Junto a la estación Kazanski había un edificio de dos plantas con un cartel de la policía tan discreto que podría haberse tratado de un lavabo público. A lo largo de los años, Arkady lo había visitado una docena de veces para llevar a un sospechoso a interrogar o para salvar a un sospechoso del interrogatorio. Las contrahuellas de la escalera estaban apropiadamente recubiertas con baldosas resquebrajadas que parecían dientes rotos. Arkady subió hasta una sala de brigada llena de cajas de pizza vacías, pizarras blancas, fotos polvorientas de héroes olvidados, viejos boletines enrollados en tubos amarillos, boletines nuevos en la papelera y escritorios con marcas de quemaduras de cigarrillo y manchas de café, lo cual reflejaba bastante bien su propio estado de ánimo.
En un rincón de la oficina, el coronel Malenkov, quemado por el sol y con un montón de crema encima, estaba colgando un certificado en la pared. Cada movimiento parecía doloroso. Su calva tenía aspecto de hacerle pasar un mal rato.
—Ya estoy harto de la puta Creta y su puto sol. Además estaba llena de rusos.
El certificado atestiguaba que el coronel Leonid N. Malenkov había asistido a la Décima Conferencia Anual sobre Antiterrorismo. Ya estaban colgados certificados similares de Túnez, Ámsterdam y Roma.
—Están torcidos —dijo Arkady.
—Se mueven. Es por la vibración de los trenes. A veces tiembla todo el edificio.
Arkady leyó el lema escrito en inglés en cada certificado:
—«La vigilancia nos hace libres». ¿Qué significa eso?
—Los terroristas cooperan a escala global. Hemos de hacer lo mismo.
—Bien. Puedes cooperar conmigo.
—¡Menuda jeta!
—La chica muerta en la caravana. Estaba en tu distrito. ¿Por qué no respondiste a la llamada?
Malenkov se dirigió con rigidez a su escritorio y se sentó con cuidado.
—Renko, trataste de llevarme a juicio por dirigir una red de prostitución. Por fortuna, el fiscal no creyó que tuvieras nada sólido. Se hizo justicia y tú te fuiste a casa a chuparte la polla. ¿Por qué he de hablar contigo?
—No tienes a nadie más con quien hablar. Esto está vacío.
—Claro. Todos están en la calle investigando casos, casos reales.
—¿Te importa si fumo?
—Como si quieres meterte el cigarrillo en el culo. No puedo creer que tengas pelotas para entrar aquí.
—¿Quieres hacerlo otra vez?
—¿Qué?
—Pasar por otra investigación.
—Perderás otra vez.
—Pero fue caro, ¿no? Si no recuerdo mal, tenías abogados.
—Putas sanguijuelas. —Por lo general, Malenkov utilizaba amenazas físicas; las quemaduras del sol obviamente lo habían afectado—. He oído que te tenían en la nevera.
—Pues aquí estoy.
—¿Qué pretendes? Siempre buscas algo.
—Un rato de conversación.
—Bueno, vas un poco adelantado. Un investigador sólo toma el caso cuando los detectives han terminado.
—No es mi caso. Resulta que iba en el coche con el teniente Orlov cuando se recibió la llamada.
—La última vez que vi a Víktor Orlov no podía mear lo bastante recto para darle a un granero.
—Su puntería ha mejorado.
—Bien. Entonces tendría que poder ocuparse de una simple sobredosis.
—No creemos que sea tan simple.
—Una zorra muerta se parece mucho a otra.
Arkady le pasó el móvil a Malenkov. Olga llenó la pantalla. La muerte le daba una quietud que hacía su juventud aún más punzante. Arkady dejó que los ojos del coronel asimilaran la imagen.
Malenkov se encogió de hombros.
—Vale, es una chica guapa. Moscú está lleno de chicas guapas.
—¿No era de las tuyas?
—No sé de qué estás hablando. Un comisario no tiene mucho contacto con los ciudadanos en general a menos que sean asesinados o quemados.
—¿Quemados? ¿Eso pasa a menudo?
—Ya conoces a los chicos. ¿Tienes algún testigo?
—El sargento Orlov está peinando la zona.
—¿De este manicomio? La gente aquí ve cucarachas grandes como perros.
—La encontraron en una caravana de obreros a veinticinco metros de donde estamos ahora. El cable va desde la parte de atrás de esta comisaría a la caravana. Es tu caravana.
Malenkov le devolvió el teléfono móvil a Arkady por el escritorio.
—Es una caravana abandonada. Dime, ¿violaron a la chica? ¿La golpearon? ¿Viste alguna circunstancia inusual?
—Le quitaron las bragas y la dejaron en exposición. Eso me suena inusual.
—¿De verdad? ¿Es muy raro que una prostituta se quite las bragas? Si no recuerdo mal, les pagan para eso. Has dicho que estaba en exposición. Algunos clientes sólo quieren mirar. Todos los días llegan chicas del campo para dejarles follar, mirar o lo que sea. Tenemos una riada de chicas. Se chutan y mueren por sobredosis, porque no son las personas más brillantes del mundo. Así que no perdemos el tiempo con sobredosis.
—Las entierras lo antes posible.
—La vida es injusta. ¿Por qué iba a ser diferente la muerte?
Una vibración audible recorrió el edificio mientras doscientas toneladas de una locomotora diésel se aproximaban por una vía cercana. El certificado de Creta se movió, Roma tembló, Túnez se inclinó y Ámsterdam lo imitó enseguida. Mientras Malenkov estaba ocupado ajustándolos, Arkady metió su teléfono móvil en un sobre, con cuidado de no emborronar las huellas dactilares del coronel.