La guarida
—Sí —dijo Josh—. Creo que la podemos reconstruir.
Sintió los brazos de Glory rodeándole el cuello y ella inclinó la cabeza contra su hombro.
Él la rodeó con un brazo y ambos permanecieron así, abrazados, cerca de las ruinas quemadas de la iglesia.
—Podemos hacerlo —dijo Josh—. Claro que podemos. Quiero decir…, no será mañana, ni la próxima semana…, pero podemos hacerlo. Probablemente no tendrá el mismo aspecto que solía tener, e incluso es posible que sea peor, pero también podría ser mejor. —La apretó suavemente contra sí—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió ella sin mirarlo, pero con la voz quebrada por la emoción. Luego, levantó el rostro por el que resbalaban las lágrimas. Levantó la mano y sus dedos se movieron con lentitud sobre la superficie de la máscara de Job—. Eres… un hombre guapo, Josh —dijo con suavidad—. Incluso ahora. Incluso con esto. Aunque no se resquebraje y se abra seguirías siendo el hombre más guapo que he conocido.
—Oh, no creas que lo soy tanto. Nunca lo he sido. Deberías haberme visto cuando participaba en la lucha libre. ¿Sabes cuál era mi nombre? El Frankenstein Negro. Estoy seguro de que ahora ese nombre me cuadra mucho mejor que antes, ¿no te parece?
—No. Y no creo que nunca te hiciera justicia. —Sus dedos recorrieron los duros nudos y zarcillos, y luego volvió a bajar la mano—. Te amo, Josh —dijo con una voz temblorosa, pero la mirada de sus ojos cobrizos era firme y verdadera.
Él se dispuso a contestarle, pero en ese instante pensó en Rose y en los chicos. Había transcurrido ya mucho tiempo. ¡Tanto tiempo! ¿Estarían deambulando por alguna parte, en busca de comida y cobijo, o se habían convertido en fantasmas que ya sólo vivían en los recuerdos? Era una verdadera tortura no saber si estaban vivos o muertos, y al mirar ahora el rostro de Glory se dio cuenta de que probablemente nunca lo sabría. ¿Sería una crueldad por su parte abandonar toda esperanza de que Rose y sus hijos pudieran estar con vida, o sería más bien un acto de realismo? Pero sí estaba seguro de una cosa: quería quedarse en la tierra de los vivos, en lugar de deambular por las bóvedas de los muertos.
Rodeó a Glory con sus brazos y la atrajo hacia sí. Sintió la agudeza de los huesos de ella a través del abrigo, y anheló que llegara el día en que pudieran recoger la primera cosecha.
También anhelaba recuperar la capacidad para ver por ambos ojos, y volver a respirar con profundidad. Confiaba en que su máscara de Job se resquebrajara pronto, como le había sucedido a la de Hermana la misma noche anterior, pero también tenía miedo de que eso sucediera. ¿Qué aspecto tendría él?, se preguntó. ¿Qué ocurriría si se trataba del rostro de alguien a quien ni siquiera conocía? Pero por el momento se sentía bien y no detectaba el menor signo de fiebre. Era la única vez en su vida que había deseado caer enfermo.
Josh distinguió algo en el suelo, en una charca helada a unos pocos pasos de distancia. Se le hizo un nudo en el estómago, y dijo con tranquilidad:
—¿Glory? ¿Por qué no regresas ahora a casa? Yo llegaré dentro de unos minutos.
Ella se apartó, extrañada.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Sólo regresa a tu barraca. Yo daré un pequeño paseo durante un rato e intentaré pensar en la forma de reconstruir este lugar.
—Me quedaré contigo.
—No —replicó él con firmeza—. Vete a casa. Quiero estar a solas durante un rato. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió ella. Dio media vuelta y empezó a caminar por la calle, pero entonces se volvió de nuevo hacia él—. No tienes por qué decirme que me amas. No pasa nada si no es así. Yo sólo quería que conocieras mis sentimientos.
—Te amo —dijo él con un tono de voz tenso.
Glory le miró durante unos segundos más y finalmente se alejó en dirección a su barraca.
Una vez que se hubo marchado, Josh se inclinó y agarró lo que había en la charca congelada. El hielo se agrietó y él lo liberó de un tirón.
Era un trozo de lana a cuadros, salpicado de oscuras manchas marrones.
Josh sabía de dónde procedía.
Era el abrigo de Gene Scully.
Tomó la tela ensangrentada en la mano y se irguió. Ladeó la cabeza y empezó a registrar el terreno que le rodeaba. Encontró otro fragmento de tela a cuadros a unos pocos pasos de distancia, en el callejón que corría a lo largo de las ruinas. Lo recogió también, y luego descubrió un tercero y un cuarto fragmento, todos ellos manchados de sangre, por delante de donde se encontraba. Había pequeños trozos del abrigo de Gene Scully diseminados por la nieve que cubría el terreno.
