ALGO DIFERENTE… es lo que ocurre con la forma de vida de las personas mayores, y aquí ni puedo ni debo permitirme ninguna ficción e ilusión, sino que me quedo con el conocimiento del hecho de que una persona más joven o en edad claramente juvenil no tiene la menor idea del modo en que viven las personas mayores. Porque para éstas en el fondo ya no hay vivencias nuevas; durante largo tiempo han recibido de antemano las vivencias primarias adecuadas, y sus experiencias «nuevas», cada vez más raras, son repeticiones de lo experimentado varias veces o, a menudo, son barnices nuevos sobre una pintura terminada al parecer mucho tiempo atrás, y sobre la existencia de vivencias antiguas extienden una nueva y fina capa de color o barniz, una capa encima de otras diez u otras cien. Y, sin embargo, significan algo nuevo; no son ciertamente vivencias primarias, pero sí auténticas, pues entre otras cosas cada vez se convierten en encuentros o exámenes con uno mismo.
El hombre que ve el mar por vez primera o que escucha por vez primera Las bodas de Fígaro vive algo distinto, y por lo general de forma más intensa, que quien lo ha hecho diez o cincuenta veces. Éste último tiene para el mar y para la música ojos y oídos diferentes, menos activos pero más experimentados y aguzados, y no sólo recibe la impresión, que para él ya no es nueva, de forma distinta y más diferenciada que el otro, sino que en la vivencia renovada le salen también al paso las veces anteriores; no sólo conoce una vez más y de una manera nueva al mar y al Fígaro ya conocidos, sino que se encuentra consigo mismo, con su yo más joven, con sus muchos peldaños vitales anteriores en el marco de las vivencias, nimbadas ya sea con sonrisas, burlas, aires de superioridad, emoción, vergüenza, alegría o arrepentimiento.
En general es conforme a la edad superior el hecho de que el viviente frente a sus formas de vida y vivencias anteriores propenda a la emoción o a la vergüenza, más que al sentimiento de superioridad; y concretamente frente a la persona productiva, frente al artista, en los últimos estadios de su vida el reencuentro con la potencia, intensidad y plenitud de su vigor vital rara vez suscitan el sentimiento de: «¡Oh, qué débil y necio era yo entonces!», sino por el contrario el deseo de «¡Oh, si tuviera yo todavía algo de la energía de entonces!»…
Nosotros, los poetas e intelectuales, valoramos muchísimo la memoria, es nuestro capital, de él vivimos; pero si a nosotros esa irrupción desde el mundo inferior de lo olvidado y rechazado nos sorprende, siempre supone el descubrimiento, alegre o menos, de una violencia o de un poder, que no es inherente a nuestros recuerdos cuidadosamente cultivados. A mí me venía a veces la idea o la sospecha de que el instinto de viajar y conquistar el mundo, el hambre de novedades aún no vistas, de viajes y exotismo, conocido por la mayor parte de las personas que no carecen de fantasía, especialmente en la juventud, bien podría ser también un hambre de olvido, de arrinconamiento de lo ocurrido en la medida en que nos presiona, el deseo de cubrir las imágenes vividas con el mayor número posible de imágenes nuevas.
Por el contrario la propensión del anciano a unos hábitos y repeticiones fijas, a la búsqueda siempre renovada de las mismas zonas, personas y situaciones, sería un esfuerzo por conseguir el bien del recuerdo, una necesidad nunca fatigosa de asegurarse lo que se guarda en la memoria y tal vez también un deseo de reencontrar y de añadir al tesoro de lo recordado una ligera esperanza, quizá de ver aún aumentado ese tesoro de lo que se guarda, quizás esta o aquella vivencia de un día, este y aquel encuentro, esta o aquella imagen y rostro, que estaban olvidados y perdidos. Todas las personas mayores, aunque no lo sospechen, van a la búsqueda del pasado, de lo aparentemente irrecuperable, pero que no ha pasado de un modo irrecuperable y absoluto, pues en determinadas circunstancias, por ejemplo a través de la poesía, se recupera y se arranca para siempre del olvido.
De «Engadiner Erlebnisse», 1953