Anton se levantó de la cama. No podía seguir allí sentado sin hacer nada; tenía que hacer algo, hablar con alguien… Así que se alegró de verdad cuando oyó un rumor en el pasillo y su padre, inmediatamente después, asomó la cabeza por la puerta. Sonriendo amablemente, le preguntó:
—¿Ya estás despierto?
—¿Ya? —dijo Anton riéndose irónicamente—. Lo de «ya» lo dirás por vosotros, ¿no? Yo llevo despierto horas… ¡y estoy medio muerto de hambre!
—¿Por qué no te has preparado tú mismo el desayuno? —replicó su padre.
—¿Que por qué?… Pues porque prefiero desayunar con vosotros.
El padre de Anton se rio.
—Sí es así, seguro que entonces también querrás venirte a hacer jogging, que es lo que mamá y yo tenemos previsto hacer después del desayuno.
—Pues claro que sí —dijo Anton disfrutando por la cara de perplejidad que puso su padre.
«¡Así por lo menos se me pasará más deprisa el tiempo!», añadió para sus adentros.
Y, en efecto, la noche llegó mucho más rápido de lo que Anton había creído. Con la excusa de que aún tenía que preparar un examen de matemáticas, Anton se metió en su habitación y abrió la ventana de par en par. Luego tomó asiento en el escritorio y abrió La verdad sobre Frankenstein, una antiquísima historia que ya se había leído por lo menos cinco veces. Pero era emocionantísima y también en esta ocasión le volvió a fascinar.
Precisamente por eso Anton casi se sobresaltó cuando, a sus espaldas, alguien aterrizó en el poyete de la ventana. Se volvió… y vio la cara de Olga, que le sonreía dulcemente.
—¿Tú? —dijo levantándose precipitadamente—. Y yo que pensaba que…
Se interrumpió. Olga se deslizó dentro de la habitación.
—¿Qué es lo que pensabas? —susurró ella colocándose el lazo del pelo, que esta vez era azul oscuro.
—¡Que estarías ya en la ceremonia de esponsales! —repuso Anton.
¡No podía reconocer que lo que realmente había pensado…, o mejor dicho: esperado, era que serían el pequeño vampiro o Anna!
—Sí… —dijo Olga con una risita—. ¡Por eso supongo que tu alegría será aún mayor, ¿no?!
—¿Ya…, ya no estás furiosa conmigo? —preguntó con cautela Anton.
—¿Furiosa? —repitió ella mirando con afectación hacia el techo—. Olga, la señorita Von Seifenschwein, tiene un gran corazón. ¡Te perdono!
—¿De verdad? —dijo con malestar Anton.
¡En su opinión, tras el perdón de Olga no podía ocultarse nada bueno!
—Sí —dijo ella con voz chillona—. Ahora estoy convencida de que lo único que te llevó a hacer esas irreflexivas observaciones fue tu atolondramiento.
Anton sabía a qué «irreflexivas observaciones» se refería: a las que le hizo cuando le habló de sus sospechas de que lo mismo el Doctor Gans era un cazador de vampiros, un cazador de vampiros, moderno.
—Tu atolondramiento y… ¡tu sangre joven! —exclamó Olga, y soltó una carcajada.
—¿Sa…, sangre joven? —repitió angustiado Anton.
—¡Sí! Eres tan joven y tan atolondrado que ni siquiera te das cuenta de lo que haces.
Instintivamente, Anton se había llevado las manos al cuello; pero parecía que lo de «sangre joven» no era más que una forma de hablar…
—El caso es que ya no estoy enfadada contigo —declaró condescendiente Olga.
Y sonriéndole provocativa preguntó:
—¿Nos vamos volando?
—¿Irnos volando? —dijo Anton no presintiendo nada bueno—. ¿A dónde?
—¡A la ceremonia de esponsales, naturalmente!
Con un movimiento rápido, Olga se echó la capa hacia atrás… y él se encontró ante sus ojos un vestido de terciopelo azul oscuro.
