El Dragón de Veraz
Los soldados de los Seis Ducados entraron en el Lago Azul y zarparon de la lejana orilla y del Reino de las Montañas el mismo día que las Velas Rojas empezaban a remontar el río Vin con rumbo a Puesto Vado, que nunca había sido una ciudad fortificada. Aunque la noticia de la llegada de los navios los precedió gracias a un veloz mensajero, la nueva fue recibida con un desdén generalizado. ¿Qué amenaza suponían doce barcos cargados de bárbaros para una ciudad tan grande como Puesto Vado? Se alertó a la guardia de la ciudad y algunos de los comerciantes de la zona portuaria tuvieron la precaución de sacar sus mercancías de los almacenes próximos al agua, pero la actitud general era que si conseguían remontar el río hasta Puesto Vado, los arqueros abatirían fácilmente a los corsarios antes de que pudieran ocasionar daños de consideración. El consenso general era que las naves debían de traer alguna oferta de tregua al rey de los Seis Ducados. Mucho se debatió sobre cuánto terreno de los ducados costeros pedirían que se les cediera, y el posible valor de reabrir el comercio con las Islas del Margen, por no hablar de restaurar la ruta comercial del río Alce.
Este no es sino un ejemplo más de los errores que se pueden cometer cuando uno cree conocer los deseos del enemigo y actúa en consecuencia. Los vecinos de Puesto Vado atribuían a los Corsarios de la Vela Roja el mismo deseo de prosperidad y abundancia que sentían ellos. Basar su estimación de las Velas Rojas sobre ese móvil fue un craso error.
Creo que Kettricken no aceptó la idea de que Veraz debía morir para que el dragón se avivara hasta el mismo momento en que el rey se despidió de ella. La besó con mucha ternura, con las manos y los brazos lejos de ella, con la cabeza ladeada para que ningún tiznóte plateado le tocase la cara. Pese a todo eso, fue un beso tierno, ávido y prolongado. Ella se aferró a él un momento más. Luego él le musitó unas palabras. Kettricken se llevó las manos al vientre de inmediato.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó, mientras las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas.
—Lo sé —dijo él con firmeza—. Por eso mi primera tarea será llevarte de regreso a Jhaampe. Esta vez debes estar a salvo.
—Mi lugar está en el castillo de Torre del Alce —protestó ella.
Pensé que iban a discutir. Pero:
—Tienes razón. Ése es tu sitio. Y allí te transportaré. Adiós, mi amor.
Kettricken no respondió. Se quedó viendo cómo se alejaba de ella, con una intensa expresión de incomprensión en el rostro.
Con la cantidad de días que habíamos dedicado a buscar esto mismo, al final parecía algo apresurado y desordenado. Hervidera deambulaba renqueante junto al dragón. Se había despedido de todos nosotros con aire distraído. Ahora aguardaba al lado de la estatua, resollando como si acabara de echar una carrera. Tocaba el dragón sin cesar, acariciándolo con la yema de los dedos, rozándolo con la palma de la mano. Ondeaban colores tras la estela de su mano para luego desvanecerse lentamente.
Veraz fue más considerado con sus despedidas. Advirtió a Estornino:
—Cuida de mi señora. Entona bien tus canciones y no permitas que persona alguna dude que el hijo que porta es mío. Te encomiendo esa verdad, juglaresa.
—Haré todo lo que pueda, mi rey —repuso solemne Estornino.
Fue a situarse junto a Kettricken. Iba a acompañar a la reina en el amplio lomo del dragón. No dejaba de frotarse las palmas de las manos en la pechera de su túnica para secarse el sudor y de comprobar que la mochila donde guardaba su arpa estaba segura a su espalda. Me dirigió una sonrisa nerviosa. Ninguno de los dos necesitábamos más adiós que ése.
Mi decisión de quedarme había causado cierto revuelo.
—Los soldados de Regio están más cerca a cada momento —volvió a recordarme Veraz.
—En ese caso deberíais apresuraros, para que no me encuentren en esta cantera cuando lleguen —le recordé yo a él.
Frunció el ceño.
—Si veo que las tropas de Regio están en la carretera, me ocuparé de que no lleguen hasta aquí.
—No pongas en peligro a mi reina.
Ojos de Noche era mi excusa para quedarme. No le apetecía montar a lomos de ningún dragón. Yo no estaba dispuesto a abandonarlo. Estaba seguro de que Veraz comprendía mis verdaderos motivos. No pensaba que pudiera regresar a Gama. Ya había hecho que Estornino me prometiera que no me mencionaría en ninguna canción.
No era una promesa fácil de arrancar a una rapsoda, pero insistí. No quería que Burrich o Molly descubrieran jamás que seguía con vida. «Con esto, mi querido amigo, has desempeñado tu papel de sacrificio», me había dicho quedamente Kettricken. No podría brindarme mayor cumplido. Sabía que mi nombre no escaparía jamás de sus labios.
El bufón era el que más impedimentos ponía. Todos le urgíamos a que acompañara a la reina y la juglaresa. Se negaba tenazmente.
—El Profeta Blanco tiene que quedarse con el catalizador —era todo cuanto decía.
En mi fuero interno, pensaba que tenía que ver más bien con que el bufón quería quedarse con la Chica del Dragón. Se había obsesionado con la estatua y eso me atemorizaba. Tendría que separarse de ella antes de que las tropas de Regio llegaran a la cantera. Así se lo había dicho en privado, y él se había avenido sin rechistar, pero con expresión ausente. No dudaba de que tenía sus propias intenciones. Nos habíamos quedado sin tiempo para seguir discutiendo con él.
Llegó el momento en que Veraz no tuvo más motivos para demorarse. Nos habíamos dicho poco, pero tenía la impresión de que había poco que pudiéramos decirnos. Todo lo que había ocurrido ahora se me antojaba inevitable. Era tal y como el bufón decía. Al volver la vista atrás, podía ver los lugares donde hacía tiempo que sus profecías nos habían empujado hacia este canal. Nadie tenía la culpa. Nadie estaba libre de culpa.
Me saludó con la cabeza, antes de girarse y dirigirse al dragón. Se detuvo de repente. Al darse la vuelta, estaba desabrochándose su maltrecho cinto. Se me acercó, envolviendo el cinturón alrededor de la vaina sobre la marcha.
—Toma mi espada —dijo de pronto—. A mí no va a hacerme falta. Y parece que has perdido la última que te regalé. —Se interrumpió de improviso con un pie en el aire, como si reconsiderara. Se apresuró a desenvainar la espada. Pasó una mano plateada por la hoja una última vez, dejándola reluciente con su toque. Tenía la voz ronca cuando dijo—: Sería una ofensa para el talento de Capacho entregar esta espada con el filo embotado. Cuida de ella mejor que yo, Traspié. —Volvió a enfundarla y me la entregó. Me miró a los ojos mientras la aceptaba—. Y cuida de ti mismo mejor que yo. Te quería, lo sabes —dijo bruscamente—. A pesar de todo lo que te he hecho, te quería.
