63

Combatir el fuego con el fuego

—¡Fuego!… ¡Fuego!

Las bombas estaban cayendo de nuevo, la tierra eructaba en llamas, los seres humanos se incendiaban como antorchas bajo un cielo de un rojo sanguinolento.

—¡Fuego!… ¡Algo se ha incendiado!

Josh sacudió la cabeza para despertar de su pesadilla. Escuchó la voz de un hombre en la calle, gritando: «¡Fuego!». Se levantó inmediatamente y se acercó a la puerta; la abrió, miró al exterior y vio un resplandor de color naranja reflejándose en las nubes. La calle estaba vacía, pero Josh escuchó la voz del hombre en la distancia, dando la alarma.

—¡Fuego! ¡Algo se ha incendiado!

—¿Qué ocurre? ¿Qué se ha incendiado? —preguntó Glory aún somnolienta, mirando por la puerta, junto a él.

Aaron, que no se separaba de Bebé Llorón, empujó a ambos para abrirse paso entre ellos y mirar.

—No lo sé. ¿Qué hay en esa dirección?

—Nada —contestó ella—. Sólo la Fosa y…

Se detuvo de pronto, y ambos se dieron cuenta al mismo tiempo. El cobertizo donde Josh había dejado a Mulo se había incendiado.

Josh se puso las botas, los guantes y el pesado abrigo, mientras Glory y Aaron también se apresuraban a abrigarse. Unos leños rojos ardían en la parrilla de la estufa, y Rusty se había sentado en su cama hecha a base de trapos; aún estaba medio dormido y mostraba vendas hechas con ropas en la parte de la cara donde había sido herido y también en la herida del hombro.

—¿Josh? —preguntó—. ¿Qué está pasando?

—¡El cobertizo se ha incendiado! ¡Y yo cerré la puerta, Rusty! ¡Mulo no podrá salir! Rusty se levantó, pero sus piernas aún estaban débiles y se tambaleó, teniendo que apoyarse contra la pared. Se sentía como un toro castrado y estaba furioso consigo mismo. Lo intentó de nuevo, pero ni siquiera tuvo fuerzas para ponerse las botas.

—¡No, Rusty! —dijo Josh. Hizo un gesto hacia Swan, que estaba en el suelo, bajo la delgada manta que Aaron le había dado—. ¡Quédate tú con ella!

Rusty sabía que se desmoronaría antes de que pudiera dar diez pasos. Casi estuvo a punto de llorar por la frustración, pero también sabía que alguien tenía que quedarse para vigilar a Swan. Asintió con un gesto y se hundió débilmente, quedando de rodillas.

Aaron avanzó por delante, seguido por Josh y Glory, que corrieron con toda la rapidez que pudieron. Josh recuperó algo de la velocidad que había demostrado antiguamente en el campo de fútbol de la Universidad Auburn, recorriendo a toda velocidad los poco más de doscientos metros que separaban la barraca del cobertizo. Había otras personas en la calle, corriendo también en dirección al fuego, no porque quisieran apagarlo, sino porque deseaban calentarse. A Josh casi se le desgarró el corazón; por encima de los rugidos de las llamas que cubrían el cobertizo, a excepción del techo, escuchó los frenéticos relinchos de Mulo.

—¡Josh! ¡No! —gritó Glory al ver que él se lanzaba hacia la puerta del cobertizo.

Swan dijo algo con una voz suave y delirante, pero Rusty no pudo distinguir sus palabras. Ella intentó sentarse y él le puso una mano sobre el hombro para impedírselo. Tocarla fue como poner la mano sobre la parrilla de la estufa.

—Tranquilízate —le dijo—. Cálmate ahora.

Ella volvió a decir algo, pero sus palabras fueron ininteligibles. Por un momento, él creyó que había dicho algo sobre el maíz, pero eso sólo lo entendió a medias. El único ojo que le quedaba a Swan estaba casi completamente cubierto por la máscara de duro tejido que le cubría la cara. Desde que Josh la trajera, ella había estado perdiendo y recuperando apenas el conocimiento, y había momentos en que se estremecía de frío, mientras que en otros se quitaba la manta. Glory le había vendado con trozos de tela los dedos en carne viva, y había tratado de alimentarla con algo de sopa acuosa, pero ninguno de ellos podía hacer nada por ella, excepto intentar que estuviera lo más cómoda posible. Swan se encontraba tan mal que ni siquiera sabía dónde estaba.

