66

Cosas que podrían ser

—¿Estás seguro? —preguntó Glory cuando Josh cerró la puerta, mientras removía un cazo con sopa de raíces que tenía colocado sobre la estufa, y miró a los dos extraños con recelo—. No me gusta su aspecto.

—Lo siento —le dijo Paul—, pero resulta que esta mañana me he dejado el esmoquin en la lavandería.

La habitación olía a sasafrás y la estufa irradiaba mucho calor. Había un par de faroles encendidas en la habitación y a su luz humeante Paul y Hermana distinguieron lo que parecían ser manchas de sangre en el suelo.

—Anoche tuvimos aquí algunos problemas —explicó Josh—. Esa es la razón por la que tenemos que ser tan cuidadosos con todas las personas extrañas que quieran ver a Swan.

A pesar del reconfortante calor de la habitación, Hermana se quedó fría. Estaba pensando en aquel tullido de mueca sonriente que había visto en el cochecito rojo de juguete. Si se trataba de él, podía tener cualquier rostro. Deseó entonces haber aprovechado aquel instante, haber volado aquella máscara de su cráneo para ver lo que ocultaba detrás de ella.

Josh se acercó a uno de los faroles y volvió a examinar la carta del tarot.

—De modo que lo encontrasteis en Matheson. Muy bien, pero ¿cómo os condujo esta carta hasta aquí?

—No ha sido la carta lo que nos ha traído hasta aquí. Dime, ¿hay por aquí cerca un árbol que haya florecido, con el nombre de Swan grabado en su tronco como si fuera a fuego? Recuerdo el olor de las manzanas. ¿Hay algún manzano que haya florecido?

—Sí. ¡Pero eso está a unos cien kilómetros de aquí! ¿Os ha enviado Sly Moody a buscarnos?

Ella negó con un gesto de la cabeza. Metió la mano en el bolso.

—Esto es lo que nos ha traído aquí —dijo sacando el círculo de cristal.

Los colores aparecieron y latieron sobre el cristal. Glory se quedó con la boca abierta, dejando caer la cuchara que sostenía, al tiempo que se llevaba la mano a la boca. Las paredes relucieron con luces. Josh se quedó mirando fijamente el objeto, transfigurado por su belleza, y luego dejó la carta de La Emperatriz sobre la mesa.

—¿Quiénes sois? —preguntó con suavidad—. ¿Por qué estáis buscando a Swan…, y dónde habéis encontrado eso?

—Creo que tenemos muchas cosas de que hablar —dijo Hermana—. Quiero saberlo todo sobre vosotros, y todo sobre Swan. Quiero escuchar todo lo que os ha sucedido, y quiero contaros también nuestras propias historias. Pero en estos momentos lo único que pido es verla. Por favor.

Haciendo un esfuerzo, Josh apartó la mirada del círculo de cristal y observó el rostro de Hermana. La miró larga y profundamente y vio en él las tribulaciones y las dificultades por las que había pasado, pero también reconoció la tenacidad y una voluntad de hierro. Asintió con un gesto y condujo a Paul y a Hermana al interior de la habitación contigua.

Allí, sobre la pared, brillaba un solo farol, con una reluciente pantalla de estaño, emitiendo un amortiguado brillo dorado. Swan estaba acostada en el camastro de hierro de Glory, sobre el colchón relleno con trapos y papeles. Estaba cubierta con varias mantas que les habían entregado diversas personas, y tenía el rostro vuelto, de modo que no le daba la luz directamente.

Josh se acercó a la cama, levantó las mantas y tocó con suavidad el hombro de Swan. La muchacha aún ardía a causa de la fiebre, pero se estremeció y retuvo las mantas.

—¿Swan? ¿Puedes oírme?

Respiraba con dificultad. La mano de Hermana encontró la de Paul y se la apretó. En la otra mano, las luces del círculo de cristal se habían vuelto plateadas y doradas.

—¿Swan? —susurró Josh—. Alguien ha venido a verte.

Ella escuchó su voz, regresando del paisaje de pesadilla en el que un esqueleto, montado sobre un caballo igualmente esquelético, segaba un campo de cabezas humanas. El dolor le laceró los nervios y los huesos de su rostro.

—¿Josh? —replicó—. Rusty…, ¿dónde está Rusty?

—Ya te lo dije. Lo enterramos esta misma mañana, en el campo.

—Oh, ahora lo recuerdo. —Su voz era débil, y parecía a punto de perderse de nuevo en el delirio—. Diles… que vigilen el maíz, que alejen a los cuervos. Pero… diles que no lo toquen todavía. Josh, díselo.

