Once

Joss terminó de empaquetar y echó un vistazo a las tres maletas con una sonrisita traviesa. Daba la impresión de que se iba de viaje, y, de hecho, así era. Dash quería que estuviera con él, todo el tiempo. Todavía no estaba segura de cómo encajar aquella petición.

Había disfrutado de cada instante de su matrimonio con Carson. No le gustaba estar sola, y en los meses posteriores a su muerte no había querido quedarse sola ni un momento. ¡Ay! Cuando miraba hacia atrás, a la persona que había sido, a la persona en la que se había convertido, le entraban ganas de que se la tragara la tierra.

Un simple viaje a la frutería bastaba para que rompiera a llorar. Suerte que Dash iba a buscarla y la acompañaba a hacer las compras de modo que, por lo menos, no tuviera la despensa vacía. Nunca salía a comer; durante el primer año después del funeral de Carson, no pisó ni un solo restaurante.

Solo después empezó a aventurarse a salir. Presionada por Chessy y Kylie, quedaba algún día con ellas para almorzar. ¿Pero cenar fuera de casa? No lo había hecho desde que Carson había fallecido. Le habría resultado excesivamente doloroso. No le apetecía hacer vida social, verse atrapada en conversaciones triviales cuando solo podía pensar en la forma en que ella y Carson reían y se habían amado.

A Carson le encantaba salir a cenar. Era amante de la buena mesa, y por eso la había llevado a algunos de los mejores restaurantes del país —y de Europa—. Gracias a él Joss había desarrollado el gusto por el buen vino. Al principio no sabía diferenciar entre tinto y blanco, ni mucho menos reconocer los matices de las diferentes etiquetas y denominaciones de origen. Su bodega estaba repleta de botellas, ni una sola abierta, excepto el vino favorito de Carson. Joss se aseguraba de tener una siempre a mano. En el aniversario de su muerte, había abierto aquella botella y había brindado por su recuerdo. Había saboreado cada sorbo, deseando con toda su alma que él estuviera allí para compartir con ella aquel momento.

Suspiró. ¡Se acabó! No podía seguir así. Había decidido dejarse llevar y pasar página. Quizá era un error; quizá estaba tomando la peor decisión de su vida, pero siempre se había regido por los sentimientos. Tal y como Carson y Dash le habían dicho en más de una ocasión, bastaba con mirarla a los ojos para conocer exactamente su estado de ánimo.

Carecía del artificio o de la energía para proyectar una imagen falsa. Ni tan solo sabía cómo enmascarar sus emociones; por eso Carson siempre sabía si estaba preocupada o si se sentía infeliz. Y él era capaz de remover cielo y tierra con tal de enmendar cualquier posible equívoco.

Joss sabía que Dash era igual: bondadoso, tierno y comprensivo. Sería paciente con ella, y no le echaría las culpas de ningún error que cometiera. Pero Joss no quería cometer errores; deseaba iniciar una relación sentimental equilibrada, y no como una mujer débil que necesitaba que él la corrigiera.

Solo ella podría corregirse, encauzar su corazón destrozado, y eso solo podía conseguirlo ella, nadie más. Quizá solo fuera el primer paso hacia su intención de recuperar la independencia, lo cual sonaba absurdo teniendo en cuenta que lo que ansiaba era precisamente un hombre dominante, que no deseaba tener que tomar decisiones o verse obligada a adoptar elecciones difíciles.

No deseaba pensar. Solo quería… existir, eso era todo. Ser feliz, sentirse nuevamente llena o, por lo menos, tan plena como fuera posible, aun cuando le faltara su media naranja.

Quizá Dash podría proporcionarle lo que deseaba. Quizá le aportaría ese trocito que le faltaba a su alma, y quizá ella cometería un craso error. ¿Cómo lo sabría si no lo intentaba?

