Anton pensó si debería seguirle, pero temió que el Doctor Gans le sorprendiera. ¡Y de ninguna manera quería caer Anton en manos del ayudante de un vampiro por muy normal y muy inofensivo que éste pareciera! ¡No, mejor sería que examinara con más detalle el coche del Doctor Gans!
Anton cogió su bicicleta y la empujó. Qué extraño: la matrícula del coche era de fuera… ¿Viajaría acaso hasta allí el Doctor Gans todos los días? ¡Si era tan tacaño como Johann Holzrock decía, lo lógico sería que hiciera todo lo posible por ahorrar gasolina!…
Y efectivamente el coche daba la impresión por los cuatro costados de tener un dueño muy tacaño: el parachoques y las llantas estaban oxidados, los guardabarros abollados…
Anton apoyó su bicicleta en la verja del jardín y dio la vuelta alrededor del coche. En el cuadro de mandos había unas gafas de níquel pasadas de moda y delante del asiento del copiloto había una caja de cartón llena de botellas.
En el asiento de atrás Anton vio que había unas revistas y dos libros. Aguzó la vista para poder leer los títulos de los libros. Decidir no cuesta nada. Tu cuerpo en la salud y en la enfermedad, leyó.
Aquel libro de consulta confirmaba la sospecha de Anton de que la salud de Igno Rante estaba dañada. Era impensable que un vampiro enfermo fuera al médico para recibir tratamiento; a lo sumo, enviaría a su ayudante a una farmacia…, o a una librería. ¡E Igno Rante había hecho las dos cosas! El segundo título casaba perfectísimamente con el Doctor Gans y con su furgoneta de color cardenillo: Repare usted mismo su coche. Un gran manual a un pequeño precio.
Por lo demás, el coche estaba vacío. Anton había tenido la esperanza de descubrir en su interior algo que le indicara qué clase de doctor era el ayudante. Y es que por el momento Anton no sabía mucho de él; sólo sabía —según la información de Johann Holzrock— que era un doctor de la Universidad y que seguramente debía ganar un montón de dinero.
—Un montón de dinero —murmuró Anton.
Al principio no se había preocupado del dinero que pudiera ganar el Doctor Gans, pero de repente le pareció que era muy sospechoso que un doctor de la Universidad fuera precisamente allí a Villa Vistaclara a gastar su tiempo sirviendo a un vampiro… ¿O es que acaso el Doctor Gans no era en absoluto el ayudante de Igno Rante? Pero entonces, ¿cuál era su misión?
Anton apretó los labios y se puso a reflexionar profundamente. Si el Doctor Gans no era el ayudante de Igno Rante…, ¿sería entonces un espía, un agente que estaba jugando un doble juego?…
Por lo que Anton sabía, en la Universidad había los más diversos doctores: doctores de alemán, de inglés, de matemáticas y hasta de criminología. ¿Se podría ser también doctor en… vampirología? Al pensar aquello a Anton le sacudió un escalofrío.
¡Si el Doctor Gans era realmente doctor de vampirología, su relación con Igno Rante estaría basada en un interés puramente científico! Y entonces su celo investigador no sólo se limitaría a Igno Rante, sino a todos los vampiros… ¡incluida, naturalmente, la familia Von Schlotterstein!
En ese caso, sin embargo, no sólo Igno Rante estaría en peligro… ¡Los mejores amigos de Anton correrían un gravísimo peligro!…
Y nadie de la familia Von Schlotterstein sabía que Igno Rante tenía un ayudante…, ¡un ayudante humano! El Doctor Gans incluso asistiría a la fiesta de esponsales, invitado por Igno Rante…
Al llegar a ese punto en sus reflexiones se dio cuenta de que le temblaban mucho las piernas por los nervios. Con las rodillas flojas se fue hacia la bicicleta y se sentó en el sillín.
Entonces oyó que alguien tosía. El ruido venía de Villa Vistaclara. Anton se dio media vuelta… y vio al Doctor Gans, que se acercaba por el camino del jardín.
Sus miradas se cruzaron.
Anton notó que se había puesto colorado. Se dio impulso con las piernas y se marchó de allí pedaleando rápidamente.
En medio de la Avenida de los Castaños le adelantó la furgoneta verde. Anton, preocupado, desvió la vista a un lado, pero el Doctor Gans ni siquiera se fijó en él. Salió disparado de allí a una velocidad irresponsable. En cuanto desapareció, Anton frenó y se bajó de la bicicleta.
«¡Decidir sí cuesta mucho!», pensó…, sin saber si debía irse a casa o volver a Villa Vistaclara.
¡Pero mucho no iba a poder hacer en la guarida de Igno Rante! ¡Y Anton nunca iba a ser tan irresponsable como para preguntarle a Igno Rante por el Doctor Gans! No, sólo había dos personas con las que podía hablar: Anna y el pequeño vampiro.
Y para poder hablar con cualquiera de los dos lo mejor era que se fuera a su casa… ¡y esperar a que llamaran a su ventana!
Aunque…, el vampiro, probablemente, no iría después de la discusión por sus dibujos de soles.
Pero Anna… ¡Anton no tenía ninguna duda de que vería a Anna esa noche!