—Ya se lo he dicho. Están haciendo lo que tú has dicho. —Indicó con un gesto a Paul y a Hermana para que se acercaran—. Aquí hay alguien que quiere verte. Dicen que han recorrido un largo camino.

—¿Quiénes… son?

—Un hombre y una mujer. Están aquí ahora mismo. ¿Puedes hablar con ellos?

Swan intentó concentrar su mente en lo que él le estaba diciendo. Percibía la presencia de alguien más en la habitación, esperando. Y también había algo más; Swan no sabía qué era, pero sentía un hormigueo en su piel, como a la expectativa del contacto físico. En su mente, volvió a verse como una niña, mirando con fascinación las luces de las luciérnagas que brillaban contra la ventana.

—Sí —decidió—. ¿Quieres ayudarme para que me siente?

Así lo hizo Josh, levantando un par de almohadas para que se apoyara. Al retirarse Josh de la cama, Paul y Hermana pudieron ver por primera vez la cabeza de Swan, completamente cubierta por el duro tejido de los queloides. Ahora tenía los dos ojos sellados, y sólo quedaban unas pequeñas ranuras en las aletas de la nariz y en la boca. Era la máscara de Job más horripilante que Hermana hubiera visto jamás, mucho peor que la del propio Josh, y tuve que hacer un esfuerzo para evitar un estremecimiento. Paul cerró los puños, preguntándose cómo podía respirar o comer a través de toda aquella horrible costra.

—¿Quién está ahí? —susurró Swan.

—Mi nombre es… —En ese momento perdió la voz. Estaba mortalmente asustada. Luego, echó los hombros hacia atrás, lanzó un profundo suspiro y se acercó más a la cabecera de la cama—. Puedes llamarme Hermana —empezó a decir—. Conmigo está un hombre llamado Paul Thorson. Hemos… —Dirigió una rápida mirada a Josh, y luego volvió a mirar a la muchacha. Swan tenía la cabeza ladeada, escuchando a través del pequeño hueco que le quedaba en la oreja—. Hemos estado buscándote durante mucho tiempo. Desde hace siete años. No pudimos encontrarte en Matheson, Kansas. Creo que probablemente no pudimos encontrarte en muchos lugares por los que ambos pasamos y yo nunca llegué a saberlo. Encontré un muñeco que te perteneció. ¿Lo recuerdas?

Swan lo recordaba.

—Mi monstruo de las galletas. Lo perdí en Matheson. Me gustaba mucho cuando era una niña.

Hermana tuvo que hacer un esfuerzo para escuchar todo lo que ella decía, porque hablaba con dificultad.

—Desearía habértelo podido traer, pero no sobrevivió a los avatares del viaje.

—Está bien —dijo Swan—. Ahora ya no soy una niña.

De pronto, levantó la mano derecha vendada y tanteó el aire, buscando el rostro de la mujer. Hermana se apartó, pero luego se dio cuenta de que Swan sólo quería saber qué aspecto tenía ella. Moviéndose con suavidad, Hermana tomó la delicada muñeca y guio la mano hacia sus rasgos faciales. El contacto de Swan fue tan suave como el del humo. Sus dedos se detuvieron cuando encontraron las excrecencias de carne.

—Tú también lo tienes —dijo. Los dedos de Swan recorrieron la mejilla izquierda de Hermana, y luego bajaron por la barbilla—. Parece como un camino empedrado.

—Supongo que sí. Un amigo nuestro que es médico lo llama la máscara de Job. Cree que lo que hay en el aire hace que la piel de algunas personas empiece a formar como una costra. Sin embargo, que me condenen si sé por qué sólo afecta al rostro y a la cabeza. —Extendió una mano y tocó la frente de la muchacha. Luego la retiró con rapidez. Por debajo de la máscara de Job, Swan tenía una fiebre tan alta que casi le quemó los dedos—. ¿Duele? —le preguntó.

—Sí. Antes no solía doler tanto, pero ahora…, duele todo el tiempo.

—Sí, la mía también. ¿Qué edad tienes?

—Dieciséis años. Josh es el que sabe cuándo es mi cumpleaños. ¿Y tú, qué edad tienes tú?

—Tengo… —Pero no lo recordaba. Ella ya ni sabía cuándo cumplía años—. Veamos, creo que tenía unos cuarenta años el diecisiete de julio. Supongo que ahora debo de estar cerca de los cincuenta, aunque me siento como si ya tuviera ochenta.

