Joss se examinó en el espejo y se asustó del miedo latente en sus ojos. Tenía las pupilas totalmente dilatadas, y era obvio que estaba muy tensa.
Desnuda. Él le ordenaba que fuera desnuda. ¡Ay, madre! ¡Pero estaría totalmente cohibida! Dash esperaba que se paseara por la casa sin ropa, que cenara con él desnuda, sin barreras, sin escudo, sin medidas protectoras.
Era el colmo de la vulnerabilidad y, sin embargo, también era una muestra de su afán por hacer todo lo que él le pedía —o más bien le ordenaba—, por más que Dash se lo exigiera de la forma más tierna.
Tomó aire profundamente y se cepilló el pelo, debatiéndose entre si dejárselo suelto o recogérselo. Si se lo dejaba suelto, al menos le ofrecería una pequeña medida de protección. Dejó el cepillo y se lo acabó de acicalar con las manos para que le cayera en cascada por encima de los hombros y le cubriera los pechos.
Los pezones asomaban entre los mechones, y se preguntó si no era una visión más erótica que si se recogía el pelo y dejaba los pechos totalmente a la vista.
Solo había una forma de averiguarlo: abandonar el refugio del cuarto de baño, dejar de esconderse como una cobarde y calibrar la reacción de Dash ante su desnudez.
Él había sido franco sobre cómo la deseaba. Joss había visto la evidencia en la excitación de sus ojos, en su forma de hablar. Pero aún no la había visto desnuda, ni la había tocado de una forma más íntima que con aquellas leves caricias en la cara y en los brazos.
A partir de ese momento, Dash tendría pleno acceso a cualquier parte de su cuerpo, a sus pechos, a su coño… Joss arrugó la nariz ante aquella palabra malsonante, pero en realidad había términos más vulgares para la anatomía femenina que «coño». Palabras que odiaba, como «chocho». Solo esperaba que Dash no la usara nunca.
Le parecía absurdo mostrarse tan mojigata sobre su cuerpo o sobre cómo referirse a determinadas partes de él, pero no podía controlar su animadversión respecto a las palabras malsonantes. Le traían a la mente imágenes desagradables. El sexo reducido a un rápido revolcón, sin intimidad ni ternura. Joss quería esas atenciones, las deseaba.
A pesar de que estaba dispuesta a entregarse en cuerpo y alma a otro hombre, de que quería someterse y que soñaba con un hombre que la dominara, también quería ser tratada con respeto, y para ella era importante que no se tratara solo de una conquista sexual, que la usaran y luego se deshicieran de ella como si no significara nada.
Quería ser importante. Deseaba sentirse otra vez tal como se había sentido mientras estaba casada con Carson. Deseaba aquella conexión con otro hombre. Quizá era una ilusa por soñar con aquella posibilidad, pero no lo sabría si no lo intentaba, y confiaba en Dash. Aunque estaba plenamente decidida a dejarse llevar, el terror se había apoderado de ella en el momento en que aquel tipo se le había acercado en The House. Por más que había intentado convencerse a sí misma de que eso era lo que deseaba, se había sentido insegura y asustada.
Ahora sabía que, aunque Dash no hubiera aparecido en aquel instante para frenar aquella locura, no habría seguido adelante con su plan. Se habría acobardado, habría huido corriendo y nunca más habría vuelto a poner los pies en aquel local.
En cierto sentido, estaba agradecida de que Dash hubiera intervenido, por más humillante que le hubiera parecido la situación en aquel momento. Él se había visto obligado a mover ficha, a actuar respecto a sus deseos tanto tiempo reprimidos. Ahora Joss era plenamente consciente de que eso era realmente lo que ella también deseaba, y estaba dispuesta a experimentar con un hombre que sabía que jamás le haría daño.
Pero existían diferentes formas de hacer daño, no solo físicamente. Lo que Joss más temía era el dolor emocional, la posibilidad de echar a perder una amistad que tanto valoraba, una amistad a la que se había aferrado desesperadamente tras la muerte de Carson.
Si perdía también a Dash, ¿qué haría?
Sacudió la cabeza, negándose a ahondar en tales pensamientos. Ya había esperado demasiado tiempo. Si no espabilaba, Dash sabría que tenía serias dudas. Él se merecía algo mejor que una mujer que estuviera reconsiderando su decisión. Ella había accedido a aquella relación, se había mantenido firme en su compromiso; no iba a echarse atrás, ni en el presente ni en el futuro.