«Se está muriendo —pensó Rusty—. Se está muriendo delante de mí». La volvió a acostar y le oyó decir algo en lo que creyó entender el nombre de Mulo.

—Todo está bien —le dijo Rusty, hablando con dificultad a causa de su mandíbula hinchada—. Ahora descansa y todo estará bien por la mañana.

Deseaba con todas sus fuerzas creer en sus propias palabras. Había ido demasiado lejos con Swan como para verla morir ahora de esta forma, y se maldijo a sí mismo por su propia debilidad. Se sentía tan pesado como una esponja húmeda, y su madre no lo había acostumbrado a vivir de sopa de carne de rata. La única forma en que lograba tragar aquel brebaje era pensar que procedía de los huesos de pequeñas terneras.

Una tabla suelta crujió en el pequeño porche de la barraca, al otro lado de la puerta.

Rusty levantó la cabeza. Esperaba ver a Glory, Josh o Aaron, pero ¿cómo podía ser si acababan de salir corriendo hacía apenas un momento?

La puerta no se abrió.

Otra tabla crujió.

—¿Josh? —llamó Rusty en voz alta.

No hubo respuesta.

Pero él sabía que allí fuera había alguien. Estaba demasiado familiarizado con el sonido que producían las tablas cuando alguien las pisaba, y ya se había dicho a sí mismo que en cuanto pudiera tomaría un martillo y unos clavos y arreglaría aquellos maderos antes de que se estropearan más.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó.

Pensó que podría tratarse de alguien dispuesto a robar los pocos objetos que poseía Glory: las agujas, la ropa e incluso los muebles. Quizá hasta la máquina de imprimir que Josh había dejado en un rincón de la habitación.

—¡Tengo un arma aquí! —mintió, poniéndose en pie.

No se produjo ningún otro sonido que indicara movimiento por detrás de la puerta. Se dirigió hacia ella, con pasos vacilantes. La puerta no estaba cerrada con el pestillo. Extendió la mano hacia el pestillo y entonces percibió un frío terrible y mordiente al otro lado de la puerta. Un frío sucio. Empezó a correr el pestillo. Rusty escuchó balbucear a Swan.

De repente, toda la puerta se vino abajo, hacia el interior, arrancando las bisagras de madera y golpeándole directamente sobre el hombro herido. Lanzó un grito de dolor, al mismo tiempo que retrocedía y caía en medio de la habitación. Una figura apareció en el umbral de la puerta, y el primer impulso de Rusty consistió en ponerse de pie al instante para proteger a Swan; logró ponerse de rodillas, antes de que el agudo dolor de la herida abierta del hombro le hiciera caer de nuevo hacia adelante, con el rostro hacia el suelo.

El hombre entró, con un par de botas de senderismo, llenas de barro, golpeando sobre el suelo. Su mirada recorrió la habitación, vio al hombre herido tendido en el suelo y manando sangre por el hombro, y a la delgada figura enroscada sobre sí misma y estremecida, evidentemente a punto de morir. Y allí estaba, en un rincón.

La máquina de imprimir.

Cuando las moscas le trajeron las imágenes y las voces de todo lo que habían visto y oído en Mary’s Rest, decidió que aquello no era nada bueno. ¡No, no era nada bueno! Primero, la gente disponía de una prensa, y luego se tenía un periódico, y después de eso se empezaban a intercambiar opiniones, y la gente empezaba a pensar y a desear hacer cosas, y luego…

«Y luego —pensó— volverías a encontrarte en la misma situación que había hecho que el mundo llegara a donde estaba ahora». ¡Oh, no, eso no era nada bueno! Tenía que impedir que cometieran dos veces el mismo error. Tenía que salvarlos de sí mismos. Y esa fue la razón por la que decidió destruir la prensa, antes de que nadie pudiera imprimir nada en ella. Aquel instrumento era tan peligroso como una bomba, y ellos ni siquiera se daban cuenta. Y aquel caballo también era peligroso, siguió razonando; un caballo hacía que la gente pensara en viajar, en fabricar ruedas y carros y luego coches, y eso conduciría a la corta o a la larga a la contaminación del aire y a los desechos, ¿no era cierto? Le darían las gracias por haber incendiado el cobertizo, porque así podrían comerse la carne achicharrada del caballo dentro de muy poco tiempo.