—Josh dijo… que habéis recorrido un largo camino para verme. —Swan sentía la cabeza enormemente pesada y volvía a experimentar un tremendo cansancio—. ¿Por qué?

—No estoy segura de saberlo —admitió Hermana—. Pero llevamos buscándote desde hace siete años a causa de esto.

Y sostuvo ante el rostro de Swan el círculo resplandeciente con la única espiga que le quedaba.

A Swan le hormigueó toda la piel. Percibió una luz luminosa latiendo en las cuencas de sus ojos sellados.

—¿Qué es?

—Creo que es… muchas cosas, todas ellas concentradas en un círculo de hermoso cristal lleno de joyas. Lo encontré el diecisiete de julio en la ciudad de Nueva York. Creo que es un círculo de milagros, Swan. Creo que es un don…, como una especie de maletín mágico de supervivencia. O como un círculo de vida. Quizá lo podría haber encontrado cualquiera, o quizá sólo pude haberlo encontrado yo. No lo sé. Pero lo que sí sé es que me ha conducido a mí y a Paul hasta ti. Desearía saber por qué. Todo lo que puedo decir es que… creo que eres alguien muy especial, Swan. He visto el maíz creciendo en ese campo, donde nada podía estar con vida. He mirado en este círculo de cristal y vi un árbol en flor, con tu nombre grabado en el tronco. —Se inclinó hacia adelante, latiéndole el corazón con fuerza—. Creo que tienes mucho trabajo que hacer por delante. Un trabajo muy importante, suficiente para ocuparte toda una vida. Después de haber visto crecer ese maíz ahí fuera… Creo que sé lo que es.

Swan la escuchó con mucha atención. Ella no se sentía muy especial; sólo se sentía débil, y la fiebre volvía a apoderarse de ella, tratando de arrastrarla hacia aquel otro lugar terrible donde la cimitarra ensangrentada segaba un campo de cabezas humanas. Y entonces comprendió con toda su amplitud lo que Hermana le había dicho: «Un círculo de los milagros, concentrado en un objeto de hermoso cristal lleno de joyas».

Pensó en el espejo mágico y en la figura que había visto llevando un círculo de luz. Sabía que aquella figura era la misma mujer que estaba ahora junto a la cabecera de su cama, y lo que ella llevaba había llegado finalmente.

Swan extendió ambas manos hacia la luz.

—¿Puedo… sostenerlo?

Hermana miró a Josh, que estaba de pie por detrás de Paul. Glory también había acudido desde la otra habitación. Josh no sabía lo que estaba sucediendo, y toda aquella conversación sobre un pretendido círculo de los milagros era algo que estaba más allá de toda comprensión para él, pero confiaba en aquella mujer y finalmente asintió con un gesto de la cabeza.

—Toma.

Hermana se lo puso a Swan en las manos.

Las manos de la joven se cerraron alrededor del cristal. Había calor en él, un calor que empezó a extenderse por sus manos, a través de sus muñecas y antebrazos. Por debajo de las vendas, sus dedos en carne viva empezaron a hormiguearle y picarle.

—¡Oh! —exclamó, más de sorpresa que de dolor.

—¿Swan? —preguntó Josh adelantándose un paso, alarmado por el sonido. El círculo de cristal estaba adquiriendo cada vez mayor brillo y latía con mayor rapidez—. ¿Estás…?

El círculo destelló como una nova dorada. Todos ellos quedaron cegados durante unos segundos, y la habitación se iluminó como si allí dentro hubiera un millón de velas encendidas. El recuerdo de la explosión de un blanco deslumbrante delante de la tienda de PawPaw acudió a la mente de Josh.

Ahora, un dolor punzante atravesaba las manos de Swan, y sus dedos parecían fundidos con el cristal. El dolor le recorrió los huesos, y tuvo ganas de ponerse a gritar, pero en el segundo siguiente desapareció por completo toda la angustia, y en su mente sólo quedaron imágenes muy bellas, más allá de los sueños: campos de maíz y trigo, huertos de árboles inclinados bajo el peso de la fruta, prados llenos de flores y enormes bosques verdes suavemente agitados por la brisa. Las imágenes siguieron surgiendo, como si procedieran de un cuerno de la abundancia, tan vívidas que Swan percibió los aromas de la cebada, las manzanas, las ciruelas y los cerezos florecidos. Contempló el diente de león arrastrado por el viento, los bosques de robles cargados de bellotas, los frondosos sauces llorones y los girasoles brotando de la tierra.

