Anton inspiró profundamente. Notó cómo poco a poco volvían a aclarársele las ideas.
—Diez maletas… —murmuró. El hecho de que los dos tuvieran tanto equipaje era señal de que habían contado con una estancia muy, muy larga.
Se puso a pensar cuánto tiempo hacía que se conocían Tía Dorothee e Igno Rante. Probablemente la primera vez que se vieron fue a principios de abril, poco después de las vacaciones de primavera. O sea, hacía aproximadamente siete semanas. ¡Y siete u ocho semanas bien se las podía arreglar uno con la ropa de diez maletas!
¿Acaso durante todo ese tiempo el Doctor Gans e Igno Rante (si es que era él) habrían estado viviendo en la Pensión Nebelhorn? ¡Pero si Igno Rante tenía su guarida en Villa Vistaclara!… ¿O acaso no?
Se acordó de que el ataúd de Igno Rante estaba vacío aquel viernes por la mañana cuando se metió en la vieja villa y con mucha osadía levantó la tapa del ataúd. Ya entonces Anton supuso que Igno Rante tenía una segunda residencia.
¿Sería la Pensión Nebelhorn aquella segunda residencia? Pero, si así fuera, ¿no habría tenido el Doctor Gans que sacar también un ataúd (el segundo ataúd de Igno Rante) de la pensión? Anton miró hacia la Pensión Nebelhorn con la frente fruncida. Intuía…, no, intuía no, sabía que tras su fachada de color blanco sucio estaba la clave para la solución de todo este misterio. ¡Lo único que tenía que hacer era entrar en la pensión y hacer las preguntas apropiadas! Aunque al hacerlas no debía, de ninguna manera, despertar la indignación del dueño…
De pronto, Anton tuvo una idea: la tía Erna, una pariente lejana, había anunciado su visita hacía algún tiempo…, y por lo que Anton sabía, ella quería alojarse en un hotel. ¡Ya lo tenía!
Volvió a respirar profundamente para infundirse valor y luego cruzó la calle con su bicicleta.
«¡Lo de “hotel” es bastante exagerado!», pensó Anton, cuando pisó el vestíbulo, que tenía una alfombra rojo oscuro llena de manchas. Además de un mostrador había dos sillones anticuados y toscos, una mesa baja, un revistero, cuatro macetas medio marchitas, una estrecha escalera con una alfombra gris… y una campana que estaba en el mostrador.
Después de esperar en vano durante un rato, Anton tocó la campana. Sintió que el corazón se le iba a salir por la boca. Se oyó cómo se cerraba una puerta y luego bajó por las escaleras una oronda mujer de mediana edad.
Con sus rizos grises tenía pinta de ser bastante simpática, según le pareció a Anton.
—¿Qué quieres, chico? —preguntó todavía un poco sin respiración.
«¿Atendería ella sola la Pensión Nebelhorn?», se le pasó a Anton por la cabeza.
—Yo… —dijo carraspeando—. Mi tía Erna… está buscando una habitación.
—¿Y cuándo necesita tu tía la habitación?
—¿Cuándo? —repitió Anton mordiéndose los labios.
«¡Por lo que más quieras, no te pongas colorado ahora!», se instó a sí mismo Anton.
—Dentro de tres o cuatro semanas —declaró obligándose a permanecer tranquilo.
Y con marcada indiferencia preguntó:
—¿Podría tener la habitación que tenían esos dos señores?
—¿Qué señores?
—Los dos que acaban de marcharse. He oído por casualidad cómo hablaban entusiasmados de su habitación.
—¿Entusiasmados? —preguntó la dueña mirándole sorprendida.
—¡Sí! —dijo audazmente él—. Han dicho que guardarán un buen recuerdo de la Pensión Nebelhorn y, sobre todo, de su habitación.
—¿Han dicho eso? —preguntó la mujer pasándose la mano por sus rizos y poniendo cara de incredulidad—. Con lo descontento que estaba el doctor…
—¿Descontento? —repitió Anton.
—Sí, porque también tenía que pagar el alquiler del mes que viene. Pero eso era lo acordado y si los dos señores se van antes de tiempo… Habían alquilado la habitación hasta julio incluido. ¡Y yo no tengo la culpa de que el profesor se haya puesto enfermo!
—¿El profesor? —dijo Anton con una excitación dificultosamente reprimida—. ¿El señor bajo de pelo negro era profesor?
La dueña asintió con la cabeza.
—Por eso mismo me sorprendí mucho de que montaran tal escándalo por lo del alquiler.
Anton estaba ardiendo en deseos de preguntar el nombre del profesor, pero no debía hacer demasiado evidente cuál era su interés, así que solamente preguntó:
—¿Se ha puesto enfermo? No tendrá eso nada que ver con la habitación ¿no?
—¿Con la habitación? ¡No! El profesor tiene varicela, simplemente varicela.
—¿Va… varicela? —balbuceó Anton.
—Sí. Y tratándose de una persona mayor, la varicela es una enfermedad que hay que tomar en serio. Al Profesor Piepenschnurz le ha dado una fiebre muy alta y escalofríos. Por eso me extrañó tanto que el Doctor Egal hiciera ese teatro por el alquiler. ¡Arriba estaba su profesor en la cama con cuarenta de fiebre y él abajo me regateaba un par de marcos!
—¿Cómo dice? —dijo Anton, que con la emoción olvidó toda cautela—. ¿Es que no se llama Gans, Doctor Gans?
—No, se llama Egal…, Hans Egal.
—Hans Egal… —murmuró Anton.
Ya se había tropezado alguna vez con aquel nombre en algún sitio; y el otro exactamente igual, ese…
—¿Cómo dice que se llama el profesor? —preguntó.
—Profesor Piepenschnurz —contestó la dueña—. Pero, ¿cómo es que te interesan tanto los dos?
—¿Que por qué? Bueno, pues…, por la habitación —dijo Anton después de titubear un poco… y no muy inteligentemente; pero estaba demasiado confuso para que se le ocurriera una explicación creíble en aquella situación.
Hans Egal, Profesor Piepenschnurz, varicela…
Anton se puso a pensar en lo mucho que había sudado y temblado Igno Rante la noche anterior. Y luego las manchas rojas en sus dedos, que Tía Dorothee había descubierto cuando Igno Rante fue a poner su mano izquierda sobre la crónica. Esas manchas rojas… ¿sería la varicela?
—¿No te encuentras bien, chico? —oyó que decía la voz de la dueña.
—Sí, sí —aseguró rápidamente—. Sólo…, sólo estaba pensando en esa enfermedad. Quizá no sea la varicela. Quizá se haya constipado, le haya dado la corriente…
—¿Constipado en mi pensión? —dijo furiosa la dueña—. ¡Seguro que no! En mi casa no hay humedad en las paredes ni ventanas por las que pase corriente. ¡Ven, sube conmigo y convéncete tú mismo!
Con aquellas palabras se dio media vuelta y empezó a subir las escaleras.
Anton la siguió temblándole las rodillas.