El dolor despertó a Lobo del Sol por cuarta o quinta vez, sumiéndolo en la conciencia de un dolor aún más agudo. Trocó su medio sollozo por una maldición y volvió a asegurar las rodillas para que soportaran la tensión de los hombros, la espalda y las muñecas laceradas; al otro lado de la celda, los guardias se movieron, nerviosos, y levantaron los arcos. Eran otra vez el hombre fornido y rubio y la oscura mujer shirdar, que ya había visto. Había perdido la cuenta del número de veces que se habían turnado con la pareja que estaba sentada en el piso de arriba, en la habitación de la guardia, jugando a cartas. Le temblaban las rodillas y pensó en sugerirles que si estaban cansados de la rutina, la próxima vez iría él a sentarse en la habitación de guardia para variar un poco.
Si solamente pudiera conjurar el más pequeño de los hechizos de rechazo para que las cucarachas más grandes y aquellas moscas insolentes y gordas no se acercaran a sus heridas ya sería algo, pensó. Pero los hechizos de las cadenas funcionaban perfectamente bien. Tenía que contentarse con sacudir los brazos entumecidos y maldecir. Estaba cada vez más cansado, más débil, tanto que ya no podía hacer ni eso.
Era casi la séptima hora. Le quedaba el resto de la noche y todas las horas de luz del día siguiente de soportar aquello. La idea era mucho peor que cualquier muerte que le hubieran preparado para después.
Una ráfaga procedente del corredor agitó el aire putrefacto, y los ojos de Lobo lagrimearon con el humo. En aquella sequedad desértica, sabía que para el anochecer del día siguiente estaría medio loco de sed, pero ahora lo que más lo atormentaba era la falta de sueño, la falta de sueño y el árbol de agonía que había enraizado en sus piernas y le subía por los músculos entumecidos, torturados, de los hombros para abrir sus ramas a través de los grilletes rojos de dolor y sangre que le sujetaban las muñecas. Tarde o temprano, se le doblarían las rodillas. Y entonces, pensó, recordaría ese momento con nostalgia y deseo.
Ignoraba lo que le habrían hecho a Halcón; esperaba que estuviera mejor que él.
La sensación extraña, como de naufragio y pánico, volvió a él cuando pensó en su amante.
Ella nunca se habría rendido como él había hecho.
Tal vez porque si la situación hubiera sido al revés, él no habría sido una víctima inocente. Pero en el interior de su corazón sabía que Halcón de las Estrellas era más fría y más dura que él. Y desde que la amaba, desde que había abrazado el camino de la magia que era su destino, había descubierto en sí mismo una veta cada vez más ancha de sentimentalismo que su padre habría vomitado con sólo imaginársela, vomitado primero para después volverse contra él y arrancarle el alma a palos.
Se preguntó si ella lo despreciaría por haberse rendido o si adivinaba lo que él ya sabía: que la resistencia no habría cambiado su suerte de prisionero.
¿Por qué habría elegido su cara el demonio?
Algo se movió en la oscuridad del corredor.
Lobo del Sol levantó la cabeza y un guardia lo apuntó con el arco mientras el otro se volvía para echar una mirada rápida a través del arco de piedra. El resplandor de las antorchas había dado paso hacía ya tiempo a una oscuridad humeante, pero como una luz fantasmal que rozara apenas el aire, un brillo blanco bailó por un segundo a lo largo de las grietas de la piedra. Después, desapareció.
Exhausto hasta el punto de la indiferencia, Lobo del Sol se retorció cuanto pudo para alejar su cuerpo de la puerta y de la luz, obligándose a no sentir el desgarrador arañazo de las argollas de acero sobre sus muñecas. Y mientras lo hacía, dejó escapar un gemido y fundió sus rasgos sin afeitar en una mueca de algo que esperaba fuese una expresión convincente de horror e impresión profundos, como si la luz fuera una amenaza tanto para él como para los guardias, aunque en realidad no tenía sensación de peligro. Los guardias se miraron el uno al otro; después volvieron sus ojos a Lobo. Él les lanzó una mirada desesperada. Esperaba que recordasen la forma en que había sollozado y suplicado a Nanciormis que tuviera piedad con Halcón. Ya que tuve que pasar por eso, que me sirva de algo, pensó con amargura. No sabía lo que estaba pasando, pero fuera lo que fuese, lo prefería a ser ejecutado al día siguiente.