Tomó aire profundamente. Asió las maletas y las llevó al comedor, luego echó un vistazo al reloj de pulsera. Dash le había dicho que le daría dos horas antes de pasar a buscarla. También habían decidido que ella cogería su coche y lo aparcaría en casa de Dash, por si tenía que ir a algún sitio mientras él no estaba. Pero Dash le había dejado claro que, por lo general, estaría con él. Dash se encargaría de ella, de todas sus necesidades, y no planeaba que pasaran demasiado tiempo separados.

Joss no estaba segura de qué sentimientos le suscitaba esa prematura unión, pero la parte de su corazón que acusaba tanto la soledad se hinchó de alivio al pensar que ya no volvería a estar sola. ¿En cuanto al resto? Bien, iría abordando las cuestiones a medida que emergieran, día a día. De nada serviría obsesionarse por el futuro cuando, en realidad, lo que necesitaba era vivir el presente. Porque si algo había aprendido era que el futuro no estaba garantizado; el futuro era fruto de los actos en el presente.

Todavía faltaban quince minutos para que llegara Dash, tiempo más que suficiente para llamar a Chessy y a Kylie y anunciarles su decisión. Pero tendría que repetir la misma conversación dos veces, y no le apetecía. Tendría que soportar la misma serie de preguntas, incredulidad, sorpresa y dudas.

Resultaría más fácil enviarles un mensaje a las dos a la vez por correo electrónico en el que les explicara sus planes.

Satisfecha con la decisión, enfiló hacia el ordenador portátil que descansaba sobre la mesita rinconera y se sentó en el sofá. Acto seguido, lo encendió y entró en su cuenta de correo electrónico.

Después de considerar la mejor manera de exponer el notición a sus amigas, al final decidió lanzarse a la piscina y anunciarlo directamente, sin entrar en detalles; solo una explicación básica y cómo podían contactar con ella si la necesitaban. Estaba segura de que su móvil empezaría a sonar tan pronto como Chessy y Kylie recibieran el mensaje, por lo que les pidió por escrito que no lo hicieran.

Les dijo que necesitaba unos días para empezar a adaptarse a Dash; les prometió ponerlas al corriente y también quedar un día para almorzar a finales de aquella misma semana. Con todo, no le hacía ilusión aquel almuerzo con sus amigas porque sabía que sería un verdadero interrogatorio.

Hizo clic en «Enviar» justo en el momento en que sonaba el timbre de la puerta. Se le aceleró el pulso mientras se levantaba del sofá. Antes de dirigirse hacia la puerta, se secó el ligero sudor de las manos en los pantalones vaqueros desgastados.

Había llegado el momento. Dash estaba allí para recogerla.

Echó un último vistazo a su alrededor, la casa que había compartido con Carson, y el corazón se le achicó de tristeza. Quizá debería haberse mudado justo después de su muerte; seguro que mantener la casa tal y como estaba mientras Carson vivía no era una práctica muy saludable. Las fotos de ellos dos juntos y algunos retratos de él decoraban el comedor y otras estancias de la casa.

Joss y Carson felices, sonrientes, enamorados.

Por lo menos se había decidido a enfrentarse al armario de Carson para retirar la ropa. ¿Pero y el resto de sus enseres personales? Sus trofeos, placas, cuadros… Todavía seguían allí, colgados en las paredes o en las estanterías. No era de extrañar que Dash no quisiera ir a vivir allí. Resultaba duro competir con un hombre muerto, y con todos aquellos recuerdos de él expuestos por doquier, ¿cómo podía esperar Dash que Joss se centrara en él?

Abrió la puerta al tiempo que se prometía en silencio que haría algo al respecto, que se esforzaría por entregarse a Dash al cien por cien, sin reservas, sin mantener nada para sí misma, y que en ningún momento pensaba entrar en el juego de comparar a Dash y a Carson en lo que concernía al sexo. No sería justo para ninguno de los dos, ni tampoco para ella.

Dash estaba allí, de pie, con las gafas de sol, pero cuando ella alzó la vista para mirarlo, él se las quitó y se las colocó sobre la cabeza. Aquella mirada, con la intensa carga casi amenazadora, mezclada con un marcado triunfo, le provocó a Joss un escalofrío.

