Un auténtico tirano en pequeño

Por eso a Anton tampoco le sorprendió que su madre le abriera la puerta con una sonrisa misteriosa y le dijera:

—Tienes visita… ¡Es una chica!

—¿Una chica? —preguntó Anton haciéndose el indiferente.

—Sí. La he pasado a tu habitación.

Fue entonces cuando Anton se quedó perplejo.

—¿La has pasado a mi habitación?

¡Era prácticamente imposible que fuera Anna! Aunque una vez había entrado en casa de Anton llamando al timbre de la puerta para demostrar que era digna de su apelativo, «la Valiente», desde entonces no había vuelto a hacerlo. Y, además, eso tampoco era muy propio de su forma de ser, más bien sigilosa y cautelosa.

La madre de Anton asintió.

—¡Una chica muy atractiva! Muy bonita y muy acicalada.

—¿Muy bonita y muy acicalada? —dijo Anton presintiendo lo peor—. ¿Acaso es Tatjana?

—No, nosotros hasta ahora no la conocíamos —contestó su padre, que llegaba de la cocina. Y bromeando añadió—: ¡Ten mucho cuidado, tienes a todas las chicas revoloteando a tu alrededor!

—¿No la conocíais? —murmuró Anton. ¡Aquello cada vez era más extraño!

—Pero ahora sí que me conocen —proclamó entonces una voz chillona. La mirada de Anton recorrió el pasillo… y se quedó aterrorizado cuando vio a Olga en la puerta de su habitación.

—Realmente, Anton, tienes unos padres muy simpáticos —susurró acercándose con una coqueta sonrisa—. Tu madre ha sido amabilísima permitiéndome que te esperara en tu habitación.

«¡Lo único que le falta es lanzar a derecha e izquierda besitos con la mano!», pensó furioso Anton.

—Y tu padre es tan simpático como tú —dijo en tono halagador—. No. ¡Es, incluso, más simpático aún!

—Bueno, tampoco exageres —repuso el padre de Anton.

Sin embargo, se le notaba en la cara que los halagos de Olga habían causado su efecto.

—¡Si hubiera sabido lo amables que son tus padres habría venido antes a visitarte! —dijo Olga con voz aflautada y tirando del gran lazo de color rojo oscuro que llevaba en el pelo y que parecía igual que los que llevan las cajas de bombones.

Dulce y pegajoso como un bombón era también el aroma que desprendía Anna. Tenía que haber utilizado algún repugnante perfume para tapar su olor a vampiro.

Había tapado su blanca piel con polvos rosados y, así, tenía un cierto parecido con una muñeca de porcelana… ¡Una muñeca de porcelana con un folclórico traje! Anton examinó el folclórico vestido rojo que ella llevaba. Se había recogido la capa de vampiro para que se pudiera ver también su blanquísimo delantal. ¿Cómo conseguiría Olga conservar el delantal tan inmaculadamente limpio? E incluso los zapatos de charol negro los llevaba brillantísimos.

Quien no conociera a Olga tenía que encontrarla realmente atractiva, bonita y acicalada. Pero para alguien como Anton, que sabía lo que había detrás de aquella fachada…

—¿Es que no te alegras? —preguntó Olga.

—Síííí —dijo estirando la palabra—, pero deberíamos irnos a mi habitación —propuso echando una mirada hacia sus padres, y con el pensamiento añadió: «¡Todavía tengo que decirte yo un par de cosas!».

—¿A tu habitación? —preguntó Olga girando con afectación sus grandes ojos azules—. Me hubiera gustado seguir charlando un rato con tus padres, pero si tú lo dices…

—¡Pues sí, sí que lo digo! —gruñó Anton yéndose decidido hacia la puerta de la habitación.

—Anton es un auténtico tirano en pequeño —oyó que les decía Olga a sus padres—. Cuando llama hay que volar…; digo, ¡hay que ir corriendo, ji, ji, j!

—¿Es que hace mucho que os conocéis? —preguntó el padre de Anton.

—¡Vente ya de una vez! —dijo malhumorado Anton.

—¿Ven ustedes qué tirano es? —dijo Olga con una risita—. ¡Pero a mí me gustan los hombres…, eh…, los chicos fuertes!

Recorrió el pasillo pavoneándose y entró en la habitación de Anton.