«Sí —pensó Swan a medida que las imágenes seguían fluyendo por su mente en modelos brillantes llenos de luz y color—. Es mi trabajo».

«Ahora sé cuál es mi trabajo».

Josh fue el primero en recuperarse de la ceguera causada por el resplandor. Vio que Swan tenía las manos rodeadas de un fuego dorado y que las llamas subían por sus brazos. «¡Se está quemando!», pensó horrorizado. Apartó a un lado a Hermana y agarró el círculo encendido para apartarlo de Swan.

Pero en cuanto las puntas de sus dedos tocaron el cristal, fue repelido hacia atrás con tal fuerza que su corpulento cuerpo se levantó del suelo para ir a estrellarse contra la pared, estando a punto de romperle todos los huesos a Paul. El aire desapareció de sus pulmones con un ruido que pareció el de una tubería de vapor rota, y cayó al suelo mareado por la mayor conmoción que había sufrido desde que Haystacks Muldoon lo arrojara fuera del cuadrilátero en Winston-Salem, unos once años antes. «¡Esa maldita cosa me ha repelido!», pensó en cuanto pudo ser capaz de pensar de nuevo. Hizo un esfuerzo por levantarse, y se dio cuenta entonces de que el círculo incendiado había estado frío bajo sus dedos.

Aún medio cegada por el resplandor, Hermana también vio el extraño fuego, lo vio subir por los brazos de Swan, desplegándose como un látigo y empezando a rodear la cabeza de la muchacha.

El fuego, sin el menor ruido y sin producir calor, había envuelto todo el rostro y la cabeza de Swan antes de que Josh pudiera levantarse del suelo. Swan no emitió ningún sonido y permaneció inmóvil, aunque pudo escuchar una especie de siseo por encima de las maravillosas escenas que seguían pasando velozmente por su mente.

Hermana estaba a punto de tomar el círculo, pero al extender la mano hacia él Josh cargó contra ella, la apartó a un lado de un fuerte empujón, afianzó las piernas y se preparó para resistir la sacudida cuando sus dedos volvieran a intentar arrancarle el círculo.

Esta vez, sin embargo, se desprendió suavemente de las manos de Swan. Al volverse, con el círculo entre las manos, dispuesto a estrellarlo contra la pared, escuchó el grito de Hermana:

—¡No!

Hermana se lanzó sobre él como una gata salvaje.

—¡Esperad! —gritó entonces Paul—. ¡Miradla a ella!

Josh mantuvo a Hermana a cierta distancia y volvió la cabeza para mirar a Swan.

Las llamas doradas que le habían cubierto las manos se estaban apagando. Los vendajes se habían vuelto negros.

Mientras observaban, vieron que el fuego, o lo que parecía serlo, estaba siendo absorbido en la máscara de Job como si fuera líquido en una esponja seca. Las llamas parpadearon, destellaron y luego desaparecieron.

Hermana aprovechó el momento para arrebatarle el círculo a Josh y ponerse fuera de su alcance. Josh acudió al lado de Swan, le pasó los brazos por debajo de los hombros y la incorporó, sosteniéndole la cabeza con una mano.

—¡Swan! —exclamó con voz angustiada—. ¡Swan, contéstame! La muchacha permaneció en silencio.

—¡La has matado! —le gritó Glory a Hermana—. ¡Dios todopoderoso, la has matado con esa condenada cosa!

Se abalanzó junto a la cama, mientras Hermana se retiraba hacia el fondo de la habitación, contra la pared. Su mente funcionaba a toda velocidad, y la explosión de luz aún le quemaba en los ojos.

Pero Josh percibió el corazón de Swan, latiendo como las alas de un pájaro capturado contra los barrotes de una jaula. Acunó a la muchacha en sus brazos, rogando para que aquella conmoción no representara la carga final. Levantó la cabeza y miró ferozmente a Hermana y a Paul.

—¡Sácalos de aquí! —le dijo a Glory—. ¡Llama a Anna! ¡Dile que los encierre en alguna parte! Sácalos de aquí antes de que los mate con mis propias…

Swan levantó una mano y tocó los labios de Josh para obligarlo a guardar silencio.

Hermana se quedó mirando fijamente el círculo de cristal; sus colores habían palidecido, y algunas de las joyas atrapadas en él se habían vuelto de ébano, como pequeños trozos de carbón quemado. Pero los colores volvían a adquirir fuerza, como si estuvieran absorbiendo energía de su propio cuerpo. Glory la sujetó del brazo para sacarla de la habitación, pero Hermana se liberó de un tirón. Luego, Glory salió corriendo para llamar a Anna McClay, que entró en la habitación llevando el rifle y preparada para todo.