Al menos, eso esperaba.
Después de un momento de duda, la mujer hizo una señal al hombre para que no apartara los ojos de Lobo, y se fue cautelosamente a investigar el corredor. Lobo vio la sombra de la muchacha en la pared y la fosforescencia danzante que la guiaba. Su compañero se puso en guardia, el arco tenso, sin dejar de mirar a Lobo.
Por eso no vio a Halcón cuando ésta entró con ligereza por el arco que había justo detrás y golpeó al guardia en la cabeza con medio ladrillo de adobe oculto en el fondo de una bolsa de harina. Sujetó al hombre antes de que cayera y cogió su arco con una mano. Después, dejó al guardia con suavidad en el suelo mientras Jeryn se deslizaba detrás de ella como una pequeña sombra.
El dolor de la alegría inundó a Lobo del Sol, angustioso como la sangre que vuelve de golpe a un miembro entumecido, al verla con vida y, al menos para el ojo de un mercenario, ilesa; la emoción era tan intensa que lo único que pudo susurrar cuando ella se le acercó fue:
—¿Dónde demonios has estado?
Ella estaba soltando las cadenas que le sujetaban por las muñecas a las argollas de la pared y los harapos de la camisa rota le colgaban como los de un mendigo sobre la silueta delgada; una capa de polvo se había pegado a la suciedad sangrienta que le cubría la cara hinchada.
—¿Dejo el baile real antes de tiempo para venir a rescatarte y eso es lo único que se te ocurre decirme?
Él bajó el brazo y maldijo con fuerza para no llorar de dolor. Los brazos de Halcón de las Estrellas eran suaves, sólidos y fuertes, como los de un hombre. Durante un momento, los ojos de ambos se encontraron. Después, él la abrazó, apretando los dientes contra la agonía del movimiento, estrechándola con toda la fuerza que podían reunir sus brazos temblorosos, la cara hundida en ese cabello empastado y sucio y el arco interpuesto entre los dos vientres. Sintió el gusto de la sangre de su amante y de la propia cuando las dos bocas se encontraron, olvidando el dolor. Después susurró:
—Vamos. —Sabía que si no la soltaba en ese momento, nunca lo haría.
Jeryn pasó junto a los dos hacia el rincón más oscuro de la celda y apretó la pared con fuerza. Una sección de piedra se retiró del muro y el chico se deslizó por allí sin decir una sola palabra. Con las cadenas colgando todavía de las muñecas ensangrentadas, Lobo del Sol lo siguió y Halcón de las Estrellas, que entró en último lugar con el arco en la mano, cerró la puerta tras de sí.
Tazey los esperaba con los caballos dispuestos junto al viejo portón del ala abandonada. Lobo del Sol la tomó entre sus brazos, cubierta como estaba de polvo y suciedad. Sabía cuál era la procedencia de la luz blanca en el pasillo.
—Adiós. —Las menudas manos de la joven estaban frías contra la espalda de Lobo a través de los agujeros de la camisa rota—. Ojalá os hubierais quedado. Necesito un maestro…
—Ni hablar de adiós —dijo Lobo—. Ahora hemos de salir de aquí, cierto, pero no te dejaré hasta que averigüemos qué hay detrás de todo esto…
—No… —empezó ella.
—Claro que sí, demonios. —El único ojo dorado pasó de ella a Jeryn, que sostenía los caballos a la sombra del portón derruido—. Además de que tarde o temprano la dama Illyra o Kaletha nos perseguirán, no creo que esa cosa haya dejado de matar. No tenemos indicios de quién será la próxima víctima. Puesto que no sabemos cuál es su criterio de actuación, el próximo podría ser yo, o Halcón, o ambos.
Desde el bloque principal de la Fortaleza llegó un grito lejano, después un clamor creciente y un revuelo de antorchas como luciérnagas enloquecidas a lo largo de las paredes.
—Hay una mofeta en el salón o ya saben que nos fuimos —comentó Halcón de las Estrellas.
Lobo del Sol echó una mirada a través de la desdentada boca del portón, bajo el claroscuro de terciopelo y hielo que derramaba la luna sobre la tierra retorcida. Un búho gimió una vez desde donde un ocotillo lanzaba su sombra como la mano de un esqueleto sobre la arena amontonada junto a una vieja pared; la luna brillaba como escarcha sobre las espinas de la Columna del Dragón.