—¿Estás lista? —le preguntó en un tono gutural.

Ella sonrió, decidida a no mostrar renuencia alguna. Sí, estaba lista. No pensaba montar un numerito de vacilación ni darle a Dash motivos para que cuestionara su pacto.

—Tengo varias maletas. No estaba segura de qué llevarme, así que he cogido un poco de todo. En una de las maletas he guardado complementos femeninos y productos de belleza. Estoy segura de que no tendrás nada de eso en tu casa.

Él le devolvió la sonrisa.

—No te preocupes, cariño. Ahora que eres mía, es mi obligación y un honor que no te falte de nada. Así que si más tarde ves que necesitas algo, dímelo y te lo compraré.

Joss arrugó la nariz, visiblemente incómoda.

—Pero yo no quiero que me compres nada. Puedo hacerme cargo de mis gastos.

Dash achicó los ojos como un par de rendijas. Ella tuvo la repentina impresión de que había elegido la dirección equivocada y que aquella relación no empezaba con buen pie.

—Eres mía —espetó él—, y yo me encargo de sufragar todos los gastos, «mis» gastos. Me has entregado tu confianza y tu sumisión. Mi deber como amo tuyo es procurar que no te falte nada de lo que necesites y desees, así que vete acostumbrando, Joss. Mi intención es malcriarte de una forma ignominiosa. No estaré contento si me cuestionas cada regalo que te haga.

—¡Ah! —resopló ella, visiblemente tensa.

No lo había analizado de ese modo. Todavía le quedaba mucho por aprender sobre esa clase de relación.

De momento, parecía que salía ganando mucho más que él. ¿Mimada? ¿Consentida? ¿Cuidada? ¿Qué obtenía Dash a cambio? Había dicho que con su entrega absoluta le bastaba, que con su confianza y su sumisión se sentía plenamente recompensado; pero seguro que tenía que haber algo más para él.

—Bueno, ahora que hemos aclarado esa cuestión, dime, ¿dónde está tu equipaje para que pueda llevarlo al coche?

Ella empezó a decirle que le ayudaría con las maletas, pero Dash se anticipó y la silenció con una fulminante mirada de reprobación. Joss alzó el brazo y señaló hacia el comedor, donde estaban las maletas.

Dash tuvo que hacer dos viajes para llevar todo el equipaje al maletero del coche, luego le abrió la puerta para que Joss se acomodara en el asiento del pasajero y después se subió él. Antes de poner el vehículo en marcha, se inclinó hacia ella y la besó duramente, con hambre; no con la reservada ternura que le había demostrado antes, lo cual la sorprendió.

Devoró su boca hasta que Joss notó los labios hinchados, entumecidos. Cuando se apartó, Dash tenía los párpados caídos por el peso del deseo, y sus ojos llameaban con la intensidad del fuego.

—De verdad, espero que sepas dónde te metes —murmuró él al tiempo que arrancaba el motor—. Dijiste que no querías esperar, así que nuestra historia empieza ahora, Joss, en este preciso instante. Tan pronto como entremos en mi casa, serás mía, y podré hacer contigo lo que me plazca.

Las palabras, cálidas y estimulantes, la envolvieron como un manto. Joss notaba el pulso acelerado y la boca reseca. Ni lamiéndose los labios notaba alivio a la repentina sequedad.

—Estoy lista —respondió despacio—. Sé dónde me meto, o por lo menos, tengo una buena idea. Y lo deseo, Dash. Te… deseo.

Él la miraba con expresión felina, y Joss empezó a temblar de excitación de manera incontrolable, sobre todo por las expectativas. Estaba a punto de adentrarse en un territorio desconocido y posiblemente fascinante. O quizá no. Pero jamás lo sabría si no se atrevía a dar el paso.

Al llegar a la casa de Dash, Joss abrió la puerta e hizo amago de querer salir del coche, pero él le agarró la mano y tiró de ella para que se quedara sentada.

