Swan y el hombre corpulento
Tumbada sobre su cama de hojas, Hermana percibió un movimiento junto a ella. Despertó y se sujetó la mano como unas esposas en la muñeca de alguien.
Robin Oakes estaba arrodillado, con el largo cabello castaño oscuro lleno de plumas y huesos, y los ojos llenos de luz. Los colores del círculo de cristal latían sobre su rostro huesudo. Había abierto la bolsa y estaba tratando de sacar el círculo de ella. Ambos se miraron fijamente durante unos pocos segundos.
—No —dijo finalmente Hermana, poniendo la otra mano sobre el círculo.
—No se ha desfigurado —dijo él lacónicamente, retirando su mano—. No le hice ningún daño.
—Gracias a Dios. ¿Quién te ha dado permiso para rebuscar en mi bolso?
—No estaba rebuscando nada. Sólo estaba mirando. No es gran cosa.
A Hermana le crujieron todos los huesos al sentarse. La turbia luz del día penetraba por la entrada de la cueva. La mayoría de los jóvenes salteadores seguían dormidos, pero dos de los chicos estaban desgarrando los últimos trozos de carne de dos pequeños cuerpos —¿Conejos?, ¿ardillas?—, mientras otro preparaba unos maderos para encender el fuego para el desayuno. En el fondo de la cueva, Hugh dormía profundamente cerca de su paciente, y Paul también estaba dormido sobre un montón de hojas.
—Esto es importante para mí —le dijo a Robin—. No sabes lo importante que es. Déjalo, ¿quieres?
—Olvídalo —dijo él incorporándose—. Estaba volviendo a poner esa extraña cosa en la bolsa, y me disponía a hablarte de Swan y del hombre corpulento, pero olvídalo, no tiene importancia.
Empezó a alejarse hacia donde estaba Bucky para ver cómo se encontraba. Ella tardó unos pocos segundos en comprender lo que el joven le había dicho.
—Swan. Swan y el hombre corpulento —repitió.
No había hablado con ninguno de aquellos chicos acerca de sus ensoñaciones. No les había dicho nada sobre la palabra «Swan» y las huellas de una mano grabadas en el tronco de un árbol con flores. En ese caso, ¿cómo era posible que Robin Oakes lo supiera…, a menos que él también hubiera tenido ensoñaciones?
—¡Espera! —le gritó.
Su voz resonó en el interior de la cueva como una campana. Tanto Paul como Hugh se despertaron de improviso, al igual que la mayoría de los chicos, que buscaron en seguida sus armas de fuego y sus lanzas. Robin se detuvo a medio camino.
Ella quiso hablar, pero no encontró las palabras. Se incorporó y se aproximó a él, sosteniendo el círculo de cristal.
—¿Qué has visto en esto?
Robín miró hacia donde estaban los otros chicos, luego se volvió a mirar a Hermana y se encogió de hombros.
—Has visto algo aquí dentro, ¿verdad? —preguntó ella con los latidos de su corazón acelerados. Los colores del círculo también latieron con mayor rapidez—. ¡Lo has visto! Has tenido una ensoñación, ¿verdad?
—¿Una qué?
—Swan —dijo Hermana—. Has visto la palabra escrita en el árbol, ¿verdad? Un árbol cubierto de flores. Y has visto las huellas de una mano sobre la corteza del árbol. —Sostuvo el cristal delante de la cara de Robin—. Lo has visto, ¿verdad?
—Ah, ah —dijo él meneando la cabeza—. No he visto nada de lo que me has dicho.
Ella se quedó petrificada, al comprender que Robin le estaba diciendo la verdad.
—Por favor, dime lo que has visto.
—Yo… lo saqué a escondidas de tu bolso hace más o menos una hora, después de despertarme —dijo con un tono de voz sereno y respetuoso—. Sólo quería sostenerlo en mis manos. Sólo quería mirarlo. Nunca había visto una cosa así antes, y después de lo que sucedió con Bucky…, bueno, sabía que se trataba de algo especial. —Vaciló y permaneció en silencio durante unos segundos, como si volviera a sentirse hipnotizado—. No sé lo que es esa cosa, pero el caso es que… hace que desees sostenerla y mirar en su interior, allí donde brillan todas esas luces y colores. Lo saqué de tu bolso, me alejé un poco y me senté allí —dijo indicando con un movimiento de la mano su propia cama de hojas, situada en el extremo más alejado de la cueva—. No pretendía sostenerlo durante mucho tiempo, pero… los colores empezaron a cambiar. Empezaron a formar una imagen… No sé, supongo que eso parece una locura, ¿verdad?
—Continúa.