Estaba contento por haber llegado a Mary’s Rest. Y había llegado justo a tiempo.

Les había visto llegar en el carro del Espectáculo viajero, y había escuchado al más corpulento de ellos pedir a gritos un médico. Algunas personas no tenían el menor respeto por un pueblo tranquilo y pacífico. Bien…, respeto era algo que habría que enseñarles. Y ahora mismo.

Sus botas resonaron en dirección a Swan.

Josh se lanzó contra la puerta incendiada del cobertizo con toda la fuerza de sus ciento veinte kilos. El grito de Glory seguía resonando en su cabeza.

Durante un instante en que parecieron crujirle todos los huesos, creyó estar de nuevo en el campo de fútbol, en el momento de hacer un duro placaje contra uno de aquellos enormes delanteros. Creyó que la puerta no iba a ceder, pero la madera se astilló y la puerta del cobertizo cedió hacia el interior, y él, siguiendo el impulso, se encontró en medio de un infierno en llamas.

Giró sobre sí mismo para evitar los maderos incendiados, y se levantó de un salto. El humo se agitó delante de su cara y el terrible calor casi estuvo a punto de aplastarlo.

—¡Mulo! —gritó.

Escuchó los relinchos y coces del animal, pero no pudo verlo. Las llamas le lamían como si fueran lanzas, y el fuego empezaba a caer del techo como confetis anaranjados. Se lanzó a la carga hacia el establo donde había dejado al caballo. El abrigo empezó a arder lentamente y el humo lo envolvió por completo.

—Vaya, vaya —dijo el hombre con suavidad.

Se había detenido justo un poco más allá de la delgada figura tumbada en el suelo, atraída su atención hacia un objeto que estaba sobre la mesa de madera de pino. Extendió una mano delgada y tomó un espejo con dos rostros tallados en el mango, cada uno de los cuales miraba en una dirección diferente. Pretendió admirar el nuevo rostro que se había creado, pero el cristal estaba oscuro. Recorrió con un dedo las caras talladas en el mango. ¿Qué clase de espejo podía tener un cristal oscuro?, se preguntó, y su nueva boca se contrajo por una fracción de segundo.

Este espejo le produjo la misma sensación que el círculo de cristal. Era algo que no debía existir. ¿Cuál era su propósito y qué estaba haciendo aquí?

No le gustaba. No le gustaba nada. Levantó el brazo y lo dejó caer con fuerza, haciendo añicos el espejo contra la mesa. Luego, retorció el mango de doble cara y lo arrojó a un lado. Después, se sintió mucho mejor.

Pero sobre la mesa también había otro objeto. Una pequeña bolsita de cuero. La tomó y sacudió su contenido sobre la palma de la mano. De ella surgió una pequeña semilla de maíz, manchada con el rojo de la sangre seca.

—¿Qué es esto? —susurró.

A unos pocos pasos de distancia, la figura tumbada en el suelo gimió débilmente. Tomó el grano con la mano y lo giró lentamente hacia el lugar de donde procedía el sonido, con los ojos enrojecidos y brillantes a la débil luz del fuego de la estufa.

Su mirada se detuvo en los dedos vendados de la figura. Una oleada de calor se arremolinó alrededor del puño derecho del hombre, y desde el interior se escuchó un «pop» apagado. Abrió la mano y se llevó la palomita de maíz a la boca, masticándola pensativamente.

Había visto a aquella figura el día anterior, después de que viera cómo los habitantes del pueblo destrozaban su carro. El día anterior aquellos dedos no habían estado vendados. ¿Por qué lo estaban ahora? ¿Por qué?

Desde el otro lado de la habitación, Rusty levantó la cabeza y trató de enfocar la mirada. Vio a un hombre alto y delgado con un chaquetón marrón aproximándose a Swan. Lo vio detenerse sobre ella. Sentía todo el cuerpo transido de dolor y estaba en el suelo, sobre un charco de sangre. Se dio cuenta de que iba a perder de nuevo el sentido, de que tenía que moverse…, moverse…

Empezó a arrastrarse por el suelo, sobre su propia sangre.