—¡Sácalos de aquí! —gritó Josh—. ¡Y quítale esa cosa!

Anna se dispuso a arrebatarle el círculo. El puño de Hermana fue más rápido; golpeó a la otra mujer con el ruido que produce un martillo cayendo sobre una tabla, y Anna McClay cayó al suelo con la nariz ensangrentada. Anna hizo un esfuerzo por ponerse en pie y apuntó el rifle directamente contra la cabeza de Hermana.

—¡Alto! —exclamó de repente Swan, con su frágil tono de voz. Había escuchado los gritos, la agitación y el sonido del golpe. Las majestuosas escenas que habían encendido su imaginación empezaron a desvanecerse—. Alto —repitió. La fuerza volvía de nuevo a su voz—. Nada de luchas.

—¡Han intentado matarte con esa cosa! —dijo Josh.

—¡No, no hemos hecho nada de eso! —protestó Paul—. Hemos venido aquí para verla a ella. Y eso es todo. ¡No hemos intentado hacerle ningún daño!

—¿Estás bien? —le preguntó Josh a Swan, ignorando a Paul.

—Sí. Sólo estoy cansada. Pero Josh…, cuando sostuve eso… vi cosas maravillosas. Cosas maravillosas.

—¿Qué cosas?

—Cosas… que podrían ser —contestó ella—. Si yo quiero que sean, si trabajo lo suficiente para que se conviertan en realidad.

—¿Josh? —preguntó Anna, que estaba deseando meterle una bala a la mujer que la había derribado. Se frotó la nariz con el dorso de una mano—. ¿Quieres que los encierre en alguna parte?

—¡No! —exclamó Swan—. Dejadlos solos. No han intentado hacerme ningún daño.

—¡Pues a mí esta zorra me ha pegado! ¡Creo que me ha roto la nariz!

Josh dejó con suavidad la cabeza de Swan sobre la almohada. Él mismo sentía el rostro extraño, le picaba y le quemaba, allí donde lo habían tocado los dedos de Swan.

—¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó—. No quiero que estés… —Entonces le miró a Swan una de las manos, y su voz se quebró—. No trates de ocultarlo… si estás…

Los vendajes, negros y de aspecto aceitoso, se habían desprendido. Josh vio fugazmente un fragmento de carne rosada.

Le tomó la mano con suavidad y empezó a quitarle del todo los vendajes. La tela estaba rígida y empezó a deshacerse produciendo pequeños crujidos. Hermana apartó con una mano el cañón del rifle que tenía delante de la cara y pasó junto a Anna para acercarse al camastro. Anna no hizo el menor movimiento por detenerla, y ella también se adelantó para mirar.

Con unos dedos nerviosos, Josh terminó de quitar cuidadosamente los vendajes, que se abrieron con una parte de la piel herida de Swan adherida a ellos, dejando al descubierto una carne relucientemente rosada y del todo curada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Swan, rompiendo el silencio—. ¿Qué ha ocurrido?

Josh quitó parte del vendaje de la otra mano, que casi se deshizo en cenizas entre sus dedos, y también vio una piel rosada, limpia, sin ninguna cicatriz. Sabía que Swan debería haber esperado por lo menos una semana para que aquellas heridas empezaran a cicatrizar, y quizá un mes para que curaran del todo. Se había sentido muy preocupado ante la posibilidad de que se le infectaran, de que sus manos quedaran llenas de cicatrices y arruinadas para el resto de su vida. Pero ahora…

Josh apretó un dedo contra la palma rosada de la mano de Swan.

—¡Oh! —exclamó ella retirando la mano—. ¡Eso está llagado!

Las manos le hormigueaban y le pinchaban, y las sentía tan calientes como si las tuviera quemadas por el sol. Josh tuvo miedo de seguir quitando vendajes, no queriendo exponer la delicada piel. Levantó la mirada hacia Glory, que estaba de pie junto a él, y luego se volvió a mirar a Hermana. Su mirada se posó finalmente en el círculo de cristal reluciente, que ella sostenía protectoramente entre sus manos.

«Un círculo de los milagros», había dicho ella.

Y en ese momento Josh lo creyó.

—Creo que tenemos mucho de qué hablar —dijo, incorporándose.

—Sí —asintió Hermana—. Yo también lo creo así.