Tanto Paul como Hugh estaban escuchando, y los demás también les prestaban toda su atención.
—Sólo lo sostuve entre las manos y observé la imagen que se había ido formando, como uno de aquellos mosaicos que había en las paredes de la capilla del orfanato. Si uno los miraba durante un buen rato, casi se podía jurar que empezaban a moverse, como si cobraran vida. Eso fue lo que me sucedió con esto, sólo que de repente ya no fue sólo una imagen. Era algo real, y yo me encontré en un campo cubierto de nieve. Soplaba el viento y todo era como un poco nebuloso, pero, maldita sea, ¡menudo frío haría! Vi algo tendido en el suelo. Al principio creí que se trataba de un montón de harapos, pero luego me di cuenta de que era una persona. Y justo a su lado había un caballo, también tumbado sobre la nieve. —Levantó la cabeza, mirando estúpidamente a los chicos que le escuchaban. Luego se volvió a mirar a Hermana—. Resulta extraño, ¿verdad?
—¿Qué más viste?
—El hombre corpulento llegó corriendo por el campo. Llevaba una máscara negra en el rostro, y pasó justo a seis o siete pasos por delante de mí. Me asustó mucho y quise regresar de un salto, pero él continuó su camino. Juro que casi pude ver las huellas que dejó sobre la nieve. Y le escuché gritar: «¡Swan!». Estoy tan seguro de habérselo oído decir como que ahora estoy escuchando mi propia voz. Parecía estar muy asustado. Luego se arrodilló junto a aquella persona y pareció como si tratara de despertar a la muchacha.
—¿A la muchacha?
—Sí, era una muchacha. Creo que él la estaba llamando por su nombre: Swan.
«Una muchacha —pensó Hermana—. Una muchacha llamada Swan». ¡Era a ella hacia quien la dirigía el círculo de cristal! La mente de Hermana funcionó a toda velocidad. Se sintió mareada y tuvo que cerrar los ojos por un momento para conservar el equilibrio; cuando los abrió de nuevo los colores del circulo de cristal latían aceleradamente.
Paul también se había levantado. A pesar de que había dejado de creer en el poder del círculo hasta que Hugh salvó al pequeño Bucky, ahora casi temblaba de excitación. Ya no importaba que no pudiera ver nada en el cristal; quizá eso se debiera a que él estaba ciego y no miraba con la suficiente profundidad. Quizá fuera porque se había negado a creer en nada, aparte de en sí mismo, o a que su mente sólo estuviera conectada a una amarga longitud de onda. Pero si este joven había visto una visión en el cristal, si había experimentado la sensación de «ensoñación» de la que Hermana había hablado, entonces, ¿no estarían buscando quizá a alguien que podía estar efectivamente en alguna parte?
—¿Qué más? —le preguntó a Robin—. ¿Pudiste ver alguna otra cosa?
—Cuando estaba a punto de retroceder ante el hombre corpulento de la máscara negra, vi algo en el suelo, casi delante de mí. Una especie de animal, todo aplastado y sangriento. No sé qué era, pero alguien había hecho un buen trabajo con él.
—Y el hombre de la máscara —preguntó Hermana con ansiedad—, ¿no viste de dónde venía?
—No. Como ya te he dicho estaba todo como neblinoso, supongo que había humo. Pude oler bastante humo en el aire, y había también otro olor…, un olor nauseabundo. Creo que por allí también debía de haber un par de personas más, pero no estoy seguro. La imagen empezó a desvanecerse y a descomponerse. No me gustó aquel olor nauseabundo, y todo lo que quise hacer fue regresar de nuevo aquí. Y de pronto me encontré sentado donde estaba, con esa cosa en las manos, y eso fue todo.
—Swan —susurró Hermana mirando a Paul, con los ojos muy abiertos y una mirada de extrañeza—. Estamos buscando a una muchacha llamada Swan.
—Pero ¿dónde tenemos que buscarla? Dios santo, un campo puede estar en cualquier parte, a uno o a cien kilómetros de distancia.
—¿Viste alguna cosa más? —volvió a preguntar Hermana—. Alguna señal del terreno, quizá un cobertizo, una casa, algo.
—Sólo un campo. Cubierto de nieve en algunos lugares mientras que en otros el viento parecía haberse llevado la nieve. Como ya te he dicho, todo fue tan real que hasta pude sentir el frío. Me pareció todo muy espectral, y creo que por eso te permití descubrirme devolviendo esa cosa a tu bolsa. Creo que deseaba hablar con alguien de lo que había visto.
—¿Cómo vamos a poder encontrar un campo si no conocemos ninguna señal del terreno? —preguntó Paul—. ¡No hay forma!
