Vampirescamente buena

Anton estuvo esperando a que oscureciera. Entonces se puso la capa de vampiro y salió al pasillo para mirarse en el espejo grande del guardarropa. Excepto por el pelo, que lo llevaba aún demasiado liso y demasiado normal, tenía realmente buena pinta… ¡Vampirescamente buena!

Entonces, de repente, oyó que la puerta de su habitación se abría sin hacer apenas ruido. Se dio la vuelta… y vio una pequeña y blanca figura que acechaba el pasillo.

En un primer momento Anton se asustó, pero inmediatamente después se dio cuenta de que era Anna.

—¡Hola, Anna! —exclamó con alegría.

Ella salió de detrás de la puerta y dijo aliviada:

—¡Anton! ¡No estaba del todo segura de que fueras tú!

—Sí, tengo un aspecto realmente extraño, ¿verdad?

—¿Extraño? —preguntó Anna con una risita—. No, todo lo contrario. ¡Si por mí fuera, tendrías siempre ese aspecto!

Anton comprendió entonces a qué se estaba refiriendo Anna y carraspeó.

—Solamente tenía ganas de disfrazarme —dejó bien claro para impedir que Anna se hiciera ilusiones; y es que su intención de no convertirse en vampiro no había cambiado para nada.

—Sea como sea, no está nada mal que te hayas disfrazado —dijo Anna, que, afortunadamente, parecía no haberse tomado a mal su sinceridad—, porque esta noche vamos a ser testigos de un acontecimiento extraordinario: ¡Tía Dorothee e Igno Rante ensayando para sus esponsales!

—¿Testigos? ¿Nosotros?

La mirada de Anton se fijó en el espejo. Le invadió un ligero horror al no ver reflejada en él a Anna, que estaba de pie a su lado.

—No tengas miedo, sólo miraremos desde fuera —le tranquilizó Anna.

—¿Y cómo es que tienen que ensayar para sus esponsales? —preguntó amedrentado Anton.

—Porque Igno Rante no está suficientemente familiarizado con las viejas costumbres y los viejos usos; al fin y al cabo, no procede de la antiquísima nobleza vampiresca transilvana como nosotros —dijo Anna, a la que se le notó el orgullo en la voz—. Pero, chisss. Lo del ensayo debe permanecer en secreto.

—¿En secreto?

—Sí, el resto de mi familia no debe enterarse de nada. Tía Dorothee sólo se lo ha contado confidencialmente a Lumpi… y a mí, porque yo —dijo susurrando— tengo que volver a hacer de vigilante y encargarme de que nadie de la familia pueda ver a Tía Dorothee y a Igno Rante ensayando.

—¿Y dónde hacen el ensayo?

—En Villa Vistaclara. ¡Pero ahora vámonos ya, que si no van a empezar sin nosotros!

Anton se pasó la mano por el pelo.

¿Qué sería lo que hacía latir su corazón tan inquieto? ¿El fuerte olor a rosas de «Muftí Amor Eterno» que desprendía Anna o la perspectiva de asistir al ensayo de los esponsales?

Anton pensó en la tarde del día anterior… y en el Doctor Gans.

—Antes tengo que hablar contigo sin falta de una cosa —dijo.