¿Necesitas un pañuelo?

Anton estaba durmiendo profundamente cuando alguien le sacudió en el hombro y una voz ronca graznó:

—¡Eh, despierta!

Anton se incorporó adormilado. La lámpara del escritorio estaba encendida y gracias a su luz Anton pudo ver al pequeño vampiro.

Rüdiger debía de haber estado peinándose durante horas: llevaba el pelo muy brillante y muy pegado a la cabeza, y estaba peinado con una rectísima raya a un lado. ¡Estaba casi tan atildado como Igno Rante con su pomada para el pelo!

Igno Rante… Anton, de pronto, estaba despiertísimo. ¡Probablemente Rüdiger venía directamente de la ceremonia de esponsales y su cuidado pelo era su peinado especial para la fiesta!

Entonces el pequeño vampiro, con una expresión sombría, se echó hacia atrás su capa y dejó caer un hatillo al suelo.

—Aquí tienes tus cosas —gruñó—. Ya te las puedes quedar.

—¿Mis cosas? —preguntó Anton mirando fijamente el hatillo que estaba en el suelo.

Reconoció su chándal, los calcetines amarillos, la banda de la frente, las gafas de sol, un tubo de crema solar medio vacío y una botella de aceite bronceador.

—¡Sí! ¡Ya no necesito estos trastos! —declaró el pequeño vampiro con voz de ultratumba.

¡Trastos! Anton iba a protestar. ¡Después de todo, las cosas eran suyas y el aceite lo había pagado con su propio dinero! Pero en aquel momento no hubiera sido muy inteligente ponerse a discutir con Rüdiger…

Así que se tragó su indignación y preguntó:

—¿Así que ya lo sabes?

—¡Pues claro que lo sé! —replicó de mal humor el pequeño vampiro—. Yo estaba presente cuando ella se ha marchado volando.

—¿Cuando ella se ha marchado volando? —repitió Anton.

Al parecer, el pequeño vampiro había entendido su pregunta de una forma diferente. Con aquel «lo» Anton se refería a la gran conspiración y a que Igno Rante había sido capaz de engañarlos a todos, y, sobre todo, a Tía Dorothee.

De una forma completamente inesperada para Anton, al pequeño vampiro le empezaron a correr lágrimas por sus pálidas mejillas.

—Y yo que me había alegrado tanto por la ceremonia de esponsales… —suspiró.

Anton le miró afectado. Aunque seguía estando furioso con el pequeño vampiro… ¡en aquel estado Rüdiger le daba pena!

—¿Necesitas un pañuelo? —preguntó cautelosamente.

—¡No! —bufó el pequeño vampiro, para extender inmediatamente después su mano y decir que sí. Anton sacó un pañuelo de papel de su escritorio. Rüdiger lo cogió y se sonó varias veces.

—Y con la armonía que había entre nosotros… —se quejó—. O por lo menos así lo creía yo, hasta esta noche…

Volvió a sollozar, pero afortunadamente hizo tantos esfuerzos por controlarse que no le corrió ninguna lágrima.

Anton ya no pudo reprimir más su curiosidad.

—¿Te refieres a Olga?

—¿A quién si no? —contestó apagado el pequeño vampiro.

—¿Ella se ha marchado volando? —preguntó Anton palpitándole el corazón.

—Sí —dijo el pequeño vampiro sorbiendo con la nariz—. ¿Y sabes una cosa?

—No, ¿el qué? —preguntó Anton.

¡Ahora seguro que se enteraría de los pormenores del drama que tenía que haber representado la «aplazada» ceremonia de esponsales!