Con su único ojo casi cegado por el humo, Josh percibió una agitación de movimiento por delante de donde se encontraba. Era Mulo, presa del pánico, que avanzaba y retrocedía, incapaz de encontrar una forma de salir de allí. La manta que le cubría el lomo estaba humeando, a punto de incendiarse.

Echó a correr hacia el caballo y estuvo a punto de ser pisoteado por los cascos del animal cuando este se encabritó y volvió a descender, retorciéndose en una dirección y luego en otra. A Josh sólo se le ocurrió hacer una cosa: levantó ambas manos ante el hocico del animal y dio una palmada con toda la fuerza que pudo, tal y como había visto hacer a Swan en la granja de Jaspin.

Ya fuera porque el sonido le recordó a Swan o porque eliminó por un momento el pánico que sentía, lo cierto es que Mulo dejó de removerse inquieto y permaneció inmóvil, con los ojos acuosos por el humo y llenos de terror. Josh no perdió el tiempo; tomó al caballo por la crin y tiró de él hacia la salida del establo, tratando de conducirlo hacia la puerta. Las patas de Mulo se quedaron rígidas.

—¡Vamos, maldito estúpido! —gritó Josh, con el calor achicharrándole los pulmones.

Sus botas pisotearon la paja ardiendo, y las articulaciones le crujieron al tiempo que tiraba del animal hacia adelante. Trozos de madera incendiada caían desde el techo, golpeándolo en los hombros y alcanzando a Mulo en los flancos. Pavesas encendidas se arremolinaban delante de su cara como cirios.

Entonces, Mulo debió de captar una ráfaga del aire fresco procedente del exterior, porque avanzó con tal rapidez que Josh sólo tuvo tiempo de abrazarse al cuello del animal, en un movimiento instintivo. El caballo se lanzó a través de las llamas, tirando de Josh, que arrastraba los pies por el suelo.

Salieron de estampida por la abertura donde antes había estado la puerta, y se encontraron con el aire frío de la noche, despidiendo chispas procedentes del abrigo incendiado de Josh, y de las crines y la cola de Mulo.

El hombre del chaquetón marrón permaneció de pie, observando aquellos dedos vendados.

—¿Qué has estado haciendo mientras yo me volvía de espaldas? —preguntó con un profundo acento sureño.

Olvidó por el momento la máquina de imprimir. Había encontrado un espejo que no mostraba ningún reflejo, un solo grano de maíz, unos dedos vendados… Aquellas cosas le preocupaban, del mismo modo que le había preocupado el círculo de cristal, porque eran cosas que no comprendía. Y también había algo más; había algo en la figura que yacía sobre el suelo. ¿Qué era? «Esto no es nada —pensó—. Es menos que cero. Es un trozo de estiércol que pasa por la cloaca de Mary’s Rest».

Pero entonces ¿por qué tenía la sensación de que había algo diferente en esta figura? Algo… amenazador.

Levantó la mano derecha. El calor se acumuló en los dedos; uno de ellos se encendió y la llama adquirió cuerpo. Al cabo de pocos segundos, toda su mano estaba envuelta por un guante de fuego.

La solución a todas aquellas cosas que no comprendía era muy sencilla: destruirlas.

Inició un movimiento descendente hacia la cabeza cubierta por las costras.

—No.

Sólo fue un débil susurro, pero la mano que sujetaba el tobillo del hombre aún conservaba algo de su fuerza.

El hombre del chaquetón marrón lo miró con incredulidad, y a la luz de la mano ardiente Rusty vio su rostro, muy curtido por la vida en el exterior, con una poblada barba gris, y unos ojos tan azules que casi eran blancos. El contacto físico con el hombre envió oleadas de frío a través de los huesos de Rusty, y en ese momento quiso retirar su mano más que ninguna otra cosa en el mundo, pero el frío también le sacudió los nervios, impidiéndole desvanecerse de nuevo.

—No… No toques a Swan, bastardo —dijo Rusty.