—¿Hay algún lugar en el que podamos escondernos en las montañas, un lugar donde podamos llegar a caballo?
Jeryn se puso pálido; tal vez conociera todos los túneles subterráneos y los pasajes secretos de Tandieras, pero nunca había cruzado sus muros, por su propia voluntad. Fue Tazey la que dijo:
—Hay una capilla abandonada en lo alto de la ladera de la Roca Binnig…, allí. —Señaló la borrosa silueta de una media cúpula—. El sendero es muy estrecho, pero se puede recorrer a caballo.
Lobo se volvió hacia Jeryn:
—¿Crees que podrás llegar allí mañana, apenas puedas escaparte? Necesito a alguien que sepa leer esos libros.
El muchacho asintió, brillantes los ojos oscuros.
—De acuerdo. Tazey, quédate aquí y observa bien todo… será mejor que no desaparezcáis los dos al mismo tiempo. —De un salto subió a la montura. Si hubiera estado solamente con Halcón de las Estrellas, habría gruñido y maldecido por el dolor; pero estando los chicos delante, se limitó a apretar los dientes—. Y a ver si nos podéis llevar armas de algún tipo… y una manta. —Recogió las riendas y se volvió a través del estrecho portón hacia la luz de la luna, peltre puro sobre el sendero angosto que empezaba más allá.
Tazey preguntó con suavidad:
—¿Estaréis bien?
Impasible como siempre, Halcón de las Estrellas contestó:
—Creo que nos las arreglaremos para darnos calor el uno al otro.
—¿Jefe?
Él volvió la cabeza medio dormido para mirar los rasgos de fino marfil de la mujer que yacía en el hueco de su brazo. La luz lavada de la aurora dejaba sin color el cabello de Halcón, y los moretones de su cara se veían negros. El aire era frío, mordiente, así que hasta la aspereza de las mantas de las monturas en las que estaban envueltos era bienvenida. Los eslabones de la cadena que rodeaban todavía el cuello de Halcón tintinearon con suavidad cuando ella pasó la mano lastimada sobre una de las pocas zonas sanas de la cara de Lobo, con una suavidad que ninguno de los que la habían visto en plena batalla con una maza en la mano hubiera podido adivinar en ella.
Susurró:
—Gracias.
—¿Creías que no les habría dado lo que quisieran, o dicho cualquier cosa, para salvarte la vida?
Ella se quedó callada mucho tiempo, mientras las ideas abrían su doloroso camino hacia la superficie de su mente. La luz grisácea que entraba por la angosta puerta de la capilla para derramarse sobre los harapientos fugitivos ponía plata en sus ojos. Él los vio súbitamente inundados de lágrimas.
—Nunca pensé que nadie pudiera hacer eso por mí, nadie —dijo ella por fin.
Cuando volvieron a hablar, la luz se había calentado sobre la maraña de arbustos y espinos que se alzaba junto a la puerta de capilla, y brillantes ondas en amarillo y verde se proyectaban en la sombría habitación de piedra desde los estanques del exterior. Las altas y estrechas ventanas que se abrían sobre el pequeño altar reflejaban el inmenso vacío del aire del desierto, mil quinientos metros sobre el nivel del talud de piedra y roca de más abajo. Las capillas de la Madre eran para quienes se esforzaban por alcanzarlas, no como las fáciles iglesias del Dios Triple.
—¿Por qué le preguntaste a Jeryn lo de la etimología? ¿Lo de la diferencia entre una bruja y un mago?
Amodorrado, a punto de dormir, Lobo del Sol casi se echó a reír.
Solamente la mente lógica de Halcón de las Estrellas podía pensar en una pregunta así en la relajación que sigue al acto amoroso.
—¿Cuál es la diferencia?
Halcón de las Estrellas pensó en las dos palabras durante un tiempo.
—En el dialecto del norte hay una diferencia en… en el tipo de magia —dijo por fin—. Un mago es un académico; la palabra «brujo» significa magia de la tierra, magia de las abuelas; a veces, intuición. En el dialecto de los Reinos Medios, y aquí, en la cordillera, me parece que «mago» es siempre masculino, y «bruja», siempre femenino…
—Bueno, no estás muy equivocada —aceptó él, y se sentó. Tiritó ligeramente al contacto con el aire congelado—. Pero entre los shirdar tiene una diferente connotación, una connotación peyorativa… supone que la magia que uno tiene no es de uno en realidad. El shirdano es un lenguaje que presta atención a los matices, a las minucias. En ese idioma, como en el del norte, un mago es un académico, alguien que estudia, un hombre de biblioteca o un ingeniero. Pero la palabra shirdana para «bruja» tiene que ver con alguien que compra el poder, generalmente vendiendo su alma. Cuando hablan de las Brujas de Benshar, la palabra «bruja» no describe el poder, sino la forma en que ellas lo adquirían. —Estaba sentado con las piernas cruzadas bajo la manta harapienta, y se apartó el cabello cada vez más escaso de la cara llena de heridas y sin afeitar.
