41

El Escriba

En honor a la verdad, se debe decir que la Forja no fue ningún invento de los Corsarios de la Vela Roja. Lo aprendieron bien de nosotros, en tiempos del rey Sapiencia. Los vetulus que ejecutaron nuestra venganza sobre las Islas del Margen sobrevolaron muchas veces ese territorio insular. Muchos marginados perecieron devorados de inmediato, pero muchos otros vivieron para recibir la sombra de los dragones tan a menudo que fueron despojados de todos sus recuerdos y sensaciones. Se convirtieron en crueles desconocidos para los suyos. Ésa era la afrenta que impulsaba a ese pueblo memorión. Cuando las Velas Rojas zarpaban, no era con la intención de conquistar el territorio ni las riquezas de los Seis Ducados. Era para vengarse. Para hacernos lo mismo que les habíamos hecho nosotros tanto tiempo atrás, en tiempos de sus tatarabuelos.

Lo que alguien sabe, otro puede descubrirlo. Contaban con eruditos y hombres sabios entre ellos, a pesar de que en los Seis Ducados se les consideraba bárbaros. Así que estudiaron la mención de los dragones en cada antiguo pergamino que pudieron encontrar. Aunque resultaría complicado hallar pruebas irrefutables, yo diría que algunas copias de pergaminos coleccionados por los Maestros de la Habilidad de Gama podrían haber sido vendidas, en los días previos a la amenaza de nuestras costas por parte de las Velas Rojas, a mercaderes marginados que pagaban bien por tales objetos. Y cuando el lento movimiento de los glaciares puso al descubierto, en sus propias orillas, un dragón tallado en piedra negra y más formaciones de la misma roca, sus hombres sabios combinaron sus conocimientos con la insaciable sed de venganza de un tal Kebal Ganapán. Decidieron crear sus propios dragones y descargar sobre los Seis Ducados la misma devastación que una vez les servimos nosotros.

Sólo un Navio Blanco fue llevado a la orilla por los vetulus cuando limpiaron Gama. Los dragones devoraron a todos sus tripulantes, hasta el último hombre. En sus bodegas se encontraron grandes bloques de lustrosa piedra negra. Encerradas en ellos, creo, estaban las vidas y sentimientos robados a las gentes de los Seis Ducados que habían sido forjadas. Sus estudios habían llevado a los eruditos marginados a creer que una roca lo suficientemente imbuida de fuerza vital podría servir para esculpir dragones que estarían a las órdenes de los marginados. Resulta escalofriante pensar cuan cerca estuvieron de descubrir el verdadero proceso de creación de un dragón.

Círculos y más círculos, como me dijo una vez el bufón. Los marginados atacaron nuestras orillas, así que el rey Sapiencia llamó a los vetulus para expulsarlos. Y los vetulus forjaron a los marginados con su Habilidad al sobrevolar sus viviendas con tanta frecuencia. Generaciones después, vinieron para asolar nuestras costas y forjar a nuestro pueblo. De modo que el rey Veraz fue a despertar a los vetulus, y éstos repelieron a los marginados. Y los forjaron en el proceso. Me pregunto si el odio se enconará de nuevo hasta que…

Suspiro y dejo la pluma a un lado. He escrito demasiado. No todas las cosas necesitan contarse. No todas las cosas deberían contarse. Cojo el pergamino y me acerco despacio a la chimenea. Tengo las piernas agarrotadas después de pasar tanto tiempo sentado encima de ellas. El día es frío y húmedo, y la niebla que llega del océano ha encontrado cada una de las viejas heridas de mi cuerpo y las ha despertado. La herida de flecha sigue siendo la peor. Cuando el frío tensa esa cicatriz, siento su tirón en todos los rincones de mi cuerpo. Tiro la vitela a las llamas. Tengo que pasar por encima de Ojos de Noche para hacerlo. Su hocico se está agrisando y a sus huesos les gusta este tiempo tan poco como a los míos.

Estás engordando. Lo único que haces es tumbarte delante de la chimenea y calentarte la sesera. ¿Por qué no sales a cazar?

Se despereza y suspira. ¿Por qué no molestas al chico en vez de a mí? Hace falta más leña para el fuego.

Pero antes de que yo lo llame, mi muchacho entra en la habitación. Arruga la nariz al oler la vitela quemada y me lanza una mirada acusadora.

—Tendrías que haberme dicho que trajera más leña. ¿Sabes cuánto cuesta la vitela?

No respondo, y él se limita a suspirar y menear la cabeza. Sale a reponer las reservas de leña.

Es un regalo de Estornino. Hace dos años que vive conmigo, y todavía no me he acostumbrado a él. Creo que yo nunca fui un niño como él. Recuerdo el día en que me lo trajo, y no puedo por menos de sonreír. Había venido, como hace todavía, dos o tres veces al año, para visitarme y echarme en cara mi vida de ermitaño. Pero esa vez trajo al muchacho consigo. El niño se quedó sentado en un poni raquítico mientras ella aporreaba mi puerta. Cuando abrí, se dio la vuelta de inmediato y lo llamó.

