¡Que entren los novios cabales!

Durante un instante Anton tuvo la terrible sospecha de que Tía Dorothee e Igno Rante aparecerían allí fuera. Sin embargo, oyó en seguida cómo daban tres fuertes golpes en la puerta de abajo, del sótano. ¡Lo de salir o, mejor dicho, lo de entrar parecía formar parte del ritual de la ceremonia de esponsales de los vampiros!

En ese mismo momento resonó un grito agudo. Anton se dio la vuelta… y vio cómo Olga se iba corriendo de allí. El pequeño vampiro la seguía pisándole los talones.

—¡Rüdiger! —murmuró Anton…, pero los dos ya habían desaparecido entre los árboles.

—Alégrate de que se hayan marchado —susurró Anna—. Sobre todo, Olga… ¡Ha estropeado el buen ambiente que reinaba!

«¿Que me alegre?», pensó Anton. Los fuertes golpes en la puerta debían de haberle recordado a Olga aquella terrible noche en Transilvania, cuando los cazadores de vampiros irrumpieron en el castillo de los Seifenschwein y aniquilaron a sus padres. Desde entonces a Olga cualquier llamada fuerte a una puerta le producía pánico.

Y por eso Anton no pudo alegrarse del todo de la huida de Olga; más bien sintió pena por ella. ¡Pero eso era mejor no decírselo a Anna!

Entretanto, Lumpi, bostezando y arrastrando los pies, había llegado a la puerta y la había abierto. Anton aguardó expectante a ver qué ocurría, pero sólo oyó la voz de Tía Dorothee.

—¡La sentencia, Lumpi!

—Ah, sí, la sentencia —dijo Lumpi.

—No se te habrá olvidado, ¿no?

—No, sólo que ya no me acuerdo.

—¡Idiota! —bufó Tía Dorothee—. ¡Piensa!

—Sí, sí —dijo Lumpi rascándose la punta de la nariz; y parece que eso sirvió—. Que entren los novios cabales, los Von Schlotterstein joviales celebran hoy esponsales —dijo con voz monótona.

—¡Eh, no tan mecánicamente! —le reprochó Tía Dorothee—. Tienes que decirlo con la entonación debida. Así:

«¡Que entren los novios cabales! ¡Los Von Schlotterstein, joviales, celebran hoy esponsales!»

—Venga —siguió diciendo Tía Dorothee—, inténtalo de nuevo… ¡y esfuérzate todo lo que puedas!

Lumpi suspiró y luego volvió a decir la sentencia, esta vez con más energía. Inmediatamente después, Tía Dorothee entró en la habitación del brazo de Igno Rante y con una sonrisa «de esponsales» en los labios.

Se detuvo ante el ataúd, inclinó la cabeza como si fuera una tímida novia y susurró:

«Recibimos con el alma agradecida vuestra cordial bienvenida. Así ante vosotros estamos y el comienzo con gozo esperamos.»

—¡Y ahora tú! —dijo luego dándole un codazo a Igno Rante.

—¿Yo? —murmuró él.

—¡Sí! Tienes que decir: «Como pretendiente estoy aquí»…

—Ah, sí.

Igno Rante se secó una vez más su sudorosa frente antes de empezar a hablar:

«Como pretendiente estoy aquí y os pido me deis el sí.»

—¡Excelente! —le elogió Tía Dorothee. Luego le ordenó a Lumpi:

—¡Ahora te toca a ti!

Lumpi, que se había quedado de puntillas y con la mirada absorta, se estremeció.

—¿Qué?… ¿Otra vez?

—Sí. ¡ tienes que hacer de madrina! Anna reprimió una risita tapándose la boca con la mano.

—¡Lumpi de madrina!

Lumpi le lanzó a Tía Dorothee una mirada furiosa.

—No puedo acordarme de tantas sentencias —gruñó.

—Mira la hoja —repuso desabrida ella—. ¿O crees acaso que lo he escrito para pasar el rato?

Lumpi no respondió nada, pero metió la mano bajo su capa y sacó un trozo de papel arrugado y lo desdobló con la punta de los dedos:

Con indiferencia empezó a leer en voz alta:

«Oída ha sido tu propuesta, pero es costumbre nuestra que antes de la decisión tengamos una reunión.»

—Y ahora te toca a ti otra vez —le instó Tía Dorothee al sudoroso Igno Rante.

Y como no reaccionó, ella le apuntó:

—Sea así si es tradición…

—Sea así si es tradición… —repitió Igno Rante.

—¡Yo aguardo contestación! —completó enfáticamente Tía Dorothee.

Y como Igno Rante no daba señales de ir a repetir el texto, ella susurró:

—Sé bueno y repite el verso… ¡Hazlo por mí! Yo me quedaría más tranquila ante nuestra ceremonia de esponsales.

Igno Rante carraspeó y dijo:

«Sea así si es tradición, yo aguardo contestación.»

—¡Maravilloso! —se entusiasmó Tía Dorothee—. Con esto hemos superado ya brillantemente la primera parte de la ceremonia de esponsales… ¡Has estado magistral, mi querido Igno!

«¿Magistral?», pensó Anton poniéndolo en duda. A él la intervención de Igno Rante le había parecido más bien lamentable. ¡Al parecer, Tía Dorothee sufría una avanzada ceguera de amor parecida a la del pequeño vampiro!

—Desgraciadamente, el diálogo de los esponsales no lo podemos ensayar —dijo Tía Dorothee suspirando—. Pero tú pondrás tus cinco sentidos. ¿Verdad que sí, querido mío?

—Sí —contestó con voz ronca Igno Rante.

—Pues entonces pasemos al juramento de los esponsales —anunció Tía Dorothee—. ¡Lumpi, trae la crónica!