Uno

Josslyn Breckenridge examinó su aspecto en el espejo, nerviosa pese a saber que no iba a verla nadie. Salvo Dash. Estaba segura de que él estaría allí, como en los dos últimos años, dispuesto a acompañarla al cementerio para depositar las flores en la tumba de su esposo en un día tan señalado.

El ramo descansaba sobre la consola del recibidor. Josslyn solo tenía que cogerlo y salir de casa. Pero vaciló, porque aquel año… aquel año era diferente.

Pese a la sensación de reticencia que la embargaba, estaba decidida: tenía que pasar página y seguir adelante con su vida. Le dolía y, sin embargo, al mismo tiempo sentía una suerte de alivio, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Había llegado la hora. Lo único que quedaba por hacer era ir al cementerio y despedirse de Carson.

Se alisó la camisa y deslizó las manos por los pantalones vaqueros, hacia las rodillas. No era la prenda que había llevado en los anteriores aniversarios de la muerte de su esposo. Los dos años anteriores había ido vestida de negro riguroso. No le había parecido correcto ir ataviada con ropa informal, como si la visita al cementerio no revistiera importancia.

Pero también sabía que Carson no desearía que ella viviera así. Él querría verla feliz, y no le gustaría que siguiera llorando su ausencia.

Suspiró, se aplicó un poco de brillo en los labios y se recogió la larga melena en una coleta, en forma de moño despeinado.

Esa era la verdadera Joss: nada puntillosa, más cómoda con un par de vaqueros y con una camisa desenfadada que con los caros vestidos y joyas con que Carson la agasajaba. Solo había hecho una excepción: llevaba puesta la ropa interior sexy que a su marido le encantaba que se pusiera.

Entornó los ojos, negándose a mirar atrás, a recordar el tacto de sus caricias, de sus manos deslizándose por su cuerpo, un cuerpo que Carson conocía mejor que ella misma. Él sabía exactamente cómo complacerla, cómo tocarla, besarla, hacerle el amor…

Carson le había dado todo lo que ella habría podido desear: amor y respeto; todo, excepto lo que más necesitaba, algo que jamás se le habría ocurrido pedirle. Lo amaba demasiado como para pedirle algo que él no podía darle.

Joss se zafó de aquel sentimiento de tristeza, decidida a enfrentarse al nuevo día y a la vida, su nueva vida.

Cogió las flores, sus favoritas, se las acercó a la nariz y cerró los ojos al tiempo que inhalaba su aroma. Eran las flores que Carson siempre le regalaba, para su cumpleaños, su aniversario o por cualquier otro motivo especial. En aquella ocasión, Joss las depositaría sobre su tumba, después cerraría una página de su vida y no volvería a pisar el cementerio nunca más.

No necesitaba ver la fría lápida de mármol con el epitafio para pensar en su esposo. No era así como deseaba recordarlo. Estaba harta de torturarse plantada allí, de pie, delante de la tumba, llorando su ausencia sin consuelo.

Carson siempre viviría en su corazón, siempre, y allí sería donde lo visitaría en el futuro, no en la loma de hierba que cubría el féretro enterrado justo debajo.

Enfiló hacia la puerta con paso decidido, y al franquear el umbral parpadeó por el baño de luz del sol. Aunque era primavera, la temperatura en Houston ya era cálida, y Joss se alegró de haberse puesto la camisa de manga corta en lugar del vestido negro que solía ponerse en aquella ocasión.

Vio a Dash, apoyado en el coche, esperándola tal y como ya suponía. Él irguió la espalda al verla, y Joss detectó un fugaz gesto de sorpresa en su rostro antes de que él relajara las facciones y le ofreciera la mano.

Joss enredó los dedos con los de Dash y él le estrujó la mano con suavidad. Sobraban las palabras. Los dos estaban apenados por la pérdida del esposo y del mejor amigo.

—Estás muy guapa —comentó Dash mientras la acompañaba hasta la puerta del pasajero.

