Cuando llegó a casa, Anton comprobó que sus padres todavía seguían durmiendo.
—¡Menos mal! —suspiró.
Había tantísimas cosas sobre las que reflexionar sin que le molestaran… Se coló sin hacer ruido en su habitación, sacó del escritorio un bloc y un lápiz y se sentó en la cama.
¡Seguro que escribir notas le ayudaría a comprender mejor aquella trama tan enrevesada! Anton se apoyó el bloc en la rodilla y empezó a anotar los acontecimientos importantes:
¿Quién es Igno Rante?
Aunque Anton creía saber ya la respuesta a esa pregunta… ¡no debía sacar, bajo ningún concepto, conclusiones precipitadas! Quería mirar otra vez desde el principio con ojo crítico todo lo relativo a Igno Rante.
Visita a la casa del señor Schwartenfeger. En la sala de espera encuentro la octavilla.
En la octavilla ponía que había que ayudar a salvar el viejo cementerio de su destrucción por fanáticos airados (lo de «fanáticos» se refería al guardián del cementerio, Geiermeier, y a su ayudante, Schnuppermaul). Y que por eso había que unirse a la iniciativa popular «Salvad el Viejo Cementerio». Y que se podía conseguir más información dirigiéndose a J. Schwartenfeger.
Con aquella octavilla, Anton había tenido inmediatamente muy claro quién había parado las obras: ¡el señor Schwartenfeger! ¡Gracias a su iniciativa popular la familia Von Schlotterstein había podido regresar de las ruinas del Valle de la Amargura a su Cripta Schlotterstein!
Así que el señor Schwartenfeger, sin haberlo querido, había sido también el causante del ataque al corazón que le había dado a Geiermeier…
Sí, y luego Anton se había enterado por el señor Schwartenfeger de que éste, con su iniciativa popular, había perseguido un segundo propósito: quería conocer a vampiros para experimentar en ellos su programa de aprendizaje contra miedos especialmente fuertes (las denominadas fobias).
El señor Schwartenfeger dijo que tenía un paciente que era vampiro: Igno Rante.
Aunque Igno Rante afirmó que él no era un vampiro, el psicólogo le examinó a través de su espejo de bolsillo y comprobó que su misterioso paciente no se reflejaba en él.
Primer encuentro con Igno Rante antes de ponerse el sol.
Aquella vez Anton había llegado demasiado pronto a la consulta del psicólogo. La señora Schwartenfeger no había querido dejarle entrar y, por el contrario, había hecho raras insinuaciones sobre «pacientes fuera de lo normal» y le había propuesto que esperara fuera de la casa. ¡Con ello, sin embargo, lo único que había conseguido había sido picar aún más la curiosidad de Anton! Con la excusa de que tenía ganas de hacer pis, él había estado esperando en el cuarto de baño a que Igno Rante saliera de la sala de consulta…, y entonces había reunido todo su valor y le había salido al paso. A Anton aún se le ponían los pelos de punta al acordarse de aquel primer encuentro. El inquietante aspecto de Igno Rante y su olor a moho, con el que se mezclaba un repulsivo tufo a lirios del valle, le habían convencido inmediatamente a Anton de que se encontraba delante de un vampiro… ¡Y eso antes de ponerse el sol!
Por consiguiente, Anton había deducido que el programa de entrenamiento del señor Schwartenfeger, con el que pretendía curar el miedo de los vampiros a los rayos del sol, había tenido un éxito sensacional.
Segundo encuentro en el depósito de agua.
No, no fue un encuentro; Anton solamente había observado a Tía Dorothee y a Igno Rante desde el castaño. Después, volando sin que le vieran, había seguido a Igno Rante, a Tía Dorothee y a Anna.
La guarida de Igno Rante: Villa Vistaclara.
Allí Anton había estado acechando por la ventana del sótano y había oído que Igno Rante, según la expresión de Tía Dorothee, tenía «un poco de ceguera nocturna».
Anton se había enterado por Anna de que Igno Rante sufría una especie de «ceguera congènita» y, además, de que ya cuando era un niño se pasaba las noches enteras leyendo con la linterna bajo la tapa del ataúd.
Esa información fue la que le hizo desconfiar a Anton, pues eso significaría que Igno Rante tenía que haberse convertido en vampiro cuando era niño. Pero Igno Rante, se mirara por donde se mirara, era un adulto.
Primera sospecha de que Igno Rante lo mismo no es un vampiro.
En cuanto Anton ya no tuvo fiebre se fue, lleno de inquietud, a Villa Vistaclara. En el sótano de la villa encontró el ataúd vacío de Igno Rante. ¡Y eso antes del mediodía! La sospecha de Anton se reforzó, pero desgraciadamente nadie le tomó en serio: ni siquiera Olga, que estaba demasiado ocupada consigo misma como para averiguar algo útil sobre el futuro prometido de Tía Dorothee.
Johann Holzrock. Muebles Funerarios. Modelo 1 a.
Johann Holzrock había puesto a Anton sobre la pista del Doctor Gans. Era absolutamente evidente que el Doctor Gans no era vampiro, pues Anton le había visto meterse de día en Villa Vista-clara… con una bolsa de la farmacia en la mano. Hasta que Anton, por culpa de Olga, no despertó celos en Anna, ésta hizo oídos sordos. A partir de entonces, sin embargo, ella hizo más averiguaciones y descubrió la placa de metal del ataúd de Igno Rante.
