—Pues a mí la decisión del Consejo de los Mayores me parece una equivocación —dijo Anton… y no sólo para consolarla—. Ayer por la mañana fui a ver a Johann Holzrock y estuve hablando con él personalmente. Y lo que me dijo me parece bastante poco tranquilizador.
—¿Y qué es lo que te dijo? —preguntó Anna sin cambiar la posición.
—Que había tenido un cliente extraordinariamente tacaño que quería renunciar incluso a los tornillos de su ataúd para ahorrarse veinte marcos. Además, parece ser que dijo que el Modelo estaba muy subido de precio, y eso a Johann Holzrock le puso furiosísimo porque en la ciudad es prácticamente imposible encontrar un modelo con un precio más módico; o por lo menos eso afirma él.
—¿Y qué es lo que te parece tan poco tranquilizador de ese cliente? —preguntó Anna, que parecía muy poco impresionada.
—Hombre, pues… —dijo Anton carraspeando—. Lo he estado pensando todo el tiempo. Al principio también me parecía que era un cliente como otro cualquiera, pero luego pensé en Igno Rante y me acordé de lo que tú dijiste: que por su ataúd debía de ser enfermizamente tacaño.
—Pero segurísimo que hay mucha más gente enfermizamente tacaña —repuso Anna—. ¡Y si te he entendido bien, ese cliente no era Igno Rante!
—No, parece ser que era muy alto y muy delgado. Y, sin embargo…, no puedo apartar de mí la sensación de que hay alguna relación entre Igno Rante y él. Por cierto, también fue él mismo a recoger el ataúd para ahorrarse el dinero del transporte…, con una furgoneta de color cardenillo que casi se caía a trozos.
Anna se volvió lentamente hacia Anton.
—¿Con una furgoneta de color cardenillo que casi se caía a trozos? Coches como ése son bastante raros, ¿no?
—Sí.
—Anoche vi una furgoneta de color cardenillo —dijo ella—. ¿Y sabes dónde?
—¡No, claro que no! —repuso Anton…, irritado porque Anna no daba signos de excitación ni siquiera con aquella novedad.
—Delante de Villa Vistaclara —declaró ella.
—¡No! —se le escapó a Anton.
¡Ahora sí que le parecía extraña la serenidad de Anna!
Parecía como si el misterio de Igno Rante se hubiera vuelto algo indiferente para Anna. ¿O sería quizá que ella ya no quería interesarse por aquello…, por indignación y enojo con su familia?
—Sí —contestó ella tranquilamente.
—¡Entonces no me ha engañado mi instinto! —exclamó Anton—. ¡El Doctor Gans ése tiene algo que ver con Igno Rante!
—¿Quién?
—El Doctor Gans; así es como se llama el cliente que prefería quedarse sin tornillos. Por lo menos bajo ese nombre se presentó a Johann Holzrock.
—Ajá —dijo solamente Anna.
—¿Y al Doctor Gans ése le viste anoche delante de Villa Vistaclara? —quiso asegurarse Anton.
—A él no —le corrigió Anna—. Sólo vi la furgoneta de color cardenillo. Se puso en marcha y se fue justo en el momento en que yo regresaba de mi recorrido de reconocimiento por Villa Vista-clara.
—¿Y dónde estaba Igno Rante?
—Estaba en el parque con Tía Dorothee.
—¿Le viste la matrícula?
—No. Además, la furgoneta no llevaba las luces encendidas.
—¿No llevaba las luces encendidas?
—No.
—¡Pero eso hace que el coche sea todavía más sospechoso! —exclamó Anton—. ¡El que conduce de noche con las luces apagadas seguro que tiene algo que ocultar!
—O tiene los faros rotos —observó Anna.
Anton la observó afectado. ¡Él había supuesto que todas aquellas cosas sospechosas le alarmarían mucho a Anna y la convencerían de la necesidad urgente de seguir investigando!
Pero Anna estaba simplemente allí parada jugando, al parecer con la mente perdida, con un pico de su capa.
—La furgoneta verde… —dijo Anton iniciando un nuevo intento—. ¿Tú crees que estará esta noche también delante de Villa Vistaclara?
—Hummmm, podría ser…
—¿Por qué no nos vamos allí volando para comprobarlo? —la urgió Anton.
Entonces Anna, por lo menos, levantó la cabeza.
—¿Irnos allí volando? —dijo ella temblándole la comisura de los labios—. ¡Si crees que tengo ganas de seguir espiando a Igno Rante ahora que el Consejo de los Mayores me ha vuelto de esta manera la espalda, estás totalmente equivocado!
Y luego añadió con agresividad:
—Esta noche lo único que quiero hacer es divertirme y no quiero saber nada de problemas. ¿Acaso es tan difícil de comprender?
—No, no —contestó rapidísimamente Anton—. Si también podemos divertirnos… Lo único que pasa es que, a pesar de eso, también deberíamos ocuparnos de lo de la furgoneta verde.
—¿Y por qué?
—Porque podría haber gato encerrado… ¡Un gran peligro para todos vosotros!
—Sea como sea, los esponsales de Tía Dorothee se van a celebrar, descubramos algo sobre el tal Doctor Gans y su furgoneta o no —dijo con indiferencia Anna—. ¡Aunque naturalmente sin mí! —añadió furiosa después de una pausa.
—¿Sin ti? ¿Es que está permitido eso? —preguntó Anton.
—¡Ja! —se rio Anna amargamente—. También está permitido que me encarguen primero averiguar el asunto del letrero y del ataúd…, y luego a la noche siguiente me retiren ese encargo sin más ni más. ¡No, se me han quitado completamente las ganas de asistir a los esponsales!
Entonces resolló por la nariz y añadió:
—Todo se ha conjurado en contra mía… ¡Hasta los cines y las discotecas!
Anton la miró conmovido… y sin estar seguro de qué era lo que debía decir. Entonces se oyeron de repente unos pasos que se acercaban.
—¡Mi padre! —dijo él corriendo hacia la puerta.