Ella sonrió, consciente de que en realidad no tenía muy buen aspecto aquel día. Dash parecía visiblemente sorprendido de su indumentaria informal, pero no comentó nada al respecto. Tomó el ramo y lo depositó con cuidado en el asiento trasero; acto seguido, tras confirmar que Joss estaba cómodamente instalada, cerró la puerta del pasajero.

Ella lo observó mientras rodeaba el vehículo por delante. Las largas piernas del hombre recorrieron la distancia en apenas unos segundos. Cuando se sentó en el asiento del conductor, Joss aspiró su intenso aroma. Dash siempre olía igual, una esencia absolutamente masculina, aunque ella sabía que nunca usaba colonia ni ninguna loción para después del afeitado. Era un tipo sobrio, muy similar a Carson, aunque su marido usaba trajes caros y hasta mandaba que le arreglaran la ropa informal a medida para que encajara con su personalidad.

Incluso el coche de Dash casaba con su personalidad: un elegante Jaguar negro. ¡Qué apropiado que condujera un vehículo con nombre de depredador! Dash encajaba a la perfección con esa imagen.

Carson y Dash eran socios en el negocio que habían montado juntos, si bien Carson ejercía de cabeza visible, como portavoz comercial: él era quien se ganaba a los clientes y cenaba con ellos, quien sellaba los tratos y asistía a todos los eventos sociales. Dash, en cambio, se ocupaba de los asuntos tras los bastidores, del papeleo y de apagar los fuegos.

Carson solía reírse y decir que él era la cara amable mientras que Dash era el cerebro del negocio. Pero Dash tampoco carecía de atractivo ni encanto. Los dos eran la noche y el día: Carson era rubio, en cambio Dash tenía el pelo castaño oscuro; Carson tenía los ojos azules, y Dash de un marrón profundo, que resaltaban en su piel morena. No era menos atractivo que Carson; simplemente la suya era una belleza más discreta, casi sombría.

Joss recordó cómo Dash la había intimidado el primer día que lo vio, cuando ella y Carson empezaron a salir. Lo suyo fue un verdadero flechazo. Carson la conquistó de buenas a primeras, y Joss fue consciente de que a Dash le preocupaba que su amigo fuera demasiado deprisa y se metiera en un berenjenal. Por eso Joss receló de Dash al principio, pero con el tiempo, él acabó por convertirse en su punto de apoyo, especialmente desde la muerte de Carson.

Mientras se alejaban del exclusivo barrio residencial donde vivía Joss, Dash le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella, y tal como ya había hecho antes, le apretó la mano con suavidad, un gesto para infundirle ánimo.

Joss se dio la vuelta hacia él y le sonrió, expresando sin palabras que se sentía bien. Cuando se detuvieron en el semáforo, Dash la estudió con interés, casi como si intentara descifrar por qué la veía diferente.

Visiblemente satisfecho con la respuesta en sus ojos o en su expresión, Dash le devolvió la sonrisa, pero no le soltó la mano mientras se abría paso entre el tráfico de camino al cementerio, situado a pocos kilómetros del barrio donde Joss y Carson habían vivido.

Circularon en un cómodo silencio, aunque la verdad era que nunca conversaban demasiado el día que Dash la llevaba al cementerio. Joss iba en otras ocasiones, pero Dash siempre la acompañaba en el aniversario de la muerte de Carson.

Sin embargo, no era la única ocasión en que Joss veía a Dash. Desde la muerte de su marido, él se había convertido en su firme punto de apoyo. El primer año, especialmente, había dependido de él por completo, y Dash nunca le había fallado, fuera lo que fuese lo que necesitara: descifrar el papeleo y realizar los trámites burocráticos tras la muerte de su esposo, o simplemente un poco de compañía los días en que se sentía más abatida.

Joss siempre le estaría agradecida por su apoyo incondicional en aquellos últimos tres años, pero había llegado el momento de retomar las riendas de su vida. Ya era hora de valerse por sí misma y de que Dash dejara de hacerle de niñera.

