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Itsy había elegido una caravana con una estufa que, por pequeña y miserable que fuera, mantendría a la familia caliente. Envolvió al bebé en su manta azul y apenas le dio oportunidad de llorar antes de llevarle el biberón a la boca.

Itsy hacía hincapié en la seguridad. Las chicas tenían que pedir por parejas. Los chicos podían pedir solos, pero a la vista unos de otros. El problema era que la lluvia imposibilitaba la mendicidad; la gente bajaba la cabeza y caminaba deprisa. Aunque Itsy tenía la norma de que no se esnifara cola, era difícil imponerla después de horas de ociosidad. El silencio era más extraño porque a través de la pared se oían los pasajeros apresurados y el ir y venir de trenes. En ocasiones, una locomotora sonaba como si estuviera llegando a sus regazos. La megafonía anunció llegadas y partidas en tonos monocordes e ininteligibles.

Ir al orfanato estaba descartado. No porque las personas que lo dirigieran fueran mezquinas; la mayoría eran amables. Pero dividirían la familia según la edad y el sexo y probablemente a Tito lo sacrificarían.

Más que nada para dar a los chicos algo que hacer, Itsy los llevó a la sala de videojuegos de detrás de la estación Leningrado, dejando al bebé dormido al cuidado de Emma, Tito y los dos chicos mayores, Liev y Piotr. Itsy apenas había salido cuando los chicos pusieron una correa a Tito y cogieron bolsas de papel y aerosoles de ambientador de sus mochilas. Sacaron un colchón de la caravana a rastras y se sentaron.

—Sé lo que estáis haciendo —saltó Emma.

—Pero no se lo vas a decir a nadie, ¿verdad? —dijo Liev.

—Depende. A Itsy no le gustaría.

—Por si no lo has notado —dijo Piotr—, Itsy no está aquí. Estamos al mando.

—Y estamos aburridos —dijo Liev—. Todos los demás se divierten mientras te cuidamos a ti y a la mocosa. Toma. —Le ofreció un cigarrillo.

—No puedo. Por el bebé.

Piotr hizo una mueca.

—Eso es si estás embarazada. Joder, eres estúpida.

Emma, indignada, se metió en la caravana. Si los chicos eran tan listos, ¿cómo es que no sabían cambiar un pañal? Consideró que había ganado la discusión.

En el exterior de la caravana, Liev y Piotr rociaron ambientador dentro de las bolsas de papel, levantaron las bolsas como copas de oro y respiraron hondo. Casi de manera instantánea, los productos químicos entraron en el flujo sanguíneo y en el cerebro.

Los chicos sintieron un calor eufórico. Olvidando que estaba en una estación, Liev se fijó en la luz desvaída. Desvaída pero profunda, como de antes de la Creación. Porque en esa vacuidad estaba, bueno, todo. Todo el universo cabía en la palma de su mano.

Piotr dijo que iba a tomarse las cosas en serio. Tenía un plan para salir de la calle, estudiar artes marciales, alistarse en el ejército, ganar alguna medalla y convertirse en guardaespaldas de Putin. Necesitaría el permiso de sus padres para alistarse antes de cumplir la edad, pero no tendría problema: sus padres firmarían cualquier cosa a cambio de una botella de vodka.

Una máquina de limpieza entró en el almacén. El conductor era un tayiko de la estación que recogía copas de papel y latas de refrescos. No sólo llevaba un faro en el vehículo, sino que enfocó con una linterna los rincones de la caravana.

Lo que vieron los chicos fue un mongol en un caballo lanudo, un guerrero de la Horda de Oro con armadura de placas viajando desde otra época con flechas de luz cegadora. El guerrero maniobró en torno al foso, se acercó a la caravana e iluminó a Liev y Piotr, a las bolsas y latas que tenían en las manos.

Tito, el perro, había sido adiestrado para no ladrar. Se acercó hasta el límite de su correa con las orejas hacia atrás y fuego en la mirada mientras el guerrero flotaba hasta la pila de cajas de fruta que el grupo de Itsy había estado rompiendo para usar como leña. La pila estaba medio derrumbada. Levantó una caja y examinó una bolsa de plástico de heroína afgana. Sacó y contó cada paquete, luego volvió a dejar los paquetes y la caja como estaban.

Cuando terminó, volvió a la caravana. Levantó a Piotr por la cabeza como si estuviera levantando a una rata por la cola y abrió la hoja de un cúter. Piotr trató de mirar hacia atrás. El tayiko siguió esa mirada y vio a Emma en la ventana antes de que la chica tuviera tiempo de agacharse. Zarandeado, el bebé empezó a llorar.

Emma no necesitó pensar qué hacer a continuación. Fue como si un diablo se apoderara de su cuerpo y se descubrió funcionando con frío egoísmo, colocando al bebé como cebo en una punta de la caravana y acurrucándose detrás de las literas en la otra. Estaba asombrada y aterrorizada de sí misma, pero no había forma de parar. Mientras el tayiko entraba en la caravana e iba a por el bebé, Emma se escabulló por la puerta y se escondió en el foso. El bebé lloró sin parar. Emma cerró los ojos, contuvo la respiración y apretó las piernas para no orinarse.

El llanto del bebé se detuvo abruptamente. Emma estaba segura de que ella sería la siguiente. En cualquier momento, el diablo la encontraría en su foso y le cortaría la garganta. Finalmente, cobró conciencia de que el tayiko había desaparecido y Liev y Piotr estaban comparando alucinaciones con aire adormilado.

—Qué pasada. Te lo has perdido —le dijo Piotr a Emma.

—Ha sido brutal —dijo Liev.

Emma no dijo nada. Corrió hacia la parte de atrás de la caravana. Allí estaba el bebé chupando un pequeño amuleto de cuero como los que llevaban las mujeres tayikas que pasaban por Tres Estaciones. En el interior del amuleto había una cita del Corán como protección para el portador.