Al principio no se me ocurrió qué responder a eso. Luego, mientras él llegaba hasta su dragón y apoyaba las manos en su frente, le dije: Nunca lo he dudado. Nunca dudes que yo te quería.
No creo que olvide jamás la sonrisa que me lanzó por encima del hombro. Sus ojos buscaron por última vez a su reina. Apretó las manos con fuerza sobre la cincelada cabeza del dragón. La observó mientras desaparecía. Por un instante, pude oler la piel de Kettricken, recordar el sabor de su boca sobre la mía, la tersa calidez de sus hombros entre mis manos. Luego el tenue recuerdo se desvaneció, Veraz se desvaneció y Hervidera se desvaneció. Para mi Maña y mi Habilidad desaparecieron tan completamente como si los hubieran forjado. Por un inquietante momento, vi el cuerpo vacío de Veraz. Luego se vertió en el dragón. Hervidera estaba apoyada en el hombro de la criatura. Desapareció antes que Veraz, propagándose por las escamas en forma de plata y turquesa. El color inundó al dragón y lo subsumió. Nadie respiraba, salvo Ojos de Noche, que gañía suavemente. Una inmensa quietud imperaba bajo el sol del estío. Oí cómo Kettricken contenía un sollozo.
Entonces, como una ráfaga de viento inesperada, el gran cuerpo escamoso insufló aire en sus pulmones. Sus ojos, cuando los abrió, eran negros y resplandecientes, los ojos de un Vatídico, y supe que Veraz miraba a través de ellos. Levantó su enorme cabeza sobre el cuello sinuoso. Se estiró como un gato, encorvando y rotando unos hombros reptiles, extendiendo sus garras. Al echar hacia atrás sus zarpas, las garras trazaron profundos surcos en la piedra negra. De repente, igual que atrapa el viento una vela, sus inmensas alas se desplegaron. Las agitó, como un halcón atusando su plumaje, y volvió a recogerlas sobre el cuerpo. Su cola restalló una sola vez, levantando remolinos de piedritas y polvo. La poderosa cabeza se giró, sus ojos nos pedían que nos sintiéramos tan complacidos como él con su nuevo ser.
Veraz el Dragón se adelantó para presentarse ante su reina. La cabeza que inclinó ante ella la empequeñecía. La vi reflejada de cuerpo entero en un solo ojo negro y resplandeciente. Luego el dragón hundió un hombro ante ella, rogándole que montara.
Por un instante, el pesar se apoderó del rostro de Kettricken, hasta que tomó aire y se convirtió en la reina. Dio un paso adelante sin vacilación. Apoyó una mano en el reluciente hombro azul de Veraz. Las escamas eran resbaladizas y Kettricken patinó un poco al auparse sobre su lomo y gatear hacia delante, donde montó sobre su cuello a horcajadas. Estornino me dirigió una mirada, de asombro y terror, y siguió a la reina más despacio. La vi colocarse detrás de Kettricken y comprobar más de una vez que la mochila de su arpa estuviera segura a su espalda.
Kettricken alzó un brazo para despedirse de nosotros. Gritó algo, pero las palabras se perdieron en el viento que levantaron las alas del dragón al abrirse. Las batió una vez, dos, tres, como si se deleitara con la sensación. El polvo y las esquirlas de roca me azotaron el rostro y Ojos de Noche se apretó contra mi pierna. El dragón se agazapó al recoger las grandes patas bajo su cuerpo. Las amplias alas turquesas batieron de nuevo y saltó de repente. No fue un despegue grácil, y se balanceó un poco al levantar el vuelo. Vi cómo se aferraba desesperadamente Estornino a Kettricken, pero ésta se inclinó sobre el cuello de la bestia, lanzando gritos de aliento. Cuatro aleteos y cubrieron la mitad de la cantera. El dragón se elevó, sobrevolando en círculos las colinas y los árboles que rodeaban la cantera. Le vi bajar las alas y girarse para inspeccionar la senda de la Habilidad que conducía a la cantera. Luego sus alas empezaron a batir con firmeza, elevándolo cada vez más. Su vientre era de un blanco azulado, como el de una lagartija. Entorné los párpados para verlo recortado contra el firmamento de verano. Después, como una flecha azul y plateada, desapareció, rumbo a Gama. Mucho después de que se perdiera de vista, seguía buscándolo con la mirada.
Solté el aliento por fin. Estaba temblando. Me enjugué los ojos con la manga y me volví hacia el bufón, que no estaba allí.
—Ojos de Noche, ¿dónde está el bufón?
Los dos sabemos dónde está. No hace falta que grites.
Sabía que tenía razón. Pero no podía reprimir la urgencia que sentía. Bajé corriendo la rampa de piedra, dejando el estrado vacío a mi espalda.
—¿Bufón? —exclamé al llegar a la tienda.
Me detuve incluso para mirar en su interior, con la esperanza de que estuviera empaquetando lo que necesitaríamos llevar con nosotros. No sé por qué me recreé con una esperanza tan ingenua.
Ojos de Noche no se había demorado. Cuando llegué hasta la Chica del Dragón, él ya estaba allí. Se había sentado pacientemente, con la cola enroscada en los pies, observando al bufón. Aminoré el paso cuando lo vi. Mi premonición de peligro se disipó. Estaba sentado al borde del estrado, con las piernas colgando y la cabeza apoyada en la pata del dragón. La superficie del estrado estaba sembrada de esquirlas recientes. Me acerqué a él. Tenía la mirada vuelta hacia el cielo y una expresión pensativa en la cara. En contraste con la exuberante piel verde del dragón, la del bufón ya no era blanca, sino del dorado más pálido. Su cabello sedoso mostraba incluso un tinte leonino. Los ojos que fijó en mí eran topacios descoloridos. Meneó la cabeza despacio, pero no habló hasta que me apoyé en el pedestal.
—Tenía esperanzas. No podía evitar tener esperanzas. Pero hoy he visto lo que hay que poner en el dragón para conseguir que vuele. —Zangoloteó la cabeza con más fuerza—. Y aunque tuviera la Habilidad necesaria para dárselo, no tengo tanto para dar como hace falta. Aunque me consumiera por entero, no sería suficiente.
No le dije que ya lo sabía. Ni siquiera le dije que lo sospechaba desde el principio. Por fin había aprendido algo de Estornino Gorjeador. Le dejé gozar del silencio por un instante. A continuación dije:
—Ojos de Noche y yo vamos a buscar dos jeppas. Cuando regrese, será mejor que recojamos deprisa y nos vayamos. No he visto que Veraz se lanzara en pos de nadie. Quizá eso signifique que las tropas de Regio todavía están lejos. Pero no quiero correr ningún riesgo.
