Un deseo legítimo
—Ahí está.
Glory señaló la estructura de un cobertizo de tablas grises medio oculto entre un bosquecillo de árboles. También había otras dos estructuras que se habían derrumbado, y de una de ellas surgía una medio desmoronada chimenea de ladrillo rojo.
—Aaron descubrió este lugar hace algún tiempo —dijo acercándose al cobertizo en compañía de Josh, mientras Mulo les seguía a corta distancia—. Sin embargo, nadie vive aquí. —Señaló hacia un camino bien marcado que pasaba ante las estructuras desmoronadas y se internaba en el bosque—. La Fosa no está muy lejos.
La Fosa, por lo que sabía Josh, era el cementerio de la comunidad, una especie de trinchera profunda en la que se habían ido depositando centenares de cuerpos a lo largo de los años.
—Jackson solía rezar un poco por los muertos —dijo Glory—. Pero ahora que él también lo está, ellos se limitan a arrojarlos allí y olvidarlos. —Le miró fijamente—. Anoche, Swan estuvo a punto de unirse a ellos. ¿Qué creía estar haciendo esa muchacha ahí fuera?
—No lo sé.
Swan había quedado inconsciente en cuanto regresaron a la barraca. Josh y Glory le habían limpiado las manos, vendándoselas con tiras de tela, y pudieron sentir la fiebre que irradiaba de ella. Habían dejado solos a Aaron y Rusty para que la vigilaran mientras Josh cumplía con su promesa de encontrar un abrigo para Mulo, pero casi estaba enloquecido de preocupación; sin contar con medicinas, ni una comida adecuada, y ni siquiera con agua decente que beber, ¿qué esperanzas podía tener la muchacha? Su cuerpo estaba tan roto por el agotamiento que aquella fiebre podía acabar con ella. Recordó las últimas palabras que le había dicho la noche anterior, antes de que perdiera el conocimiento: «Josh, me he quedado ciega».
Las manos, colgadas a los costados, se cerraron formando puños. «Protege a la niña —pensó—. Seguro. Has hecho un buen trabajo protegiéndola, ¿verdad, estúpido?».
No sabía por qué razón había salido furtivamente de la barraca la noche anterior, pero era evidente que había estado cavando con los dedos en la dura tierra. Gracias a Dios, Mulo tuvo el buen sentido de saber que tenía problemas, pues de no haber sido así hoy habrían tenido que traer el cuerpo de Swan al…
No. Se negó a pensar en eso. Ella se pondría mejor. Sabía que mejoraría.
Pasaron junto a los restos oxidados de un coche, que no tenía puertas, ni ruedas, ni motor, ni capó, y Glory abrió la puerta del cobertizo. El interior estaba a oscuras y hacía frío, pero al menos era suficiente para resguardarles del viento. La visión de Josh no tardó en acostumbrarse a la penumbra. Había dos pesebres, con un poco de paja en el suelo, y un abrevadero donde Josh podría fundir algo de nieve para que Mulo bebiera. Parecía un lugar bastante seguro donde dejarlo, y al menos estaría a cubierto.
Josh vio lo que le pareció un montón de escombros en el otro extremo del cobertizo y se acercó para examinarlo. Encontró algunas sillas rotas, una bombilla también rota, una pequeña cortadora de césped y un rollo de alambre de espino. Había una manta azul, medio roída por los ratones, cubriendo más escombros. Josh la levantó para ver qué había debajo.
—Glory —dijo con suavidad—. Ven a echar un vistazo.
Ella se le acercó y él recorrió con los dedos la agrietada pantalla de cristal de un aparato de televisión.
—Hace ya mucho tiempo que no veo ninguno —comentó él tristemente—. Supongo que las cotizaciones de bolsa andarán por los suelos en estos tiempos, ¿verdad?
Apretó uno de los botones y empezó a hacer girar otro correspondiente a la búsqueda de los canales, pero el botón se le quedó en la mano.
—No vale nada —dijo Glory—. Como todo lo demás.
El aparato de televisión estaba apoyado en una especie de mesa sobre rodillos, y Josh levantó el televisor, le dio la vuelta y sacó de un tirón la tapa de atrás, dejando al descubierto el tubo y un montón de hilos. Se sentía tan estúpido como un hombre de las cavernas mirando una caja mágica que en otros tiempos había sido un lujo muy común, no una necesidad, para millones de hogares estadounidenses. Sin energía, era más inútil que una piedra, incluso probablemente menos, porque al menos una piedra podría utilizarse para matar roedores que echar a la cazuela.
Dejó a un lado el aparato de televisión, junto con todos los demás restos. Se necesitaría un hombre más astuto que él para conseguir que aquella caja volviera a funcionar. Se inclinó sobre el suelo y encontró una caja llena de lo que parecían ser viejas palmatorias de madera. Otra caja contenía unas botellas polvorientas. Vio unos trozos de papel desparramados por el suelo y recogió uno. Se trataba de un anuncio, y las desvaídas letras rojas decían: «Subasta de objetos antiguos. En el Mercado de las Pulgas de Jefferson City. ¡Sábado 4 de junio! ¡Venga pronto y quédese hasta tarde!». Abrió la mano y dejó que el anuncio volviera a caer al suelo y se aposentara allí con un ruido como el suspiro de otras piezas entre las noticias del pasado.
