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—Tengo que hablarte, Bárbara.

La maestra apartó su dorada cabeza de los apuntes que estaba leyendo, y se quitó las gafas para escrutar el rostro compungido y ansioso de la joven reclusa, que había aguardado a que todas las demás salieran del aula, para acercarse a su escritorio.

—¿Qué ocurre, Chris?

En la voz de Bárbara Clark hubo una especial benevolencia, pues nuevamente había comenzado a sentir aprecio por Chris Parker. Sin duda, no era ya la misma muchacha rebelde y altanera que había defraudado su confianza un año atrás. Por el contrario, en el tiempo transcurrido desde que volviera al «pesebre», Chris se había comportado en forma ejemplar. Ése era el comentario de las autoridades y celadoras, y Bárbara estaba dispuesta a refrendarlo ampliamente. Chris demostraba un excepcional interés y ahínco en los estudios, y por cierto tenía una mente despierta y aguda. Era una pena que aquel desgraciado accidente familiar hubiera obligado a recluirla nuevamente. Sumida en esta reflexión, Bárbara advirtió que no había escuchado lo que Chris le decía. Prestó atención al resto de la frase:

—… quizá puedas indicarme qué debo hacer —finalizó la joven.

Bárbara titubeó un instante, procurando adivinar cuál era el tema.

—Hacer… ¿En qué sentido?

—No me escuchabas —acusó Chris.

—Es verdad, me distraje —reconoció Bárbara—; pero estaba pensando en ti.

Chris hizo un infantil gesto de duda y fue hasta la pizarra. Tomó un trozo de tiza y comenzó a hacer unos garabatos, de espaldas a la maestra.

—Todo lo que dije es que quería salir de aquí —explicó.

Bárbara esbozó una sonrisa.

—Supongo que ése es un deseo bastante generalizado —comentó—, pero tú ya conoces las reglas. Además, tu caso es especialmente difícil.

Chris giró sobre sí misma, enfrentando a Bárbara con el cuerpo agazapado y los ojos vigilantes.

—¿Difícil? ¿Te estás burlando de mí? ¡Hace tres malditos meses que me estoy conduciendo como una monja de clausura! ¡Soy el hazmerreír de todo el pabellón!

—¿Lo haces sólo para poder salir?

Chris lamentó su paso en falso, notando que ahora Bárbara escudriñaba sus gestos, como intentando confirmar una sospecha. «¡Dios! —pensó—. ¡Por supuesto que lo hago sólo para poder salir!». Le había costado sangre soportar mansamente las bravatas de Moco y las tontas exigencias reglamentarias de Betty Ramos. Incluso Ria, Jax, Bea y hasta la propia Carrie le habían perdido el respeto y la trataban con cierta despechada conmiseración. ¿Valía la pena soportarlo, fingir continuamente, ser humillada, sólo para poder salir? «Por supuesto que sí», se contestó.

—Por supuesto que no —le dijo a Bárbara—. Pero siento como si algo mío se fuera deteriorando en este sitio. —Advirtió un brillo de interés en las pupilas de la maestra—. Ya sabes, Bárbara, lentamente una se va contagiando de las demás…, del ambiente…, o comienza a odiar sin motivo a las celadoras…, se el ocurren ideas de fuga…, o de suicidio… Me ha pasado antes, y no quiero que vuelva a sucederme ahora. —Bárbara había bajado la cabeza, como si estuviera impresionada, y Chris decidió dar la estocada final—: Supongo que es… por el encierro. Tú nunca estuviste encerrada, ¿verdad?

Bárbara meneó negativamente su rubia cabellera. Al levantar el rostro, sus ojos estaban húmedos y el mentón le temblaba ligeramente.

—Es difícil —repitió; pero su tono era débil.

Chris corrió a postrarse junto a ella y le aferró las rodillas con ambas manos.

—¡Debes ayudarme, Bárbara! —imploró—. ¡Sé perfectamente que podré comportarme bien afuera, si me dan una oportunidad!

—Ya te dimos una oportunidad —replicó Bárbara, a la defensiva.