«Debió de haberse visto sorprendido por algún animal —pensó Josh—. Fuera lo que fuese, debió de haberlo desgarrado por completo».
Pero en el fondo sabía que ningún animal había atacado a Gene Scully. Aquello era obra de una clase diferente de bestia, quizá enmascarada como un tullido en un cochecito rojo de juguete, o con la figura de un hombre negro con un diente de plata en la boca. Scully había encontrado al hombre del ojo escarlata…, o quizá había sido encontrado por este.
«Ve a buscar ayuda —se dijo Josh—. Busca a Paul y a Hermana, y por el amor de Dios, consigue un rifle». Pero continuó siguiendo el rastro de los pequeños trozos de tela a cuadros, al tiempo que el corazón le latía con violencia y la garganta se le secaba. Había otros desperdicios diseminados por el suelo y a medida que Josh se fue introduciendo en lo más profundo de la calleja, una rata del tamaño de un gato persa apareció ante él, le dirigió una mirada de ojos brillantes y luego se escabulló por un agujero. Josh escuchó pequeños chillidos y movimientos apresurados a su alrededor, y advirtió que toda aquella parte de Mary’s Rest estaba infestada de sabandijas.
Vio manchas de sangre congelada en el suelo. Las siguió durante unos quince pasos o más y se detuvo ante una pieza circular de estaño que estaba apoyada contra los bastos cimientos de ladrillo de la iglesia arruinada. El estaño estaba salpicado de más sangre congelada, y Josh observó algunos otros fragmentos de tela a cuadros alrededor de sus botas. Colocó el pie contra la pieza de estaño, que tenía casi el tamaño y la forma de una tapadera de cloaca, aspiró aire profundamente y la apartó poco a poco con la punta de la bota. Entonces, con brusquedad, la apartó a un lado y retrocedió de un salto.
Por debajo quedó al descubierto un agujero que se perdía entre los cimientos de la iglesia. Un olor nauseabundo y frío se elevó desde allí, poniéndole la carne de gallina.
«Te he encontrado», fue lo primero que pensó Josh.
Su segundo pensamiento fue: «¡Sal inmediatamente de aquí! ¡Echa a correr, maldito estúpido!».
Pero vaciló un momento, mirando fijamente el agujero.
Del interior de la oquedad no le llegaba ningún sonido, no se apreciaba ningún movimiento. «¡Está vacío! —se dio cuenta Josh—. ¡Se ha marchado!».
Avanzó un paso receloso hacia la abertura. Luego un segundo y un tercero. Se detuvo sobre ella, escuchando con atención. Seguía sin oír ningún sonido, sin percibir ningún movimiento.
La guarida estaba vacía. El hombre del ojo escarlata se había marchado. Después de que Swan se enfrentara a él y lo venciera, tuvo que haberse marchado de Mary’s Rest.
—¡Gracias a Dios! —susurró Josh.
Entonces escuchó un crujido por detrás de él.
Josh se volvió con rapidez, levantando los brazos y preparándose para parar un golpe.
Había una rata sentada en lo alto de una caja de cartón, mostrándole los dientes. Empezó a chillar airadamente, como un señor al que le han invadido la propiedad.
—Tranquila, pequeña bast… —empezó a decir Josh.
Dos manos, una negra y una blanca, surgieron de pronto del agujero y sujetaron a Josh por los tobillos, haciéndole perder el equilibrio. No tuvo tiempo de gritar antes de caer de bruces al suelo, con el aire saliéndole bruscamente de los pulmones. Mareado, intentó forcejear para liberarse, intentó clavar los dedos en la tierra helada que rodeaba el agujero, pero las manos que lo sujetaban por los tobillos eran como cadenas de hierro, y empezaron a arrastrarlo lentamente hacia las profundidades.
Josh se encontró ya medio dentro de la guarida antes de empezar a tomar conciencia de lo que estaba sucediendo. Empezó a luchar, revolviéndose y lanzando patadas, pero aquellos condenados dedos no hicieron más que apretarse con más fuerza alrededor de los tobillos. Olió a ropa quemada, retorció el cuerpo y vio unas llamas azuladas bailoteando sobre las manos del hombre. La piel de Josh empezó a chamuscarse y sintió las manos del hombre húmedas y supurantes como si llevara unos guantes de cera que se estuvieran derritiendo.
Pero en el segundo siguiente las llamas se debilitaron y se apagaron. Las manos del hombre volvieron a ser terriblemente frías, y arrastraron a Josh hacia la oscuridad.