Había algo irónico, pensó Lobo, en la forma en que se sentía cómodo en esa celda de piedra, solitaria y vacía. Cuando era el capitán más rico de los mercenarios del Oeste, nunca hubiera creído que sentiría placer por ser un fugitivo harapiento y sucio ni por sentarse en una habitación de piedra vacía y sentir muy poco aprecio por la manta de la montura y las cuatro bolsas llenas de libros robados, que eran las únicas cosas que poseía en el mundo. Nada como una rápida mirada a los Infiernos Helados para hacer que uno esté muy satisfecho con la vida en cualquier condición.
—La fuente del poder de las Brujas de Benshar eran los demonios de la ciudad —siguió diciendo—. Los demonios vendieron su poder, sus servicios, a las Brujas… y se convirtieron en sus sirvientes.
—¿Estás seguro? —Halcón de las Estrellas se levantó sobre un codo y con dificultad se puso la manta de la montura sobre los hombros—. Los demonios son… son inmortales. E inmateriales. Hay leyendas sobre gente que los controlaba, pero ¿por qué iban a dejarse controlar? No tenemos nada que ellos puedan querer.
—¿Ah, no? —La voz áspera de Lobo sonaba tenue en la penumbra casi acuática—. Piénsalo, Halcón. Los demonios no tienen carne, no como nosotros la conocemos; no tienen sangre, no tienen pasiones. Son criaturas frías, efímeras, entidades que no están unidas a ningún cuerpo. No pueden morir nunca… así que nunca viven. Yo sentí sus mentes a mi alrededor en Benshar, Halcón, sentí ese frío que busca siempre el calor. —Se inclinó hacia delante, y apoyó los codos sobre las rodillas—. Tienen hambre de calor… no de calor tal como nosotros lo entendemos, por lo menos no como lo entendemos conscientemente, sino del calor del alma, de la sangre, el calor del miedo, por el cual azuzan a las bestias y a los hombres, si pueden atraparlos, hasta la muerte por terror; y entonces, cuando ese calor mana de ellos, en su desesperación, se lo beben. El calor de la lujuria que los lleva a copular en sueños con hombres y mujeres, y a alimentar en ellos las imágenes que necesitan para calentarse en ese fuego mortal. Y el calor del odio, que es el mejor de todos, porque no se apaga con el tiempo.
»Los demonios de Benshar se hicieron adictos al odio, como los hombres se hacen adictos al azúcar de los sueños. Las Brujas de Benshar los alimentaron y emplearon su magia para abrir canales entre sus mentes y las de los demonios, y los demonios descubrieron que esa comida les gustaba. Hay demonios de la tierra en todas partes pero, por lo general, los hombres los evitan. Tal vez originariamente el Culto de la Casa de Benshar tratara únicamente de controlarlos porque la ciudad estaba construida justo donde ellos vivían. Pero después quisieron obligarlos a obedecer, dominarlos. Y más tarde, descubrieron que eso tenía un precio. Ése fue el poder secreto de las Brujas de Benshar: el poder de que los demonios mataran a los que ellas odiaban. Pero a cambio de eso, ellas tenían que seguir odiando.
Halcón de las Estrellas echó una mirada a los libros intocados, apilados al pie del altar de piedra desnuda. Lobo del Sol meneó la cabeza.
—Son sólo conjeturas —dijo—. Pero los demonios reconocieron mi calidad de mago apenas entré a la ciudad. Trataron de hacerme tomar ese poder, para que lo empleara como hacían las Brujas. Las Brujas les daban odio como alimento, y ellos actuaban por ese odio, y de ese modo se convirtieron en adictos. Los corrompieron, por así decirlo. Los demonios son inmortales. Mientras Altiokis dominaba esta parte del mundo, la gente no admitía que había nacido maga ni siquiera ante sí misma. Los demonios viven en esa ciudad por lo menos desde hace un siglo, alimentándose de viejos odios podridos y abandonados, de basura, como cucarachas. Están muertos de hambre y empiezan a notarlo.