Inhaló hondo.
—Eso es prudente. Va siendo hora de que este bufón empiece a ser prudente. Cuando vuelvas, te ayudaré a preparar los bultos.
Comprendí entonces que aferraba todavía la espada envainada de Veraz. Me quité la sencilla espada corta y la reemplacé con el arma que había forjado Capacho para Veraz. Pesaba de forma extraña contra mí. Le ofrecí la espada corta al bufón.
—¿La quieres?
Me miró de soslayo, sorprendido.
—¿Para qué? Soy un bufón, no un asesino. Nunca he aprendido a utilizar una.
Lo dejé allí para que se despidiera. Mientras salíamos de la cantera y nos dirigíamos al bosque donde habíamos visto ramoneando a las jeppas, el lobo levantó el hocico y husmeó.
De Carrod sólo queda un mal olor, comentó al pasar cerca de su cadáver.
—Supongo que debería haberlo enterrado —dije, más para mí que para él.
No tiene sentido enterrar una carne que ya se ha podrido, observó desconcertado.
Dejé atrás la columna negra, aunque no sin un estremecimiento. Descubrí a las jeppas extraviadas en una pradera empinada. Se resistieron más de lo esperado a ser recogidas. Ojos de Noche disfrutó juntándolas, considerablemente más que ellas o yo. Escogí a la jeppa guía y a otra, pero mientras me las llevaba, las demás decidieron desfilar tras nuestros pasos. Debería habérmelo imaginado. Esperaba que el resto se quedara y se asilvestrara. No me hacía gracia la idea de tener seis jeppas pisándome los talones todo el camino de vuelta hasta Jhaampe. Se me ocurrió una nueva idea mientras las conducía más allá del pilar, hacia el interior de la cantera.
No tenía por qué regresar a Jhaampe.
Aquí la caza es más abundante que en muchos sitios.
Tenemos que pensar en el bufón, no sólo en nosotros.
¡No dejaré que pase hambre!
¿Y cuando llegue el invierno?
Cuando llegue el invierno, pues… ¡Lo están atacando! Ojos de Noche no me esperó. Me adelantó corriendo, un destello gris y bajo, arañando con sus garras la piedra negra del suelo de la cantera sobre la marcha. Solté a las jeppas y corrí tras él. El olfato del lobo me hablaba del olor a humano que había en el aire. Un instante después, había identificado a Burl, al tiempo que se abalanzaba sobre ellos.
El bufón no se había separado de la Chica del Dragón. Allí lo había encontrado Burl. Debía de haber sido muy sigiloso, pues no era fácil pillar por sorpresa al bufón. Quizá su obsesión lo hubiera traicionado. En cualquier caso, Burl había infligido la primera herida. La sangre corría por el brazo del bufón y goteaba de sus dedos. Había dejado manchurrones rojizos por todo el costado del dragón al encaramarse a él. Ahora se aferraba con los pies a los hombros de la muchacha y con una mano a la mandíbula inferior del dragón. Con su mano libre blandía su cuchillo. Contemplaba a Burl desde su atalaya encolerizado, expectante. La Habilidad bullía en Burl, que estaba enfurecido y frustrado.
Burl se había encaramado al estrado y se proponía trepar al dragón mientras sé esforzaba por estirar el brazo e imponer un toque de Habilidad sobre el bufón. La lustrosa piel escamosa lo desafiaba. Solamente alguien tan ágil como el bufón podría haber resquilado hasta el lugar donde se aferraba justo fuera del alcance de Burl. Éste desenvainó su espada presa de la frustración y la blandió contra los pies del bufón. La punta pasó de largo, aunque no por mucho, y su filo tañó contra la espalda de la muchacha. El bufón gritó con tanta fuerza como si el arma lo hubiera golpeado realmente, e intentó ascender todavía más. Vi cómo resbalaba su mano allí donde su propia sangre había untado la piel del dragón. Se cayó, arañando la piedra con frenesí mientras aterrizaba con fuerza detrás de la silla de la muchacha en el lomo del dragón. Vi cómo se golpeaba la cabeza de refilón con el hombro del jinete. Pareció quedarse aturdido, agarrado donde estaba.
Burl levantó su espada para descargar una segunda estocada, un golpe que podría cercenar limpiamente la pierna del bufón. En cambio, tan silencioso como el odio, el lobo subió al estrado y arremetió contra Burl por la espalda. Seguía corriendo hacia ellos cuando vi cómo el impacto de Ojos de Noche lanzaba a Burl hacia delante y lo estrellaba contra la Chica del Dragón. Cayó de rodillas junto a la estatua. Su estocada falló y repicó de nuevo contra la resplandeciente piel verde del dragón. Oleadas de color surgieron de ese choque del metal contra la piedra, como las ondas que genera un guijarro al caer en un estanque.
Llegué al estrado cuando Ojos de Noche proyectaba su cabeza hacia delante. Sus mandíbulas se cerraron, asiendo a Burl por detrás, entre el hombro y el cuello. Burl soltó un alarido, con voz asombrosamente estridente. Soltó la espada y levantó las manos para agarrar las feroces fauces del lobo. Ojos de Noche lo zarandeó como a un conejo. Luego el lobo clavó las patas delanteras en la ancha espalda de Burl y afianzó su presa.
Algunas cosas ocurren demasiado deprisa como para referirlas con exactitud. Sentí a Will detrás de mí al tiempo que el salvaje borboteo de la sangre de Burl se convertía en un inesperado torrente. Ojos de Noche había destrozado la gran vena de su garganta y la vida de Burl bombeaba fuera de su cuerpo en sincopadas rachas escarlatas. ¡Para ti, hermano!, dijo Ojos de Noche al bufón. ¡Esta presa es para ti! Ojos de Noche no sólo no lo soltó, sino que lo zarandeó de nuevo. La sangre saltó como el chorro de una fuente cuando Burl se debatió, ajeno al hecho de que ya estaba muerto. La sangre bañó la lustrosa piel del dragón y se derramó sobre ella, para encharcarse en los pozos que había escarbado el bufón al intentar liberar sus patas y su cola. Y allí la sangre burbujeó y humeó, devorando la roca igual que devoraría el agua hirviendo un bloque de hielo. Las escamas y las garras de los cuartos traseros del dragón se revelaron, se expuso el detalle de la cola restallante. Y cuando Ojos de Noche soltó por fin el cuerpo sin vida de Burl, el dragón desplegó las alas.
