¡Oh, lluvia, lluvia de otoño,
montes cubiertos de gris,
árboles de tardo follaje que cae cansado!
A través de una ventana empañada mira
en lenta despedida el año achacoso.
Tiritando te sales con el manto
empapado. En la linde del bosque,
a tientas, el sapo y la salamandra salen
embriagados del follaje descolorido.
Y por los caminos abajo
corren y rugen las aguas infinitas;
en la hierba junto a la higuera
se remansan en estanques pacientes.
Y desde la torre de la iglesia,
sobre el valle, se derraman
cansadas y temblorosas las campanadas
por un aldeano que están enterrando.
¡Pero tú, amado mío, no llores
por más tiempo al vecino enterrado,
no llores la felicidad del verano,
ni las fiestas de la juventud!
Todo persiste en el piadoso recuerdo,
queda en la palabra, la imagen y la canción,
eternamente pronto a celebrar el regreso
con el vestido renovado y noble.
Ayuda tú a conservar, a transformar,
y para ti se abrirá la flor
del gozo creyente en el corazón.
La vejez tiene muchos achaques, pero tiene también sus ventajas. Una de ellas es la capa protectora de olvido, de cansancio, de afecto, que se interpone entre nosotros y nuestros problemas y sufrimientos. Puede ser desidia, anquilosamiento, odiosa indiferencia; mas, vista con otra luz, puede significar también serenidad, paciencia, humor, alta sabiduría y Tao.
La vejez aporta muchas cosas. Cuando un anciano mueve la cabeza o murmura algunas palabras puede verse en ello una sabiduría digna de elogio o un simple anquilosamiento. Pero el propio anciano continúa sin saber del todo si su conducta frente al mundo es en el fondo el resultado de la experiencia y la sabiduría o si es simplemente la consecuencia de trastornos circulatorios.
Sólo al envejecer se ve la rareza de lo bello y el singular milagro que se da realmente cuando entre las fábricas y los cañones brotan las flores, y entre los periódicos y los boletines de bolsa todavía siguen alentando las poesías.
Para ellos, para los jóvenes, su propia existencia, su búsqueda y sus sufrimientos tienen justamente una gran importancia. Para la persona que ha envejecido, la búsqueda fue un mal camino y la vida un fracaso si no ha encontrado nada objetivo, nada que esté por encima de ella y de sus preocupaciones, nada absoluto o divino que venerar, a cuyo servicio se pone y cuyo servicio es el único que da sentido a su existencia…
La necesidad de la juventud es la de poder tomarse a sí misma en serio. La necesidad de la vejez es poder sacrificarse a sí misma, porque por encima de ella hay algo que toma en serio. No me gusta formular dogmas de fe, pero creo realmente que entre esos dos polos tiene que discurrir y contar una vida espiritual. Porque el cometido, el anhelo y el deber de la juventud es llegar a ser, mientras que el cometido del hombre maduro es deshacerse o, como dijeron antaño los místicos alemanes, «dejar de ser». Pero antes es necesario haber sido un hombre perfecto, una auténtica personalidad, y haber sufrido los padecimientos de tal individuación y poder ofrecer, así, el sacrificio de esa personalidad.