—Eh…, disculpadme. —Todos se volvieron a mirar a Hugh, que se estaba levantando con ayuda de su pata de palo—. Realmente, estoy en la mayor oscuridad en relación con todo esto —dijo una vez que se hubo puesto de pie—. Pero sé que lo que has creído ver en ese cristal existe realmente. Supongo que soy la última persona en el mundo que podría comprender estas cosas, pero a mí me parece que si estáis buscando ese lugar en particular, bien podríais empezar por Mary’s Rest.
—¿Por qué allí? —le preguntó Paul.
—Porque en Moberly tuve oportunidad de hablar con algunos viajeros —contestó—. Del mismo modo que os conocí a ti y a Hermana. Supongo que los viajeros muestran un poco de piedad por un mendigo con una sola pierna… Desgraciadamente, casi nunca tenía razón en mi suposición. Pero recuerdo a un hombre que había pasado por Mary’s Rest. Fue el que me dijo que la charca que había allí se había secado. Y recuerdo… Me dijo que el aire de Mary’s Rest no olía a limpio. —Volvió su atención hacia Robin—. Tú dijiste que percibiste un olor nauseabundo, y que también oliste a humo. ¿No es cierto?
—Sí. Había humo en el aire.
—Humo —asintió Hugh—. Eso significa la existencia de chimeneas, de fuegos encendidos por la gente que trata de mantenerse caliente. Creo que el campo que estáis buscando, si es que existe, puede hallarse cerca de Mary’s Rest.
—¿A qué distancia está Mary’s Rest de aquí? —le preguntó Hermana a Robin.
—Supongo que a unos diez o doce kilómetros, quizá algo más. Nunca he estado allí, pero hemos robado a mucha gente que se dirigía o venía de allí. De eso hace algún tiempo, porque ahora no pasan muchos viajeros por este camino.
—No tenemos gasolina suficiente en el jeep como para recorrer esa distancia —le recordó Paul a Hermana—. Dudo que podamos seguir un par de kilómetros más.
—No he querido decir diez o doce kilómetros por carretera —le corrigió Robin—, sino a campo traviesa. Está al sudoeste de aquí, a través de los bosques, y la marcha es dura. Seis de mis exploradores persiguieron a un camión hasta allí hace un año. Sólo regresaron dos de ellos, y dijeron que en Mary’s Rest no había nada que valiera la pena robar. Probablemente, nos robarían a nosotros si pudieran.
—Si no podemos ir en el jeep, entonces caminaremos —dijo Hermana tomando la bolsa y metiendo dentro el círculo de cristal, con manos temblorosas.
—Hermana —dijo Robin lanzando un gruñido—, no quiero ser irrespetuoso, pero debo decirte que estás loca. Recorrer diez kilómetros a pie no es lo que yo llamaría una cosa divertida. Probablemente, os salvamos la vida al detener vuestro jeep como lo hicimos. Si no lo hubiéramos hecho así, a estar alturas os habríais quedado congelados.
—Tenemos que llegar a Mary’s Rest, o al menos yo tengo que llegar allí. Paul y Hugh pueden decidir por sí mismos. He recorrido mucho más que esos diez kilómetros para llegar hasta aquí, y un poco de frío no me va a detener ahora.
—No se trata sólo de la distancia, o del frío. Se trata de lo que os espera en la profundidad de los bosques.
—¿Qué es? —preguntó Hugh con inquietud, adelantándose un poco sobre su pata de palo.
—Oh, algunos animales salvajes muy interesantes. Cosas que parecen haber sido creadas en el zoológico de algún veterinario loco. Cosas hambrientas. Y no querréis que algunas de esas cosas os den alcance en los bosques, por la noche.
—Yo diría que no —asintió Hugh.
—Tengo que llegar a Mary’s Rest —dijo Hermana con firmeza, y la expresión de su cara convenció a Robin de que estaba totalmente decidida—. Todo lo que necesito es algo de comida, ropas de abrigo y mi escopeta. Me las arreglaré con eso.
—Hermana, no logrará avanzar ni dos kilómetros antes de haberse perdido, o haber sido devorada.
—¿Paul? —preguntó, mirando a Paul Thorson—. ¿Sigues conmigo?
Él vaciló, miró hacia la tenebrosa luz que penetraba por la entrada de la cueva y luego a la hoguera que los chicos habían empezado a encender frotando dos palos. «¡Maldita sea! —pensó—. ¡Jamás pude hacer eso cuando era boy scout! Pero es posible que no sea demasiado tarde para aprender». Sin embargo, habían llegado demasiado lejos, y podían hallarse muy cerca de encontrar la respuesta que andaban buscando. Vio como se encendía el fuego, pero él ya había tomado su decisión.