Vio que el hombre sonreía débilmente; era como una sonrisa de lástima, pero que no tardó en pasar.

El hombre se inclinó y agarró el cuello de Rusty con su mano ardiente.

Y el cuello de Rusty se vio rodeado por un lazo de fuego. El hombre lo levantó del suelo, mientras Rusty gritaba y lanzaba patadas, y el fuego surgió de aquella mano y brazo como si fuera napalm, incendiando el cabello y las cejas de Rusty. Sus ropas también prendieron, y en el mismo centro frío de su dolor y su pánico, se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una antorcha humana, y que sólo le quedaban unos segundos de vida.

Y luego, después de él, le tocaría el turno a Swan.

El cuerpo de Rusty se debatió y forcejeó, pero sabía que estaba acabado. El olor de su propia carne quemada le hizo pensar en las sabrosas patatas fritas que tanto le gustaban cuando era un muchacho. Ahora, las llamas le abrían la carne, y cuando los nervios empezaron a chisporrotear el dolor ya no importó, como si hubiera cruzado un límite a partir del cual ya no hubiera regreso posible.

«Mamá había dicho algo —pensó Rusty—. Había dicho…».

Su madre le había dicho que combatiera el fuego con el fuego.

Rusty abrazó al hombre con sus ya insensibles brazos ardientes, apretando los dedos contra su espalda. Los dedos se soldaron allí como cadenas, y Rusty adelantó el rostro encendido contra la barba del hombre.

La barba se incendió. El rostro burbujeó, fundiéndose y deslizándose como una máscara de plástico, dejando al descubierto una capa más profunda, del color de la arcilla para moldear.

Rusty y el hombre giraron unidos por la habitación, como participantes de un extraño ballet.

—¡Santo Dios! —gritó uno de los dos hombres que se asomaron, atraídos por la puerta abierta en el momento en que se dirigían hacia el cobertizo en llamas.

—¡Dios todopoderoso! —exclamó el segundo, retrocediendo y cayendo sobre el barro.

Había otras personas que corrían para ver qué sucedía, y el hombre del chaquetón marrón incendiado no podía desprenderse del otro hombre muerto y en llamas que le abrazaba; su nuevo disfraz estaba quedando arruinado, y entonces todos ellos podrían verle su verdadero rostro.

Emitió un rugido gutural que casi conmocionó la barraca, y echó a correr, saliendo por la puerta y abalanzándose hacia ellos. Aún rugía mientras corría por la calleja, con las piernas fundidas en el abrazo de un vaquero completamente achicharrado.

Glory ayudó a Josh a quitarse el abrigo incendiado. La máscara también desprendía humo, y antes de pensárselo dos veces, levantó una mano y se la arrancó de la cabeza.

Unas costras duras, oscuras y grises, que casi tenían el tamaño de los puños de Aaron, cubrían por completo la cara y la cabeza de Josh. Los zarcillos de tejido se habían entrelazado alrededor de la boca, y la única zona clara que le quedaba, a excepción de los labios, era un círculo alrededor de su ojo izquierdo, ahora inyectado en sangre a causa del humo, que se quedó mirándola fijamente. Su estado no era tan grave como el de Swan, a pesar de lo cual Glory no pudo evitar abrir la boca de asombro y retroceder un paso.

Josh no tuvo tiempo de disculparse por no ser precisamente un hombre apuesto. Echó a correr tras Mulo, que se revolvía salvajemente de un lado a otro, mientras los espectadores se apartaban, echando a correr en todas direcciones. Tomó un puñado de nieve del suelo, agarró al animal por el cuello y le apagó las llamas de las crines. Glory hizo lo mismo con la cola incendiada, ayudada por Aaron. Otros hombres y mujeres también ayudaron, refregando con nieve el lomo y los flancos de Mulo. Un hombre delgado, de cabello oscuro y con un queloide azul, se agarró al cuello del animal, desde el otro lado de Josh, y tras unos momentos de forcejeo consiguieron calmar al caballo lo suficiente como para que dejara de corcovear.

—Gracias —le dijo Josh al hombre.

Y en ese momento se escuchó un rugido y se sintió una ráfaga de calor, y el techo del cobertizo se vino abajo.