Aunó fuerzas, abrió la puerta del cuarto de baño y pasó a la habitación. Sus maletas estaban vacías y apiladas contra la pared. Abrió los ojos con sorpresa cuando se dio cuenta de que Dash había deshecho las maletas por ella.
Avanzó hasta el armario, con curiosidad, y cuando abrió la puerta vio toda su ropa colgada. Dash había apartado sus trajes hacia la izquierda para dejarle el espacio de la derecha.
Joss vio también sus zapatos perfectamente alineados en el suelo, debajo de la ropa colgada. A continuación, desvió la vista hacia la cómoda y supo sin necesidad de mirar en los cajones que Dash había guardado allí toda su ropa interior junto con los pijamas. Se ruborizó al imaginarlo organizando sus prendas más íntimas y luego guardándolas.
Dash le había dicho que la esperaría en la cocina, pero la idea de aparecer ante él desnuda le provocó un incontenible terror. De repente, se sentía completamente vulnerable, indefensa. ¿Pero acaso no era esa la idea? Ella le estaba cediendo todo el poder. Había insistido en que no deseaba tomar decisiones, que quería que Dash las tomara por ella. De todos modos, la idea de aparecer débil y sumisa la incomodaba. ¿Pero Dash no había dicho que hacía falta ser una mujer muy fuerte para someterse a un hombre?
Se repitió el mensaje mentalmente para recuperar la confianza, y decidió recurrir a aquellas palabras cada vez que se sintiera débil.
—De acuerdo, vamos allá, Joss —murmuró para sí al tiempo que se preparaba para abrir la puerta de la habitación—. Ya no hay vuelta atrás. Cuando atravieses el umbral, ya no podrás desdecirte.
Se detuvo un momento, batallando contra sí misma, intentando aunar el coraje necesario para dar el paso. Su mano se crispó alrededor del pomo, abrió la puerta de golpe y franqueó el umbral con una gran zancada antes de cambiar de parecer y acabar con aquella locura.
Enfiló hacia las escaleras y miró hacia abajo, en busca de cualquier señal de Dash, por si estaba cerca y la veía bajar; pero no, él le había dicho que estaría en la cocina y que le daría todo el tiempo que necesitara para prepararse.
¿Cómo narices iba a estar preparada para entrar desnuda en la cocina sabiendo que allí había un hombre esperándola, un hombre que le había expresado sus intenciones sin rodeos?
—Deja de comportarte como una cobarde —se reprendió a sí misma con dureza mientras se obligaba a bajar las escaleras.
Al llegar al piso inferior, no vaciló. Había llegado el momento de dar el paso decisivo.
Enfiló hacia la cocina, dispuesta a zafarse de aquel primer momento embarazoso. Cuanto antes lo superara, antes desaparecerían los nervios y quizá también el miedo.
Dash estaba de espaldas, ocupándose de algo que tenía en el horno, cuando Joss entró en la cocina. Entró sin hacer ruido; sin embargo, él se dio cuenta al instante y se dio la vuelta. Al verla, sus ojos destellaron satisfechos.
La repasó de arriba abajo con un brillo incandescente en la mirada, y Joss se calmó cuando detectó su aprobación.
—Eres tan hermosa como había imaginado —murmuró él en un tono ronco—, incluso más. Has aparecido en un sinfín de mis fantasías, cariño, pero la realidad supera todos los sueños.
Ella sonrió, alentada por los halagos. Quizá no resultaría tan difícil, después de todo. Sus hombros se desplomaron y notó que la terrible tensión que la había tenido en vilo empezaba a disiparse. Joss volvía a respirar con normalidad.
Dash se apartó del horno para ir hacia ella. Se quedó sorprendida cuando, en un abrir y cerrar de ojos, él deslizó la mano alrededor de su cuello y acercó la cara a la suya en busca de sus labios, con avidez.
—No sabes cuánto tiempo llevo soñando con este momento —murmuró pegado a sus labios—. Tú, desnuda, en mi casa. Aquí en mi cocina, mientras preparo una cena que pienso darte yo, con mi mano. Es más de lo que jamás habría podido anhelar, Joss. ¡Joder! Espero que lo sepas.
