El huésped fugaz
La primera luz llegó envuelta en una densa niebla que permaneció suspendida sobre las callejas y barracas de Mary’s Rest, atravesada por una tranquila procesión funeraria.
Josh abría la marcha, llevando a Swan en sus brazos. La muchacha estaba protegida del frío por un grueso suéter y un abrigo, y llevaba la cabeza apoyada contra el hombro de Josh, decidido a no perderla de vista de nuevo, por temor de que volviera a aparecer lo que hubiera venido a buscarla la noche anterior y que había matado a Rusty. El hombre con el ojo escarlata, diablo o demonio, fuera lo que fuese, tendría que enfrentarse con Josh, decidido a proteger a Swan hasta el último aliento.
Ella se estremecía y ardía de fiebre al mismo tiempo, y Josh no sabía si podría salvarla de lo que la estaba matando desde el interior. Rezó a Dios para que no tuviera que cavar una segunda tumba en poco tiempo.
Glory y Aaron lo seguían, y detrás de ellos estaban el hombre agraciado con acento del norte, llamado Zachial Epstein, y el hombre de la barba gris y el abrigo a cuadros, llamado Gene Scully, que portaban una caja de madera de pino toscamente construida y que parecía el ataúd de un niño. Todo lo que quedaba de Rusty Weathers había cabido allí dentro, y antes de clavar la tapa, Josh le había metido dentro las botas de vaquero.
Les seguían otras personas que habían visto el cuerpo de Rusty durante la noche anterior, incluyendo a la mujer con el queloide en el rostro, que procedía de Arkansas y se llamaba Anna McClay, y el hombre que había proporcionado los granos de café, llamado John Gallagher, y que había sido policía en Louisiana. La muchacha adolescente con el pelo corto había olvidado su apellido y sólo se hacía llamar Katie. El joven que había trabajado la madera en Jefferson City era Roy Creel, y caminaba cojeando sobre una pierna izquierda que se había roto gravemente hacía algún tiempo pero que no había quedado soldada adecuadamente; portaba en los brazos una tabla de madera donde había grabado el nombre de RUSTY WEATHERS con letra florida. Cerrando la procesión iba Mulo, que se detenía a cada pocos metros para olisquear el aire y patear el duro suelo.
La niebla cubría el campo y se mantenía cercana a la tierra. No soplaba viento. Josh pensó que el hedor de la charca no parecía hoy tan malo, o quizá eso sólo significara que empezaba a acostumbrarse a él. Caminar a través de la niebla fue como penetrar en un mundo fantasmagórico donde el tiempo se hubiera detenido, y el lugar podría haber sido un asentamiento medieval de seis siglos antes. Los únicos sonidos que se escuchaban eran el crujido de las botas sobre la nieve, el vapor de la respiración que surgía por bocas y narices y el graznido distante de los cuervos.
Josh apenas si podía ver a cuatro metros de distancia. Continuó caminando por el campo durante lo que le parecieron cuarenta o cincuenta metros y finalmente se detuvo. Decidió que aquel lugar era tan bueno como cualquier otro, y que sería muchísimo mejor que la Fosa.
—Aquí estará bien —les dijo a los demás.
Dejó cuidadosamente a Swan a unos pocos pasos de distancia. Anna McClay llevaba el pico y la pala. Josh tomó la pala y apartó la nieve de una zona rectangular algo mayor que el ataúd. Luego tomó el pico y empezó a cavar la tumba de Rusty.
Anna le ayudó, apartando la tierra a un lado con la pala, a medida que Josh la desprendía. Los primeros quince o veinte centímetros eran de tierra dura, fría y arcillosa, llena de una red de espesas raíces que se resistieron al pico de Josh. Anna tiró de las raíces y las arrojó a un lado, con la intención de aprovecharlas para una sopa. Por debajo de la capa superior, la tierra se hizo más oscura, terrosa y fácil de remover. Extrañamente, su rico olor le recordó a Josh un pastel de chocolate que su madre había sacado del horno y dejado luego en el alféizar de la ventana de la cocina para que se enfriara.
Cuando a Josh se le cansaron los brazos, John Gallagher se hizo cargo del pico y del trabajo, mientras Glory relevaba a Anna con la pala. Así se fueron alternando unos a otros durante la hora siguiente, excavando la tumba a una profundidad suficiente como para que los animales salvajes no la excavaran. Una vez que estuvo preparada, Josh, John y Zachial descendieron el ataúd al fondo.
Josh se quedó contemplando la caja de madera de pino.