Aquel día no solo iba a liberarse de Carson, sino también de Dash. Él merecía algo más que estar maniatado con la responsabilidad de encargarse de la viuda de su mejor amigo. Él tenía su propia vida. Joss no sabía qué amistades frecuentaba Dash ni si mantenía una relación sentimental con otra mujer. Se había dado cuenta con brusca claridad de lo egoísta y egocéntrica que había sido desde la muerte de su esposo. Dash había sido un firme pilar, un punto de apoyo que ella había dado por sentado; pero se acabó. Sería un milagro que su amigo lograra mantener una relación sentimental estable, dado que no muchas mujeres tolerarían que él lo abandonara todo para correr a ayudar a la viuda de su mejor amigo.

Al llegar al cementerio, Dash aparcó y Joss salió inmediatamente del coche, sin esperar a que él bajara primero para abrirle la puerta. Acto seguido, abrió la puerta del asiento trasero y se inclinó para sacar el ramo.

—Ya me encargo yo de las flores.

Joss oyó su voz ronca como una caricia en la oreja y sintió un leve cosquilleo en la nuca. Tomó el ramo y se dio la vuelta con una sonrisa reconfortante.

—No te preocupes; ya lo tengo. Gracias de todos modos.

Él la miró con ojos inescrutables, y Joss tuvo la impresión de que la estaba estudiando de nuevo, en un intento de penetrar en sus pensamientos. Era como si él detectara algún cambio pero no acertara a deducir de qué se trataba. Lo cual era de agradecer, ya que Joss se habría muerto de vergüenza si él le hubiera leído los pensamientos, si él supiera lo que planeaba hacer y cómo pretendía seguir adelante con su vida.

Dash se horrorizaría, sin lugar a dudas. Se preguntaría si se había vuelto loca y probablemente la arrastraría hasta la consulta de un psicólogo sin darle ni la oportunidad de explayarse. Por eso precisamente no tenía la intención de informarle acerca de sus propósitos.

Sus amigas eran otra cuestión. Chessy lo comprendería perfectamente; a lo mejor incluso la animaba. Kylie… quizá no tanto.

Kylie era la cuñada de Joss, la única hermana de Carson. Ambos habían tenido una infancia difícil, y del mismo modo que Carson jamás podría darle a Joss lo que ella anhelaba —necesitaba—, Kylie tampoco podría comprender lo que la motivaba.

Quizá se ofendería al oír su decisión. Quizá se lo tomaría como una traición a su hermano. Joss solo esperaba que su amiga le brindara su apoyo aunque no comprendiera sus motivos.

Pero se estaba adelantando a los acontecimientos. Primero tocaba la visita al cementerio, para despedirse de Carson, y luego ya abordaría la cuestión con sus amigas durante el almuerzo. Necesitaba estar ocupada tanto tiempo como fuera posible, porque aquella noche…

Aquella noche empezaría todo.

Joss esperó a que la asaltara la traicionera estocada de las lágrimas cuando se acercaron a la tumba de Carson. Pero sorprendentemente, se sintió en paz por primera vez en tres largos años. Sí, había llegado la hora.

Se arrodilló y apartó con suavidad las hojas y el polvo que cubrían la lápida antes de depositar el ramo de flores frescas. A continuación, desvió la vista hacia los números que indicaban el nacimiento y la muerte de Carson, y recorrió lentamente con el dedo las letras que conformaban su epitafio: QUERIDO ESPOSO, HERMANO Y MEJOR AMIGO.

Aquellas palabras lo expresaban todo. Eran un recordatorio de aquellos que habían quedado atrás y que seguían llorando su ausencia. Joss había insistido en que Dash también fuera incluido en el epitafio, ya que lo consideraba de la familia, tanto como ella misma y Kylie.