Sin una palabra, Dash se apeó y recorrió el espacio hasta la puerta del pasajero, le ofreció la mano y ella aceptó. Dash entrelazó aquellos dedos con los suyos.

Joss se iba a vivir a casa de Dash Corbin; iba a acostarse con Dash Corbin. ¡Cielos! ¡Dash iba a ser su dueño! Su reacción no se hizo esperar: empezó a temblar tan pronto como pisó el suelo.

Hasta ese momento, todo le había parecido tan irreal… en cambio, estaba allí, a punto de embarcarse en una aventura sexual, y estaba muerta de miedo. ¿Por qué iba Dash a querer estar con ella? Él tenía sobrada experiencia en esa clase de prácticas; probablemente albergaba ciertas expectativas, unas expectativas a las que Joss no estaría a la altura, seguro.

—Estás temblando como un flan.

Ella alzó la vista con un sentimiento de culpa. No quería que él se diera cuenta de su estado alterado, pero tal como Dash había dicho, temblaba de los pies a la cabeza. ¿Cómo no iba a darse cuenta? Joss tenía los dedos entrelazados con los suyos, y notaba la palma de la mano fría y pegajosa, a pesar de la cálida temperatura diurna.

Dash le estrechó la mano con ternura y le ofreció una sonrisa reconfortante.

—Todo saldrá bien. Sé que estás nerviosa, pero no hay motivos para ello.

—Es que tú tienes mucha experiencia en esas prácticas y yo no —balbució Joss—. ¿Qué puedo ofrecerte? Estoy segura de que una novata no es lo que precisamente buscas para satisfacer tus necesidades.

Él se detuvo frente a la puerta de su casa y volvió a fulminarla con una mirada acerada.

—Lo que tú puedes ofrecerme es algo que nadie más podría soñar con darme: tú, Joss, te estás entregando a mí, y eso es todo lo que deseo y necesito. Lo juro. No tienes ni idea de cómo he soñado con este momento; nuestro momento, los dos juntos, sí, quiero acostarme contigo, pero quiero mucho más que eso. Quizá todavía no lo creas, pero lo harás, te lo aseguro.

Su voz calmada la reconfortó. Joss le apretó la mano y luego sonrió.

—Nadie mejor que tú para levantarme la moral. Hace tanto tiempo que no me sentía atractiva, ni deseable… De hecho, ni yo misma sentía el mínimo deseo sexual.

—¿Y ahora? —se interesó él—. ¿Sientes deseo? ¿Me deseas?

—Sí —suspiró Joss—, lo cual me desconcierta, ya que nunca habría imaginado que me sentiría atraída por ti. Jamás pensé que te desearía tanto, pero es la verdad.

—¡Joder! ¡Me alegro! —murmuró él—. Me encanta saber que no soy el único que sufre en este caso.

Joss sonrió con ojos traviesos.

—Entonces, ¿qué tal si hacemos algo para paliar ese sufrimiento?

Dash parecía sorprendido, tanto que al instante Joss se arrepintió de su atrevimiento. El bochorno le tiñó el cuello y las mejillas.

Entonces él resopló despacio al tiempo que se inclinaba hacia su boca.

—Me parece una idea genial. Entremos. Ya me encargaré de tus maletas más tarde. Quiero que te acomodes, que te instales en mi casa, que la consideres «tu» casa.

La invitó a entrar, y al atravesar el umbral Joss notó la agradable sensación de frescor en el ambiente y se le pasó el sofoco.

Había estado en casa de Dash un montón de veces, pero nunca se había atrevido a explorar más allá del comedor, la cocina o el cuarto de baño para los invitados. Atravesaron el comedor y él la guio hasta su cuarto, situado en el piso superior.

Joss sintió un escalofrío en la espalda mientras examinaba la habitación con ojo crítico. La cama era enorme, con una pila de cojines y con dosel. Joss no había imaginado que Dash tuviera esa clase de gusto. Parecía un mobiliario femenino, con los complementos que una mujer tendría en su cuarto.

—¿En qué estás pensando? —la interrogó Dash.

