25

Arkady había llevado a Ania a su cama. La luz le molestaba en los ojos, y Arkady había apagado todas las luces salvo una lámpara de lectura que había dejado encendida a baja intensidad. Esperaba que Ania cayera en un sueño profundo, pero la adrenalina todavía circulaba por su organismo.

—La mitad del tiempo creo que estoy muerta otra vez.

—Has tenido una experiencia traumática. Supongo que estar muerta, aunque sea durante un ratito, se califica como traumático.

—No era lo que esperaba.

—¿No hubo luz blanca?

—Nada.

—¿Ni familiares ni amigos?

—Nada de nada.

—Hablemos de quién intentó matarte.

—No sé quién era. No recuerdo nada desde esta tarde en adelante. —Ania se movió para tener una mejor visión de Arkady—. Sabías qué hacer. Has visto a alguien en shock antes. ¿Era una mujer?

—Sí. Entonces no supe reaccionar. Esta vez sí.

Lo último que quería Arkady era superponer las dos imágenes. No quería que los recuerdos de una mujer salpicaran a la otra. Sí, había sido testigo impotente de un shock anafiláctico antes. Esta vez al menos había tenido oportunidad de salvar a alguien. Arkady no había corrido riesgos. Se había concentrado en la perilla y la máscara como si fuera una cuerda para salir del abismo, y ni siquiera se había dado cuenta cuando la vida empezó a volver a salir en el cuerpo de Ania.

—Esto era diferente —dijo Arkady—, alguien ha intentado matarte.

—Me han matado.

—Pero ahora estás viva.

—Puede ser.

—Oí dos conjuntos de pisadas distintos saliendo de tu apartamento, y dices que no tenías invitados.

—No lo recuerdo. ¿Puedo fumarme un cigarrillo?

—Desde luego que no. Alguien dejó un vaso con un residuo de leche en tu fregadero. ¿Puedes contarme quién sería ese alguien?

—Soy periodista. ¿No sabes que hay veda abierta para los periodistas?

—Y no quieres llamar a la policía.

—¿Para qué he de hacerlo si te tengo a ti?

—Bueno, me han despedido. Cuánto puedo ayudar es algo debatible.

—Me arriesgaré. —En un tono diferente, Ania preguntó—: ¿Cuánto tiempo he estado muerta?

—Comatosa.

—Muerta —insistió ella—. En otras palabras, ¿estoy lista para ponerme un bañador? Sasha Vaksberg me ha pedido que vaya a su dacha mañana. —Retiró la sábana para examinar el oscuro hematoma que Arkady y la aguja le habían dejado en la pierna.

—No creo que hayas perdido nada —dijo Arkady.

—La dacha es enorme. Sasha tiene dos piscinas, pistas de tenis y un corral para caballos. A veces creo que paga a la gente sólo para que esté por ahí.

—Estoy seguro de que es fabuloso.

—Crees que tengo que ir.

—Es posible que sea más seguro que estar aquí.

—¿Tú tienes una dacha?

—Una cabaña. —Arkady trató de volver al ataque—. ¿Cómo periodista tendrás una agenda de citas?

—¿Tu cabaña está en un río o un lago?

—Sólo hay un estanque.

—Descríbela.

—Ordinaria.

—¿En qué sentido?

—Una cabaña con tres habitaciones, una cocina mínima, pinturas malas, chimenea de piedra, una familia de erizos bajo el porche, una canoa y un bote de remos en un amarre. Mi padre era general, pero después de tomar suficiente vodka, pensaba que era almirante.

—No suena tan mal. ¿Estaba vestida?

—¿Disculpa?

—Cuando me encontraste, ¿estaba vestida?

—No del todo.

—¿Qué aspecto tenía? ¿El azul está de moda?

—Le preguntas al hombre equivocado. ¿Y Sasha Vaksberg? A estas horas debería haber pedido refuerzos. Podría haberte ofrecido un centenar de guardaespaldas.

—Quizás, es un hombre impredecible.

Ania asimiló el techo alto, un armario colosal, parches de luz en la pared donde habían habido fotografías y pinturas.

—¿Has crecido aquí? Tuvo que ser algo en algún momento.

—Era donde vivía la elite del partido, y era un gran honor que te asignaran un apartamento como éste. Por otra parte, estaba lleno de paredes falsas y pasajes secretos para que el KGB escuchara. Y una vez al mes, más o menos, desaparecía una cara famosa. Así que era un honor que conllevaba cierto riesgo. Aunque nadie podía rechazar vivir en un establecimiento tan lujoso, todos tenían siempre una maleta preparada.

—¿Alguna vez espiaron a tu padre?

—Era muy acomodaticio. Les diría a los agentes su itinerario del día. Y de la noche.

—¿Te afectó vivir en una casa embrujada como ésta?

—Me avergüenza decir que no. Lo que sí que encontré fue la pared detrás de la cual se sentaba el agente. Tenía una pelota de goma y la hice rebotar contra la pared cien, doscientas veces.

—No creo que tuvieras madera de policía.

—Es un poco tarde para darse cuenta. ¿Qué significa «Dios es mierda»?

Ania bostezó.

—No tengo ni idea.

—Entiendo «Dios ha muerto», pero «Dios es mierda» se me escapa.

Esperó, pero Ania había caído en un sueño profundo y envidiable. Arkady se puso lo más cómodo posible en la silla y abrió el libro que había cogido de Madame Spiridona. El diario de un bailarín de ballet prometía ser bastante insulso. «Después del triunfo en París, estrenamos en Montecarlo…». Esa clase de cosas.

En cambio, las páginas cayeron abiertas a «Dios es perro, perro es Dios, perro es mierda, Dios es mierda, yo soy mierda, yo soy Dios».

Y «Yo soy una bestia y un depredador […] todos tendrán miedo de mí y me meterán en un manicomio. Pero no me importa. Nada me da miedo. Quiero la muerte».