Cuando Anton vio en la cocina la bandeja con los sabrosos sándwiches de salchicha y de queso se dio cuenta de lo vacío que estaba su estómago. Cogió ávidamente un sándwich de queso.
—Lo principal es que tu amiguita también se sirva abundantemente —dijo el padre de Anton—. Hoy me he esforzado mucho. ¡Pero qué no haría uno por una chica tan simpática y tan bien educada!
Anton no pudo evitar reírse burlonamente. «¡Sí, Olga siempre consigue que todo el mundo haga algo por ella!», pensó.
En voz alta dijo:
—¿Bien educada? Qué raro, porque se acaba de marchar de casa y ni siquiera se ha despedido… ¿O sí que lo ha hecho?
—¿Ya se ha marchado? —preguntó atónita la madre de Anton—. Hummm —dijo ella después de dudar un poco—. Lo mismo es que tú la has ofendido.
—¿Yo? —se indignó Anton—. ¡Si yo no soy capaz de hacer daño ni a una mosca!
—Entre una mosca y una chica guapa hay una diferencia inmensa, mi querido Anton —repuso su padre sonriendo satisfecho.
—Bah, pues hay muchas chicas que vuelan —contestó Anton alegrándose de la cara de estupefacción que se les quedó a sus padres.
Cogió la bandeja con los sándwiches y se volvió a su habitación.
Chicas que vuelan… Miró suspirando la ventana abierta y pensó en Anna… y en que tenía que hablar con ella del Doctor Gans. Pero Anna no fue y Anton la estuvo esperando en vano.
La noche siguiente los padres de Anton se iban a ir a un baile, a una escuela de baile.
—¡No entiendo cómo puede haber alguien que vaya voluntariamente a una escuela! —observó Anton.
—Y nosotros tampoco entendemos cómo puede haber alguien que se arregle voluntariamente como tú —contraatacó su madre.
Anton se rio para sus adentros. Ya después de comer se había maquillado la cara como un vampiro… con crema para bebés, polvos de talco y lápiz negro para las cejas; en parte por placer y en parte para darle una sorpresa a Anna.
—Pse —dijo Anton mirando el vestido rojo y muy escotado que llevaba puesto su madre—, lo que para unos es su traje de noche para otros es su capa de vampiro.
El padre de Anton soltó una carcajada.
—¿Capa de vampiro? ¿Y dónde está, si me haces el favor, tu capa de vampiro?
—No me la pondré hasta que no os hayáis marchado —declaró muy digno Anton.
—¡Muy gracioso! —dijo su madre sin reírse.
—Y luego, disfrazado de vampiro, verás películas de terror, ¿no? —preguntó de buen humor el padre de Anton.
—No estaría mal… —dijo Anton—, pero hoy solamente puedo elegir entre Los Alegres Músicos Pueblerinos y El Guardabosques de la Selva de Plata.
Y ante eso prefiero ponerme a leer.
—¡Bueno, pues a pesar de todo, que te diviertas! —le deseó su padre.
—Y no te olvides de limpiarte el maquillaje antes de meterte en la cama —añadió la madre de Anton.
—¡Igualmente! —contestó él, alegrándose al ver que su madre se ponía colorada.