Las manos le soltaron los tobillos. Josh lanzó patadas y sintió que su bota izquierda impactaba con algo sólido. Una figura fría y pesada cayó sobre él, más como un saco de hielo que como un cuerpo. Pero la rodilla que se apretaba contra su garganta era muy sólida, y trataba de aplastarle la nuez de Adán. Unos golpes que casi le rompieron los huesos le alcanzaron en los hombros, el pecho y las costillas. Levantó las manos y rodeó con ellas una garganta pegajosa, enterrando los dedos en algo que sintió como si fuera una masa fría. Los puños de aquel ser le golpearon en la cabeza y el rostro, pero no pudieron hacerle mucho daño gracias a la dureza de la máscara de Job. Josh sentía se sentía mareado y sabía que estaba a punto de perder el sentido. Sabía que no le quedaban más que dos alternativas: luchar como nunca había luchado, o morir.
Lanzó el puño derecho hacia arriba, con los nudillos conectando contra la línea angular de la mandíbula, e instantáneamente lanzó el puño izquierdo para aplastarlo contra la sien del hombre. Escuchó un gruñido, más de sorpresa que de dolor, y el peso se apartó de Josh. Se revolvió para ponerse de rodillas, con los pulmones anhelando respirar aire fresco.
Un brazo gélido le agarró alrededor del cuello, por detrás. Josh extendió una mano, sujetó los dedos que lo aprisionaban y los retorció en un ángulo inverosímil; pero lo que segundos antes habían sido huesos parecieron ahora más como el alambre de una percha; se doblaron, pero no se rompieron. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Josh se incorporó del suelo y se arrojó hacia atrás, atrapando al hombre del ojo escarlata entre su propia espalda y los cimientos de la iglesia, formados por bastos ladrillos. El brazo helado abandonó su presa y Josh aprovechó el momento para intentar salir de la guarida.
Pero volvió a verse atrapado y arrastrado hacia abajo. Mientras luchaban como animales en la oscuridad, Josh vio parpadear un brillo en las manos del hombre, a punto de encenderse en llamas, pero estas no prendieron, como si se le hubiera estropeado algo en su capacidad de ignición. Josh percibió un olor entre el que produce una cerilla al ser encendida y el de una vela que se funde. Lanzó una fuerte patada contra el estómago del hombre y lo hizo retroceder. Al levantarse de nuevo, un golpe le alcanzó como un martillo contra uno de los hombros, casi dislocándole el brazo, haciéndole caer de bruces al suelo.
Josh se retorció, dándose la vuelta para enfrentarse a él, sangrando por la boca y notando que perdía rápidamente la fuerza. Volvió a ver el destello de fuego y entonces las dos manos del hombre se encendieron de nuevo. A la luz azulada que despedían pudo ver el rostro del hombre…, una máscara de pesadilla, y en ella distinguió una moca babeante y elástica que escupía moscas muertas como si fueran dientes rotos.
Las manos encendidas descendieron hacia el rostro de Josh y, de pronto, una de ellas parpadeó y se apagó como un carbón en llamas que recibe un chaparrón de agua. La otra mano también se empezó a apagar, con pequeños lenguas de fuego borboteándole a lo largo de los dedos.
Josh notó algo en el suelo, junto a su costado. Vio un montón de carne ensangrentada y huesos retorcidos, y una serie de abrigos, pantalones, suéteres, zapatos y sombreros. Cerca distinguió un cochecito rojo de juguete.
Josh volvió a mirar al hombre del ojo escarlata, que también había sido el tullido. La mano ardiente casi se había extinguido y el hombre miraba fijamente la llama que se apagaba, con unos ojos que, en un rostro humano, habrían podido ser los de un demente.
Josh advirtió que el hombre no era tan fuerte como antes.
Extendió una mano, agarró el cochecito y lo estrelló con todas sus fuerzas contra el rostro de aquella cosa.
Escuchó un aullido atroz. Los últimos restos de la llama se apagaron y el hombre retrocedió, tambaleándose. Josh vio una luz grisácea y se arrastró hacia el agujero.
Estaba apenas a unos tres pasos cuando los restos del cochecito rojo se estrellaron con fuerza contra su nuca. Josh sólo tuvo un segundo para recordar aquel otro momento en que había sido arrojado del cuadrilátero de Gainesville, y cómo había caído sobre el suelo de cemento, y perdió el conocimiento.
Se despertó, sin saber cuánto tiempo podía haber transcurrido, y escuchó el sonido de una risita chillona. No pudo moverse, y pensó que le debía de haber inmovilizado cada uno de los huesos de su cuerpo.
