El Consejo de los Mayores

Sin embargo, aquella noche Anton estuvo esperando en vano a Anna. Hubiera deseado saber si la no asistencia de Anna se podía interpretar como buena o mala señal.

Angustiado, se fue finalmente a la cama. Al principio no consiguió dormirse. No hacía más que mirar a la ventana mientras le palpitaba el corazón, pero cada vez que miraba sólo veía el cielo nocturno y un par de estrellas.

Cuando llamaron a la ventana, Anton acababa de caer en un inquieto sueño, así que pasó un buen rato hasta que volvió en sí.

Pero luego saltó de la cama. Se fue corriendo a la ventana y la abrió de un tirón.

Aliviado, iba a exclamar «¡Anna!» cuando, en el último momento, vio que quien estaba allí fuera, en el alféizar, era el pequeño vampiro.

—Hola, Anton —dijo el pequeño vampiro con voz ronca—. ¡Parece que estás completamente alucinado!

—Es que… estaba soñando —balbuceó Anton.

—Y yo sé con qué estabas soñando —dijo el pequeño vampiro entrando en la habitación—. Con la solemne inauguración de nuestra exposición, que el lunes por la noche —o sea, dentro de cinco noches— se pondrá en ataudesca escena aquí en tu habitación.

—¿Cómo dices? —dijo Anton, que, en cierta medida, estaba perplejo.

—No, no has oído mal —contestó el pequeño vampiro con una risita.

Se acercó al escritorio y encendió la lámpara. Luego giró la pantalla para que les diera la luz a los soles dibujados en las paredes.

—Mis pinturas son realmente impresionantes —se alabó a sí mismo—. Sobre todo no habiéndolas visto desde hace tiempo. ¡Qué impresión le van a causar a Olga, que aún no las ha visto nunca!

Anton estuvo en un tris de contestar que Olga sí que las había visto, y, además, no hacía más que unos días, cuando, de forma completamente inesperada, había aparecido en casa de Anton. Olga sólo había hecho comentarios despectivos sobre los dibujos de soles que Rüdiger había hecho por indicación del señor Schwartenfeger…, como parte del programa con el que se suponía perdería el pequeño vampiro su miedo a los rayos del sol.

Sin embargo, como Anton no podía saber si Rüdiger sabía algo del regreso de Olga, le dijo con fingida indiferencia:

—¿Olga?

—No te lo esperabas, ¿eh? —dijo el pequeño vampiro, cuyas mejillas se habían teñido de rosa—. ¡Olga estará en nuestra casa para los esponsales!

—¿Para los esponsales?

—¡Efectivamente! El domingo Tía Dorothee e Igno Rante se prometerán, y, naturalmente, se celebrará en un marco solemne… ¡y con invitados!

—Pero… —dijo Anton faltándole el aire—. Pero si el Consejo de Familia aplazó su decisión hasta…, hasta el lunes. ¿Por qué se prometen ahora así tan de repente?

—¿De repente? —dijo con arrogancia el pequeño vampiro—. Igno Rante hace ya bastante tiempo que le hace la corte a Tía Dorothee.

—Pero las sospechas de Anna…, lo de la placa de latón…

Anton estaba tan nervioso que era incapaz de encontrar las palabras apropiadas.

—¡Pero si Wilhelm el Sombrío dijo que antes había que despejar todas las dudas!…

—Eso lo dijo en el Consejo de Familia. Hoy en el Consejo de los Mayores ha defendido otra opinión.

—¿En qué Consejo de los Mayores?

—En el Consejo de los Mayores de la Familia Von Schlotterstein —contestó muy digno el pequeño vampiro—, que esta noche ha debatido otra vez sobre la propuesta de Tía Dorothee.

—Bueno, sí, ¿y qué? —le urgió Anton cuando el pequeño vampiro hizo una pausa.

Rüdiger se rio burlonamente.

—Eres muy curioso, ¿no crees?

—Sí —admitió francamente Anton.

—El Consejo de los Mayores ha decidido que algo tan moderno como un matrimonio a prueba es incompatible con nuestras buenas y antiguas tradiciones vampirescas —le explicó dándose importancia el pequeño vampiro—. Y por eso hay que celebrar unos esponsales como es debido, tal como corresponde a nuestras costumbres, antes de que el señor Rante se instale en nuestra cripta. Y en la fiesta de los espósales —por cierto, también es una vieja tradición de los vampiros— se tratarán, en una conversación entre toda la familia, todos los asuntos que no están claros aún… ¡Por ejemplo, lo de tu placa de latón! —añadió con aspereza.

—¿Mi placa de latón? —repitió Anton—. ¡Fue Anna quien lo descubrió! Además, el Consejo de Familia le ha encargado oficialmente que inicie nuevas investigaciones sobre el ataúd de Igno Rante.

—Había —le corrigió el pequeño vampiro—. Desde esta noche el encargo es nulo.

—¿Lo sabe ya Anna?

—No, ¿cómo lo iba a saber? Ella no estaba presente. Es que la sesión no ha sido cosa de niños, ¡sino del Consejo de los Mayores!

—¿Y entonces cómo es que sabes todo eso?

—¿Yo? —preguntó el pequeño vampiro estirando el mentón—. ¡Me lo ha contado Lumpi!

—¿Es que está en el Consejo de los Mayores?

—¡Sí! Va el mayor de cada generación de vampiros.

—Ah —dijo Anton.