En el resplandor azul verdoso del umbral, distinguieron la sombra de un pequeño ratón de las rocas, los bigotes alerta, recortada contra los colores de la piedra y las hojas. Un aleteo de palomas pasó cerca de la entrada como una ráfaga de nieve blanca. Halcón de las Estrellas se miró las manos durante largo rato.
—Los chicos dicen que Nanciormis vio tu cara en el demonio que lo atacó.
Lobo del Sol asintió, recordando la forma en que habían brillado los ojos de los demonios, dorados como los suyos, en la oscuridad del templo de Benshar. ¿En aquel momento, cuando las mentes de los demonios y la suya habían entrado en contacto, tal vez…? Él no había olvidado los pájaros muertos de la primera noche pasada en el país.
—No puedo explicarlo —dijo con lentitud—. Pero creo que yo lo habría sabido.
—Según Nanciormis no siempre es así. Tazey me lo dijo. Y esa idea es de doble filo —agregó después de un momento—. El hecho de que encontraras los pájaros muertos antes de la tormenta no significa que no pudiese haber sido Tazey. Ella puede no haberlo sabido. En el norte oí hablar de demonios que golpean, y siempre hay un chico o una chica, jóvenes, implicados. Y Tazey es maga.
—Kaletha también —dijo Lobo—. Y si ahora Kaletha tiene unos treinta años, debía de tener menos de veinte cuando vivía la reina Ciannis, lo suficiente como para que la iniciaran en el culto, si es que Ciannis era la última superviviente. Sobre todo si era tan frágil como asegura Nanciormis y comprendió que tal vez no sobreviviría a un segundo nacimiento.
—Tal vez —dijo Halcón de las Estrellas—. Eso explicaría que Kaletha quisiera enseñarle a Tazey y que lo deseara con tanta pasión, si es que no lo explica su vanidad. Pero no hay ningún cambio, nada nuevo en la vida de Kaletha, nada que pudiera haber desatado todo esto en este momento. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no hace nueve meses, cuando murió Altiokis?
—Hablas como si los asesinatos tuvieran sentido. Tal vez no lo tengan. —Lobo del Sol se levantó y jadeó al sentir el dolor en las piernas y los brazos.
Halcón de las Estrellas hizo un esfuerzo para ponerse de pie también; se movía como si le doliera, pero sin expresarlo en su rostro.
—No te excites —le dijo con su voz tranquila de siempre—. Será mucho peor mañana. Veamos lo que tienen que decir los libros de todo esto.
De los dieciocho libros, siete estaban redactados en alguna de las formas de la antigua lengua de Gwenth, tal como se había hablado en los Reinos Medios los siglos anteriores. Juntos, Halcón de las Estrellas y Lobo del Sol renguearon hasta los estanques de piedra que quedaban más abajo de la capilla, y dieron de beber a los caballos y se bañaron en el agua congelada. Lobo del Sol se afeitó con la daga de Tazey y se vendó la piel enrojecida y destrozada de las muñecas con parte de lo que le quedaba de la camisa. Ya era de día cuando volvieron a la capilla y se sentaron a leer.
—No me gusta esto —susurró Halcón de las Estrellas levantando la vista de las páginas desvaídas y medio borradas del Libro del Culto—. Nanciormis tenía razón. No siempre eran conscientes, especialmente al principio. Pero las madres y las hermanas y las tías observaban las señales de que la niña había nacido maga, y entonces la iniciaban, enseñándola a controlar los demonios que su mente había conjurado. Duró solamente cinco o seis generaciones —agregó, acomodando los hombros lastimados contra la pared—. Eso no es mucho en la historia de las Antiguas Casas. Parece que antes fue un culto familiar, pero los demonios probablemente aparecieron cuando salió a la superficie la primera veta de magas. A menos que… —Se detuvo durante un momento, frunció el ceño al ver las palabras y empezó a volver hacia atrás por las raídas páginas, escritas en letra menuda y apretada, con las mayúsculas en rojo y azul, los signos curvos allí donde se abreviaban las palabras bajo la pluma de una escriba apresurada. Parecía buscar impacientemente algo que no podía encontrar.
Los ojos amarillos de Lobo del Sol se aguzaron.
