JAKE
No se puede proteger a alguien que no quiere que lo protejan. Hace falta obediencia y cooperación, pero ella no me ofrece ni una cosa ni la otra. Y me vienen ganas de retorcerle su atractivo y obstinado pescuezo.
Tras abrazar a su amiga, se dirige a su coche meneando las caderas y me lleva a dar otro paseo por Londres hasta llegar a su piso de Mayfair.
Bajo tras ella al aparcamiento subterráneo y no encuentro ninguna plaza libre. Ella me dirige una mirada burlona mientras saca sus bolsas del maletero del Mercedes, así que aparco pegado a él. No podrá ir a ninguna parte si le bloqueo la salida.
Cuando acaba de recoger sus carpetas y sus bolsas, se da la vuelta y la sonrisa burlona se le borra de golpe al ver lo que he hecho. Bajo del coche con mi bolsa de viaje. He venido preparado. Respondo a su pregunta antes de que pueda formularla.
—Voy a dormir aquí, por si se lo estaba preguntando. Es parte del contrato; su padre fue muy insistente.
Sus preciosos labios forman una mueca de disgusto.
—Esto es una violación de mis derechos humanos.
—Pues quéjese a su padre. Yo sólo cumplo órdenes.
—Bueno, pues le ordeno que me deje en paz.
—Usted no me paga el sueldo, señorita Logan.
—¿Cuánto?
Alzo una ceja.
—Esa información es confidencial.
—¿Está dispuesto a hacer todo lo que le ordene mi padre?
—Dentro de unos límites.
—¿Prepararme un baño está dentro de esos límites? —me pregunta con una sonrisa irónica, y tengo que esforzarme para librarme de las imágenes mentales que su ocurrencia me despierta.
—Depende de si quiere que entre con usted —le suelto, y ladeo la cabeza como si estuviera esperando su respuesta.
A ella se le escapa la risa por la nariz. Está tan graciosa que casi sonrío. Pero luego me mira mal, levanta la barbilla con altivez y se aleja.
—No cabría —replica.
Y ya no me parece tan graciosa.
Me contengo para no poner los ojos en blanco y la sigo. Una puerta de acero macizo da paso a un corredor, cuyas paredes están llenas de grandes espejos con marcos dorados. Lo examino todo a mi paso, confirmando lo que ya sabía por mi investigación previa. Acceso con tarjeta, tres cámaras, dos ascensores, un conserje. Papi es el dueño del edificio entero, y me juego lo que sea a que Camille Logan no le paga el alquiler. Saludo con educación al portero, que me mira con curiosidad y me devuelve el saludo. Luego espero a que llegue el ascensor a más de un metro de distancia de ella. Las puertas de los elevadores tienen cristales. No es fácil apartar la vista de su reflejo, así que me doy la vuelta y sigo examinando el edificio. Hay puertas giratorias, lo que no es muy seguro, y el conserje podría ser gemelo del vejestorio que vigila la entrada de la torre Logan.
Un discreto ping indica la llegada del ascensor. Como un caballero, dejo que Camille entre antes. Justo cuando me dispongo a hacerlo yo, las puertas se me cierran en la cara y estoy a punto de chocar con los cristales. Lo último que veo antes de que se cierren del todo es su sonrisa burlona.
—Me cago en… —susurro soltando la bolsa y apretando los puños.
Inspiro hondo para calmarme, ladeo la cabeza a derecha e izquierda para relajar el cuello y cierro los ojos, repitiendo mentalmente una frase tranquilizadora, como si fuera un mantra: «No la estrangules, no la estrangules, no la estrangules, joder».
Estoy tentado de dispararme una bala en la cabeza para acabar con todo. ¿En qué mierda de situación me he metido? Cuando llega el otro ascensor, recojo la bolsa del suelo, entro y pulso el botón del último piso. Este trasto va demasiado despacio para mi gusto. No la veo, y no debería perderla de vista en ningún momento.
—Un grano en el culo —murmuro.
Ya me imaginaba que no iba a ser fácil, pero lo que no imaginaba era que fuera a ponerme las cosas tan difíciles por tantos motivos. Motivos molestos, irritantes…, hasta dolorosos.
Cuando al fin llego a lo más alto del edificio, salgo del ascensor y encuentro lo que ya sabía que me encontraría al volver la esquina del pasillo: la puerta del apartamento número 30 bien cerrada. Estoy seguro de que ha echado todos los cerrojos y cadenas posibles. Podría desmontarlo todo en un par de minutos, pero prefiero no usar mis habilidades en la materia y llamar con delicadeza. No me sorprendo al no obtener respuesta. Vuelvo a llamar sin perder la compostura. No es fácil, cuando internamente quiero derribar la puerta de una patada y rodearle su esbelto y precioso cuello con las dos manos.