—¿Josh? ¿Qué es esto?
Glory estaba tocando la mesa de los rodillos. Su mano había descubierto una pequeña manivela y, al hacerla girar, escuchó el ruido retumbante de una cadena moviéndose sobre metal oxidado. Los rodillos giraron como si se tratara de ancianos moviéndose en sueños. La manivela activó una serie de cojinetes recubiertos de goma, que descendieron para presionar brevemente contra los rodillos y luego regresaron a sus posiciones originales. Josh vio una pequeña bandeja de metal fijada al otro extremo de la mesa; tomó algunos de los anuncios del mercado de las Pulgas y los colocó en la bandeja.
—Sigue haciendo girar la manivela —dijo.
Observaron como los rodillos y los cojinetes atrapaban un trozo de papel cada vez, lo hacían pasar por una ranura, llevándolo a las profundidades de la máquina, y lo hacían salir hacia otra bandeja situada en el extremo opuesto. Josh encontró un panel deslizante, lo apretó hacia atrás y miró una disposición de más rodillos, bandejas de tipos de metal y una serie reseca de superficies esponjosas que, según se dio cuenta Josh, debieron de haber sido contenedores de tinta.
—Tenemos una máquina de imprimir —dijo—. ¿Qué le parece eso? Debe de ser muy antigua, pero está en buen estado. —Tocó la madera de cierre de los cajetines—. Esto debió de constituir la afición de alguien. Seguramente, es una vergüenza dejar esta prensa aquí para que siga pudriéndose.
—Da lo mismo que se pudra aquí como que lo haga en cualquier otra parte —gruñó ella—. ¡Esto es de lo más curioso!
—¿Qué ocurre?
—Antes de que Jackson muriera… quiso empezar a imprimir un periódico, aunque sólo fuera una hoja hecha a mano. Dijo que disponer de una especie de periódico del pueblo haría que todo el mundo se sintiera más como una comunidad. Ya sabe, la gente se interesaría más por los asuntos de los demás, en lugar de encerrarse en sus barracas. Él ni siquiera sabía que este trasto estuviera aquí. Claro que eso sólo fue un sueño. —Recorrió con la mano la madera de roble situada junto a Josh—. Tenía muchos sueños que murieron con él.
La mano de Glory tocó la de Josh y rápidamente la retiró.
Hubo un momento de incómodo silencio. Josh aún podía sentir el calor de la mano de ella sobre la suya.
—Tuvo que haber sido un buen hombre —dijo.
—Lo fue. Tenía un buen corazón y una espalda fuerte, y no le importaba ensuciarse las manos cuando se trataba de ponerse a trabajar. Antes de conocer a Jackson yo tuve una vida bastante dura. Estaba harta de tantos hombres y de tanta bebida. He sido independiente desde que tenía trece años. —Sonrió ligeramente—. Una muchacha crece con rapidez. Bueno, supongo que Jackson no tuvo ningún miedo de ensuciarse las manos conmigo, porque estaría muerta si él no me hubiera cortejado. ¿Y qué me dices de ti? —preguntó, tuteándole—. ¿Tienes esposa?
—Sí. Bueno, ex esposa. Y dos hijos.
Glory hizo girar la manivela y observó el funcionamiento de los rodillos.
—¿Qué les ocurrió?
—Estaban en el sur de Alabama. Quiero decir, cuando cayeron las bombas. —Aspiró aire profundamente y luego lo fue soltando con lentitud—. Estaban en Mobile. Hay una base naval en Mobile, con submarinos nucleares y toda clase de barcos. Bueno, al menos la había. —Observó a Mulo mordisqueando la poca hierba que aún quedaba en el suelo—. Quizá aún estén con vida. O quizá no. Yo…, supongo que es duro pensarlo así, pero… confío en que murieran el diecisiete de julio. Confío en que murieran viendo la televisión, o comiéndose un helado, o tumbados al sol en la playa. —Su mirada encontró la de Glory—. Sólo confío en que murieran con rapidez. ¿Es algo malo desearlo así?
—No. Es un deseo legítimo —le dijo Glory, y esta vez su mano tocó la de él y no se retiró. Su otra mano se elevó con lentitud y le acarició suavemente la máscara negra—. ¿Qué aspecto tienes debajo de esa máscara?
—Yo ya era feo antes. Pero ahora soy horrible.
Ella tocó la dura piel grisácea que le cubría la cuenca del ojo derecho.
—¿Duele mucho eso?
—A veces es como si quemara. Otras veces me pica tanto que apenas si puedo soportarlo. Y en otras ocasiones…
Guardó silencio.
—¿En otras ocasiones, qué?
Josh vaciló, a punto de decirle lo que no le había dicho nunca ni a Swan ni a Rusty.