—Baja y ven aquí. Se está caliente.

El crío se apeó del lomo desnudo del poni y se quedó junto a él, tiritando, mirándome fijamente. El pelo negro volaba alborotado alrededor de sus rasgos. Aferraba una vieja capa de Estornino en torno a sus hombros enjutos.

—Te he traído un muchacho —anunció Estornino, y sonrió.

La miré con incredulidad.

—¿Quieres decir… que es mío?

Se encogió de hombros.

—Si te lo quieres quedar. He pensado que te vendría bien. —Hizo una pausa—. De hecho, he pensado que le vendría bien a él. El tener ropa y comida, cosas así. Me he ocupado de él cuanto he podido, pero la vida de una juglaresa…

Dejó que la frase flotara inacabada entre nosotros.

—Entonces es… O sea que tú, nosotros… —Puse mis pensamientos en orden, conteniendo la ilusión—. ¿Es hijo tuyo? ¿Mío?

Su sonrisa se ensanchó y su mirada se suavizó. Meneó la cabeza.

—¿Mío? No. ¿Tuyo? Es posible. ¿Pasaste por Cala Platija hace unos ocho años? Porque lo encontré allí hace seis meses. Estaba escarbando en un montón de desperdicios en busca de verduras. Su madre está muerta y tiene cada ojo de un color, así que su tía no quiso saber nada de él. Dice que es un bastardo hijo del demonio. —Ladeó la cabeza y sonrió al añadir—: Así que supongo que podría ser tuyo. —Se giró de nuevo y alzó la voz—. Que entres, te digo. Se está caliente. Y vive un lobo de verdad con él. Verás como te gusta Ojos de Noche.

Percán es un niño extraño, con un ojo marrón y otro azul. Su madre no fue muy amable con él y sus primeros recuerdos no son demasiado buenos. La mujer le puso el nombre de Percance. Quizá para ella lo fuera. Yo lo llamo «muchacho» la mayoría de las veces. No parece que le importe. Le he enseñado las letras y los números, y a cultivar y recoger hierbas. Tenía siete años cuando lo conocí. Ahora está a punto de cumplir los diez. Es bueno con el arco. Ojos de Noche lo tiene en buena estima. Caza bien para el viejo lobo.

Estornino me trae noticias cuando viene. No siempre se lo agradezco. Han cambiado demasiadas cosas, todo me resulta extraño. Lady Paciencia gobierna en Puesto Vado. De sus campos de cáñamo ahora sale tanto papel como cuerda de buena calidad. El tamaño de los jardines del lugar se ha duplicado. La estructura que antes era el Círculo del Rey es ahora un jardín botánico lleno a rebosar de plantas procedentes de todos los rincones de los Seis Ducados y más allá.

Burrich, Molly y sus hijos están bien. Tienen a Ortiga, al pequeño Hidalgo y hay otro en camino. Molly cuida de sus colmenas y su tienda de velas, en tanto Burrich ha aprovechado el dinero que le reporta alquilar a Rubí y al potro de Hollín para empezar a criar caballos de nuevo. Estornino sabe estas cosas, pues fue ella la que dio con ellos y se ocupó de que le fueran devueltos Rubí y el potro de Hollín. El viejo Hollín era demasiado viejo para sobrevivir al viaje desde las montañas. Molly y Burrich creen que hace muchos años que morí. A veces yo también lo creo. Nunca le he preguntado dónde viven. Nunca he visto a los niños. En verdad, soy digno hijo de mi padre.

Kettricken dio a luz a un niño, el príncipe Dedicado. Estornino me dijo que tiene el color de su padre, aunque parece que será un hombre más alto y cimbreño, tal vez como Rurisk, el hermano de Kettricken. En su opinión es más serio de lo que debería ser un muchacho, pero todos sus tutores están encantados con él. Su abuelo recorrió todo el camino desde el Reino de las Montañas para ver al niño que algún día gobernará ambos territorios. Le cayó bien el muchacho. Me pregunto qué pensaría su otro abuelo de todo lo que desencadenó su firma de tratados.

Chade ya no vive en la sombra, sino como honorable consejero de la reina. Según Estornino, es un viejo presumido al que le gusta demasiado rodearse de jovencitas. Pero sonríe cuando lo dice, y El día del juicio de Chade Estrellafugaz será la canción por la que será recordada cuando muera. Estoy seguro de que él conoce mi paradero, pero nunca ha venido a buscarme. Mejor así. A veces, cuando viene Estornino, me trae curiosos pergaminos antiguos, y semillas y raíces de hierbas extrañas. En ocasiones me trae papel de calidad y vitela blanca. No hace falta que le pregunte de dónde lo saca. A veces le doy a cambio pergaminos que he redactado yo mismo: dibujos de hierbas, donde describo sus virtudes y riesgos; un resumen del tiempo que pasé en aquella antigua ciudad; informes de mis viajes por Chalaza y los territorios que se extienden más allá. Siempre se los lleva obsequiosa.