—Estoy contigo.
—¿Hugh? —preguntó ella volviéndose.
—Quiero ir contigo, de veras que lo quiero —contestó—. Pero ahora tengo un paciente. —Miró hacia el chico, que seguía durmiendo—. Quiero saber qué, y quién encuentras cuando llegues a Mary’s Rest, pero… creo que aquí me necesitan más, Hermana. Hacía mucho tiempo que no me sentía útil. ¿Lo comprendes?
—Sí. —Ella ya había decidido convencer a Hugh para que no les acompañara; no había forma de que él pudiera recorrer aquella distancia con una sola pierna, y si les acompañaba no haría otra cosa que retrasarlos—. Lo comprendo. —Miró a Robin—. Nos gustaría emprender la marcha en cuanto recuperemos nuestras cosas. Necesitaré mi escopeta, y los cartuchos…, si eso te parece bien.
—Necesitarás algo más que eso para conseguirlo.
—Entonces, estoy segura de que también querrás devolvernos la pistola y las balas de Paul. Y podemos utilizar también la comida y el agua que nos puedas entregar.
Robin se echó a reír, pero su mirada siguió siendo dura.
—¡Se supone que los ladrones somos nosotros, Hermana!
—Entonces, entréganos sólo aquello que nos has robado. Lo dejaremos en tablas.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que estás más loca que una cabra? —preguntó.
—Sí. Tipos mucho más duros que tú.
Una débil sonrisa se extendió con lentitud sobre el rostro del joven, y la mirada de sus ojos se suavizó.
—De acuerdo —dijo—, os devolveremos vuestras cosas. Supongo que las necesitaréis más que nosotros. —Se detuvo un momento, reflexionando, y luego añadió—: Un momento. —Se dirigió a su cama hecha de hojas sobre el suelo, se inclinó y empezó a remover una caja de cartón llena de latas, cuchillos, relojes, cordones de zapato y otros objetos. Encontró lo que andaba buscando y regresó junto a Hermana—. Toma —dijo, colocándole algo en la mano—. También necesitarás esto.
Se trataba de una pequeña brújula de metal que parecía haber sido sacada de una caja de sorpresas.
—Y funciona —le aseguró—. O al menos funcionaba hace un par de semanas, cuando se la quité a un hombre muerto.
—Gracias. Espero que a mí me traiga mejor suerte que a él.
—Sí. Bueno…, también puedes llevarte esto, si quieres.
Robin se desabrochó el abrigo, que llevaba subido hasta el cuello. Sobre su piel pálida llevaba un pequeño crucifijo colgado de una cadena de plata. Empezó a quitárselo, pero Hermana le detuvo.
—No te preocupes por eso —le dijo, y se apartó del cuello la bufanda de lana para mostrar la cicatriz en forma de crucifijo que se había quemado sobre su carne, en el cine de la calle Cuarenta y dos, hacía ya mucho tiempo—. Yo ya tengo el mío.
—Sí —asintió Robin—. Ya veo que sí.
A Paul y a Hermana se les devolvieron los abrigos, suéteres y guantes, junto con sus armas, balas para la Magnum de Paul y cartuchos para la escopeta de Hermana. Una lata de guisantes hervidos y carne seca de ardilla encontraron su camino hacia el interior de la bolsa de Hermana, junto con una navaja multiuso y una gorra de color naranja. Robin les entregó a los dos relojes de pulsera, y tras buscar un buen rato en otra caja llena de objetos de botín, sacó y les dio una caja con tres cerillas.
Paul extrajo mediante sifón hasta la última gota de gasolina del depósito del jeep, metiéndola en una pequeña botella de plástico, que cerró bien con la tapa hermética y guardó también en la bolsa, para emplearla en avivar el fuego.
En el exterior, la luz era lúgubre y así sería durante todo el día. El cielo estaba muy encapotado, y no había forma de saber dónde estaba el sol. El reloj de Hermana marcaba las diez veintidós; el de Paul marcaba las tres trece.
Había llegado el momento de partir.
—¿Preparado? —le preguntó Hermana a Paul.
Por un momento, él observó anhelante el fuego encendido y luego contestó:
—Sí.
—¡Buena suerte! —les gritó Hugh, desde la entrada de la cueva hasta donde les había acompañado.
Hermana levantó una mano enguantada. Luego, se subió el cuello del abrigo alrededor de la bufanda. Comprobó la brújula, y Paul la siguió, internándose ambos en los bosques.