Ella lo miró a la cara y sonrió.

—Pensamientos absurdos. Estaba mirando tu cama y pensaba que no encaja con tu personalidad. Jamás habría imaginado que durmieras en una cama con dosel.

Los ojos de Dash destellaron divertidos, y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.

—Necesito un punto de apoyo donde atar a mi mujer. Es normal que disponga de los accesorios adecuados para tales prácticas.

Joss se ruborizó de nuevo. Seguramente estaba tan colorada como un tomate. Entonces pensó que no debía de ser la única mujer que había pasado por aquella cama. No debería importarle, pero no podía remediarlo. Dash no le debía ninguna explicación acerca de su vida sexual en el pasado. A fin de cuentas, ella estaba casada. De ningún modo podía esperar que él permaneciera célibe cuando ni tan solo creía que llegara a tener una oportunidad con ella.

—¿Se puede saber qué diantre estás pensando? —insistió él.

—Más pensamientos absurdos; chorradas —murmuró ella.

—¿Qué clase de chorradas?

Dash no pensaba zanjar el tema, y, lamentablemente, a Joss no se le daba bien disimular ni mentir. Suspiró incómoda.

—Estaba pensando en las otras mujeres que han pasado por tu cama, por esta cama —confesó con tristeza—. Ya sé que es ridículo, pero me incomoda.

Dash la agarró por los hombros para obligarla a mirarlo a los ojos.

—No ha habido ninguna otra mujer, Joss. No en esta cama. No diré que no haya estado con otras mujeres, pero ninguna ha entrado en mi casa. No podría haberlo hecho. Quizá alguna vez había estado tentado de invitar a alguna antes de que Carson muriera, ¿pero después? ¡Si ni siquiera era capaz de establecer una relación esporádica! Solo pensaba en ti.

—No sé qué decir —susurró ella—. No debería ser tan importante para mí, pero lo es. Para mí significa mucho que no haya habido ninguna otra mujer en tu vida últimamente.

Él se inclinó para besarla en la frente.

—Para mí significa mucho que no haya habido ningún otro hombre en tu vida desde Carson. Tenía miedo de que, al esperar tanto para declararte mis intenciones, te perdiera por otro hombre.

Joss adoptó un porte burlón.

—¿Cómo sabes que no ha habido ningún otro hombre?

Dash se echó a reír.

—Lo sabría. Quizá no nos veíamos todos los días, pero estaba al corriente de todo lo que hacías. Te observaba, expectante.

Ella esbozó una mueca de enojo pero sonrió, conmovida por el hecho de saber que él siempre había estado a su lado, esperándola.

Dash se acercó más, y Joss retrocedió hasta que chocó contra el dosel. Entonces la invitó a acomodarse en la punta de la cama. Cuando estuvo sentada, se arrodilló delante de ella y le estrechó las manos con ternura.

Era cierto que no sabía nada acerca del mundo de la dominación, ¿pero no tendría que ser al revés? ¿No debería estar ella en posición de sumisión?

—¿Qué haces, Dash? —le preguntó desconcertada—. ¿No debería ser yo quien estuviera arrodillada ante ti?

Él sonrió y le estrechó las manos.

—Estoy literalmente a tus pies, cariño. He de admitir que normalmente no me arrodillo ante nadie, pero contigo las normas cambian. Quería situarme en una posición más equitativa para poder hablar cómodamente sobre nuestra relación. Quería postrarme para subrayar algo que considero muy importante.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella con curiosidad.

—Que por más que me cedas tu poder, la verdad es que eres tú la que ostenta todo el poder en esta relación que ahora iniciamos. Ya sé que te sonará contradictorio, pero es la verdad. Tienes todas las cartas en tus manos; eres tú quien dirige la partida, porque tú decides si quieres darme tu sumisión. Hay que ser una mujer muy fuerte y con mucha confianza en sí misma para entregar el control a su pareja. Y la cuestión es que sí, que deseas someterte a mí, pero mi deseo por complacerte va más allá que mi deseo por dominarte y controlarte. ¿Me entiendes?