—Lo sé —respondió ella con una sonrisa cuando él se apartó y la contempló con el agudo brillo del deseo.
—Ve al salón y ponte cómoda —le ordenó—. Yo no tardaré.
Dash la contempló unos momentos antes de darse la vuelta y acercarse nuevamente al horno.
Tal como le había ordenado, Joss fue al salón y se hundió en el suntuoso sofá de piel. No tenía frío, pero sentía la necesidad de cubrirse con una de las mantas. Sin embargo, eso no era lo que Dash quería; no se lo había ordenado, y no pensaba iniciar aquella relación con mal pie, desacatando la primera orden.
Al cabo de unos minutos, Dash entró en el comedor con una bandeja que contenía un único plato. Era evidente que hablaba en serio, cuando decía que pensaba darle de comer, porque solo había un plato. Se detuvo junto a la mesita y depositó la bandeja antes de acomodarse en el sofá, a su lado.
Para sorpresa de Joss, él tomó uno de los cojines y lo colocó en el suelo, a sus pies. Desconcertada ante aquella acción, lo miró con curiosidad.
A modo de respuesta, él simplemente alzó la mano hacia Joss, con la mirada firme y… ¿desafiante? ¿Se trataba de una prueba? Y si lo era, ¿qué se suponía que tenía que hacer?
Cuando Dash continuó con la mano alzada, Joss deslizó su mano hasta la de Dash y entonces él entrelazó los dedos con los suyos.
—Quiero que te arrodilles en el cojín para que pueda darte de comer —dijo él en un tono ronco.
Joss se contuvo para no formular las preguntas que le abrasaban los labios. En vez de eso, simplemente asintió y se puso de pie, con la ayuda de Dash. Se arrodilló en el cojín con tanta elegancia como fue capaz y, recordando sus órdenes sobre la posición que había de adoptar cuando se arrodillara, separó los muslos y colocó las manos encima, con las palmas mirando hacia arriba.
—Muy bien —murmuró él—. Veo que lo vas entendiendo. Asegúrate de que estás cómoda y empezaremos a comer.
Le resultaba un poco incómodo estar sentada en aquella postura, con los muslos abiertos, consciente de que él podía ver sus partes más íntimas. Sin embargo, sentía el clítoris hinchado a causa de la excitación. Los pezones se le habían puesto erectos, y resollaba; la respiración entrecortada se escapaba dificultosamente a través de sus labios parcialmente abiertos.
Con el tenedor, Dash ensartó un poco de pasta junto con una gamba y sopló con suavidad antes de acercarlo a sus propios labios para confirmar la temperatura. A continuación, dirigió el tenedor hacia la boca de Joss, y con un gesto le indicó que la abriera.
Mientras mantenía el tenedor en alto para que ella comiera, con la otra mano empezó a acariciarle el pelo, enredando los dedos entre los mechones. Continuó unos minutos más con ese suave asalto a los sentidos de Joss, mientras seguía alimentándola, cada vez llevándose el tenedor a sus labios primero.
Había algo decididamente íntimo en el acto de que él le diera de comer, en el modo en que se aseguraba de que ella no se quemaría probando él la temperatura. La idea de que la comida había tocado su boca primero antes que la suya resultaba tan sensual como si la besara.
Poco a poco, Joss se fue relajando, la tensión en los músculos desapareció a medida que continuaban en silencio con aquella cena tan íntima.
¿Qué sucedería a continuación? Dash había dicho que se acostarían. Le había dado a entender que tendrían relaciones sexuales, pero la mente de Joss estaba sobrecargada con las posibilidades. ¿La ataría a la cama aquella primera noche? ¿La iniciaría en la senda de la dominación inmediatamente, tal como ella le había pedido, o iría más despacio? ¿La introduciría en aquel mundo de forma gradual?
Joss no podía decidir qué opción le parecía más seductora. Deseaba experimentar todo el peso de su dominación, pero no deseaba saturarse de entrada; quería que aquella relación funcionara.
Confianza.
Dash le había pedido confianza; le había pedido que confiara en él, que él acabaría por conocer sus límites, sus necesidades y sus deseos mejor que ella misma. Para que aquella relación funcionara, Joss tenía que hacer caso y ponerse en las manos de Dash, sin reservas, y confiar en que él no llevaría esas prácticas excesivamente lejos.