Chris se puso de pie, lanzando un largo suspiro. Separó los brazos del cuerpo, en un gesto de impotencia, y comenzó a dar vueltas frente al escritorio de la maestra.

—Es verdad —dijo—. Pero todo iba perfectamente hasta que mi madre tuvo ese accidente. Quizá no debí dejarla sola… ¡Pero de todos modos fue un accidente y todo iba bien hasta entonces! Puedes preguntárselo a la inspectora social…

—He hablado con la señorita Crosswell —asintió Bárbara—; su informe es bastante favorable. Pero el juez Turner está muy reticente con nosotros. Al tomar su cargo nos concedió seis libertades condicionales y poco después tú casi dejas morir a tu madre, otra de las chicas fue sorprendida robando en un supermercado, y Josie desapareció amparándose en relaciones con el sector más corrompido de la Administración.

—No lo sabía —mintió Chris, con rostro azorado—; lo siento.

—Más lo siente el pobre Turner. Te imaginarás que ha tenido problemas; casi lo hacen saltar de su silla. —La maestra se incorporó y se acercó a Chris, poniéndole una mano en el hombro y dejando que sus dedos juguetearan con el largo cabello castaño de la muchacha—. Pero aunque lográramos convencer al juez, Chris, tú ya no tienes casa adonde ir. Tu madre está internada y ambas sabemos que tu hermano y su mujer no te aceptarán con ellos.

Chris frunció los labios y sintió que un nudo de angustia auténtica se formaba en su garganta. ¿Qué habría dicho Tom, para que todos supieran que no la quería con él?

—Tienes razón —dijo con un hilo de voz—. De todas formas, te agradezco que me hayas escuchado. —Y se dirigió con paso inseguro hacia la puerta.

—¡Espera! —rogó de pronto Bárbara. Chris se detuvo y luego se volvió lentamente—. Quizás haya una solución… Tú sabes que a veces vienen aquí familias que buscan alojar a algunas de las muchachas…, como compañía, o como ayuda…

—Como sirvientas —escupió Chris, con desprecio.

El rostro de la maestra se endureció.

—¿Quieres salir o no? —preguntó.

—Sí —dijo Chris, mordiéndose los labios—, quiero salir.

—Pues ahí tenemos una posibilidad. Pero no moveré un dedo si no me aseguras que harás un buen papel.

—Lo siento —se disculpó Chris—, de veras lo siento.

La rigidez de Bárbara se suavizó visiblemente.

—Bien, no te prometo nada. Si sigues comportándote bien, como hasta hoy, ya volvemos a hablar del asunto.

Paso casi un mes sin que Bárbara volviera a mencionar el tema. Chris mantuvo su conducta sumisa, pero a menudo estaba distraída y nerviosa. No prestaba atención a las lecciones, discutía con Carrie por cualquier nimio detalle sobre el arreglo de la habitación que compartían, o permanecía ensimismada largos minutos en el comedor, sin probar bocado. Curiosamente, era Moco, su antigua rival, quien entonces se acercaba a ella, o utilizaba su liderazgo para impedir que las demás la molestaran. Chris agradecía la inesperada solidaridad de Moco, pero no se confiaba con ella. En realidad, casi no hablaba con nadie, ni participaba de los juegos y discusiones que las chicas organizaban, para acortar las largas jornadas de encierro. Ella sólo esperaba, en silencio, dejando desfilar por su mente fantasías sobre su futura vida en el exterior cuando Bárbara Clark cumpliera su promesa.

Una tarde, después de la merienda, Lasko se acercó a Chris con su paso pesado de sargento. La joven estaba cabizbaja, contemplando su plato vacío. Lasko le dio un papirotazo en el hombro para llamar su atención.

—Chris, la señorita Porter quiere verte —anunció con indiferencia.

El corazón de Chris dio un brinco, y por un momento quedó absorta, con la vista clavada en la gris chaqueta de la celadora. Luego dio una especie de salto silencioso y se escabulló por la puerta, en dirección al edificio principal. Lasko meneó la cabeza con resignación y trotó tras ella.

