? —susurró ella.
Aquel comentario bastó para llevar a Dash al borde del abismo. Podía notar la enorme presión en el glande, a punto de explotar.
—Espero que estés a punto —le advirtió—, porque yo ya no lo soporto más.
Joss le acarició la cara; su tacto era tan suave como una pluma. Dash apretó los dientes.
—Estoy a punto, Dash. Córrete conmigo.
Él se retiró y la embistió con fuerza. El cuerpo de Joss se balanceó con el embate. Dash se retiró, apenas unos centímetros, y volvió a embestirla, una y otra vez.
Ella entornó los ojos. Su cara reflejaba el placer, la tensión, su proximidad al orgasmo.
—Abre los ojos, cariño. Deja que vea cómo gozas.
Joss abrió los ojos y los clavó en él, embriagada, perezosa, como si estuviera en otra dimensión, en otro mundo.
—Dime qué necesitas, Joss. Quiero alcanzar el orgasmo contigo, a la vez; no me correré sin ti.
Incluso mientras lo estaba diciendo, Dash sabía que si ella no estaba al límite como él, no aguantaría. No podía soportarlo más, y deseaba que ella llegara al orgasmo. Se trataba de ella y de sus necesidades, de su placer. Más tarde —en otra ocasión— se trataría de él, de agradecérselo a Joss pero recibir el máximo a cambio.
Ella era suya, y Dash no pensaba dejarla escapar. Se había pasado los últimos días mostrándole, demostrándole, que ella era su primera y única prioridad. El resto no importaba.
—Estoy a punto —jadeó ella—. No pares, Dash, por favor, no pares.
Dash le tomó la palabra y se dejó llevar por su acuciante necesidad, la necesidad de ser su dueño, de poseerla, de marcarla. Había otras formas más severas de marcarla, pero ya recurriría a ellas más adelante. Tenían todo el tiempo del mundo, y su intención era sacar el máximo partido. Los años previos de frustración y penosa necesidad desaparecían al saber que por fin era suya.
La embistió con fuerza y se perdió en su satinado calor.
Sus miradas se cruzaron, ambos con el semblante tenso por la inminente explosión. Sin trampa ni cartón; solo un hombre y una mujer expresándose con sus cuerpos. Dash le estaba mostrando a Joss sus más profundos sentimientos sin necesidad de palabras.
Gritó sin contención cuando alcanzó el clímax. Su miembro lleno de semen explotó, una tormenta que resultó ser la mezcla perfecta de dolor y éxtasis. Nunca había sentido nada parecido.
Su nombre se escapó de los labios de Joss, como un desgarro. Ella se aferró a sus hombros y le clavó las uñas en la piel, marcándolo de una forma similar a cómo él pensaba marcarla. Se arqueó más, buscando sus embestidas mientras él se corría dentro de ella.
El orgasmo de Dash parecía no tener fin; con cada nueva acometida, la llenaba más de semen.
Dash había sacado a colación el tema de los métodos anticonceptivos, su preocupación por protegerla, pero en ese momento, se lamentaba profundamente de que Joss tomara la píldora. No había nada más seductor que la idea de verla embarazada de él.
Dash sabía sin lugar a dudas que si Joss no hubiera tomado la píldora, aquella noche habrían engendrado un hijo. Aquella unión perfecta de cuerpo y alma tenía que derivar a la fuerza en algo trascendental.
Un día. Dash le daría encantado el vástago que ella tanto deseaba. Tantos como quisiera. Le encantaría verla descalza y embarazada en su casa, atada a él de forma irrevocable. Quizá eso significaba que era un cabrón, pero le importaba un bledo.
Quería ocuparse de Joss el resto de su vida. Mimarla y malcriarla hasta la saciedad. Rodearla de su amor y de sus hijos. Quería formar una familia con ella, una familia que jamás habría soñado que fuera posible, pero que ahora estaba a su alcance, tras la muerte de Carson.
Lamentaba la muerte de su mejor amigo de todo corazón, pero no podía —ni quería— abandonar un sueño que estaba al alcance de su mano solo porque la mujer a la que amaba había estado casada con su mejor amigo.
La estrechó con fuerza entre sus brazos, desahogando toda la tensión, envolviéndola con su cuerpo. Su pene se movía dentro de ella, soltando los últimos vestigios de esperma. Joss estaba tensa y caliente a su alrededor, ejerciendo una ligera presión con los genitales contraídos por el orgasmo. Dash podría quedarse en esa postura toda la noche. Anclado profundamente dentro de ella, como si formara parte de su cuerpo.
Joss estaba llena de su semilla, y eso le producía una inconmensurable satisfacción. Quería marcarla de otras formas. Quería ver su semen sobre aquel esplendoroso cuerpo, sobre los pechos, el culo, goteándole por la boca.
Dash cerró los ojos y notó que se le endurecía de nuevo la polla, pese a acabar de experimentar el orgasmo más intenso de toda su vida. Ella ejercía ese efecto en él. Dash sabía que jamás se sentiría saciado de ella.
Con renuencia, se retiró de aquella cálida jaula femenina. A juzgar por los morritos que puso, a Joss le gustaba tan poco como a él su repentina separación. Pero Dash tenía que encargarse de sus necesidades para que pudiera dormir a gusto.
La besó en los labios hinchados.
—Enseguida vuelvo, cariño. Voy a buscar una toalla para que los dos podamos limpiarnos y no manchemos las sábanas.
—Me parece que ya es tarde para eso —rio ella burlonamente.
Dash sonrió radiante.
—He esperado mucho tiempo esta noche. Llámalo frustración oprimida. Eso es lo que me provocas, Joss. No creo que nunca haya derramado tanto semen en toda mi vida.
Se apartó a un lado, con cuidado para no manchar más las sábanas. No quería que Joss durmiera entre sábanas pegajosas; solo deseaba lo mejor para ella.
A partir de ese día, cambiarían las sábanas todos los días. Dash tomó nota mentalmente de que tenía que comprar más juegos de las caras sábanas que guarnecían su cama. Planeaba darles un buen uso.