—A veces siento como si mi cara estuviera cambiando —dijo con serenidad—. Tengo la sensación de que los huesos se mueven. Y duele como el diablo.
—Quizá se esté curando.
Josh se las arregló para esbozar una débil sonrisa.
—Eso es precisamente lo que necesito: un rayo de optimismo. Gracias, pero creo que no tengo cura. Estas costras son tan duras como el cemento.
—Swan tiene las peores que haya visto nunca. Parece como si apenas pudiera respirar. Y ahora, con esa fiebre tan alta que se ha apoderado de ella… —Se detuvo, porque Josh había empezado a dirigirse hacia la puerta—. Tú y ella habéis pasado juntos por muchas cosas, ¿verdad?
—Sí —contestó Josh deteniéndose—. Si ella muere, no sé lo que voy a… —Se contuvo a tiempo, bajó la cabeza y volvió a levantarla al cabo de un rato—. Pero Swan no morirá —decidió—. No morirá. Vamos, será mejor que regresemos.
—¿Josh? Espera… ¿quieres?
—¿Qué ocurre?
Ella volvió a manejar la manivela de la máquina de imprimir, acariciando con los dedos la suave madera de roble.
—Creo que tienes razón con respecto a esto. Es una vergüenza que se quede aquí, pudriéndose.
—Como tú misma has dicho, este es un lugar tan bueno como cualquier otro.
—Creo que mi barraca sería un lugar mejor.
—¿Tu barraca? ¿Para qué quieres ese trasto? ¡No sirve para nada!
—Ahora, no. Pero quizá no sea siempre así. Jackson tenía razón: en Mary’s Rest vendría muy bien tener una especie de periódico… Oh, no la clase de periódico que la gente solía recibir en casa cada día, sino quizá sólo una hoja de papel para decirle a la gente quién ha nacido, quién ha muerto, quién tiene ropas de repuesto o quién las necesita. En estos momentos, vecinos que viven en la barraca de enfrente son extraños los unos para los otros. Sin embargo, una hoja de papel así podría unir a toda la población.
—Creo que la mayor parte de la gente en Mary’s Rest está mucho más interesada en encontrar comida para otro día, ¿no te parece?
—Sí. Por ahora, sí. Pero Jackson era un hombre listo, Josh. Si él hubiera sabido que esta máquina estaba aquí, entre un montón de escombros, la habría transportado a casa sobre su propia espalda. No quiero decir que yo sepa cómo escribir ni nada de eso… Demonios, ya tengo bastantes dificultades para hablar correctamente. Pero esto podría ser el primer paso para conseguir que Mary’s Rest volviera a ser un verdadero pueblo.
—¿Y qué piensas utilizar como papel? —preguntó Josh—. ¿Y qué me dices de la tinta?
—Aquí está el papel —dijo Glory levantando un montón de anuncios de subasta—. Y yo ya he hecho tintes con tierra y betún. Supongo que me las arreglaré para hacer un poco de tinta.
Josh estaba a punto de protestar de nuevo, pero se dio cuenta del cambio que se había producido en Glory; había una mirada de excitación en los ojos, y su destello hacía que pareciera cinco años más joven. Ella había encontrado un desafío. Iba a intentar convertir en realidad el sueño de Jackson.
—Ayúdame —le rogó—, por favor.
Glory ya lo tenía decidido.
—Está bien —asintió Josh—. Coge tú el otro extremo. Esta máquina parece que pesa mucho.
Dos moscas se elevaron desde la parte superior de la prensa y zumbaron alrededor de la cabeza de Josh. Una tercera permaneció inmóvil sobre el aparato de televisión, y una cuarta zumbó lentamente por debajo del techo del cobertizo.
La prensa era más ligera de lo que parecía, y sacarla del cobertizo fue una tarea relativamente fácil. La dejaron en el exterior, y Josh regresó para atender a Mulo.
El caballo se removía nervioso, caminando de un lado a otro del establo. Josh le acarició el hocico para que se calmara, tal y como había visto hacérselo a Swan tantas veces. Llenó el abrevadero con nieve y puso la manta azul sobre los lomos de Mulo para mantenerlo caliente. Una mosca se posó sobre la mano de Josh y su contacto fue como si hubiera recibido el aguijonazo de una avispa.
—¡Maldita! —exclamó Josh, y la aplastó rápidamente con la otra mano.
Sólo quedó una retorcida masa de color verde grisáceo, pero le seguía picando, y se limpió la mano en los pantalones.
—Estarás muy bien aquí —le dijo Josh al nervioso caballo, acariciándole el cuello—. Vendré más tarde a ver cómo estás, ¿qué te parece?
Al cerrar la puerta del cobertizo y pasar el pestillo, confió en estar haciendo lo correcto al dejar a Mulo allí solo. Pero al menos aquel lugar, tal como estaba, protegería al animal del frío y de los linces. En cuanto a las moscas, Mulo tendría que arreglárselas por sí solo.
Juntos, Glory y Josh bajaron la máquina de imprimir por el camino.