Ella asintió.

—Supongo que sí, lo que pasa es que nunca lo había interpretado desde esa perspectiva.

—Pues quiero que a partir de ahora lo interpretes así —le ordenó él—, y que escuches todo lo que te digo. Voy a estipular las normas, aunque deteste esa palabra. No, no habrá normas en nuestra relación, cariño, por lo menos, no en el sentido estricto de tener que seguir una guía a rajatabla. Lo que deseo es que lo pasemos bien. Quiero darte placer y quiero que tú me des placer. Es un pacto beneficioso para los dos. Espero que ambos hallemos la felicidad.

—Me parece justo.

—Prefiero hablar de expectativas en vez de normas, de «mis» expectativas. Prefiero que las consideres como simples peticiones, unas peticiones que tú decidirás si aceptas o no. Pero quiero que tengas una clara visión de nuestra relación, porque quiero que tengas la oportunidad de echarte atrás. No se trata solo de lo que yo deseo; espero que tú también desees lo mismo, y la única forma de averiguarlo será establecer mis expectativas y partir desde ese punto.

—De acuerdo. Estoy lista. No me mantengas más en vilo. Me muero de ganas de saber qué es lo que se supone que he de hacer. Tengo tanto miedo de cometer un error, o de decepcionarte, no solo a ti sino también a mí misma.

La sonrisa de Dash era exquisitamente tierna; le transmitía calidez en todo el cuerpo, después de haber sentido un frío tan profundo durante tanto tiempo.

—No me decepcionarás. No creo que eso sea posible. La única forma de decepcionarme es si abandonaras sin antes darnos una oportunidad. No digo que al principio todo vaya a ser un camino de rosas. Los dos deberemos adaptarnos mutuamente, llegar a acuerdos, pero creo que juntos superaremos cualquier adversidad que se cruce en nuestro camino.

—Dices unas cosas tan maravillosas… —comentó ella en un tono apenado—. No sé cómo eres capaz de leer mis sentimientos más profundos, cómo es posible que me conozcas tan bien, cuando yo apenas sé nada de ti.

Dash le acarició la mejilla y luego enredó los dedos entre sus mechones sueltos.

—Norma número uno, y que conste que no siguen ningún orden específico, así que ten un poco de paciencia mientras te las voy exponiendo, ¿de acuerdo? Sé que tendrás preguntas, pero intenta contenerte hasta el final, cuando haya acabado con la enumeración. Luego, cuando haya especificado los aspectos básicos, podrás hacerme tantas preguntas como desees, plantearme cualquier aspecto que no te haya quedado claro. Te contestaré con la mayor franqueza posible, aunque no esté seguro de si la verdad te asustará o te intimidará.

—Adelante —dijo ella simplemente—. Te escucho, Dash. No te interrumpiré ni cuestionaré nada hasta que hayas acabado, por más que me cueste contenerme —matizó con una risita traviesa.

—De acuerdo. Lo primero es que, cuando estés conmigo en casa y estemos solos, quiero que vayas desnuda a menos que te ordene lo contrario. Empezaremos ahora mismo, bueno, cuando acabemos de repasar mis expectativas.

Joss abrió los ojos como un par de naranjas, pero mantuvo la promesa y se mordió el labio inferior para evitar protestar de inmediato.

—Segundo, cuando te diga que hagas algo, espero que lo hagas al momento, es decir, que me muestres una obediencia incondicional. Quizá no entiendas lo que te pido que hagas, pero espero que confíes en mí o que, por lo menos, lo intentes.

Ella asintió. Eso no parecía tan terrible, aunque no tenía ni idea de qué era lo que él le pediría. En cierto modo, suponía de qué se trataría, y eso la excitaba y a la vez la asustaba. Odiaba no saber exactamente dónde se estaba metiendo o a qué estaba accediendo.