La risita procedía de unos diez o quince pasos de distancia. Se desvaneció y fue sustituida por un bufido que se convirtió en una especie de lenguaje, que a Josh le pareció alemán. Distinguió fragmentos de otras lenguas…, chino, francés, danés, español, y algunos dialectos, todos pronunciados uno tras otro, sin orden. Luego, la voz dura y horrible volvió a expresarse en inglés, con un profundo acento sureño.
—Siempre caminé solo…, siempre caminé solo…, siempre…, siempre…
Mentalmente, Josh exploró el estado de su cuerpo, tratando de descubrir lo que funcionaba y lo que no. Tenía la mano derecha como muerta, quizá la tuviera rota. Oleadas de dolor le palpitaban en las costillas y a través de los hombros. Pero sabía que había tenido suerte; el golpe al que acababa de sobrevivir le podría haber aplastado el cráneo de no haber sido por el espesor de la máscara de Job.
El tono de la voz cambió, transformándose en un dialecto monótono que Josh no pudo comprender, hasta que finalmente volvió a utilizar el inglés, esta vez con un acento del Medio Oeste.
—La zorra…, la zorra…, morirá…, pero no por mi mano…, oh, no…, no por mi mano…
Lentamente, Josh intentó volver la cabeza. El dolor se extendió por toda su columna vertebral, pero el cuello aún le funcionaba. Logró volver poco a poco la cabeza hacia aquella cosa enloquecida acurrucada en el suelo, sobre la suciedad, al otro lado de la guarida.
El hombre del ojo escarlata miraba fijamente su mano derecha, donde unas débiles llamas azuladas parpadeaban a lo largo de sus dedos. El rostro del hombre se ocultaba entre varias máscaras. Un exquisito cabello rubio se mezclaba con otro cabello sucio, enmarañado y negro; un ojo era azul y el otro pardo; un pómulo era agudo, y el otro aparecía hinchado.
—No por mi mano —repitió—. Yo conseguiré que ellos lo hagan.
Su mandíbula se extendió y de ella surgió una barba negra que se transformó en roja al cabo de pocos segundos y que desapareció con la misma rapidez en la materia retorcida de su rostro.
—Encontraré una forma de que ellos lo hagan.
La mano del hombre tembló y empezó a convertirse en un puño apretado, y las pequeñas llamas azuladas se apagaron por completo.
Josh rechinó los dientes y empezó a gatear hacia la luz grisácea que entraba por el agujero, lenta y dolorosamente, avanzando poco a poco. Se quedó rígido cuando volvió a escuchar la voz del hombre, cantando en un susurro:
—Allá vamos, rodeando la zarza, rodeando la zarza… Allá vamos, rodeando la zarza, tan temprano en la…
La voz se quebró, convertida en un balbuceo susurrante.
Josh se incorporó poco a poco. Cada vez estaba más cerca del agujero. Más cerca.
—Corre —dijo entonces el hombre del ojo escarlata con una voz tenue y agotada. A Josh el corazón le dio un vuelco en el pecho, porque sabía que el monstruo le estaba hablando a él desde la oscuridad—. Vamos, corre. Dile a ella que pondré a una mano humana a hacer el trabajo. Dile a ella…, dile a ella…
Josh se enderezó hacia la luz del exterior.
—Dile a ella… Yo siempre he caminado solo.
Y entonces, Josh se aupó fuera de la guarida, retirando las piernas con rapidez. Las costillas le producían un agudo dolor y hacía esfuerzos denodados por conservar la conciencia, pero sabía que tenía que alejarse de allí o no sería más que carne muerta.
Siguió arrastrándose, mientras las ratas se deslizaban a su alrededor. Un frío intenso parecía habérsele pegado a los huesos, y esperaba y temía que el hombre del ojo escarlata volviera a sujetarlo. Pero eso no sucedió. Josh se dio cuenta entonces de que se le había perdonado la vida, ya fuera porque el hombre del ojo escarlata se sentía debilitado, o porque estaba agotado, o bien porque deseaba enviarle un mensaje a Swan.
«Dile a ella que pondré a una mano humana a hacer el trabajo».
Josh intentó levantarse, pero volvió a caer al suelo. Transcurrió otro minuto o dos antes de que pudiera encontrar las fuerzas necesarias para incorporarse un poco y ponerse de rodillas. Finalmente, pudo ponerse en pie como un anciano tambaleante y decrépito.
Caminó a trompicones por el callejón, en dirección a la calle, y luego se dirigió hacia la hoguera que ardía delante de la barraca de Glory. Pero antes de llegar hasta ella le abandonaron las últimas fuerzas que le quedaban. Cayó al suelo cuan largo era, como un enorme pino que acabara de ser cortado, y no vio a Robin y al señor Polowsky que echaban a correr hacia él.