Él le acercó una copa de vino a la boca y la inclinó levemente para que Joss pudiera tomar un pequeño sorbo. Se le formó un nudo de emoción en la garganta cuando reconoció el gusto, de tal modo que le resultó imposible tragárselo. Lo saboreó en la boca durante un largo momento antes de recuperar la compostura y ser capaz de ingerirlo sin atragantarse.
Era su vino favorito. ¿Cómo lo sabía Dash? Carson lo compraba para celebrar los cumpleaños y su aniversario de bodas. Y aunque todos los años Joss bebía el vino favorito de Carson en el aniversario de su muerte, llevaba mucho tiempo sin saborear el que ella prefería. La última vez lo había bebido con Carson.
—¿Está rico? —murmuró Dash.
—Sí —respondió ella con la voz ronca—. Es mi vino favorito. Lo sabías, ¿verdad?
Él sonrió.
—Por supuesto. No hay muchas cosas que no sepa, cuando se trata de complacerte. Te dije que estaba preparado para malcriarte de una forma indecente. Esto solo es el principio.
Una gota de vino resbaló por la comisura de su boca, y cuando Joss hizo amago de alzar la mano para secársela, él la detuvo y se inclinó hacia delante.
—Deja que lo haga yo —murmuró.
En lugar de secársela con los dedos, le lamió la comisura de la boca.
Joss sintió un calor abrasador en la piel. Dash no se la lamió rápidamente, sino que pasó la lengua despacio por aquella zona sensible y luego le mordisqueó los labios antes de apartarse.
—Mmm… Delicioso —murmuró él, y ella supo que no se refería al vino.
La intimidad los arropaba, envolviéndolos en un tenso círculo de deseo y calor. No existía nada más. La estancia se desvanecía a su alrededor. Solo estaban él y ella, y la sabrosa comida que él había preparado y servido de una forma tan íntima.
Joss había imaginado un sinfín de posibilidades, al pensar en el camino que había decidido tomar, pero no estaba preparada para la realidad. ¿Habría sido igual con otro hombre? Sabía que no, que nadie excepto Dash le podría proporcionar aquella experiencia tan sublime.
—¿Tienes idea de lo bella que eres? —dijo Dash en una voz bordeando el deseo y la excitación—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo he soñado esto? De tenerte a mis pies, comiendo de mi mano, desnuda; tan increíblemente bella que tu visión me provoca un dolor casi insoportable, en lo más profundo de mi ser.
Joss ladeó la cabeza, con una incontenible curiosidad. Podía ver la inmensa satisfacción en sus ojos, y se preguntó cuál era el motivo. ¿Era la mujer a sus pies lo que le daba tanto placer?
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Adelante.
Él se arrellanó en el sofá para poder contemplarla mejor. Joss procuró mantener su posición porque deseaba que él la mirara tal y como lo hacía en ese momento. Con plena aprobación y… satisfacción.
—¿Qué es lo que tanto te atrae de una mujer sumisa? A menudo me he preguntado por Chessy y Tate. Es obvio que él la ama con locura; prácticamente la venera. Es tan… posesivo con ella… Por eso me cuesta entender que la comparta con otros hombres, pero me parece que me estoy desviando del tema —agregó con una delicada carcajada—. Quiero saber qué es lo que te atrae a ti. —Señaló su cuerpo con su mano, indicando su posición—. ¿Te gusta esto? ¿Yo, en posición sumisa?
Dash le acarició el pelo, enredando la mano en sus largos mechones, apartándolos con suavidad de sus pechos para poder admirarla por completo. Sin lugar a dudas, había una satisfacción viril en su mirada. Esa aprobación eliminó las dudas de Joss, le otorgó confianza donde antes solo había sentido vulnerabilidad.
—¿Cómo explicarte lo que siento? —musitó él—. No sé si existe una explicación precisa de por qué me gusta. No se trata de ejercer poder. En algunos casos sí, quizá sí que se trate de poder. Pero en mi caso, me provoca un enorme placer, y sí, satisfacción. Es una sensación embriagadora, que una mujer se entregue a mí por completo, confíe en mí, me permita que me haga cargo de todo lo que necesita, que me ceda el control. Me gusta ver que confía en que le daré lo que desea, que me encargaré de todo, que la protegeré incluso con mi vida.