—Por mis primeros antepasados que ese palacio debe de haber sido el infierno para los que vivían en él —murmuró—. ¿Alguna vez te enfrentaste a los demonios que golpean, Halcón? Aunque no estén tirando cosas o haciendo ruido, uno los siente, vigilándote. Con razón nadie salió en defensa de Benshar cuando Kwest Mralwe envió a sus ejércitos por los pasos.
Al atardecer apareció Jeryn, cabalgando trabajosamente por el sendero. Había traído a Walleye y sudaba mal envuelto entre sus velos; pegaba un salto cada vez que oía un ruido poco familiar. Se acurrucó en un rincón de la capilla, al que llegaba un rayo de sol a través del agujero del tejado de la chimenea de piedra. Lobo del Sol se sentó a su lado y siguió con la vista el dedo del chico deslizándose sobre la línea negra de borrosas letras. Cuanto más oía, más inquieto se sentía.
Todos los que habían escrito sobre demonios destacaban el hecho de que en los sueños podían mostrar los rasgos del que los había conjurado. Y en parte alguna se hablaba de que pudieran tomar el aspecto de quienes no lo hacían.
En Benshar, los demonios habían sabido su nombre. ¿Tal vez también podían conjurar su forma? ¿O la explicación era otra?
Yo lo hubiera sabido, se decía una y otra vez mientras sentía el miedo moviéndose en sus venas. Por mi primer antepasado, lo sentiría, aunque fuera solamente en los sueños…
Pero la voz del muchacho seguía sonando, recitando los nombres de los demonios —cientos de nombres— y los horribles hechizos para conjurarlos. Lobo del Sol recordó que años antes, un hombre de su tropa, perturbado por un sueño muy profundo, había estrangulado a su amante. Le había llevado varios minutos. Cuando se despertó, juró llorando que no recordaba nada, que cuando lo habían sacudido, él se encontró sentado junto al cadáver. Nadie pudo convencerlo de que no habían sido ellos los autores y que lo que pretendían era echarle la culpa.
En las habitaciones hechizadas de Benshar, las sombras pintadas de las mujeres lo habían observado desde las paredes con los ojos llenos de una sabiduría divertida y profunda. Se habían iniciado una a la otra, las mayores habían ayudado a las más jóvenes a amortiguar la impresión del terrible conocimiento. ¿Qué pasaba si alguien no tenía tal ayuda?
Cuando Jeryn se fue y él y Halcón de las Estrellas se sentaron solos frente a la carne, el pan y el vino que les había traído el muchacho, junto con varias mantas y un cincel para liberarlos del resto de las cadenas, Lobo refirió sus miedos a su compañera. Halcón consideró la cuestión detenidamente, como si conversaran sobre una tercera persona a la que ninguno de los dos conociera bien.
—¿Odias a Nanciormis? —le preguntó.
Lobo del Sol lo consideró. Después de lo que el comandante les había hecho a él y a Halcón de las Estrellas, sabía que el odio hubiera sido lógico, pero no lo sentía realmente. Tal vez, pensó, porque él también había hecho ese tipo de cosas.
—No confío en él —dijo finalmente—. Es demasiado fuerte y demasiado inteligente para la posición en que está, o por lo menos él cree que lo es. Por lo visto, Osgard ha sido lo bastante astuto para mantenerlo donde está. Parece bueno, pero es un irresponsable, un luchador aceptable, pero no podría ni enseñar a un perro a levantar una pata contra un árbol. Habría podido hacer que Jeryn se matara, al obligarlo a montar un caballo demasiado fuerte para él. Es un intrigante y utiliza a la gente, y es más chismoso que una vieja. Pero no, no lo odio. Y ciertamente no lo odiaba antes del ataque.
—¿Y a Incarsyn? —lo presionó ella—. Tazey te importa mucho y tal vez sientes que él la ofendió.
—En Incarsyn no había suficiente materia para alimentar el odio de nadie. —Lobo mordió un pedazo del pan duro y áspero y contempló, pensativo, la pared del cañón más allá de la puerta, donde la sombra del borde yacía como una línea sesgada de azul y oro, tan perfecta y aguda como si la hubieran trazado con una regla, y a continuación tintado y dorado.
Halcón de las Estrellas meneó la cabeza.
