Pero los pensamientos de Rüdiger, al parecer, sólo giraban en torno a Olga.
—Ha dicho que no regresó por mí en absoluto —informó.
—¿No? —se hizo el sorprendido Anton.
—¡No! Lo hizo solamente por Tía Dorothee. Tenía como una losa sobre el corazón por haberse marchado volando sin haberse despedido… y porque Tía Dorothee la considerara una desagradecida y una egoísta. ¡Y por eso regresó!
De rabia le dio una patada a la botella del aceite bronceador.
—Todo el entrenamiento para nada. Noche tras noche ese tormento… ¡y todo en mano!
—¿En mano?
—O en vano, como mejor te parezca —dijo el pequeño vampiro agitando furioso los puños—. Ahora se ha ido volando con Tía Dorothee y con Hugo para seguir las huellas a Igno Rante… ¡y yo ya veo dónde me quedo!
—¿Con Hugo el Peludo? —preguntó excitado Anton.
El pequeño vampiro le miró sorprendido.
—¿Le conoces?
—No, no —dijo apresuradamente Anton—. Sólo que Olga me ha hablado de él… en una de sus visitas —añadió ladinamente.
El vampiro aguzó el oído.
—¿Visitas? ¿Más de una?
—Sí —confirmó Anton con voz firme. Tenía la sensación de que esta vez a lo mejor conseguía abrirle los ojos al pequeño vampiro sobre «su» Olga—. En su penúltima visita incluso llamó al timbre de la puerta.
—¿De tu puerta?
—Sí. ¡Y luego le preguntó a mis padres si me dejaban ir con ella a la ceremonia de esponsales!
—¡¿Qué?! ¡¿Tú con Olga?! —bufó el pequeño vampiro.
—Naturalmente yo dije que no —dijo Anton—. Aunque mis padres ya habían dado permiso. Pero yo no traiciono a mis amigos.
Y con un cierto orgullo, añadió:
—¡Realmente deberíais concederme una condecoración!
—¿Una condecoración? —dijo el pequeño vampiro echándose a reír burlonamente—. ¡Ja! Olga me ha dicho que con mis ejercicios le parecía aún más aburrido y más mediocre que antes. Me reprochó que hubiera renunciado a lo poco que en mí quedaba algo interesante: mi esencia como vampiro. ¡Y que eso era lo peor de todo!
—Pero no lo digo por eso —replicó rápidamente Anton—. Lo digo por la varicela.
—¿La rícela? ¿Qué rícela?
—¡La varicela que le he pegado a Igno Rante! ¡O mejor dicho: al Profesor Piepenschnurz!
El pequeño vampiro arrugó la frente.
—¿Piep y Schnurz? [4] No entiendo ni una palabra.
—August Piepenschnurz —dijo Anton—. Ése es su verdadero nombre. Igno Rante es sólo un nombre supuesto con el que se acercó a Tía Dorothee.
—¿Un nombre supuesto?
—¡Sí! En realidad es profesor y se llama August Piepenschnurz.
El pequeño vampiro sacudió perplejo la cabeza.
—¿Y qué es lo que quiere de nosotros un profesor?
—¡Ése es precisamente el quid de la cuestión! —exclamó Anton inspirando profundamente—. Debe ser profesor en vampirología… ¡Un investigador de vampiros!
Rüdiger se puso pálido como la cera.
—¿Un investigador de vampiros?
—¡Sí! —le confirmó Anton, y entonces le contó que él, desde el principio, había sospechado de Igno Rante. Le informó de la conversación que había tenido con Johann Holzrock, el Doctor Gans y de la furgoneta de color cardenillo, de la Pensión Nebelhorn y de las informaciones que le había sacado allí a la dueña.
—Entonces…, entonces Igno Rante es… ¡un ser humano! —le interrumpió el pequeño vampiro con voz chillona.
Anton asintió con la cabeza.
—Lo único que hizo fue disfrazarse y maquillarse muy bien.
—¡Por Drácula, qué cosa tan horrible! —murmuró el pequeño vampiro castañeteando con los dientes.
—Es más horrible aún de lo que tú crees —repuso Anton.
De debajo de la almohada cogió el sobre de la carta de Geiermeier y se lo entregó al pequeño vampiro.
Con las manos temblorosas, Rüdiger mantuvo la carta muy pegada a sus ojos y leyó la dirección y el remitente.
—¡Oh, no! —jadeó—. ¡Qué terrible! ¡Qué horrible!: ¡Olga en las garras de esa bestia!
—¿Bestia? ¿A quién te refieres? —preguntó irritado Anton.
—¡¿A quién va a ser?! ¡A Geiermeier! —gruñó el vampiro.
—¡Pero si Geiermeier está en el Balneario del Puente de los Tres Diablos! —repuso Anton—. Y hasta dentro de tres o cuatro semanas no volverá de su tratamiento.
—¿Dentro de tres o cuatro semanas? —repitió el pequeño vampiro mirando perplejo el sobre—. ¿Y la carta? La carta es suya, ¿no?
—Sí, pero la ha enviado por correo.
—¿Por correo? ¿Y por qué?
—¡Bueno, pues porque él está detrás de todo esto! ¡Geiermeier es el hombre en la sombra, el que maneja los hilos…! ¡el que ha hecho que el Profesor Piepenschnurz os aceche!
—¿El que mueve los hilos? ¿El hombre en la sombra? —gruñó el pequeño vampiro—. ¿Y qué misión tiene Piepenschnurz?
—Me parece que lo único que quería era estudiaros para luego escribir un libro sobre vosotros.
—¡Pero no lo sabes seguro!
—¿Seguro? ¿El qué?
—Que sólo quería escribir un libro —contestó el pequeño vampiro—. También podría ser un… ¡cazador de vampiros!
Anton dijo que no con la cabeza.
—Eso me parece muy poco probable. Piepenschnurz es un científico inofensivo.
—¡Inofensivo! —sollozó el pequeño vampiro—. ¡Oh, mi pobre Olga! Está en peligro, en un terrible peligro. Si ahora Olga, Tía Dorothee y Hugo le siguen la pista a ese Igno Rante…, y si él no es Igno Rante, sino Piepenschnurz… y Olga no lo sabe, ni Tía Dorothee…, ¡entonces Olga sufrirá un tremendo shock como aquella vez en la Cripta Seifenschwein! ¡Oh, tengo que encontrar a Olga para prevenirla!…
Se volvió hacia la ventana.
—¿Y adonde se ha ido volando Olga? —preguntó Anton rápidamente.
—¿Adonde? —repitió con voz abatida el pequeño vampiro—. ¡Ojalá lo supiera! Tía Dorothee cree que Igno Rante se ha puesto tan enfermo que se ha escondido en algún sitio y que ahora necesita ayuda. Y la que necesita ayuda es ella… ¡ella y sobre todo Olga!
Se subió de un salto al poyete de la ventana.
—¡Ojalá pueda encontrarla! —suspiró lanzándose al aire.
—¡Alto, espera! —exclamó Anton corriendo a la ventana.
Vio una sombra que se alejaba rápidamente y luego el pequeño vampiro desapareció del todo.
Anton se dio media vuelta lentamente. Su vista fue a dar con las cosas que había en el suelo: los pantalones del chándal, cuyas perneras las había cortado el pequeño vampiro; los calcetines sucios, que ya tenían por lo menos diez agujeros; la banda de la frente completamente deshilachada…
—¡Todo ha sido en mano! —suspiró—. ¡Completamente en mano! —añadió.
Anton se metió en la cama y con cansancio de vampiro —¡por lo menos aquella noche!— se acurrucó entre las sábanas.