—¡Eh! —gritó una mujer cerca del principio de la calleja—. ¡Hay una gran conmoción ahí!

Señaló hacia las barracas, y tanto Glory como Josh pudieron ver a bastante gente en la calle. A sus oídos llegaron gritos de socorro.

«¡Swan! —pensó Josh—. Oh, Dios mío… ¡He dejado solos a Swan y a Rusty!».

Emprendió una carrera, pero las piernas le jugaron una mala pasada y cayó al suelo. Sus pulmones anhelaban respirar aire fresco y unas motitas negras giraban ante sus ojos.

Alguien le tomó por el brazo, ayudándole a incorporarse. Una segunda persona le levantó por el otro brazo y entre ambos lo pusieron en pie. Josh se dio cuenta de que Glory estaba a su lado, mientras que del otro brazo lo sostenía un viejo cuyo rostro parecía estar hecho de cuero cuarteado.

—Estoy bien —les dijo, aunque tuvo que apoyarse pesadamente en Glory.

Ella lo sostuvo con firmeza y empezó a conducirlo hacia la calleja.

Una manta había sido extendida sobre el suelo a unos diez metros de la barraca de Glory. El humo surgía de debajo de ella. Otras personas la rodeaban, señalando y hablando, mientras otras se arremolinaban ante la puerta de la barraca de Glory. Josh percibió el olor a carne quemada y se le hizo un nudo en el estómago.

—Quédate aquí —le dijo a Aaron.

El niño se detuvo, con Bebé Llorón bien sujeto en la mano.

Glory entró en la barraca, acompañada por Josh. Tuvo que llevarse la mano a la boca y la nariz. Unas corrientes de aire caliente seguían rondando entre las paredes de la barraca, y el techo estaba ennegrecido y chamuscado.

Josh se inclinó sobre Swan, temblando como un niño. Ella se había encogido, subiendo las rodillas hacia el pecho, y ahora permanecía inmóvil. La tomó por la muñeca e intentó encontrarle el pulso. Su carne estaba fría.

Pero el pulso estaba allí, palpitando débil aunque firmemente, como el ritmo de un metrónomo que se niega a detenerse. Swan intentó levantar la cabeza, pero no le quedaban fuerzas.

—¿Josh? —preguntó con voz apenas audible.

—Estoy aquí —contestó él atrayéndola hacia sí, acunándole la cabeza contra su hombro. Una lágrima le quemó en el ojo y luego corrió sobre las protuberancias de carne dura que le cubrían la mejilla—. Soy el viejo Josh.

—Yo… he tenido una pesadilla. No podía despertarme. Él estaba aquí, Josh. Él… me ha encontrado.

—¿Quién te ha encontrado?

—Él —contestó Swan—. El hombre… con el ojo escarlata…, el del mazo de cartas de Leona.

Sobre el suelo, a pocos pasos de distancia, había fragmentos de vidrio oscuro. Josh sabía que se trataba del espejo mágico. Vio las botas de vaquero de Rusty, y deseó no tener que salir al exterior y ver qué había debajo de la manta humeante extendida sobre el barro.

—¿Swan? Tengo que salir un momento —dijo—. Ahora descansa, ¿de acuerdo?

La dejó suavemente en el suelo y miró con rapidez a Glory, que había visto el charco de sangre sobre el suelo. Luego, Josh se incorporó y, haciendo un esfuerzo, salió de la barraca.

—¡Le echamos nieve! —dijo uno de los espectadores cuando Josh se aproximó—. Pero no pudimos apagar el fuego. Su cuerpo ya estaba demasiado consumido.

Josh se arrodilló y levantó la manta. Miró durante largo rato y con dureza. El cuerpo aún silbaba, como si estuviera susurrándole un secreto. Tenía los dos brazos desgarrados a la altura de los hombros.

—¡Yo lo he visto! —exclamó otro hombre con excitación—. Me asomé por esa puerta y vi allí a un demonio de dos cabezas girando y girando. ¡Dios todopoderoso, nunca había visto nada igual! Luego, Perry y yo empezamos a gritar, y aquella cosa se nos echó encima. ¡Parecía como si estuviera luchando consigo mismo! ¡Luego se dividió en dos y uno de ellos echó a correr!