—Ella no quería casarse con él —señaló—. Pero no podía decírselo a su padre… tal vez ni siquiera podía admitírselo a sí misma. Si él hubiera muerto antes de declarar que no se casaría con ella, tal vez…
—¿Crees que ella no temía que su padre encontrara la forma de volver a negociar el enlace, a pesar de Illyra? ¿Sobre todo si Nanciormis le había revelado lo que nos dijo acerca de lo que Incarsyn opinaba de ella?
Las cejas oscuras de Halcón se unieron en la frente, pensativas, y miró la copa de vino que tenía en la mano, mientras digería la idea.
—Todavía hablas como si los asesinatos tuvieran un sentido —dijo Lobo—. Y tal vez no lo tengan. Tazey puede haber odiado a Incarsyn y tal vez a Galdron por afirmar que estaba maldita. Evidentemente cree que odiaba lo suficiente a Nanciormis como para haber sido ella, especialmente después de lo que sea que él le dijera. Pero todavía queda sin explicar la muerte de Egaldus.
—A menos que sean dos asesinos —dijo Halcón de las Estrellas en voz baja—. Es posible que Kaletha haya tenido buenas razones para odiar a Egaldus, si él estaba tratando de arrebatarle sus libros. Y te aseguro que tenía muchas en contra de Galdron.
—¿Y Nexué? —dijo Lobo—. Podía ser una víbora y una chismosa, Halcón, pero era bastante inofensiva. No sé, yo le habría puesto algún hechizo para que se le cayera el pelo o tuviese ciática. No creo que hiciese falta desparramar sus tripas sobre cincuenta metros cuadrados de tierra.
—Si tienes dieciséis años, no sé… —Halcón de las Estrellas terminó un pedazo de pan y arrojó las migas al umbral, donde tres trigueros negros se posaron para pelear por ellas—. Y además, no sabemos lo que sabía Nexué. Era una metomentodo, además de una chismosa. Si había visto a Kaletha y a Egaldus copulando como lobos en celo en el ala abandonada, Kaletha tal vez tuviese que acabar con ella para preservar la imagen de pureza que siempre le estaba restregando por la cara a los demás. A Shebbeth la mataría saber que su querida maestra es menos que perfecta. A pesar de lo mal que la trata a veces, estoy segura de que Kaletha no quiere perder una esclava devota como ella.
—¿Entonces ha cambiado tu opinión sobre ella?
—Nada de eso. —Halcón se reclinó contra la piedra del dintel—. Solamente trato de ver las dos caras de todo. No creo que Kaletha sea así, pero tampoco que tú y Tazey lo seáis… —Frunció el ceño otra vez y exploró la idea, después la dejó de lado—. Como dije, no hubo ningún cambio en la vida de Kaletha, excepto uno, uno que apoya más que ninguna otra cosa la tesis de que no fue ella.
Él inclinó la cabeza, curioso.
—Tú —dijo Halcón—. Un rival, un bárbaro, un extranjero. Te odió desde el principio. Tú deberías haber sido el primero. Un ladrón potencial de sus libros… —Hizo un gesto hacia los volúmenes oscuros, apilados junto al altar con hilos de luz bailando en oro viejo y peltre sobre las cubiertas—. Además, tú eres el que tiene más posibilidades de comprender lo que está pasando. Pero nunca hubo un ataque contra ti, no directamente.
—¿No? —Lobo se estudió las muñecas vendadas un momento, la piel que las rodeaba, oscura y manchada ahora con los ungüentos que había aplicado para curarlas—. ¿Sabes qué es lo extraño de ese ataque contra Nanciormis? Fue el único que tuvo lugar lo bastante temprano como para que hubiera gente despierta.
—Sí —dijo Halcón—, a mí también me pareció raro. Hay algo… no sé… Cuando conjuramos al espíritu de Galdron… —Las cejas oscuras se unieron un momento, como si estuviera buscando alguna idea perdida, después meneó la cabeza—. Pero no es eso solamente. Además de ser el único ataque con testigos, fue el único en el que la víctima sobrevivió.
Lobo del Sol se sacudió de la mano las migas.
—No creo que el ataque estuviera pensado para que Nanciormis muriera —dijo con tranquilidad—. Creo que el que debía morir era yo.
—¿Y Kaletha podría haberlo hecho? —preguntó ella—. ¿Enviar una ilusión que pareciera un demonio, y con tu cara?