—Es mi bonito vestido de fiesta para las grandes ocasiones —dijo pavoneándose—. ¡Espero que tú tengas algo apropiado! Lo mejor sería un traje de terciopelo azul oscuro. ¡Eso sería divino!
—Es que yo… —empezó a decir Anton, pero Olga le interrumpió:
—Tus padres están de acuerdo, ¿ya no te acuerdas? ¡Dijeron que mi invitación les parecía muy amable!
—Es que… han cambiado de opinión —repuso apresuradamente Anton.
—¿Cómo? ¿Así tan de repente? —dijo Olga poniéndolo en duda y mirando hacia la puerta.
«¡Espero que no se le ocurra ir a preguntar!», pensó preocupado Anton.
Lo más convincente que fue capaz, contestó:
—Sí, porque mañana tengo que ir al colegio.
—¡Colegio! —bufó desdeñosa Olga—. ¿Quién piensa en el colegio cuando Tía Dorothee celebra esponsales?
—Yo… —dijo Anton carraspeando—, no creo que se puedan celebrar los esponsales.
—¿Y por qué no?
—Porque para que haya esponsales tiene que haber siempre dos, ¿no?
—¡Efectivamente! —dijo con voz chillona Olga.
—¡E Igno Rante se ha marchado esta mañana! —declaró Anton.
¡Bueno, ya lo había dicho! Sentaba bien habérselo confiado a alguien… ¡aunque no fuera más que a Olga!
Pero para asombro suyo, Olga empezó a reírse burlonamente.
—¿Que se ha marchado? Rüdiger tiene razón: ¡eres verdaderamente ridículo con tus celos!
—¿Celos? ¿Yo? —dijo Anton riéndose secamente.
—¡Sí, señor! —confirmó Olga—. Rüdiger dice que estás muy enfermo de celos porque Anna tiene ahora un tío muy cariñoso y que se ocupa de ella… ¡De todas formas, lo que yo no entiendo es qué encontráis vosotros —el señor Rante y tú— en una sosa como Anna! —añadió incisiva.
Anton iba a contestarle algo fuerte, pero se reprimió y dijo simplemente:
—¿Muy cariñoso y que se ocupa de ella? Ya, ya veréis vosotros…
—¿Qué es lo que vamos a ver?
—¡Lo fiel que es vuestro tío Igno!
—Bueno, ya lo veremos —dijo apasionadamente Olga tapándose de nuevo el vestido con su capa de vampiro—. ¡Venga, Anton, vámonos!
Anton dijo que no con la cabeza. Bajo ningún concepto quería estar presente cuando no se pudieran celebrar los esponsales. ¡Tía Dorothee se pondría desenfrenada de furia!
—No puedo irme volando contigo. Es que mis padres me van a preguntar para ver si estoy bien preparado para el examen de matemáticas de mañana.
—Empollón —gruñó Olga—. ¡Eres igual que Anna!
Dicho aquello trepó al poyete de la ventana y desde allí bufó:
—¡Eso es porque a ti te perdonan y te permiten todo! ¡Bah, cualquier minuto que se te dedique a ti es tiempo perdido!
Salió volando de allí sin despedirse.
Anton, que no estaba nada amargado, sino más bien aliviado, regresó a su escritorio. Pero ya no fue capaz de concentrarse en la lectura de La verdad sobre Frankenstein. No podía evitar pensar una y otra vez en la ceremonia de esponsales. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde se iban a celebrar, si en Villa Vistaclara o en la Cripta Schlotterstein. Una cosa, sin embargo, lo sabía casi con toda seguridad: que aquello —en el verdadero sentido de la palabra— iba a convertirse en un infierno cuando el futuro prometido no apareciera…
Pero Anton esperó en vano la visita de Anna o del pequeño vampiro. Poco antes de medianoche se fue a la cama muerto de cansancio.