Te digo, Gus, que ha sido la cosa más inesperada que pudiera pensarse. Tú sabes que solamente en ti y en Disko tengo la suficiente confianza como para contaros cosas. Un poco más, sí. Al fin y al cabo, es la primera copa que tomo hoy, ¿sabes? Esta hora del anochecer es la mejor; cuando hemos despachado todo el laboro, facturado fuera a los subordinados, y nos quedamos solos ante la mesa, con un buen Maguar tres estrellas y un par de buenos cigarros. No me gusta que los chicos beban… no deben acostumbrarse. Yo lo hice en tiempos, y fumé porros, y asesiné, e hice tonterías como exhibirme en público y no tener ningún cuidado. Eran los primeros tiempos, ¿sabes?
—…
Bueno, no es necesario que seas tan fino. A veces pienso que eres un adulador. Hay quien dice de ti que eres un falso y un mentirosillo… Vamos, no te enfades, barbián. Si tú y yo somos casi de la familia, como quien dice. Créeme, tengo en ti mucha más confianza que en Disko Tolliver; es buen muchacho, pero me parece un beatillo y un poco estrecho. ¿Te acuerdas de aquella sesión de plana mayor? ¡Vamos! ¡Decírselo a «ellos»! ¿A quién se le ocurre?
—…
No, no me lo recuerdes. Por eso decía que como familia. Me vienen las lágrimas a los ojos cuando la recuerdo. Bueno, a lo que íbamos. Ya sabes todo lo que pasó en el Mutzbunk, y el asunto de papá Garuslap. El pobre barbo estaba frito porque la nave a Lexter tardaba un ciento; por fin, esta mañana salió una. Lo sabíamos los dos desde hace días. Por eso, yo, que al fin y al cabo soy un sentimental, fui al astropuerto a despedirle. Me acompañó Colomer; así el chico podía ver bien de cerca las instalaciones. Bueno, tú has estado allá. Sabes cómo son esos edificios grandotes donde se hacina el ganado que va a marchar de viaje. Aunque hay pocos viajeros, hay mucha gente para despedirse, vender recuerdos, dar recados, mandar paquetitos y todo eso. A un lado está el mostrador de control de la bofia; frente a él, ese tablero grande donde están los sólidos en tres dimensiones de los enemigos del Imperio. Nunca me habían llamado la atención, a pesar de que el peor enemigo del Imperio no está allí…
—…
Muchas gracias; eres un rato amable conmigo, la verdad. Me malcrías, Gus. No, no quiero más Maguar. Tómalo tú, si te hace. Como te digo, había seis sólidos con imágenes. Y eran de Rabinal Solen, un chavo de Mendel; Troe Van Horst, de la Tierra; Salimar Koriasky, de Gander, el único rebelde vivo, debe de ser; Marhana Tiran Almir, una chica de Stolen IV, con la misma ideología que los de Gander; y Jhon Garff Ralis, de Barlión. ¿Que quién más? Dinovie Pilongrath, de la Tierra… y ahora viene lo bueno… alias «el Dios Telefónico». ¿Te suena?
—…
Eres muy listo. Sí, no podía ser otro. Tenía que ser, necesariamente, el bueno de Garuslap. Hasta suena con la misma música: Pilongrath, Garuslap. Incluso Atience y Dinovie se parecen, no sé en qué, pero se parecen. ¡Diablos! No, no me he quemado; sólo ha sido la brasa en el suelo… Estos cochinos cigarros cada día son peores. Pero no se parecía en nada. Papá tiene el rostro chupado, lleva gafas, no tiene barba y parece que los huesos le vayan a saltar bajo la piel. Pelo negro. El tal Pilongrath tenía la nagri gorda y con una bola en la punta, los acais azules, el pelo rubio, no llevaba gafas y la filisa llena de grasa con mejillas como sacos de pienso que le colgasen encima del cuello.
—…
Naturalmente. Cualquier matasanos de cualquier podrido mundo puede hacer una operación como ésa y cambiarle la filisa al más pintado. Bueno, a mí me pareció bien; eso, después de todo, era una prueba de lo listo que era el gachó. Así que, mientras Colomer iba por un lado y por otro, metiéndose en los cuartitos ésos donde dice «Prohibido el paso», olisqueando en el interior de la astronave a Lexter y comprobando como un dago todo lo posible, yo me coloqué al lado de papá, en el mostrador de la pasma, esperando que le comprobasen la documentación. La papirada, le he llamado yo siempre, pero vosotros no entendéis ya la parla del duy. No, ni hablar. Los aprendizajes hipnóticos para los demás. No me fío de nadie como para dejarle la caja de los sesos a su cuidado. Aprenderé a hablar bien por mis propias fuerzas y, si hablo así, es porque me da la real gana.