Joss se lamentaba de no haber tenido hijos con Carson para que su legado subsistiera después de su muerte. Pero como todas las parejas jóvenes, creían que tenían todo el tiempo del mundo. Carson era reticente respecto a tener hijos. Temía que poseyeran los mismos rasgos genéticos que su padre. Por más que Joss le decía que él no se parecía en nada a su progenitor, a Carson le aterraba hacer daño a aquellos que más amaba.

Ella comprendía sus temores. Sabía cuánto la amaba; también sabía que moriría antes de hacerle daño a ella o a cualquier hijo que engendraran. Pero la sordidez de su pasado siempre empañaba el presente; el pasado seguía atormentándolo en forma de pesadillas nocturnas. Pese a que Kylie, su hermana, no hablaba de ello, Joss sabía que también era víctima de las mismas pesadillas que Carson y que compartía con él numerosas noches de insomnio.

La embargó una ola de tristeza. ¡Qué pena que el padre de Carson hubiera destrozado las vidas de dos criaturas inocentes! Peor aún, que siguiera habitando en sus vidas adultas, influyendo en sus decisiones, permaneciendo en sus temores a pesar de estar muerto. Todavía los tenía en sus manos desde la tumba, torturándolos con su recuerdo y con el de las atrocidades que les había hecho.

—¿Joss?

Dash pronunció su nombre con suavidad, interrumpiendo sus pensamientos. Ella se dio cuenta de que llevaba un buen rato arrodillada a los pies de la lápida, recorriendo aquellas palabras con los dedos.

Dash parecía preocupado y un tanto desconcertado, algo inusual, dado que siempre se mostraba completamente seguro de sí mismo.

Joss se dio la vuelta e inclinó la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos.

—Dame un momento, por favor. ¿Te importa esperarme en el coche? Solo necesitaré unos minutos.

De nuevo, los ojos de él expresaron sorpresa. Ella nunca le había pedido que la dejara sola ante la tumba de Carson. Habría resultado muy duro, demasiado emotivo. Dash siempre se quedaba con ella, como un pilar firme y seguro en el que Joss se apoyaba sin vacilar. Permanecía a su lado todo el tiempo que ella deseaba estar en el recinto, y luego la acompañaba al coche y la llevaba a casa, donde pasaba el resto de la tarde con ella, sentado a su lado, mientras Joss lloraba en su hombro.

Pero se acabó. Nunca más.

—Si es lo que quieres… —respondió él, vacilante.

Joss asintió con firmeza, procurando no sucumbir a la amenaza de las lágrimas. No pensaba hundirse delante de Dash. Llevaba demasiado tiempo haciéndolo.

—De acuerdo —cedió él—. Quédate todo el tiempo que necesites, cariño. Me he tomado el día libre.

Ella sonrió. Ya sabía que se había tomado el día libre. Pero Joss no pensaba pasarlo con él tal como había hecho en el pasado. Había muchas cosas que hacer antes de la noche, y no deseaba tentar la suerte, romper su resolución y confiarle a Dash su secreto. No solo no resultaba apropiado, sino que seguramente él no estaría de acuerdo. Pensaría que había perdido el juicio por completo.

Y quizá era cierto. O quizá simplemente lo estaba recuperando.

Le dio la espalda al tiempo que él enfilaba hacia el coche, y entonces Joss se inclinó hacia delante para incorporarse. Ya de pie, clavó la vista en la lápida, con la mandíbula tensa, conteniendo las emociones para iniciar la conversación que pensaba mantener con su esposo.

—Te amo, y lo sabes —dijo, casi como si él estuviera de pie delante de ella—. Siempre te amaré, Carson. Pero quiero que sepas que he tomado la decisión de pasar página —añadió—. Empezaré esta misma noche. Ya sabes que había ciertas… cosas… que no podías darme, y quiero que sepas que jamás me molesté por ello. Te amaba demasiado como para esperar que me dieras algo que no podías. Pero ahora ya no estás aquí…

Se le quebró la voz cuando pronunció las últimas palabras y tragó las lágrimas con dificultad.