Ella sigue en silencio al otro lado.
—Joder.
Saco la pistola de la funda y apunto a la cerradura, pensando que será mucho más fácil eso que tratar de razonar con esta idiota. Pero un hilo de cordura atraviesa los muros de mi frustración y lo impide.
Suspiro y vuelvo a guardar la pistola en la parte trasera de los pantalones.
—Camille, esta puerta es muy bonita —musito seguro de que está al otro lado, probablemente con la oreja pegada a la madera—. Sería una lástima destrozarla.
Me fijo en que hay mirilla y sonrío. Me inclino despacio hacia delante hasta pegar el ojo a la lupa que hay incrustada en la puerta y me echo a reír cuando oigo ruido al otro lado. Esta chica es un caso.
—Podemos hacerlo por las buenas o por las malas.
—Váyase a la mierda.
Vuelvo a notar una gran tensión en la nuca mientras contemplo cuáles son mis opciones. Puedo romper la puerta y rebajarme a su nivel o mantener la calma y demostrarle que las cosas van a seguir así se ponga como se ponga. Y estoy refiriéndome al anónimo amenazador, no a la química que me ha picado en el culo y no ha parado de mordisquearlo hasta que ha sido imposible de ignorar. Hasta hoy he usado a las mujeres con un objetivo que no tiene nada que ver con la furia ni la frustración, todo lo contrario. Pero es cierto que para no caer en la furia ni la frustración suelo relacionarme con ellas con cuentagotas, en períodos de tiempo muy limitados. Camille Logan ya ha superado ese período.
Miro al suelo enmoquetado y decido que por hoy ya ha habido bastantes fuegos artificiales. Me siento y me preparo para una larga noche. Con la espalda apoyada en la puerta, saco el teléfono y le envío un breve mensaje a Logan para mantenerlo al día. Al final, tengo que aguantarme las ganas de decirle que su hija es más tozuda que una mula. Lo que sí le digo es que el exnovio ha vuelto a la ciudad.
Busco en la lista de contactos y el corazón me da un vuelco al ver el nombre de Abbie. Mi dedo permanece durante unos segundos sobre él, subiendo y bajando indeciso. Ponerme en contacto con ella sólo serviría para una cosa: hacer más vívidos los recuerdos, y eso es justo lo que quiero evitar. Me echo a reír, pero es una risa fría, helada. Los recuerdos siempre están ahí, torturándome día tras día; no necesito alimentarlos. No necesito revivir situaciones que aumentarán la agonía y el odio por una mujer que me hizo pedazos y me empujó a una espiral de autodestrucción.
Dejo el móvil a un lado y apoyo la cabeza en la puerta, mirando al techo para aclararme la mente. Cuando el teléfono suena, lo agradezco, ya que me aparta de mis habituales luchas internas. Es Logan. Antes de responder, apoyo la oreja en la puerta y oigo ruido lejano. No está escuchando.
—Imaginaba que llamaría enseguida —le digo a modo de saludo.
—Sebastian Peters. —Su voz destila puro veneno. No me extraña, después de toda la mierda que leí en internet—. Ese hombre estuvo a punto de acabar con ella.
—¿Es ésa la razón por la que me ha contratado? —le pregunto sin rodeos; tal vez Camille tuviera razón.
—No, ya sabe por qué lo he contratado; ya ha visto el mensaje. Pero tenga cuidado con Sebastian Peters —añade sin poder ocultar el desprecio y el asco que siente por él. Sí, he visto el mensaje, pero no logro librarme de la sensación de que no lo he visto todo, de que hay algo que se me escapa—. Tiene debilidad por la cocaína. No quiero que mi hija vuelva a tener contacto con esa mierda nunca más.
—De acuerdo —convengo, aunque nadie me dijo que entre mis funciones estaría la de mantener a raya a un exnovio.
Soy guardaespaldas; no terapeuta de parejas. Y mi función no es la de impedir que Camille Logan se meta cocaína por la nariz si le apetece. Pero lo haré.
—Lo llamaré si se presenta alguna otra novedad. Espero que usted haga lo mismo conmigo.
Pongo fin a la llamada antes de que pueda replicar y me muevo de un lado a otro tratando de encontrar una postura cómoda.
Tras pasar diez minutos con las piernas estiradas, levanto las rodillas y apoyo los antebrazos en ellas. Diez minutos más tarde, noto que la pistola se me clava en los riñones y que el culo se me empieza a dormir. Me están pagando por esto, me recuerdo. Me están pagando muy bien. Puedo soportarlo. He soportado cosas mucho peores en sitios mucho peores.