El despacho de Cynthia Porter, la directora adjunta, estaba en el ala izquierda, junto a la oficina del director y el salón de conferencias. Chris aguardó a Lasko frente a la puerta cerrada, aprovechando para recobrar el aliento e intentar serenarse. La celadora le dio alcance, también agitada. Echó sobre su pupila una muda mirada de reconvención, y golpeó con los nudillos la oscura madera lustrada. La voz pausada y firme de la señorita Porter las invitó a entrar.

Bárbara Clark estaba también en el despacho, a un lado del amplio escritorio de Cynthia. Eso parecía un buen síntoma. La maestra hizo un imperceptible guiño a Chris cuando ésta saludó respetuosamente a ambas. La directora adjunta se limitó a un leve gesto con la cabeza, y luego se dirigió a Lasko:

—Puede quedarse, Lasko —dijo—; esto también le concierne. —Su mirada reposada y distante se volvió entonces a Chris—: Siéntate, Chris.

La joven tomó asiento en la silla que estaba directamente frente al escritorio. Lasko, después de vacilar un momento, optó por el sillón gemelo al que ocupaba Bárbara, un poco más alejado. Cynthia carraspeó y tomó una carpeta que colocó frente a sí, sin abrirla.

—Bien, Chris —comenzó—, la señorita Clark opina que tú estás en condiciones de salir de aquí, para vivir un tiempo con alguna de las familias que hospedan a nuestras internas. —Chris asintió, sin quitar la vista del rostro impasible de la directora adjunta—. Personalmente, confío en el criterio de Bárbara; siempre que Lasko esté de acuerdo, claro está.

Cynthia hizo una pausa y las tres miraron a la celadora. Ésta mostró un gesto de perplejidad, acomodó su robusto cuerpo en el sillón y miró sus manos, cruzadas sobre el regazo.

—Chris se ha portado bien últimamente —declaró. Abrió la boca como si fuera a agregar algo, pero volvió a cerrarla con un breve encogimiento de hombros.

—Así parece —corroboró Cynthia, con voz neutra—. De modo que no veo inconvenientes para que hagamos la prueba.

Chris creyó que iba a ponerse a saltar de alegría allí mismo. Inclinó su cuerpo hacia delante y sonrió de oreja a oreja a la directora adjunta.

—¡Se lo agradezco tanto, señorita Porter! ¡Las tres han sido…, han sido tan buenas conmigo!…

—Por supuesto, no se trata de la libertad —intervino Bárbara—; si siquiera de la libertad condicional. De momento, aunque vivas con una familia, seguirás dependiendo de esta Escuela. ¿Comprendes el significado de mis palabras?

—Comprendo —dijo Chris.

—Te harás cargo de que eso representa una gran responsabilidad para nosotros —terció Cynthia. Luego abrió la carpeta y extrajo un papel, que miró atentamente—. Hay un matrimonio…, Johnson, que estuvo aquí la semana pasada. Tenemos buenos informes de ellos y pienso que pueden ser la familia adecuada. Volverán pasado mañana y se entrevistarán contigo, Chris; si se ponen de acuerdo, podrás marcharte con ellos. Después veremos.

La señorita Porter cerró la carpeta y sonrió formalmente, dando a entender que la entrevista había terminado.

Al salir al patio, el corazón de Chris parecía a punto de estallar. Las lágrimas pugnaban por derramarse sobre su rostro, que no obstante expresaba una alegría temblorosa e irreprimible. Miró la alta alambrada, pensando que pronto estaría al otro lado, y el encierro ya no le pareció tan opresivo. Y aun esa hora triste y vacía del crepúsculo le resultó jovial y agradable, como un cálido amanecer que sigue a una larga noche de pesadillas.

Lasko se detuvo junto a la puerta del pabellón y apoyó su sólida mano sobre el hombro de Chris, mirándola con preocupación.

—Trata de ser lista esta vez —advirtió con voz grave—. Si regresas aquí, no volverás a salir jamás.