El hombre señaló calleja arriba, en la dirección opuesta.

—Era otro hombre envuelto en llamas —explicó un tercer testigo con una voz más calmada. Tenía una nariz ganchuda y una barba oscura, y hablaba con acento del norte—. Intenté ayudarlo, pero se perdió por una de las callejas. Corría demasiado rápidamente como para alcanzarlo. No sé adónde diablos pudo ir, pero no debió de llegar muy lejos.

—¡Sí! —exclamó el otro hombre asintiendo con un vigoroso gesto de la cabeza—. ¡Parecía como si se le estuviera fundiendo la piel!

Josh volvió a cubrir el cadáver con la manta y se incorporó.

—Enséñeme por dónde se marchó —le pidió al hombre con acento del norte.

Un rastro de ropas quemadas doblaba por una calleja lateral, continuaba durante unos quince metros, doblaba a la izquierda por otra calleja, y terminaba en un montón de harapos casi convertidos en cenizas, por detrás de una de las barracas. No había ningún cadáver, y las huellas se perdían sobre el suelo pisoteado.

—Quizá se arrastró para morir debajo de una de las barracas —dijo el otro hombre—. ¡No hay forma de que un ser humano haya podido sobrevivir a algo así! ¡Parecía una antorcha!

Registraron la zona durante otros diez minutos, mirando incluso debajo de algunas de las barracas, pero no descubrieron la menor señal de ningún cuerpo.

—Creo que, esté donde esté, ha muerto desnudo —dijo el hombre cuando abandonaron la búsqueda y regresaron a la calle.

Josh volvió a mirar el cadáver de Rusty.

—Estúpido vaquero —susurró Josh—. Esta vez si que te has sacado de la manga un buen truco de magia, ¿verdad?

«Él estuvo aquí —había dicho Swan—. Me encontró».

Josh envolvió el cuerpo de Rusty en la manta, levantó los restos en sus brazos y se incorporó.

—¡Llévelo a la Fosa! —dijo uno de los hombres—. Ahí es donde dejamos todos los cuerpos.

Josh se dirigió hacia donde estaban los restos del carro del Espectáculo viajero y depositó el cuerpo de Rusty en él.

—¡Eh, eh, señor! —dijo una mujer con voz ronca, con un queloide rojo cubriéndole la cara y el cráneo—. ¡Eso atraerá a todos los animales salvajes en varios kilómetros a la redonda!

—Déjelos que vengan —replicó Josh. Se volvió hacia la gente que lo miraba, los observó a todos y finalmente su mirada se fijó en Glory—. Voy a enterrar a mi amigo con las primeras luces del alba.

—¿Enterrarlo? —preguntó una muchacha adolescente de aspecto frágil, con el cabello moreno muy corto—. Ya nadie entierra a nadie.

—Pues yo voy a enterrar a Rusty —dijo Josh mirando a Glory—. Con la primera luz del alba, y en el mismo campo donde encontramos a Swan. Será un trabajo duro. Tú y Aaron podéis ayudarme si queréis, aunque lo entenderé si os negáis. Pero que me condenen si permito que… —La voz se le quebró—. ¡Que me condenen si lo arrojo a una fosa común!

Y tras decir esto, se sentó en la estructura del carro, junto al cuerpo, dispuesto a esperar a que se hiciera de día.

Se produjo un largo silencio. Luego, el hombre de acento del norte le dijo a Glory:

—¿Señora? ¿Dispone de algún medio para arreglar esa puerta?

—No.

—Bien…, yo tengo unas pocas herramientas en mi cabaña. No son gran cosa, y hace ya bastante tiempo que no las utilizo, pero…, si quiere, le echaré una mano para arreglar esa puerta.

—Gracias —dijo Glory, asombrada ante la oferta. Hacía ya mucho tiempo que alguien le ofrecía a otra persona hacer algo por ella en Mary’s Rest—. Le agradecería mucho todo lo que pudiera hacer.

—Si se va a quedar aquí fuera, con el frío que hace, será mejor que se prepare un buen fuego —le dijo a Josh la mujer del queloide rojo—. Quizá sea mejor hacerlo aquí mismo, en la calle. —Lanzó un bufido—. ¡Enterrar un cuerpo! ¡Es lo más estúpido que he oído decir nunca!