Cierro los ojos y pienso en que voy arrastrándome entre la maleza y los espinos me arañan las mejillas. Sin poder evitarlo, mi mente me ofrece una imagen de Danny y de Mike, muertos sobre el suelo. Noto el intenso dolor de la bala que tengo clavada en el hombro. El hedor a muerte me invade la nariz y los gritos de los inocentes civiles me ensordecen. Luego, una nítida imagen mental del rostro de ella me recuerda cómo llegué a esa anarquía; una anarquía que yo mismo había creado.
Abro los ojos y respiro hondo, secándome una gota de sudor de la frente.
—Joder.
«Pues vaya una manera de distraerme…» Maldigo a Camille Logan por no permitirme hacer bien mi trabajo mientras me llevo la mano a la espalda, saco la pistola y la dejo a un lado. Vuelvo a apoyar la cabeza en la puerta y trato de entretenerme revisando mentalmente toda la información de la que dispongo…, que no es mucha.
Hay un montón de hombres de negocios arruinados por culpa de las opas hostiles de Logan. Cualquiera de ellos podría querer vengarse de él a través de su hija. Por decirlo de manera clara, Trevor Logan tiene un montón de enemigos. Mierda, siento que me he sumergido en un mar de posibilidades y que no tengo ni idea de hacia dónde debería nadar. Y si a eso le añadimos el presentimiento de que Logan me está ocultando información, ya tenemos el lío armado. Luego está el exnovio. Técnicamente no es un sospechoso, pero es una amenaza. ¿Una amenaza? Sí, una amenaza para la salud de Camille, y probablemente también para su vida si le pone las manos encima. Eso lo convierte en una amenaza de igual calibre que la otra amenaza, y como tal lo trataré. Tenemos el anónimo que me enseñó Logan. Demasiado perfecto; ni una arruga.
Cojo el teléfono y le envío un mensaje a Lucinda:
Creo que Logan no nos ha facilitado toda la información relevante. La amenaza estaba impresa en un papel que parecía recién salido del paquete, pero él dijo que había llegado el día anterior por mensajero. Hay que revisar el circuito cerrado de televisión de la torre Logan.
Le doy a «Enviar» y, tal como esperaba, la respuesta me llega segundos después:
Interesante. Me pongo a ello. Por otro lado, he revisado los correos electrónicos de Logan con detenimiento y no he encontrado nada raro. De momento no tengo ningún sospechoso. Todo está limpio como una patena. ¿Y a ti? ¿Cómo te va?
Me echo a reír.
No preguntes. Las mujeres sois muy difíciles. Ya que te pones, búscame todo lo que puedas sobre Sebastian Peters.
Me responde al instante:
¿El ex? ¿Puedo preguntar por qué?
Mi respuesta es simple y educada:
No.
Dejo el teléfono y vuelvo a apoyar los antebrazos en las rodillas y a echar la cabeza hacia atrás, dándole vueltas a la mente. Hay algo en todo esto que me incomoda mucho. Hablando de estar incómodo…
Cambio de postura, frunciendo el ceño, pero dejo de pensar en el incómodo suelo al oír que una de las cerraduras se abre. Me quedo inmóvil escuchando.
Y, de repente, me caigo de espaldas, ya que a mis abdominales no les da tiempo a reaccionar para sostenerme. Estoy tumbado boca arriba en el suelo, contemplando el par de piernas más increíbles que he visto nunca. Parece que no tengan fin. Empiezan en unos preciosos dedos de los pies con las uñas pintadas de rosa y unos estrechos tobillos que llevan a unas esbeltas pantorrillas. Creo que son las pantorrillas más perfectas que he visto. Y esos muslos… Noto un cosquilleo en las puntas de mis dedos, que se mueren de ganas de acariciarlos. Por debajo de la camiseta blanca, que le queda demasiado grande, le asoman las bragas, que son de encaje rosa. La frase que lleva impresa en la camiseta me hace sonreír:
A MÍ NO SE ME IGNORA.
¿Se la habrá puesto a propósito? «No, señorita Logan, está claro que no.» Y menos ahora. ¿Qué demonios pretende hacer conmigo?
Mierda, tengo que calmarme antes de que nos maten a los dos por mi culpa. La distracción es la mejor manera de llegar a tu objetivo. Y, ahora mismo, si alguien quisiera llegar a Camille Logan lo tendría muy fácil, porque estoy distraído como un idiota. La melena rubia le cae sobre los hombros, tapándole el pecho perfecto que esconde bajo la camiseta. Al mirarla a la cara, veo que se ha quitado el maquillaje. La polla me da un brinco bajo los pantalones. Joder, esta mujer es una obra de arte. Siento el impulso de decirle que se deje de líos y se olvide de usar maquillaje: no lo necesita.