Una vez fue un mapa de los Seis Ducados lo que me trajo. Lo había empezado pulcramente Veraz con sus tintas, pero jamás llegó a completarlo. A veces lo miro y pienso en los lugares que le podría añadir. Pero lo he colgado tal y como está en mi pared. No creo que lo cambie nunca.

En cuanto al bufón, volvió al castillo de Torre del Alce. Por poco tiempo. La Chica del Dragón lo dejó allí, y lloró cuando ella se fue sin él. De inmediato lo aclamaron como héroe y gran guerrero. Estoy seguro de que fue eso lo que lo impulsó a huir. No aceptó el título ni las tierras de Regio. Nadie sabe con certeza adonde fue el bufón ni qué fue de él después de aquello. Estornino cree que regresó a su tierra natal. Es posible. Quizá allí, en alguna parte, haya un juguetero que confeccione marionetas que asombren y deleiten. Espero que luzca un pendiente de plata y azul. Las marcas que me dejó en la muñeca se han borrado hasta adoptar un gris polvoriento.

Creo que siempre lo echaré de menos.

Tardé seis años en volver a Gama. Uno lo pasamos en las montañas. Otro con Rolf el Negro. Ojos de Noche y yo aprendimos muchas cosas sobre nuestra especie durante el tiempo que pasamos allí, pero descubrimos que preferíamos nuestra propia compañía. Pese a los intentos de Acebo, la hija de Ollie me echó un vistazo y decidió que no le gustaba. No hirió mis sentimientos en absoluto y me proporcionó una excusa para reemprender mi camino.

Hemos estado al norte de las Islas Cercanas, donde los lobos son tan blancos como los osos. Hemos estado al sur de Chalaza, y aun al otro lado del Mitonar. Hemos recorrido las orillas del río Pluvia y navegado sus aguas en una balsa. Hemos descubierto que a Ojos de Noche no le hace gracia viajar en ningún tipo de embarcación, y que a mí no me gustan las tierras donde nunca es invierno. Hemos estado más allá de los límites de los mapas de Veraz.

Pensaba que jamás regresaría a Gama. Pero regresamos. Los vientos de otoño nos trajeron aquí un año, y no hemos vuelto a marcharnos. La cabaña que reclamamos para nosotros perteneció en su día a un carbonero. No está lejos de Forja o, mejor dicho, del antiguo emplazamiento de Forja. El mar y los inviernos han devorado la ciudad y ahogado sus nefastos recuerdos. Algún día, quizá, la gente vuelva en busca del rico mineral de hierro. Pero todavía no.

Cuando viene Estornino, me reprende y me dice que todavía soy un hombre joven. Me pregunta qué fue de mi sueño de tener una vida propia algún día. Le respondo que ya la he encontrado. Aquí, en mi cabaña, con mis escritos, mi lobo y mi muchacho. A veces, cuando se acuesta conmigo y me quedo tendido, escuchando su suave respiración, pienso que me levantaré a la mañana siguiente y encontraré un nuevo significado para mi vida. Pero la mayoría de las mañanas, cuando me levanto dolorido y anquilosado, pienso que ya no tengo nada de joven. Soy un anciano atrapado en el cuerpo maltrecho de un joven.

La Habilidad no duerme tranquila en mi interior. Sobre todo en verano, cuando paseo por los acantilados y contemplo las aguas, siento la tentación de sondear como hacía Veraz. Y a veces lo hago, y por un instante sé qué ha caído en las redes de la pescadora, cuáles son las preocupaciones cotidianas del oficial de cubierta del buque mercante que surca las olas. El tormento, como me dijo Veraz en su día, es que nadie sondea nunca hacia ti. Una vez, cuando el ansia de Habilidad amenazaba con volverme loco, llegué a sondear incluso en busca de Veraz el Dragón, implorándole que me escuchara y respondiera.

No lo hizo.

Las camarillas de Regio hace tiempo que se desbandaron por falta de un Maestro de la Habilidad que las instruyera. No siento nada, ni siquiera las noches en que habilito desesperado, solitario como el aullido de un lobo, suplicando a cualquiera que me responda. Ni tan sólo un eco. Luego me siento junto a mi ventana y contemplo la bruma que cubre el cabo de la Isla de los Antílopes. Aprieto las manos para impedir que tiemblen y me resisto a arrojarme al río de Habilidad que me aguarda, esperando siempre para arrastrarme. Qué fácil sería. A veces lo único que me retiene es el roce de una mente de lobo contra la mía.

Mi muchacho ha aprendido lo que significa esa expresión y calcula meticulosamente la dosis de corteza feérica necesaria para embotarme. Le añade llévame para que pueda conciliar el sueño, y jengibre para disimular el amargor de la corteza. Luego me trae papel, pluma y tinta y me deja escribiendo. Sabe que cuando llegue el alba me encontrará con la cabeza reposada encima de la mesa, dormido en medio de las hojas esparcidas, con Ojos de Noche tumbado a mis pies.

Soñando que esculpimos nuestro dragón.