Y la bolsa le había hecho pensar a Anton que era posible que Igno Rante estuviera enfermo.
Pero no había sido un infarto, como Anton había supuesto: durante el ensayo general Tía Dorothee había descubierto de repente las manchitas rojas que Igno Rante tenía en los dedos. Igno Rante había explicado que con frecuencia le salían manchas rojas cuando se encontraba algo nervioso, pero Anton creía que era por otra cosa muy diferente.
Volvió a rememorar la escena que había contemplado delante de la Pensión Nebelhorn: el Doctor Gans llevando de la pensión hasta su furgoneta verde a un hombre que caminaba encorvado y que, al parecer, era el doble de Igno Rante. En la conversación que había mantenido después con la dueña, Anton se había enterado de que aquel hombre bajo era el Profesor Piepenschnurz y de que estaba tan enfermo de varicela que había tenido que marcharse antes de tiempo.
¿Serían simplemente casualidades? ¡No!
Nervioso, anotó:
El Profesor Piepenschnurz tiene varicela.
Igno Rante tiene varicela.
El Profesor Piepenschnurz tiene el mismo aspecto que Igno Rante.
¡El Profesor Piepenschnurz es Igno Rante!
Anton hizo una pausa porque el corazón le estaba latiendo salvajemente.
Luego escribió:
«Y el Profesor Piepenschnurz es… ¡un ser humano!»
Cuando escribió «ser humano», a Anton le tembló tanto la mano que la letra le salió casi ilegible. Pero también se debía a que aquello era una monstruosidad: un ser humano, un profesor que se había infiltrado entre los vampiros, maquillado, disfrazado y con un nombre falso…, y que había conseguido engañarles a todos (¡y sobre todo a Tía Dorothee!), ocultándoles su verdadera identidad.
A Anton se le heló la sangre en las venas sólo de pensar lo que les hubiera podido pasar a Anna y al pequeño vampiro de no haber estado el Profesor Piepenschnurz enfermo de varicela.
¡Ahora estaba demostrado que tenía toda la razón del mundo al sospechar de Igno Rante! ¡Y había sido la varicela de Anton lo que les había salvado… ejem…, la vida a los vampiros!
Pero, ¿qué le habría llevado al Profesor Piepenschnurz a acercarse a Tía Dorothee…, con el objetivo de que le acogieran en la Cripta Schlotterstein? Al fin y al cabo había corrido un peligro, un grave peligro, pues también podría haber sido Tía Dorothee quien hubiera descubierto su secreto, y en ese caso…
Anton se estremeció. La única explicación que se le ocurría era que fuera por algo relacionado con la profesión del Profesor Piepenschnurz: ¡que él fuera… profesor en vampirología!
¡Y si efectivamente Piepenschnurz era profesor en vampirología, seguro que estaría en contacto con otros investigadores que estudian a los vampiros!
Y no sólo con investigadores… (Anton sintió una sacudida), sino también con… ¡cazadores de vampiros!
Llegado a ese punto en sus reflexiones, Anton tuvo que respirar profundamente. Con el corazón palpitante se sacó el sobre del bolsillo del pantalón.
«Al Profesor August Piepenschnurz. Pensión Nebelhorn»…
«Geiermeier. Provisionalmente en el Balneario del Puente de los Tres Diablos»…
¡Sí, aquella carta era el último eslabón que faltaba en la cadena!
Anton se dio cuenta de que ya llevaba un rato sin anotar nada. Pero ahora, aun sin notas, tenía muy claro quién estaba detrás de todo aquel asunto: ¡Geiermeier, el guardián del cementerio!
Sospechaba que Geiermeier, al estar en el hospital y no poder seguir persiguiendo a los vampiros, se había dirigido al Profesor Piepenschnurz. Geiermeier seguro que le había contado en secreto al profesor que en su cementerio vivía todo un clan de vampiros. Y seguro que había sido Geiermeier el que había propuesto acercarse a los vampiros a través de la iniciativa popular «Salvad el Viejo Cementerio» y a través del psicólogo Schwartenfeger.
Anton cerró los puños. Era una conspiración… ¡Una gran conspiración contra los vampiros!
¡Y probablemente el Profesor Piepenschnurz ni siquiera se imaginaba que lo que quería realmente Geiermeier era conseguir, por fin, con la ayuda del profesor, el primer cementerio sin vampiros de Europa!
En el fondo, era el mismo caso que con Schwartenfeger: al psicólogo sólo le interesaban los vampiros por razones científicas. ¡Así que él y Piepenschnurz no representaban un serio peligro para los vampiros!
Además…, siendo profesor en vampirología, Piepenschnurz estaría incluso muy interesado en no perder a los vampiros, que eran… (¿cómo se decía?), que eran… el objeto de sus investigaciones.
Todo lo contrario que Geiermeier, que aun desde el balneario seguía adelante con sus malvados planes de aniquilar a los vampiros.
Sin embargo, Anton había leído a menudo cosas parecidas: que hombres sin escrúpulos, ocultos en la sombra, se aprovechaban de investigadores cuya única meta era su ciencia.