—No espero que te arrodilles en mi presencia a menos que te lo pida. Únicamente esperaré que te arrodilles sin que tenga que ordenártelo cuando te convoque. Entonces te arrodillarás, con las manos reposando sobre los muslos y las palmas extendidas hacia arriba. Esta es la posición normal de sumisión. Con los muslos abiertos para que no quede ninguna parte de ti inaccesible a mí ni a mi vista. La única otra ocasión que espero verte arrodillada sin tener que pedírtelo es cuando regrese de trabajar o de cualquier viaje. Entonces esperaré encontrarte en el salón, de rodillas, esperándome. Quiero que seas lo primero que vea al atravesar la puerta. Quiero una razón para querer volver a casa, y si tú estás aquí, esperándome, créeme, cariño, ese será mi mayor deseo. Te deseo, esperándome, mi recompensa después de un largo día.

Joss tenía la impresión de que aquello era importante para Dash, que era algo que él anhelaba y le provocaba un profundo placer. Y si ese era el caso, deseaba hacerlo por él. Deseaba complacerlo y colmarlo de felicidad. No quería decepcionarlo, nunca. Era demasiado orgullosa. No, quizá no tenía la experiencia de otras mujeres con las que él había estado, pero eso no iba a ser motivo para no intentar esforzarse por ser la sumisa más deseable con la que él hubiera mantenido una relación.

Para Joss no existían las medidas parciales. Desde el momento en que había decidido embarcarse en aquel nuevo estilo de vida y explorar su sexualidad y sus necesidades, sabía que se lanzaría de lleno, sin retenciones ni reservas; se entregaría por completo, y esperaría que el hombre con quien estaba supiera apreciar el regalo que ella le ofrecía. Y nada en las palabras de Dash le había suscitado motivos para dudar de que él no apreciaría ni protegería su regalo de sumisión.

—Cuando te dé una orden, espero obediencia inmediata, sin vacilar, sin preguntas. Quiero que confíes en mí para llevarte hasta un lugar en el que te sentirás segura y gozarás plenamente. Nunca te pediré que hagas nada que crea que te pueda provocar rechazo. Eso no significa que no te empuje hasta el límite de tu cómodo entorno. Pero tal y como he mencionado antes, cuanto más nos adentremos en este mundo, más rápido conoceré tus límites, y te prometo que nunca los rebasaré deliberadamente a menos que sea algo que previamente hayamos pactado que hemos decidido probar.

Joss asintió de nuevo, porque al igual que el resto de las expectativas que Dash le había planteado hasta ese momento, no le parecía irrazonable.

—Hablemos ahora sobre dolor y castigos. El dolor puede ser muy erótico si se administra de forma correcta, tanto para el hombre como para la mujer. Muchas mujeres disfrutan cuando un hombre ejerce su dominación con látigos, correas o con cualquier otro juguete erótico para azotar, o con otros métodos que te iré presentando a su debido tiempo.

»Pero no quiero que interpretes un castigo como tal; prefiero que los veas como una recompensa. Ya sé que suena estúpido, pero después de haber experimentado diversos niveles de dolor, azotes y otras prácticas similares, creo que comprenderás lo que intento decirte.

»Llegaré al límite, a tus límites, sin cruzar la línea. Prestaré atención y con el tiempo conoceré tu cuerpo como si fuera el mío. Como tu amo que soy, mi obligación es saber exactamente qué es lo que deseas y necesitas, a veces incluso mejor que tú misma.

—Es lo que quiero —admitió Joss sosegadamente—. Quiero un hombre que asuma el control, un hombre que no pregunte, que no me obligue a tomar decisiones. No quiero tener que encargarme de ninguna decisión. Eso me excita. No puedo expresar con palabras la imperiosa necesidad que siento. Y lo deseo de ti, Dash. Estoy preparada para llegar muy lejos contigo, porque confío en ti y sé que nunca me harías daño a propósito.

—Aprecio tu confianza; me halaga. No sabes hasta qué punto valoro este regalo que me ofreces —respondió él con ternura.

—¿Queda algo, o ya hemos abordado todos los puntos?

Dash sonrió.