—…
¡Si no estoy enfadado contigo, Gus! Si sólo era una observación amigable. No seas tan susceptible, vaya. Que no, que no quiero más Maguar. ¿Es que quieres entromparme?
—…
¡Otra vez! ¡Eres de lo que no hay, Gus! Si no tuviera confianza en ti, no te contaría todo. Como te pongas en ese plan, te doy dos tortas de cuello vuelto que te salen los diquindois por el trasero.
—…
Estás perdonado, macho. No se hable más. Así que estábamos con la documentación…
—…
Sí, hombre. La papirada; eres un tío salao, cuando quieres. Él llevaba dos maletas: una grande con ropas y cosas de ésas, y otra más pequeña, negra, donde estaban los cristalillos de praseodimio. Y mientras estaba el jerré mirando los papeles, y los dos (papá y yo) rogando al espíritu del universo que no se le ocurriera acercarles un encendedor, un sonido como de una campana grande se oyó en toda la sala de espera del astropuerto. Bien, hay que decir que el mostrador es tan alto que me tapaba, de manera que el bofia no podía enamorarse de mí…
—…
Fijarse en mí; no me interrumpas más. Además de eso, yo estaba un tanto separado de papá, como si no fuera con él. Todas las precauciones son pocas. Como te digo, se oyó ese sonido de campana, y toda la mara se volvió para todas partes a ver qué pasaba. Debía de ser cosa poco corriente, porque nadie sabía muy bien a dónde mirar. Pero el bofia, sí. Sabía que aquello significaba que estaban cambiando uno de los sólidos, y miró directamente hacia allí. Yo hice lo mismo, porque si miraba él, por algo debía de ser. Y en ese maldito momento, ¡también es mala pata!, el sólido del «Dios Telefónico» estaba disolviéndose como un caramelo en agua… así como te digo, disolviéndose, y formando una masa de colorines… Luego, poco a poco, los colorines fueron tomando forma y, ¡malditos sean los perros!, cogiendo los mismísimos rasgos que tenía en este momento papá Garuslap… y con un letrero abajo: «Falso Profesor».
—…
¡Reaccioné a velocidad de vértigo! Sin darle un mal beso en la jeta a papi Garuslap, enganché la maletita con el praseodimio, di un salto y me escurrí hacia la derecha del mostrador. Papá Garuslap, muy sorprendido, se volvió como un rayo hacia mí. Preocupado con los papeles, no se había dado cuenta del cambio del sólido. Pero el bofia sí. Saltó sobre el mostrador y le enganchó por el cuello con una mano, al tiempo que con otra le ponía la pistola en el pecho, y con otra tocaba el timbre de alarma…
—…
Humano; como tú y como yo. Bueno, he debido confundirme en algo, porque sólo tenía dos manos. Pero sé una cosa: sonaban pitos por todas partes, manadas de ceras y bofias armados hasta los caninos corrían hacia el control de pasaportes; papá luchaba como un energúmeno de ésos contra los que se le echaban encima, dando manotones y patadas… Y mientras tanto, yo, en el silencio más disimulado, me escurría hacia la salida llevando conmigo el precioso maletín. De paso, capturé a Colomer, que estaba embobado viendo el sistema de señalización y una maqueta del distorsionador Gadow… Cuando salimos, sólo se veía una masa de color negro (los espaciales de guardia), verde (los ceras del Consistorio) y azul oscuro (los bofias de la pasma Imperial) arremolinados donde había estado (y debía de estar aún) el bueno de Garuslap. Se oían gritos: «¡Entrégate, Pilongrath!», y cosas así. Y ahí la tienes, junto a ese sillón.
—…
¡Ya lo creo que va a ser útil…! ¡No lo sabes tú bien, Gus, lo útil que va a ser!
¿Es verdad o no
que esto así pasó?
—Claro que pasó así —dijo Gustavo de Hokusallmi—. Tan cierto como que cuando nuestro amado jefe estaba con el profesor Garuslap, éste disertaba sobre el tiempo estándar de los distintos planetas y decía que era un atraso la división en horas y minutos… Veintisiete horas diarias en Golconda, veintidós y media en Gander, doscientas quince en Barlión… Decía que la división debía de ser estrictamente decimal, cuando el sólido cambió… Pero yo diría que el profesor Garuslap tuvo un golpe de suerte, precisamente…
NOTA de Víctor Lanyard: «Tan listo que es Gus para algunas cosas y tan torpe para otras. ¡La suerte fue para nosotros, no para el pobre Garuslap!».
NOTA de Gustavo de Hokusallmi: «Aun cuando el profesor lleve un bloque mental que impide el uso de drogas de la verdad, será conveniente cambiar la Base Aérea de sitio, extremar las precauciones, vigilar al llamado Baratijas y, por mi parte, observar cuidadosamente si mamá menciona algo sobre un niño extraño».