La Chica del Dragón levantó el vuelo como hacía tanto tiempo que se esforzaba por conseguir. Pareció despegar sin esfuerzo, casi como si flotara. El bufón ascendió con ella. Lo vi agacharse, agarrarse instintivamente al talle de la esbelta muchacha. No podía verle la cara. Atisbé en cambio los ojos vacuos y los labios inmóviles del rostro de la joven. Quizá viera con sus ojos, pero estaba tan unida al dragón como sus alas o su cola; era un mero apéndice más, al que el bufón se aferraba mientras se elevaban cada vez más.
Todo esto lo vi, pero no porque me quedara embelesado mirando. Lo vi en fragmentos, a través de los ojos del lobo. Mi mirada se fijó en Will, que pretendía asaltarme por la espalda. Blandía una espada y corría veloz. Desenvainé la espada de Veraz al girarme y descubrí que tardaba más tiempo en liberarse del que acostumbraba a tardar la espada corta a la que me había habituado.
La fuerza de la Habilidad de Will me golpeó como una ola arrolladora en el momento que la punta de la espada de Veraz se liberaba de su funda. Trastabillé un paso hacia atrás y levanté mis barreras contra él. Me conocía bien. Esa primera oleada se había compuesto no sólo de temor, sino de dolores específicos. Estaban preparados especialmente para mí. Experimenté de nuevo la conmoción al romperse mi nariz, sentí cómo ardía mi cara al abrirse aunque esta vez no hubiera sangre caliente que me cayera sobre el pecho como la hubo una vez. Por espacio de un latido, lo único que pude hacer fue mantener mis muros firmes contra ese dolor atenazador. De repente la espada que blandía me parecía de plomo. Pesaba en mi mano, su punta buscaba el suelo.
La muerte de Burl me salvó. Cuando Ojos de Noche soltó su cadáver, vi que esa muerte se estrellaba contra Will. Cerró casi los ojos a causa de su impacto. El último miembro de su camarilla había desaparecido. Sentí que Will disminuía de pronto, no sólo porque la Habilidad de Burl había dejado de complementar la suya, sino porque el pesar se abatía sobre él. Encontré en mi mente una imagen del cadáver descompuesto de Carrod y se la lancé para asegurarme. Retrocedió tambaleándose.
—¡Has fracasado, Will! —escupí las palabras—. El dragón de Veraz ya ha levantado el vuelo. Sus alas lo conducen ahora hacia Gama. Su reina viaja con él, embarazada de su heredero. El legítimo rey reclamará su trono y su corona, liberará sus costas de corsarios y expulsará a los soldados de Regio de las montañas. Da igual lo que hagas conmigo ahora, habéis perdido. —Una extraña sonrisa me curvó los labios—. Yo gano.
Rugiendo, Ojos de Noche avanzó para situarse a mi lado.
La expresión de Will se alteró. Regio me miró a través de sus ojos. La muerte de Burl lo dejaba tan indiferente como le dejaría la de Will. No sentí pesar en él, tan sólo rabia ante su merma de poder.
—A lo mejor —dijo con la voz de Will— lo único que debería preocuparme ahora es matarte, bastardo. Cueste lo que cueste.
Sonrió, la sonrisa de quien sabe qué dirán los dados antes de que dejen de rodar. Experimenté un momento de incertidumbre y temor. Reforcé mis murallas contra las insidiosas tácticas de Will.
—¿De verdad crees que un espadachín tuerto tiene alguna posibidad de derrotarnos a mi lobo y a mí, Regio? ¿O es que planeas desperdiciar su vida como has hecho ya con la del resto de la camarilla?
Planteé la pregunta con la tenue esperanza de sembrar la discordia entre ellos.
—¿Por qué no? —preguntó Regio con calma, con la voz de Will—. ¿O acaso pensabas que era tan estúpido como mi hermano, que me conformaría con una sola camarilla?
Una ola de Habilidad se abatió sobre mí, con la fuerza de un muro de agua. Retrocedí ante ella, antes de recuperarme y cargar contra Will. Tendría que matarlo cuanto antes. Regio controlaba la Habilidad de Will. Poco le importaba lo que le ocurriera a Will, cómo podría devastarlo si me asesinara con un estallido de Habilidad. Podía sentir cómo acumulaba poder de la Habilidad en su interior. Pero mientras ponía toda mi alma en matar a Will, las palabras de Regio me corroían por dentro. ¿Otra camarilla?
Tuerto o no, Will era rápido. Su espada era una extensión de su cuerpo cuando detuvo mi primera estocada y me la devolvió. Deseé por un instante contar con la familiaridad de mi maltrecha espada corta. Luego descarté esos pensamientos por inútiles y me concentré en traspasar su guardia. El lobo me adelantó veloz, agazapado, con la intención de cernirse sobre Regio desde el lado ciego de Will.
—¡Tres nuevas camarillas! —jadeó Will con esfuerzo al parar de nuevo mi filo. Esquivé su acometida e intenté capturar su espada. Era demasiado rápido—. Usuarios de la Habilidad jóvenes y fuertes. Para esculpir mis propios dragones. —Un tajo fugaz cuya brisa sentí—. Dragones a mis órdenes, leales a mí. Dragones con los que aniquilar a Veraz, entre sangre y escamas.
Giró y lanzó una estocada a Ojos de Noche. El lobo se apartó de un salto. Salté hacia delante, pero su hoja ya estaba lista para frenar la mía. Combatía con una velocidad asombrosa. ¿Otro efecto de la Habilidad? ¿O una ilusión de Habilidad que imponía sobre mí?
—Después exterminarán a las Velas Rojas. Para mí. Y abrirán los pasos de las montañas. El Reino de las Montañas también será mío. Me convertiré en un héroe. Nadie se opondrá a mí. —Su espada chocó con fuerza contra la mía, una sacudida que sentí en el hombro. También sus palabras me estremecieron. Resonaban con verdad y determinación. Imbuidas de Habilidad, me golpeaban con la sólida fuerza de la desesperanza—. Gobernaré la senda de la Habilidad. La antigua ciudad será mi nueva capital. Todos mis usuarios de la Habilidad se sumergirán en el río de magia.
Otro ataque sobre Ojos de Noche. Cortó limpiamente un mechón de pelo de su hombro. Y de nuevo esa abertura se cerró demasiado deprisa para mi torpe hoja. Me sentía como si estuviera hundido hasta los hombros en el agua y me enfrentara a un rival cuya espada era liviana como una brizna de hierba.
—¡Bastardo estúpido! ¿Creías en serio que me importaba una zorra preñada, un dragón alado? La cantera es la verdadera recompensa, el trofeo que habéis dejado desprotegido para mí. ¡El lugar del que surgirá una decena, no, un centenar de dragones!