—Entonces, te gusta sentir que alguien te necesita.
Dash hizo una breve pausa, como si reflexionara acerca de aquellas palabras.
—Supongo que es una forma de explicarlo, pero es algo más profundo. Mi instinto me empuja a cuidar, proteger, valorar, malcriar y mimar a mi mujer. En este caso, a ti. Pero eso es porque eres tú, Joss. Es cierto que con otras mujeres también he disfrutado colmándolas de atenciones; me complace ser capaz de complacer a una mujer. Pero contigo es diferente. No solo deseo tu confianza y tu sumisión, sino que los necesito. Te necesito, Joss. Nunca pienses, ni por un momento, que eres intercambiable con ninguna otra, que sería igual con otra mujer, porque no es cierto.
—¡Cuánto siento que hayas sufrido durante tanto tiempo! —se lamentó ella—. No lo sabía, Dash. De haberlo sabido, no sé qué habría hecho. Significas mucho para mí; incluso cuando Carson estaba vivo, significabas mucho para mí. Me habría dolido saber que estabas sufriendo; no lo habría soportado.
Él le sonrió con ternura. Le brillaban los ojos con calidez y afecto.
—Por eso estaba decidido a que no te enteraras, cariño. Tienes un corazón inmensamente bondadoso. Te habría puesto en una posición insostenible. Amabas a Carson y le eras absolutamente fiel; él lo sabía y yo lo sabía, por eso él nunca se preocupó por mis sentimientos hacia ti. Ante todo, él sabía que yo jamás movería ficha; los dos representabais demasiado para mí como para querer erosionar vuestra relación. Pero, además, él tenía una fe ciega en ti; él sabía que tú nunca le fallarías, que jamás se te pasaría por la cabeza la idea de serle infiel.
Dash hizo una breve pausa para tomar aire antes de continuar.
—Yo también lo sabía. Eso te habría destrozado, y era lo último que deseaba. Carson te hacía feliz. Tú eras feliz y él era feliz contigo. ¿Qué más se podía pedir? Parecía egoísta por mi parte querer inmiscuirme en vuestra relación, porque el resultado final habría sido doloroso para todos —para ti, para mí y para Carson—. Yo os quería a los dos. Y tú habrías sufrido, así que, ¿qué sentido tenía? No te habría seducido a expensas de Carson; eso lo habría devastado, y yo habría perdido a un amigo. En cuanto a ti, tú habrías perdido amigos, tu vida, todo. Y todo por mí. No, eso no era lo que quería, nunca deseé tal cosa; solo quería que fueras feliz. Así que esperé, esperé a que estuvieras lista. Pero nunca se me ocurrió entrometerme entre Carson y tú. Cuando Carson murió, supe sin dudar que yo sería el único hombre de tu vida.
—¡Menuda respuesta enrevesada para una pregunta tan simple! —exclamó Joss divertida—. La verdad es que me da mucho que pensar.
Dash le apresó la barbilla y se la frotó con ternura mientras le acariciaba el labio inferior con el dedo pulgar.
—No quiero abrumarte de forma innecesaria. No quiero que pienses en tales cosas. Solo quiero que sientas. Quiero que sientas lo mismo que yo, quiero que te abrase la misma necesidad que me abrasa a mí, que me consume. Y entonces todo irá bien, Joss. No quiero hacerte daño, nunca. Te daré todo lo que puedas necesitar.
—Lo que necesito es… eres tú —susurró ella, otorgando por fin voz a su más imperiosa necesidad.
La tarde —el día entero— había sido un ejercicio de frustración. Joss se sentía al borde del deseo, cuestionándose a sí misma, batallando contra sí, preguntándose si había tomado la decisión correcta.
¿Cómo iba a saberlo hasta que no hicieran el amor?
Él la invitó a levantarse y a sentarse en su regazo antes de que Joss tuviera tiempo de parpadear. Con sus manos varoniles presionó posesivamente los muslos para pegarla a su cuerpo. Las piernas de Joss cubrieron el regazo de Dash como una manta, hasta el suelo del sofá; se adaptaba a su cuerpo como un traje hecho a medida. El acoplamiento era perfecto: el cuerpo duro y musculoso de Dash como complemento de su cuerpo mucho más fino.
