En la ladera florecen los brezos,
la retama se eriza de escobas pardas.
¿Quién sabe todavía hoy lo verde
y plumoso que fue el bosque en mayo?
¿Quién sabe todavía hoy cómo sonaron
en tiempos el canto del mirlo y del cuclillo?
Lo que sonó tan encantador
ya se ha olvidado y confundido.
En el bosque, la fiesta de la noche estival
y encima del monte, la luna llena.
¿Quién las describió, quién las fijó?
Ya todo se ha disipado.
Y pronto de ti y de mí tampoco
ningún hombre sabrá ni contará nada.
Aquí habitan otras gentes,
a ninguna de ellas faltaremos.
Queremos aguardar a la estrella de la tarde
y a las nieblas primeras.
A gusto florecemos
y nos marchitamos en el gran jardín de Dios.