¿Cómo podíamos haber sido tan ilusos? ¿Cómo era posible que no nos hubiéramos dado cuenta de las verdaderas intenciones de Regio? Habíamos pensado con el corazón, en la gente de los Seis Ducados, los granjeros y pescadores que necesitaban la fuerza de su rey para defenderse. ¿Pero Regio? Él sólo pensaba en lo que podría reportarle la Habilidad. Supe cuáles serían sus próximas palabras antes de que las pronunciara.
—En el Mitonar y en Chalaza hincarán la rodilla ante mí. Y en las Islas del Margen, se inclinarán ante mi nombre.
¡Vienen más! ¡Por arriba!
La advertencia de Ojos de Noche estuvo a punto de costarme la vida, pues en el instante que levanté la cabeza, Will se abalanzó sobre mí. Cedí terreno, corriendo casi para esquivar su espada. Lejos, detrás de él, procedentes de la boca de la cantera, una decena de hombres corría hacia nosotros, espadas en ristre. No avanzaban llevando el paso, sino con una sincronía mucho más precisa de la que podría haber conseguido cualquier tropa normal. Una camarilla. Sentí su Habilidad mientras se acercaban como los vientos que preceden a la galerna. Will se detuvo de pronto. Mi lobo corrió a su encuentro, enseñando los dientes, gruñendo.
¡Ojos de Noche! ¡Para! ¡No puedes enfrentarte a diez espadas empuñadas por una sola mente!
Will bajó su arma y la envainó con indiferencia. Llamó a la camarilla por encima de su hombro.
—No os molestéis. Dejad que los arqueros acaben con ellos.
Un vistazo a las altas paredes de la cantera bastó para indicarme que no se trataba de ningún farol. Había soldados uniformados de oro y pardo colocándose en posición. Comprendí que ése era el propósito de las tropas. No derrotar a Veraz, sino ocupar la cantera. Me cubrió otra oleada de humillación y desesperación. Levanté la espada y cargué sobre Will. Al menos a él podía matarlo.
Una flecha rebotó en la roca donde me encontraba un momento antes, otra se escurrió entre las patas de Ojos de Noche. Surgió un grito procedente de las paredes de la cantera al oeste de nosotros. La Chica del Dragón voló bajo, con el bufón subido a su espalda y un arquero dorado y marrón retorciéndose entre las fauces del dragón. El hombre desapareció de improviso, un penacho de humo o vapor disipado por el viento que levantaba la criatura a su paso. El dragón bajó las alas, descendió de nuevo, apresando a otro arquero y enviando a otro de un salto al fondo de la cantera. Otra vaharada de humo.
En el suelo de la cantera, todos estábamos paralizados, boquiabiertos. Will se recuperó antes que yo. Una orden airada a sus arqueros, impregnada de Habilidad.
—¡Disparad! ¡Derribadlo!
Casi al instante una falange de flechas silbó hacia el dragón. Algunas se arquearon y cayeron antes de llegar a él. El dragón desvió el resto con un único y poderoso aleteo. Las flechas se desbarataron ante la violencia del viento y cayeron girando como briznas de paja para romperse contra el suelo de la cantera. De pronto la Chica del Dragón se abalanzó en picado sobre Will.
Huyó. Creo que Regio lo abandonó al menos durante el tiempo que tardó en tomar esa decisión. Corrió, y por un instante pareció que persiguiera al lobo que ya había acortado la distancia que lo separaba de la camarilla. Sólo que en el momento que la camarilla comprendió que Will escapaba hacia ellos con un dragón cortando el aire a su espalda, giraron sobre sus talones y emprendieron la huida a su vez. Percibí el deleite triunfal que sintió Ojos de Noche al ver que toda una decena de espadachines prefería correr a hacerle frente. Luego se tiró al suelo cuando la Chica del Dragón sobrevoló bajo por encima de nuestras cabezas.
No fue sólo el fuerte viento de su paso lo que sentí, sino también un vertiginoso golpe de Habilidad, que en un instante arrebató de mi cabeza cualquier pensamiento que albergara. Como si el mundo se hubiera sumido de improviso en la oscuridad absoluta y luego vuelto en todo su esplendor. Trastabillé mientras corría, y por un instante fui incapaz de recordar por qué tenía una espada en la mano o a quién perseguía. Frente a mí Will tropezó cuando la sombra del dragón pasó sobre él, y luego la camarilla trastabilló a su vez.
Las garras del dragón intentaron apresar a Will sobre la marcha, sin éxito. Los bloques de piedra negra diseminados fueron su salvación, pues la envergadura de sus alas era tal que consiguió eludirla en la estrechez del laberinto que formaban. El dragón chilló contrariado con el grito estridente de un halcón burlado. Remontó el vuelo y se abalanzó en un segundo picado. Jadeé cuando se estrelló de frente contra una andanada de flechas que volaban a su encuentro. Rebotaron impotentes contra su piel, como si los arqueros hubieran disparado a la negra roca de la misma cantera. Sólo el bufón se encogió ante ellas. La Chica del Dragón cambió de rumbo de repente, para volar bajo sobre los arqueros, capturar a otro y consumirlo en un instante.
De nuevo me cubrió su sombra, y de nuevo me fue arrebatado un momento de mi vida. Abrí los ojos y no pude ver a Will. Luego lo atisbé brevemente, cambiando de dirección mientras corría sorteando los bloques de piedra, igual que zigzaguea una liebre perseguida por un halcón. Ya no podía ver a la camarilla, pero de pronto Ojos de Noche surgió de la sombra de un bloque de piedra y se puso a correr a mi lado.
¡Oh, hermano, cómo caza el Sin Olor!, celebró exultante. ¡Hicimos bien en aceptarlo en nuestra manada!
¡Will es mi presa!, declaré.
Tu presa es mi presa, señaló, completamente en serio. Eso es una manada. Y no será la presa de ninguno de los dos como no nos separemos para buscarlo.
Tenía razón. Frente a nosotros, oía gritos y veía ocasionalmente un destello pardo y dorado cuando algún hombre cruzaba el espacio entre dos bloques de piedra. Pero casi todos habían comprendido enseguida que la única manera de guarecerse de los ataques del dragón pasaba por pegarse a los cantos de los inmensos bloques de piedra.
Corren hacia la columna. Si llegamos a donde podamos verla, podremos esperarlo allí.
Parecía lógico. Escapar a través del pilar sería la única manera en que podrían eludir al dragón durante algún tiempo. Todavía se oía el ocasional repiqueteo de las flechas que llovían tras la estela del dragón, pero una buena porción de los arqueros que antes ribeteaban las paredes de la cantera se habían retirado al refugio del bosque.