—Bien —dijo con un tono de voz sereno y resignado—. Supongo que esto es todo. Hubiera deseado encontrar aquí un árbol bajo el que enterrarte, pero de todos modos tampoco hay luz del sol suficiente como para arrojar alguna sombra. Recuerdo que me contaste que cavaste tumbas para todos tus amigos cerca de donde descarriló el tren, y bueno, pensé que era lo menos que un amigo podía hacer por ti. Creo que anoche salvaste a Swan, no sé de quién, ni de qué, pero voy a descubrirlo. Eso te lo prometo. —Levantó la vista, mirando a los demás—. Creo que eso es todo lo que tengo que decir.
—¿Josh? —Antes de dirigirse hacia este lugar, Glory había entrado en la barraca para sacar algo de debajo del colchón. Ahora lo extrajo de entre los pliegues de su abrigo—. Esta era la Biblia de Jackson —le dijo, y abrió el viejo y arrugado libro—. ¿Puedo leer algo?
—Sí, por favor.
Encontró la parte que andaba buscando, en una página que estaba muy arrugada y apenas si era legible.
—Señor —empezó a leer—, permíteme saber cuándo llegará mi final, y cuál es la medida de mis días; permíteme saber cuán fugaz es mi vida. Tú has dado a mi vida una poca extensión, y el tiempo de ella no es nada ante tu vista. Cada hombre no es más que un simple soplo. Cada hombre no es más que una sombra. El hombre anda confuso por nada. El hombre acumula, y no sabe quién recogerá.
Hizo una pausa y apoyó una mano en el hombro de Aaron. Luego continuó:
—Y ahora, Señor, ¿a qué espero? Mi única esperanza está en ti. Líbrame de todas mis transgresiones. No permitas que sea objeto de burla de los tontos. Soy estúpido, no abro la boca, porque eres tú quien lo ha hecho. Líbrame de los golpes de tu mano. Cuando castigas al hombre censurándole el pecado, arrasas como una mariposa aquello que le es querido. Cada hombre no es más que un soplo.
Josh escuchó el graznido de los cuervos, en la distancia. Ni un soplo de viento agitaba la niebla y sólo se veía la zona inmediata que rodeaba la tumba de Rusty.
—Escucha mi oración, oh, Señor, y abre los oídos a mi grito. No contengas tu paz ante mis lágrimas. Porque yo sólo soy un invitado de paso, un residente temporal, como todos mis padres. Aparta tu mirada de mí, para que pueda conocer la alegría, antes de que me vaya para ya no ser más. —Glory vaciló unos pocos segundos, con la cabeza inclinada, y luego cerró la Biblia—. Ese era el salmo treinta y nueve —le dijo a Josh—. A Jackson le gustaba que se lo leyera.
Josh asintió con un gesto, volvió a mirar un momento más el ataúd, luego tomó la primera paletada de tierra y la echó en la tumba.
Una vez que la hubieron llenado y hubieron apretado bien la tierra, Josh clavó la tabla de madera sobre el suelo. El joven carpintero había hecho un buen trabajo, y duraría algún tiempo.
—Hace mucho frío aquí fuera —dijo Arma McClay—. Deberíamos regresar.
Josh entregó el pico y la pala a John Gallagher y se acercó a donde había dejado a Swan, que dormía entre los pliegues del abrigo. Se inclinó para recogerla y sintió una brisa fría pasando sobre él. El muro de niebla se agitó y giró.
Escuchó algo en la brisa, como si alguien hubiera pasado corriendo.
Fue un sonido similar al de las hojas perturbadas por una repentina ráfaga de viento, que se había producido algo a su derecha.
La brisa amainó y murió, y el sonido desapareció por completo. Josh se incorporó, mirando fijamente en la dirección de donde había procedido. «Aquí no hay nada —pensó—. Esto no es más que un campo vacío».
—¿Qué ocurre? —preguntó Glory, de pie junto a él.
—Escucha —dijo Josh con suavidad.
—No oigo nada.
—¡Vamos! —les llamó Anna en ese momento—. ¡Os vais a quedar congelados aquí fuera!
El aire volvió a moverse, como una respiración de aire frío que atravesara el campo desde un ángulo diferente.
Y entonces, tanto Josh como Glory escucharon con claridad el sonido de un susurro. Ambos se miraron.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Josh.
Glory no supo qué contestar.
Josh advirtió de pronto que hacía un rato que no veía a Mulo. El caballo podía estar en cualquier parte del campo, oculto por la niebla. Avanzó un paso hacia el sonido susurrante, y cuando el viento amainó también lo hizo el sonido. Pero él siguió avanzando, y escuchó el grito de Zachial:
—¡Vamos, Josh!
Él siguió avanzando, seguido por Glory, que llevaba a Aaron a su lado.