Inclina la cara hacia mí y me mira de arriba abajo. Se cruza de brazos, lo que hace que la tela de la camiseta se ciña a sus curvas. Mi polla saltarina se endurece al instante.
—¿Por qué lleva una pistola? —me pregunta señalando la Heckler con la barbilla, lo que hace que recuerde dónde está. Su pregunta también me hace recordar qué hago yo allí.
Me levanto con agilidad, recogiendo la pistola por el camino, y me la guardo a la espalda.
—Para dispararle con ella cuando vuelva a tocarme las narices.
Camille frunce el ceño y arruga su naricita. Bien, que me odie, así todo será más fácil.
—Es usted un auténtico encanto. —Resopla y da media vuelta, castigándome con la imagen de sus piernas desnudas por detrás—. Será mejor que pase.
Alzo mucho las cejas sorprendido. ¿Qué ha cambiado? No lo sé, pero no pienso protestar. El culo todavía me hormiguea, volviendo a la vida. Recojo la bolsa y entro despacio en… el infierno.
Miro a mi alrededor alarmado, aunque no dejo que se note. Aunque da una imagen impecable de cara al exterior, esta mujer es un auténtico desastre. Todo está cubierto de objetos femeninos: hay zapatos, bolsos, ropa, maquillaje… sobre las sillas y también en el sofá. Y luego están los dibujos, los trozos de tela y los papeles esparcidos por todas partes, incluido el suelo. ¿Cómo puede vivir así? Supongo que alguien vendrá a limpiar. No sabría decir qué estilo tiene el piso, porque todo está hecho un desastre. A juzgar por las paredes, blancas y libres de objetos relacionados con la moda, diría que es minimalista. ¿Minimalista? Me aguanto la risa. Debía de serlo antes de que Camille Logan entrara en él. Mi pasado militar protesta ante tanto desorden. Abriéndome camino entre un mar de ropa, dejo la bolsa sobre una mesa donde veo laca de uñas de todos los colores posibles. Inmediatamente distingo la que lleva en los pies: rosa pálido. Sutil y muy femenino.
—Puede dormir aquí —me indica.
Al volverme hacia ella veo que se ha inclinado sobre el sofá para retirar más ropa y casi me vuelvo bizco. ¡Hostia, me está matando!
—Yo me encargo —digo. Lo que sea para que deje de inclinarse así—. Permítame —insisto apartándola de en medio con un golpe de cadera.
—Vale —accede molesta mientras vuelve a su dormitorio—. Joder, menudo caballero.
Sin hacer caso de su insolente comentario, me saco la pistola de los pantalones y la dejo sobre el brazo del sofá. Me quito los zapatos mientras me desabrocho la bragueta. Entonces me doy cuenta de que Camille no ha cerrado del todo la puerta. Ese gesto tan inocente me tranquiliza un poco. Ya que no puedo dormir en la misma habitación, esto es mejor que nada.
Me aflojo la corbata y me desabrocho la camisa. Luego paso cinco minutos buscando un sitio libre donde colgarlas antes de rendirme y colocarlas lo mejor que puedo sobre el montón de ropa que hay en la silla. Vuelvo al sofá, me siento y me froto la cara con las manos, suspirando. La noche va a ser larga.
—Esa mujer tiene ganas de que la maten —murmuro.
Ella busca mi mirada a través del hueco de la puerta mientras se mueve por su habitación. Tengo que apartar la mirada. Debo cerrar los ojos y actuar como si no estuviera ahí. Pero la maldita mujer echa por tierra mi plan colocándose de espaldas frente a la puerta. Lentamente, demasiado lentamente para que sea un gesto inocente, se quita la camiseta por encima de la cabeza y la tira a un lado.
Contengo el aliento. La visión de esa superficie de piel pálida me acompañará mientras viva. Dios… Me muevo a un lado y a otro y llevo una mano a mi polla, que palpita a su ritmo. He subestimado a esa mujer. Lo de dejar la puerta entreabierta no tenía ni un pelo de inocente. Está jugando conmigo. Tal vez sea yo el que tenga instinto suicida.
Entonces desaparece de mi vista y todo el aire que había estado conteniendo sale disparado. El corazón me late desbocado en el pecho. Saco las pastillas de la bolsa y me trago una esperando que me libren no sólo de las pesadillas, sino también de mi nueva clienta.