Ojos de Noche y yo renunciamos a encontrar a Will y nos dirigimos directamente hacia la columna. No pude por menos que admirar la disciplina de algunos de los arqueros de Regio. A pesar de todo, si el lobo y yo nos poníamos al descubierto durante más de unas cuantas zancadas, escuchábamos la voz de: «¡Ahí los tenemos!», y momentos después una lluvia de flechas caía sobre el lugar donde habíamos estado.
Llegamos al pilar a tiempo de ver cómo cruzaban la abertura dos de los miembros de la nueva camarilla de Regio, con las manos extendidas, para desaparecer en la negra columna nada más tocarla. La runa del jardín de piedra era la única que elegían, pero quizá se debiera únicamente a que estaba en el lado del pilar más protegido. No nos apartamos de la esquina de un gran bloque de piedra que nos protegía de las flechas.
¿Ha cruzado ya?
Es posible. Espera.
Transcurrió una eternidad. Me convencí de que Will se nos había escapado. Sobre nuestras cabezas, la Chica del Dragón proyectaba su sombra sobre las paredes de la cantera. Los gritos de sus víctimas se tornaron menos frecuentes. Los arqueros aprovechaban la cobertura de los árboles para guarecerse. Por un momento lo vi ascender, sobrevolando la cantera en círculos. Flotaba verde y resplandeciente recortado contra el cielo azul, meciéndose con sus alas. Me pregunté qué sentiría el bufón al montarlo. Por lo menos tenía a la muchacha para agarrarse. La Chica del Dragón se ladeó de pronto, surcó el cielo de costado y plegó las alas, abalanzándose en picado sobre nosotros. En ese preciso momento, Will abandonó su refugio y corrió hacia la columna.
Ojos de Noche y yo saltamos detrás de él. Estábamos agónicamente cerca de él. Yo corría deprisa, pero el lobo todavía más, y Will era el que más deprisa corría de todos. Cuando rozó la columna con las yemas de los dedos, Ojos de Noche dio un último salto. Golpeó a Will en la espalda con sus patas delanteras, lanzándolo de cabeza contra el pilar. Al ver cómo se fundía con él, le grité una advertencia y me así a su pelaje para tirar de él. Atrapó una de las pantorrillas de Will cuando éste desaparecía ante nuestros ojos. Cuando sus dientes se cerraron sobre la carne de Will, la sombra del dragón nos cubrió. Perdí el conocimiento y me sumí en la oscuridad.
Abundan las historias sobre héroes que se enfrentan a siniestros adversarios en el inframundo. Hay algunas incluso que hablan de quienes se adentran voluntariamente en lo tenebroso y desconocido para rescatar a un ser querido. En un momento inabarcable, se me ofreció una elección ineludible. Podía agarrar a Will y estrangularlo. O abrazarme a Ojos de Noche y protegerlo de todas las fuerzas que agredían su mente y su cuerpo de lobo. En realidad, la decisión era sencilla.
Salimos a una fría sombra y hierba pisoteada. Tan pronto todo era oscuridad y vértigo como volvíamos a respirar y a sentir. Y a temer. Me puse de pie precipitadamente, sorprendido de encontrar la espada de Veraz aún en mi mano. Ojos de Noche se incorporó con esfuerzo, se tambaleó y cayó de costado. Enfermo. Envenenado. El mundo da vueltas.
Quédate quieto y respira. Me erguí frente a él y levanté la cabeza para mirar furibundo a mi alrededor. Me devolvió la mirada, no sólo Will, sino casi toda la nueva camarilla de Regio. Muchos de ellos resollaban todavía, y uno dio la voz de alarma al vernos. A una orden de Will, acudieron corriendo además varios guardias de Lumbrales. Se desplegaron en abanico para rodearnos.
Tenemos que cruzar la columna de nuevo. Será nuestra única oportunidad.
Yo no puedo. Vete tú. La cabeza de Ojos de Noche cayó entre sus patas y sus ojos se cerraron.
¡Eso no es manada!, protesté. Levanté la espada de Veraz. De modo que así era como iba a morir. Me alegré de que el bufón no me lo hubiera dicho. Seguramente me hubiera quitado antes la vida.
—Matadlo —les ordenó Will—. Ya hemos perdido demasiado tiempo con él. A él y al lobo. Y luego buscadme un arquero capaz de abatir a un hombre a lomos de un dragón. —Regio me volvió la espalda de Will y se alejó, sin dejar de impartir órdenes—. Vosotros, la Tercera Camarilla. Me dijisteis que no se podía avivar y dominar un dragón terminado. Bueno, acabo de ver a un bufón sin Habilidad hacer eso mismo. Averiguad cómo lo ha conseguido. Poneos manos a la obra de inmediato. Que el bastardo mida su Habilidad contra el acero.
Levanté mi espada y Ojos de Noche se obligó a ponerse de pie. Sus náuseas acicateaban mi temor mientras el círculo de soldados se cerraba a nuestro alrededor. Bueno, si tenía que morir ahora, ya no había nada que temer. Quizá midiera mi Habilidad contra su acero. Bajé mis murallas, descartándolas con desdén. La Habilidad era un río que rugía a mi alrededor, un río que en este lugar siempre estaba crecido. Llenarme de él era tan fácil como tomar aliento. Una segunda bocanada disipó la fatiga y el dolor de mi cuerpo. Sondeé con fuerza hacia mi lobo. Junto a mí, Ojos de Noche se estremeció. Al erizar el lomo y descubrir los dientes fue como si doblara su tamaño. Mis ojos recorrieron el círculo de espadas que nos rodeaba. Dejamos de aguardar y nos abalanzamos sobre ellos. Cuando sus espadas se alzaron para detener la mía, Ojos de Noche se coló entre sus piernas y giró para atacar la pierna de uno de los hombres por la espalda.
Ojos de Noche se convirtió en una criatura hecha de velocidad, dientes y pelaje. Renunció a morder y sacudir. En vez de eso utilizó su peso para desequilibrar a los soldados, provocando que chocaran entre sí, desjarretándolos cuando podía, desgarrando con los colmillos en vez de morder. Para mí el reto se convirtió en no darle a él mientras corría de un lado para otro. En ningún momento intentó plantar cara a sus espadas. En cuanto alguno se encaraba con él y avanzaba, él se retiraba, para escurrirse entre las piernas de los que intentaban cercarme.
Por mi parte blandía la espada de Veraz con una gracia y una destreza como nunca antes había mostrado con un arma así. Las lecciones y el entrenamiento de Capacho por fin daban sus frutos conmigo, y si tal cosa fuera posible, diría que el alma de la maestra de armas habitaba en la espada y que me alentaba a cada estocada. No podía romper el círculo en el que me habían encerrado, pero tampoco ellos lograban superar mi guardia para infligir más que daños sin importancia.