—Me siento sola, Carson. Te echo mucho de menos. No pasa ni un solo día sin que te eche de menos. Eras tan bueno conmigo… El amor de mi vida. Sé que nunca volveré a encontrar a nadie como tú. Encontrar la perfección una vez en la vida es magnífico, ¿pero dos veces? No, sé que nunca habrá otro hombre como tú. Pero hay cosas que… necesito —susurró—. Cosas que tú no podías darme. Cosas que nunca te pedí. Y quería venir a verte para decírtelo, para anunciarte que no volveré a pisar este cementerio. No porque no te quiera ni porque vaya a olvidarte, sino porque esta no es la forma en que quiero recordarte. Quiero recordarte con vida, y a nosotros dos enamorados. Y me resulta excesivamente doloroso venir aquí y hablar contigo, sabiendo que nunca te recuperaré.

Aspiró hondo y siguió con su monólogo.

—He encontrado un sitio especializado en… dominación. Necesito saber si eso es lo que me falta, si ha sido lo que siempre me ha faltado. Quizá encuentre la respuesta o quizás no, pero he de intentarlo. He de saberlo. No podía ir sin antes decírtelo, sin explicarte que nunca me faltó nada mientras estuvimos casados. Jamás dudé ni por un momento de tu amor, y sé que tú me habrías dado la luna si te la hubiera pedido. Pero… no, había algo que no podía pedirte. Y en estos momentos necesito llenar el vacío que siento. Sí, hay un gran vacío en mi corazón, Carson, un vacío que quizá nunca consiga volver a llenar. Pero en estos momentos aceptaría incluso un vendaje, un consuelo transitorio, si prefieres llamarlo así.

Suspiró antes de proseguir.

—Solo quería que lo supieras. No te preocupes por mí; no me meteré en ninguna situación peligrosa. He tomado las debidas precauciones para no correr ningún riesgo. Y por más doloroso que me resulte decirte esto, finalmente me despido de ti. Llevo demasiado tiempo ofuscada por tu ausencia; no puedo seguir así. La vida sigue a mi alrededor, no se detiene. Ya sé que te sonará a frase trivial, pero es cierto. Chessy y Tate están preocupados por mí, y Kylie también. Y Dash. ¡Cielos! ¡Me sorprende que no se haya desembarazado todavía de mí! Durante estos tres últimos años he sido una verdadera carga para él —para todos—, y no deseo seguir siéndolo.

»Me diste confianza e independencia para volar. Quiero recuperar mi libertad, Carson. Me enseñaste tantas cosas… Pusiste el mundo a mis pies. El problema es que, cuando te fuiste, te llevaste mi mundo contigo, y quiero recuperarlo; quiero vivir y dejar de ser este caparazón vacío de mí misma que he sido durante estos tres últimos años.

Aspiró hondo en un intento de estabilizar la respiración, consciente de que lo que iba a decir a continuación era una estupidez. Pero tenía que decirlo, tenía que soltarlo para poder desprenderse de la acuciante emoción.

—También quiero decirte que te perdono. Ya sé que te sonará ridículo; no necesitas mi perdón. Pero he pasado tanto tiempo enfadada contigo por haberme abandonado… He sido tan egoísta… Me he pasado los últimos tres años enfadada y resentida, pero a partir de hoy prometo que dejaré de ser tan egocéntrica.

Deslizó distraídamente la mano sobre el mármol de la lápida, calentado por el sol.

—Te quiero. Te echo de menos. Siempre te querré. Pero ahora me despido, Carson. Estés donde estés, espero que hayas encontrado la paz, y también espero que sepas lo mucho que te amé. Gracias por quererme.

Entornó los ojos mientras las lágrimas pugnaban por salir y no los abrió hasta que estuvo segura de que podía regresar al coche donde Dash la esperaba sin mostrarse abatida.