El viento volvió a soplar ligeramente. El sonido susurrante estaba más cerca. A Josh le hizo pensar en un caluroso día de verano, cuando era un muchacho, tumbado de espaldas en un campo lleno de hierba alta, masticando una raíz y dedicado a escuchar el canto del viento que parecía surgir de un arpa.
La niebla se desgajaba como unos harapos viejos. Josh distinguió vagamente la figura de Mulo, a unos cinco o seis metros de distancia. Escuchó el relincho del caballo y entonces, de repente, Josh se detuvo en seco, porque delante de él vio algo maravilloso.
Era una hilera de plantas, de unos sesenta centímetros de altura, y cuando el ligero viento agitaba la niebla, apartándola, las largas y delgadas hojas se agitaban y susurraban las unas contra las otras.
Josh se inclinó, pasando los dedos con suavidad sobre uno de los delicados tallos. La planta era de un pálido color verde, pero diseminadas por las hojas se veían manchas de color rojo oscuro que casi se parecían a manchas de sangre.
—Santo Dios —exclamó Glory con la respiración entrecortada—. Josh… ¡eso es maíz nuevo creciendo!
Y Josh recordó el grano de maíz reseco que había encontrado en la palma de la mano ensangrentada de Swan. Y entonces supo lo que había estado haciendo la muchacha en el frío y la oscuridad de la noche.
El viento cobró un poco más de fuerza, envolviendo la cabeza de Josh y haciendo bailar los jóvenes tallos de maíz. Abrió huecos entre los muros grises de niebla, y esta no tardó en empezar a levantarse. Un momento después, Josh y Glory pudieron ver la mayor parte del campo que les rodeaba.
Se encontraban en medio de varias hileras irregulares y ondulantes de tallos verdes, todos ellos de unos sesenta centímetros de altura y salpicados por lo que, según pensó Josh, bien podrían haber sido las gotas de la sangre de Swan, absorbidas en la misma tierra y en las raíces dormidas como si fuera combustible tragado por un motor sediento. La visión de la vida verde en aquel campo devastado y azotado por la nieve casi hizo que Josh cayera de rodillas; fue como volver a ver el color después de un prolongado período de ceguera. Mulo mordisqueaba con cierto recelo una de las plantas, y unos pocos cuervos revolotearon sobre su cabeza, graznando indignados. Josh les gritó, ahuyentándolos, y les persiguió por entre las hileras de exuberancia verde.
«No sé qué lleva esa muchacha dentro, pero tiene en sí misma el poder de la vida», recordó que le había dicho Sly Moody.
Sacudió la cabeza con incredulidad, incapaz de encontrar las palabras que expresaran sus emociones. Extendió una mano hacia el tallo que tenía delante y tocó una pequeña protuberancia verde. Sabía que aquello era una espiga de maíz, formándose en su vaina protectora. Sólo en aquel tallo había otras cuatro o cinco más.
«Señor, esa muchacha podría volver a despertar a toda la tierra», le había dicho Sly Moody.
«Sí —pensó Josh con los latidos de su corazón acelerados—. Sí, ella puede hacerlo».
Y entonces comprendió por fin el mandato que habían pronunciado los labios de PawPaw en aquel oscuro sótano de Kansas donde habían quedado atrapados.
Escuchó un alarido y un grito y miró hacia atrás, viendo que John Gallagher se acercaba corriendo, seguido de Zachial y Gene Scully. Anna estaba de pie cerca de la muchacha adolescente, con la boca abierta de asombro. John cayó de rodillas delante de uno de los tallos y lo tocó con unas manos temblorosas.
—¡Está viva! —exclamó—. ¡La tierra aún está viva! Oh, Dios… Oh, Jesús, ¡vamos a tener comida!
—Josh…, ¿cómo… ha podido suceder esto? —le preguntó Glory, mientras Aaron sonreía con una mueca y tocaba uno de los tallos con Bebé Llorón.
Josh inhaló el aire. Parecía más fresco, más limpio, como si estuviera lleno de electricidad. Miró a Glory y en su boca deformada apareció una sonrisa.
—Quiero hablarte de Swan —le dijo, con voz temblorosa—. Quiero hablar de ella a todos los habitantes de Mary’s Rest. Ella posee el poder de la vida, Glory. ¡Puede volver a despertar toda la tierra!
Y luego echó a correr por el campo, dirigiéndose hacia la figura que aún yacía sobre el suelo. Se inclinó sobre ella y la levantó en sus brazos, apretándola contra su pecho.
—¡Ella puede hacerlo! —gritó. Y sus palabras rodaron como truenos hacia las barracas de Mary’s Rest—. ¡Ella puede!
Swan se agitó, somnolienta. La hendidura de su boca se abrió y con una voz débil y un tanto irritada, preguntó:
—¿Qué es lo que puedo hacer?