Las manos ascendieron hasta cubrirle uno de los pechos. Por un momento, Dash no las movió de allí, sintiendo el peso de aquellos hermosos pechos en sus palmas, luego los acarició suavemente con los pulgares, hasta las puntas erectas; Joss contuvo el aliento.
Fue como una descarga eléctrica, de una intensidad estremecedora. Si Joss había albergado dudas acerca de la química que existía entre ellos y de si eran compatibles en la cama, todas sus dudas se disiparon al instante.
Lo deseaba con toda el alma. Su cuerpo era dolorosamente consciente de ello: tenía los nervios a flor de piel, estaba excitada, mojada, y él ni tan solo se había aventurado a acercarse a su zona más erógena.
—¿Me deseas, Joss? ¿Estás lista?
—Sí —susurró ella—. Dime qué he de hacer. No quiero echarlo todo a perder. Quiero que nuestra primera vez sea… perfecta.
Dash sonrió, la besó en la nariz, en los párpados cerrados y en la boca, luego le mordisqueó el labio inferior con suavidad.
—Te aseguro que para mí será perfecto. ¿Tú en mi cama? No es posible que lo eches a perder. Pero haré todo lo que pueda para que para ti sea una experiencia perfecta, sublime.
Ella le enmarcó la cara entre las manos, obligándolo a mirarla a los ojos.
—No te contengas, Dash. No me trates como si fuera una muñeca de cristal. Lo deseo… todo. No quiero que dudes ni tengas miedo de abrumarme. Quiero que me abrumes. Te deseo.
Dash emitió un suave gruñido que a Joss le erizó el vello en los brazos. Los pezones se le pusieron duros como piedras. Deseaba sus caricias, su boca.
Entonces él se puso de pie, y sin ningún esfuerzo la levantó en volandas. Joss contuvo el aliento al constatar con qué facilidad la había alzado.
Dash la devoraba con la mirada; sus ojos la abrasaban como las llamas.
—Tu palabra de seguridad, cariño. ¿Cuál es?
Joss pestañeó. Se le había quedado la mente en blanco.
—Piensa en una palabra, deprisa —la apremió él—. Y úsala si me excedo. Pero solo si me excedo, ¿entendido? No la uses a menos que estés absolutamente segura de que estás en un punto crítico. Confía en mí y deja que te lleve hasta el límite. No será fácil, pero en el momento en que pronuncies la palabra de seguridad, me detendré en seco.
Ella buscó frenéticamente la palabra adecuada, frustrada ante su alarmante estado en blanco. ¿Cómo era posible que no pudiera pensar en una palabra de seguridad? ¿«Para» o quizá «Basta»? No, esos vocablos no funcionarían, porque podría gritarlos en el calor del momento, sin pensar. Tenía que ser una palabra inconfundible, algo que detuviera a Dash al instante, pese a que le costaba imaginar que llegara al punto de querer que él parara.
—«Espíritu» —anunció con voz ronca.
Si su decisión lo sorprendió, Dash no lo demostró. Sus ojos no reflejaron ninguna muestra de emoción. ¿Objetaría a que ella utilizara una referencia a su esposo cuando estuvieran en la cama haciendo el amor?
—De acuerdo, la palabra será «Espíritu» —convino él en un tono sereno—. Si la usas, me detendré inmediatamente. Confía en mí, Joss. Me detendré por más que me cueste. Te protegeré. Lo juro.
Ella alzó la mano para acariciarle la angulosa mandíbula.
—Confío en ti, Dash.
La besó apasionadamente, desatando su deseo contenido durante tanto tiempo, como una violenta tormenta, una locura que la excitó más. Joss no sentía miedo, ni tenía dudas; era lo que deseaba, y lo deseaba tanto que le provocaba un dolor físico.
—Me siento entumecida, Dash —susurró, expresando aquel pensamiento fugaz—. Haz que cese el dolor, haz que cese, hazme el amor.
Dash la miró con ternura, con el pecho henchido por la misma sensación de acuciante dolor que Joss experimentaba. Estaba tan desesperado como ella.
—Haré que te sientas bien, cariño, que los dos nos sintamos bien.