Tras un último vistazo a la tumba y a las flores que ya habían perdido algunos pétalos por el viento, se dio la vuelta, irguió la espalda y se alejó. El viento arreció y el sol asomó a través de las nubes, iluminándole la cara. Joss alzó la cabeza y se solazó con su calor mientras un sentimiento de paz la envolvía en un delicado abrazo. Era como si Carson le estuviera enviando un mensaje, o quizá simplemente estaba imaginando que él aprobaba su decisión.

Dash le mantuvo la puerta abierta, sin apartar la vista de su cara como si intentara discernir su estado anímico. Ella procuró ocultar cualquier atisbo de emoción. Estaba segura de que él pondría alguna objeción cuando oyera lo que iba a decir a continuación, y si Dash creía que estaba angustiada, no se separaría de ella el resto del día.

Joss esperó a que él se sentara al volante y se pusiera a conducir antes de darse la vuelta hacia él.

—He quedado para almorzar, así que no tienes que quedarte conmigo. Además, también tengo planes para esta noche —murmuró, dejando que él asimilara las palabras.

Dash frunció el ceño y no se esforzó por ocultar su desconcierto. Le cogió la mano cuando se detuvieron en un semáforo.

—¿Qué te pasa, cariño?

Su tono denotaba preocupación y la miraba sin parpadear.

Ella le regaló una sonrisa fugaz.

—He quedado para almorzar con Kylie y Chessy. Ya es hora de que deje de comportarme como una viuda desolada, en esta fecha tan señalada. Han pasado tres años, Dash. Carson está muerto y no volverá.

Joss hizo una breve pausa. El dolor de su afirmación la había dejado momentáneamente sin aliento. Pero tenía que decirlo, reconocerlo, y quizá si lo decía en voz alta conseguiría admitirlo de una vez por todas.

Le pareció ver un destello de alivio en los oscuros ojos de Dash, pero este desapareció tan rápidamente que no estuvo segura de si se lo había imaginado.

—¿Estás segura de que no quieres que pase a verte después del almuerzo con tus amigas?

Ella sacudió la cabeza.

—No, no es necesario. Ya te has ocupado de mí durante demasiado tiempo. Ya es hora de que empiece a valerme por mí misma. Estoy segura de que te sentirás aliviado al saber que ya no has de ocuparte de mí por miedo a que pierda la cabeza. Solo puedo decirte que siento mucho haber sido una carga durante tanto tiempo.

En aquella ocasión, un destello de rabia refulgió en los oscuros ojos de Dash.

—No eres ninguna carga, maldita sea. Era mi mejor amigo, Joss. Carson y tú significáis mucho para mí.

Ella le apretó la mano mientras él aceleraba después de que el vehículo de detrás hiciera sonar la bocina de forma insistente ante el semáforo en verde.

—Y lo valoro mucho, de verdad, valoro todo lo que has hecho por mí. Pero ha llegado la hora. He de hacerlo. Carson ha muerto, y he de aceptarlo.

Dash no contestó. Desvió la vista hacia delante, y la tensión se instaló en el interior del vehículo. ¿Acaso se había enojado por lo que le acababa de decir? Joss se había limitado a ser honesta, y, sinceramente, creía que él se sentiría aliviado al saber que ya no tendría que tratarla como una frágil figurita de cristal, que podría retomar su propia vida sin tener que concederle a ella una atención prioritaria.

Llegaron a casa de Joss. Ella se apeó, y Dash la imitó. La acompañó hasta la puerta y ella entró, no sin antes girarse hacia él para darle las gracias y despedirse.

—No es un adiós —apostilló Dash, visiblemente tenso—. Solo porque creas que ya no me necesitas no significa que esté dispuesto a desaparecer de tu vida. Será mejor que lo tengas en cuenta, Joss.

Con esa frase tajante, dio media vuelta sobre sus talones y enfiló hacia el coche a grandes zancadas. Joss se quedó boquiabierta mientras el vehículo se perdía de vista.