UN PASEO EN PRIMAVERA

DE NUEVO LAS CLARAS lagrimillas están ahora en las yemas resinosas, los primeros pavones abren y cierran su noble vestidura aterciopelada a la luz del sol y los muchachos juegan con peonzas y canicas de piedra. Ha llegado la Semana Santa, llena a rebosar de cánticos y cargada de recuerdos con los colores crudos de los huevos de Pascua, con Jesús en el Huerto de Getsemaní, con Jesús en el Gólgota, con la Pasión según san Mateo, con los tempranos entusiasmos, los primeros enamoramientos y las primeras melancolías juveniles. Las anémonas cabecean sobre el musgo y los dientes de león brillan lustrosos a la orilla de los riachuelos que riegan la pradera.

Caminante solitario, no distingo entre los impulsos y presiones de mi interior y el concierto de la germinación, que con mil voces me rodea por fuera. Llego de la ciudad, tras un muy largo período de tiempo he vuelto a estar entre los hombres, me he sentado en una estación de ferrocarril, he visto cuadros y esculturas y he escuchado nuevas y maravillosas canciones de Othmar Schoeck. Ahora sopla sobre mi cara una agradable brisa ligera, como la que sopla sobre las anémonas ondulantes, y mientras suscita en mí enjambres de recuerdos como una polvareda, el aviso del dolor y la caducidad resuena en mí desde la sangre hasta la conciencia. ¡Piedra del camino, eres más fuerte que yo! Árbol de la pradera, me sobrevivirás, y quizá incluso tú, pequeña frambuesa, y hasta tal vez tú, anémona suavemente rosada.

Por un momento rastreo, más hondamente que nunca, la fugacidad de mi forma y me siento transportado al cambio, la piedra, la tierra, la frambuesa, la raíz del árbol. Mi sed se agarra a los signos del tránsito, a la tierra, al agua y al follaje marchito. Mañana, pasado mañana, pronto, muy pronto, yo seré tú, seré follaje, seré tierra, seré raíz, no escribas más palabras sobre el papel, no sigas oliendo el suntuoso barniz de oro, no sigas llevando en el bolsillo la cuenta del dentista, ni sigas dejándote atormentar por peligrosos funcionarios acerca del certificado de nacionalidad; tú, nube, nada en el azul; onda, fluye en el arroyo; brota, yema, en el arbusto; sumergido estoy en el olvido, sumergido estoy en la transformación mil veces deseada.

Diez y cien veces volverás todavía a prenderme, a hechizarme y encarcelarme, mundo de las palabras, mundo de las opiniones, mundo de los hombres, mundo del placer exaltado y de la angustia febril. ¡Mil veces me encantarás y aterrarás, con canciones cantadas en el batiente, con periódicos, con telegramas, con noticias fúnebres, con formularios de inscripción y con todos tus locos trebejos, tú, mundo repleto de placer y angustia, ópera encantadora rebosante de sin sentido melódico! Pero nunca más, ojalá así sea, te me perderás por completo, memorial de la caducidad, música pasionaria del cambio, disposición a morir, voluntad de renacimiento. Siempre volverá la Pascua, una y otra vez el placer se trocará en angustia y la angustia en redención, la canción de la caducidad me acompañará sin luto en mis caminos, rebosante de afirmación, rebosante de buena disposición, rebosante de esperanza.

1920