—Yo tengo una carretilla metálica —ofreció otro hombre—. Creo que puedo echarme una carrera hasta allí y sacar unos cuantos maderos encendidos de ese incendio. Quiero decir…, tengo otras cosas mejor que hacer, pero… sería una pena dejar que se pierda toda esa leña.

—¡A mí me vendría bien un buen fuego! —exclamó un hombre de baja estatura al que le faltaba un ojo—. ¡En mi barraca hace un frío de mil demonios! Escuchen… Aún me quedan unos pocos granos de café que había estado guardando. Si alguien tiene una jarra de estaño y una estufa caliente, creo que podríamos hervirlos.

—Eso sería estupendo. Con toda esta excitación, me siento tan inquieto como una pulga sobre una parrilla.

La mujer del queloide rojo se sacó un pequeño reloj de oro del bolsillo del abrigo, lo sostuvo con una expresión de embelesada reverencia y miró de cerca la esfera.

—Son las cuatro y doce minutos. Aún tardará cinco horas en amanecer. Si se van a quedar velando a esa pobre alma, necesitarán un buen fuego y vendrá muy bien un poco de café caliente. Yo tengo una cafetera en mi mansión. Hace mucho tiempo que no la utilizo. —Miró a Glory y añadió—: La podríamos utilizar ahora si quiere.

—Sí —asintió esta con un gesto—. Podemos hacer el café en la estufa de mi barraca.

—Yo tengo un pico y una pala —dijo un hombre de barba gris, un abrigo a cuadros y una gorra de lana—. La pala tiene la hoja un poco rota, pero le servirá para enterrar a su amigo.

—A mí me gustaba trabajar la madera —dijo alguien más—. Si quiere usted enterrarlo, necesitará poner su nombre en alguna parte. ¿Cómo se llamaba?

—Rusty —contestó Josh con un nudo en la garganta—. Rusty Weathers.

—¡Bien! —exclamó la mujer del queloide rojo con las manos en jarras—. Parece que tenemos cosas que hacer. ¡Dejemos de charlar como viejas y pongámonos a trabajar!

A unos cuatro kilómetros de distancia Robin Oakes estaba de pie en la penumbra del extremo del fuego de campamento, junto al que dormían ahora los tres chicos. Iba armado con un rifle y había observado muy cuidadosamente los movimientos de los animales que se acercaban demasiado a la fogata. Pero ahora miró hacia el horizonte y llamó a gritos.

—¡Hermana! ¡Hermana, ven a ver esto!

Ella tardó un rato en llegar hasta él desde el puesto de centinela que ocupaba al otro lado de la fogata.

—¿Qué ocurre?

—Allí —dijo Robin señalando. Hermana siguió la línea de su dedo y vio un débil resplandor naranja en el cielo, por encima de la expansión aparentemente infinita del bosque—. Creo que Mary’s Rest está allí. Ha sido muy amable por su parte encender un fuego y mostrarnos el camino, ¿no crees?

—Desde luego que sí.

—Esa será la dirección que seguiremos en cuanto haya luz suficiente como para ver un poco. Si caminamos a buen paso, podríamos recorrer esa distancia en un par de horas.

—Bien. Quiero llegar allí todo lo rápidamente que pueda.

—Yo me ocuparé de que así sea.

La astuta sonrisa de Robin prometía una dura marcha.

Hermana inició el regreso a su zona de patrulla, pero tuvo entonces un pensamiento repentino y se paró junto a la fogata. Se sacó la brújula del bolsillo, se situó en línea con el resplandor que se veía en el horizonte y comprobó la dirección marcada por la aguja.

Se encontraba tan alejada del sudoeste, que podrían haber pasado a seis o siete kilómetros de distancia de Mary’s Rest. Hermana se dio cuenta entonces de que habían estado a punto de perderse, de no haber sido porque Robin había visto aquel resplandor en el cielo. Fuera lo que fuese, ella se sintió agradecida por eso.

Continuó su patrulla, registrando la oscuridad con su mirada, a la búsqueda de las ávidas bestias, pero tenía la mente puesta en una muchacha llamada Swan.