En esa primera etapa de la batalla, peleamos bien y salimos bien librados, pero nuestra desventaja era manifiesta. Podía obligar a los hombres a retroceder ante mi espada y avanzar hacia ellos, pero al instante siguiente tenía que girarme para hacer frente a los que me acosaban por la espalda. Podía hacer que el círculo de la batalla girara, pero no era capaz de escapar de él. Aun así, bendije la longitud del arma de Veraz, que me mantenía con vida. Acudían más hombres atraídos por el estrépito del combate y los gritos de pelea. Los recién llegados formaban una cuña entre Ojos de Noche y yo, separándonos cada vez más.
Aléjate de ellos y corre. Corre. Vive, hermano.
A modo de respuesta se zafó de ellos y giró en redondo de repente, arremetiendo contra el grueso de su grupo. Los hombres de Regio se herían mutuamente en un fútil intento por detenerlo. No estaban acostumbrados a enfrentarse a un oponente que medía menos de la mitad que un hombre y era dos veces más veloz. La mayoría descargaba sobre él tajos que sólo conseguían hender la tierra a su paso. En un instante, los dejó atrás y se perdió de nuevo en el frondoso bosque. Los hombres miraban alrededor enloquecidos, preguntándose desde dónde atacaría a continuación.
Pero aun en el fragor de la batalla, me daba cuenta de lo inútil de nuestras acciones. Regio vencería. Aunque consiguiera matar a todos mis rivales, Will incluido, Regio vencería. Ya había vencido, a todos los efectos. ¿Acaso no había sabido siempre que sería así? ¿No sabía desde el principio que Regio estaba destinado a gobernar?
Di un paso adelante de repente, cercené el brazo de un hombre a la altura del codo y aproveché la inercia del golpe para levantar la espada en un arco que hendió la cara de otro soldado. Cuando cayeron los dos, enredados, se produjo una diminuta brecha en el círculo. Entré en el minúsculo espacio, concentré mi Habilidad y así la insidiosa presa de Will sobre mi mente. Al hacerlo sentí cómo me rozaba una espada el hombro izquierdo. Me di la vuelta para enfrentarme a la espada de mi agresor, dejé que mi cuerpo se las compusiera por su cuenta por un instante y afiancé mi presa sobre Will. Enroscado en la conciencia de Will encontré a Regio, enterrado en él como un parásito en el corazón de un ciervo. Will no podría haberse librado de él ni aunque hubiera podido pensar en ello. Y me pareció que no quedaba Will suficiente ni para formar un pensamiento por sí solo. Will era un cuerpo, un recipiente de carne y hueso, que contenía la Habilidad que empleaba Regio. Privado de la camarilla que lo fortalecía, ya no era un arma tan temible. Ya no era tan valioso. Se podía usar y tirar sin remordimientos.
No podía combatir en dos direcciones a la vez. Mantuve mi presa sobre la mente de Will, arranqué sus pensamientos de los míos y pugné por dirigir mi cuerpo al mismo tiempo. Al instante siguiente, recibí dos cortes, uno en la pantorrilla izquierda y otro en el antebrazo derecho. Sabía que no podría soportar el daño. No podía ver a Ojos de Noche. Por lo menos él tenía una oportunidad. Vete de aquí, Ojos de Noche. Se acabó.
¡Pero si acaba de empezar!, me contradijo. Me atravesó como un golpe de calor. En algún lugar del campamento, Will lanzó un alarido. En alguna parte, un lobo mañoso destrozaba su cuerpo. Sentí cómo intentaba Regio desenroscar su mente de la de Will. Mantuve mi presa sobre ambos.
¡Quédate y lucha, Regio!
La punta de una espada encontró mi cadera. Me aparté de ella y tropecé con una piedra, dejando una huella ensangrentada sobre ella al enderezarme. Era el dragón de Realder; tan lejos había llegado la batalla. Apoyé la espada en él, agradecido, y me encaré con mis atacantes. Ojos de Noche y Will peleaban todavía; era evidente que Regio había aprendido algo de los mañosos a los que torturaba. No era tan vulnerable al lobo como podría haberlo sido antaño. No podía herir al lobo con la Habilidad, pero sí podía verter capa sobre capa de miedo sobre él. El corazón de Ojos de Noche martilleaba en mis oídos. Me abrí de nuevo a la Habilidad, me llené de ella e hice algo que nunca antes había intentado. Infundí fuerza de la Habilidad además de Maña en Ojos de Noche. Para ti, hermano. Sentí cómo Ojos de Noche repelía a Will, liberándose de él por un instante. Instante que Will aprovechó para huir de nosotros. Deseaba perseguirlo, pero a mi espalda sentí una respuesta de Maña en el dragón de Realder. Con un tufo repentino, la huella ensangrentada que había dejado sobre su piel de piedra se esfumó. Se agitó. Estaba despertando. Y tenía hambre.
Se produjo un brusco crujir de ramas y una tormenta de hojas desgajadas cuando un fuerte viento irrumpió en el sereno corazón del bosque. La Chica del Dragón aterrizó de repente en un pequeño calvero junto a la columna. Su cola despejó la zona a su alrededor de soldados.
—¡Por allí! —le gritó el bufón, y en un instante su cabeza salió disparada para atrapar a uno de mis atacantes entre sus temibles fauces.
El hombre desapareció en una nube de humo y sentí cómo la Habilidad del dragón se inflaba con la vida que había consumido.
A mi espalda, una cabeza triangular de reptil se irguió de improviso. Por un momento todo fue negrura mientras pasaba sobre mí su sombra. Luego la cabeza voló hacia delante, más veloz que la de cualquier serpiente, para devorar al hombre que estaba más cerca de nosotros. Al desvanecerse, percibí fugazmente el tufo del vapor de lo que había sido. El rugido que profirió el dragón a punto estuvo de dejarme sordo.
¿Hermano?
Vivo, Ojos de Noche.
También yo, hermano.
¡TAMBIÉN YO, HERMANO! ¡Y TENGO HAMBRE!
La voz de la Maña de un carnívoro gigantesco. De la Vieja Sangre, sin duda. Su fuerza me estremeció hasta los huesos. Ojos de Noche tuvo el acierto de responder.
Aliméntate, entonces, gran hermano. Haz tuya nuestra presa, y sé bienvenido. Esto es manada.
El dragón de Realder no esperó a que le repitieran la invitación. Quienquiera que hubiera sido Realder, había puesto un apetito voraz en su dragón. Una zarpa inmensa se liberó del musgo y la tierra; una cola restalló libre, derribando un árbol pequeño a su paso. Apenas si tuve tiempo de quitarme de en medio cuando se abalanzó sobre otro lumbraleño al que engulló de un bocado.
¡Sangre y Maña! Eso es lo que hace falta. Sangre y Maña. Podemos despertar a los dragones.