—Tal vez —dijo él—. No se me ocurre una forma mejor de librarse de alguien que podía comprometerla sin resultar sospechosa y hacer que el cerco se cerrara todavía más a su alrededor. Si ha estado utilizando la magia demoníaca que contienen estos libros, quizá sepa cómo siente un demonio, y entonces bien pudo inventarlo. Sobre todo si tenía miedo de mandar a los verdaderos demonios contra mí y de que yo los conquistara y los manejara a mi antojo.
Se puso de pie, dolorido, y renqueó hasta la puerta. En el exterior, la franja de roca iluminada por el sol apenas durante una breve hora al mediodía, se hundía otra vez en una penumbra verde y fresca. Desde allí, Lobo olía el agua y oía los cantos de los pájaros y animales que venían a beber, tan distintos de los estanques estériles de Benshar, los estanques traicioneros, siempre desiertos e intactos.
—En el Libro Oscuro que nuestro pequeño Explorador nos leyó esta mañana dice que siempre llegaba un punto en el que la Bruja se daba cuenta de su poder, se daba cuenta de que era ella la que estaba matando a los que odiaba. Creo que tal vez Kaletha llegó a ese punto con la muerte de Egaldus. A mí no me pareció que llorara mucho por él.
—No cuando tú la veías, claro —le interrumpió Halcón de las Estrellas con suavidad.
—Pero Nexué, Galdron, y quizás Egaldus, fueron enemigos de Kaletha, todos, y cuando murió Egaldus es posible que ella advirtiese que había gente que podía intuir lo que estaba pasando. Y tenía que desviar la atención, conseguir otro culpable. No había…, no había olor a maldad en la habitación de Nanciormis después del ataque. Tal vez eso se debiese a la tormenta, pero no estoy seguro.
—¿Y qué me dices de Incarsyn?
Él volvió a mirar por sobre su hombro, con el único ojo sombrío de inquietud.
—No lo sé —dijo—. No lo sé y me molesta. Tal vez para entonces los demonios también empezaran con Tazey… —Se dio media vuelta y se abrigó con el jubón viejo de cuero de oveja, que había sido parte de la contribución de Jeryn esa tarde.
La angosta ventana que daba al sur se estaba oscureciendo, ahora que la noche caía sobre el desierto. A través de la penumbra no se distinguía la Fortaleza ni la ciudad… solamente los planos interminables de arena y aire que se alejaban hacia el infinito lejano, quebrado solamente por una única espiral de polvo blanco allí donde uno de los exploradores de Nanciormis volvía a Tandieras después de un infructuoso día de búsqueda.
—¿Qué vas a hacer entonces?
Él suspiró con fuerza.
—No hay forma de probar mi inocencia ni la culpabilidad de Kaletha. Y si los demonios han alcanzado la mente de Tazey… —Se volvió. Halcón de las Estrellas, las grandes manos unidas alrededor de las rodillas nudosas, se quedó sentada mirándolo bajo el brillo azul de la luz mágica—. Pero no imagino a su padre aceptando que vaya en busca del maestro que necesita. Y si no la enseñan, sólo los dioses saben lo que puede pasar con sus poderes… —Inclinó los hombros poderosos en el dintel de la puerta—. Tendremos que detener este asunto en su misma fuente.
Halcón de las Estrellas volvió a mirar los libros. La luz mágica brillaba sobre las joyas pulidas por la arena, y las formas de plata, extrañas, retorcidas, de los cierres parecían centellear con una vida propia, como si hubieran pasado los siglos como los demonios, soñando en silencio sus extraños deseos.
—¿Crees que puedes hacerlo?
Él asintió, aunque no estaba nada seguro.
—En el Demonario hay hechizos que sirven para atar a los demonios a una roca, o a un árbol, o a la piedra de un altar —dijo—. El Libro del Culto tiene listas con todos sus nombres. Si puedo hacer el Círculo de la Oscuridad, uno muy amplio, y atraerlos a él, el Círculo los mantendrá allí lo suficiente para que yo pueda atarlos de modo que se queden entre las piedras de Benshar hasta la eternidad.
La mujer que había sido durante años su segunda al mando y que nunca había dejado de verter el agua lúcida y fría de su lógica sobre sus planes de guerra lo miró con sus ojos grises y enigmáticos durante un momento y después repuso:
—Si funciona.
Lobo del Sol asintió y trató de ignorar la fría curva de miedo que bordeó su mente apenas pensó en volver al templo hechizado.
—Si funciona —repitió, asintiendo.