—Mi pequeña sumisa impaciente. Me encanta tu entusiasmo, tu disposición a depositar tanta fe en mí para saber lo que te gusta. Sí, hay más puntos, pero no deseo sobrecargarte el primer día, recién instalada en casa.

»Dormirás en mi cama todas las noches. Habrá días que te ataré a la cama para que te sientas indefensa y dependas de mí para cualquier cosa. Te haré el amor mientras estás despatarrada y amarrada a la base de la cama, para que tu cuerpo esté a mi disposición cuando me plazca para follarte, y te follaré a menudo, Joss, cada noche, antes de ir a dormir, durante la noche, y a primera hora de la mañana, antes de que estés completamente despierta. Penetraré tu bonito cuerpo y eso será lo primero que notes cada mañana. Seré lo último que sientas antes de quedarte dormida. De ese modo te acostarás sabiendo que eres mía, que me perteneces, en cuerpo y alma. Jamás te daré motivos de duda, porque no pasará ni un solo día sin que te dé pruebas de ello.

—De momento no he oído ningún aspecto negativo —comentó ella con una sonrisa burlona—. La verdad es que todo parece demasiado bueno para ser verdad.

Dash adoptó una expresión más seria.

—No todo será tan perfecto. Has de saberlo; has de estar preparada para aceptar que quizá no te guste todo lo que te proponga. Lo último que desearía sería asustarte o generarte un sentimiento de repulsa, obligarte a hacer algo con lo que no te sientas cómoda. Por eso es tan importante la comunicación. Quiero que seas absolutamente franca conmigo, aunque creas que se trate de algo que yo no quiera oír ni saber. Quiero que me prometas que me darás siempre tu opinión. Quiero saber qué es lo que sientes, qué te suscita lo que hacemos; no quiero que sacrifiques tu placer y goce porque temas decepcionarme. Créeme cuando digo que si no soy capaz de darte el máximo placer, entonces no quiero seguir adelante con esta relación.

»Quizá parezca que solo se trata de mí, y para algunos dominantes quizá sea así. No están interesados en el placer de su sumisa, ni en sus deseos, ni tan solo en su felicidad. Sin embargo, no soy tan egoísta. ¡Joder, solo espero no llegar a ser nunca tan egocéntrico! Me satisface complacerte, es todo lo que deseo, es lo que exijo, así que, sí, aunque también se trate de mi placer y de que tú me des placer, quiero que sepas que mi mayor deseo es hacerte feliz. Te necesito, Joss, te necesito.

Ella enredó los brazos alrededor de su cuello y lo estrechó con fuerza al tiempo que hundía la cara en su cuello.

—Creo que eres perfecto. Tan perfecto que me pregunto si no serás demasiado bueno para ser verdad. No solo la situación, sino tú.

—Lo mismo opino de ti —replicó Dash con una sonrisa—. Parece que digamos las mismas cosas, pero quizá de una forma diferente. Pero los dos deseamos lo mismo. Tú deseas ser feliz y deseas que yo sea feliz en nuestra relación, y yo deseo que seas feliz, eso ante todo, porque, de verdad, cariño, sí tú eres feliz yo lo seré el doble.

Joss resopló despacio.

—Es lo que deseo, Dash. Estoy lista para sumergirme y explorar. Sinceramente, no sé si podré soportar muchos días más sin que tú te decidas a empezar, sin saber cuándo comienza todo. Estoy lista «ahora».

—Entonces, lo que quiero que hagas mientras saco tus maletas del coche es que te desnudes. Tómate todo el tiempo que necesites en el cuarto de baño; haz lo que sea necesario para sentirte cómoda. Deseo verte desnuda el resto del día; deseo prepararte una cena especial y darte de comer con mi mano, y deseo disfrutar viendo tu cuerpo espectacular mientras lo hago. Y luego, cuando hayamos acabado de comer, nos acostaremos y veré si eres tan dulce e increíblemente sexy como en mis sueños. Ha llegado la hora de que mis sueños se hagan realidad. Los míos y los tuyos.