¿Sangre y Maña? En estos momentos, estamos completamente empapados de ambas. Me comprendió de inmediato.
En medio de la carnicería, Ojos de Noche y yo nos enfrascamos en un demencial juego infantil. Era casi una competición por ver quién conseguía despertar más, competición que el lobo ganó con facilidad. Corría hacia un dragón, se sacudía el pelaje para salpicarlo de sangre y le decía: Despierta, hermano, y aliméntate. Te hemos traído comida. Y conforme cada cuerpo inmenso humeaba con la sangre del lobo y se agitaba, Ojos de Noche le recordaba: ¡Somos manada!
Encontré al rey Sapiencia. Era el dragón astado, y despertó de su sueño exclamando: ¡Gama! ¡Por Torre del Alce! ¡Eda y El, qué hambre tengo!
Hay Velas Rojas de sobra frente a las costas de Gama, mi señor. Esperan vuestros colmillos, le dije. Pese a su discurso, quedaba poco de humano en él. La piedra y las almas se habían fundido, para convertirse en auténticos dragones. Nos comprendíamos mutuamente como carnívoros. Habían cazado en manada en el pasado, y eso lo recordaban bien. La mayoría de los dragones no tenían nada de humanos. Habían sido esculpidos por vetulus, no por hombres, y sabíamos los unos de los otros poco más que éramos hermanos y que les habíamos traído comida. Los que habían sido creados por camarillas conservaban vagos recuerdos de Gama y de reyes Vatídico. No fueron esos recuerdos los que los pusieron de mi parte, sino la promesa de alimento. Consideré la mayor de las bendiciones el ser capaz de transmitir eso siquiera a esas mentes tan extrañas.
Llegó un momento en que no pudimos encontrar más dragones entre la maleza. A mi espalda, donde habían acampado los soldados de Regio, se oían los gritos de los hombres cazados y los rugidos de los dragones que competían, no por la carne, sino por la vida. Los árboles se vencían ante sus embestidas y sus colas hendían los abrojos como guadañas. Me había detenido para recuperar el aliento, con una mano en la rodilla y la otra cerrada en torno a la espada de Veraz. Respiraba con dificultad, entrecortadamente. El dolor empezaba a abrirse paso a través de la Habilidad que había impuesto sobre mi cuerpo. Goteaba sangre de mis dedos. A falta de un dragón al que ofrendársela, me la limpié en el jubón.
—¿Traspié?
Me giré y vi al bufón, que corría hacia mí. Me estrechó con fuerza entre sus brazos.
—¡Estás vivo! Gracias a todos los dioses. Vuela como el viento y sabía dónde encontrarte. No sé cómo presintió esta batalla, pese a la distancia. —Tomó aliento y añadió—: Su hambre es insaciable. Traspié, tienes que venir conmigo, enseguida. Se están quedando sin presas. Debes montar conmigo y guiarlos adonde puedan alimentarse, de lo contrario no sé lo que harán.
Ojos de Noche se unió a nosotros. Esta manada es enorme y está hambrienta. Hará falta mucha carne para saciarla.
¿Quieres que vayamos con ellos, de caza?
Ojos de Noche vaciló. ¿Encima de uno? ¿Por los aires?
Así cazan ellos.
Pero no los lobos. Si debes abandonarme, lo entenderé.
No te abandono, hermano. No te abandono.
Creo que el bufón presintió algo de lo que pasó entre nosotros, pues ya estaba meneando la cabeza antes de que yo empezara a hablar.
—Tienes que comandarlos. A lomos de la Chica del Dragón. Llévalos a Gama, con Veraz. Te seguirán, porque eres de nuestra manada. Eso lo entienden.
—Traspié, no puedo. ¡No estoy hecho para esto, esta carnicería! No vine aquí para bañarme en sangre. Nunca he visto algo así en mis visiones, ni lo he leído en ningún pergamino. Temo desviar el rumbo de los acontecimientos.
—No. Está bien, lo presiento. Soy el catalizador, y vine para cambiarlo todo. Los profetas se tornan guerreros, los dragones cazan como lobos. —Apenas reconocía mi propia voz mientras hablaba. No sabía de dónde salían esas palabras. Sostuve la incrédula mirada del bufón—. Así ha de ser. Ve.
—Traspié, no…
La Chica del Dragón se cernió sobre nosotros. En el suelo, su gracia lo abandonaba. Caminaba en cambio con poder, como un oso enorme o un toro gigantesco. El verde de sus escamas resplandecía como esmeraldas oscuras a la luz del sol. La muchacha sobre su lomo era increíblemente hermosa, pese a su inexpresividad. El dragón levantó la cabeza, abrió la boca y sacó la lengua para otear el aire. ¿Más?
—Date prisa —le dije al bufón.
Me abrazó casi convulsivamente, y me sorprendió cuando me dio un beso en los labios. Se dio la vuelta y corrió hacia la Chica del Dragón. Su mitad femenina se inclinó para tenderle la mano y auparlo detrás de ella. La expresión de su semblante no cambió en ningún momento. Sólo era otra parte del dragón.
—¡A mí! —gritó a los dragones que ya se estaban agolpando a nuestro alrededor.
Me dedicó una última sonrisa burlona.
¡Seguid al Sin Olor!, les ordenó Ojos de Noche antes de que yo pudiera pensar en nada. Es un gran cazador y os llevará donde abunda la carne. Seguidlo, pues es de nuestra manada.
La Chica del Dragón dio un salto, con las alas extendidas, y batiéndolas poderosamente levantó el vuelo con firmeza. El bufón se agarró a su espalda. Levantó una mano para decirnos adiós antes de sujetarse de nuevo a su talle. Fue lo último que vi de él. Los demás lo siguieron, entre gritos que me recordaban la algarabía de los perros de caza, salvo por el hecho de que eran estridentes como los de las aves de presa. Aun el jabalí alado despegó, pese a lo desmañado de su salto en el aire. El batir de sus alas era tal que me tapé los oídos y Ojos de Noche se aplastó contra el suelo a mi lado. Los árboles se mecieron al paso de los dragones y cayeron ramas, tanto secas como verdes. Por un momento el cielo se llenó de criaturas enjoyadas, verdes, rojas, azules y amarillas. Cada vez que la sombra de alguno me cubría, la oscuridad se adueñaba de mí, pero mantuve los ojos abiertos y vi despegar al dragón de Realder, el último de todos, que siguió el rumbo de la gran manada que surcaba los cielos. El dosel de árboles me los ocultó enseguida. Sus gritos se apagaron gradualmente.
—Tus dragones están en camino, Veraz —dije al hombre que una vez había conocido—. Los vetulus acuden en defensa de Gama. Tal y como anunciaste que harían.