Los cadáveres de un millar de velas
—¿Te encuentras bien hoy? —preguntó Josh agitando ligeramente a Swan.
—Sí. Todavía no he muerto —contestó ella levantando la cabeza deformada de los pliegues del abrigo.
—Sólo comprobaba. Has estado muy quieta durante todo el día.
—He estado pensando.
—Oh.
Miró a Killer, que avanzaba por delante, sobre la carretera. El perro se detuvo, se volvió y ladró, como animándoles a seguir. Mulo avanzaba todo lo rápidamente de que era capaz, y no era mucho, y Josh no sujetaba las riendas. Rusty caminaba junto al carro, envuelto en su pesado abrigo y tapado hasta los ojos por el sombrero vaquero.
El carromato del Espectáculo viajero traqueteaba por la carretera, bordeada de espesos bosques. Las nubes parecían colgar directamente de las copas de los árboles, y había dejado de soplar el viento, lo que constituía un hecho raro por el que había que sentirse agradecido. Josh sabía que el tiempo era impredecible; un día podían encontrarse con una ventisca y una tormenta en un abrir y cerrar de ojos, y al día siguiente los vientos tranquilos podían transformarse en tornados.
No habían visto ningún ser vivo durante los dos días anteriores. Habían llegado ante un puente desmoronado y tuvieron que dar un rodeo de varios kilómetros para volver a la carretera principal; un poco más adelante, la carretera apareció bloqueada por un árbol caído, de modo que tuvieron que dar otro rodeo. Pero unos cinco kilómetros atrás habían pasado junto a un árbol, en cuyo tronco alguien había pintado: «A MARY’S REST». A partir de entonces, Josh había respirado mejor. Al menos, iban en buena dirección, y Mary’s Rest ya no podía estar muy lejos.
—¿Te importa si te pregunto en qué estabas pensando? —tanteó Josh.
Ella encogió sus delgados hombros por debajo del abrigo y no dijo nada.
—En el árbol —dijo Josh al cabo de un rato—. Es eso, ¿verdad?
—Sí. —No podía dejar de pensar en las flores del manzano brotando en el árbol rodeado de nieve y de tocones. Era la vida que resurgía de entre la muerte—. He estado pensando mucho en eso.
—No sé cómo lo hiciste, pero… —Meneó la cabeza. Las reglas del mundo habían cambiado. Ahora, todo estaba lleno de misterios. Escuchó el crujido de los ejes y la nieve al ser aplastada bajo los cascos de Mulo, y luego no pudo evitar hacerle una pregunta—. ¿Qué… fue lo que sentiste?
—No lo sé —contestó ella con otro encogimiento de hombros.
—Sí, sí que lo sabes. No tienes por qué sentirte tímida. Hiciste algo maravilloso, y yo quisiera saber qué fue lo que sentiste.
Ella permaneció en silencio. A unos quince metros por delante de ellos, Killer ladró unas cuantas veces. Swan escuchó los ladridos, interpretándolos como una llamada de que el camino estaba libre.
—Me sentí… como si fuera un manantial —dijo por fin—. Y como si el árbol estuviera bebiendo. También me sentí como si yo fuera fuego, y por un momento… —levantó el rostro deformado hacia el cielo plomizo— pensé que podía levantar la mirada y recordar cómo era cuando podía ver las estrellas, allá arriba, en la oscuridad…, como si fueran promesas. Eso fue lo que sentí.
Josh sabía que lo experimentado por Swan estaba mucho más allá de la comprensión de sus sentidos; pero se imaginó lo que ella quería dar a entender al hablar de las estrellas. No las habían visto desde hacía siete años. Por la noche todo era una vasta oscuridad, como si hasta las velas del cielo se hubieran apagado.
—¿Tenía razón el señor Moody? —preguntó Swan.
—¿Razón? ¿Acerca de qué?
—Dijo que si yo había podido despertar a un árbol, podría hacer que los huertos y los campos de maíz volvieran a crecer. Dijo… que yo tenía el poder de la vida dentro de mí. ¿Tenía razón?
Josh no contestó. Recordó que Sly Moody había dicho algo más: «Señor, esa Swan podría volver a despertar toda la tierra».
—Siempre se me dio muy bien cultivar plantas y flores —siguió diciendo Swan—. Cuando quería que una planta enferma se pusiera mejor, trabajaba la tierra con mis propias manos, y la mayoría de las veces se caían las hojas amarronadas y brotaban nuevas hojas verdes. Pero nunca había intentado curar un árbol. Quiero decir… que una cosa era cuidar un jardín, pero que los árboles se cuidan de sí mismos. —Ladeó en ángulo la cabeza para poder ver a Josh—. ¿Qué pasaría si pudiera volver a hacer crecer los huertos y los campos de maíz? ¿Y si el señor Moody está en lo cierto y yo tuviera algo capaz de despertar las cosas y hacerlas crecer de nuevo?
—No lo sé —dijo Josh—. Supongo que eso te convertiría en una damita muy popular. Pero, como yo digo, un árbol no es un bosque.
Se removió inquieto en el duro pescante. Hablar de aquello le ponía nervioso. «Protege a la niña», pensó. Si Swan era capaz de infundir vida en la tierra muerta, ¿no sería ese tremendo poder la razón de la orden que le había transmitido PawPaw?
En la distancia, Killer volvió a ladrar. Swan se tensó. El sonido era diferente, más rápido y más agudo. Había una advertencia en aquel ladrido.
—Detén el carro —dijo.
—¿Eh?
—Que lo detengas.
La fuerza de su voz indujo a Josh a tirar de las riendas de Mulo.
Rusty también se detuvo, con la parte inferior de la cara protegida por una bufanda de lana que se sujetaba bajo el sombrero.
—¡Eh! ¿Por qué nos paramos?
Swan volvió a escuchar los ladridos de Killer. El sonido flotó alrededor de una curva de la carretera, allá adelante. Mulo se removió inquieto y levantó la cabeza para olisquear el aire. Luego emitió un profundo gruñido. Swan se dio cuenta de que aquello era otra advertencia. Mulo olía el mismo peligro que había detectado Killer. Levantó la cabeza de lado para mirar la carretera. Todo parecía estar bien, pero la visión de su único ojo era borrosa y sabía que la vista le estaba desapareciendo con rapidez.
—¿Qué ocurre? —preguntó Josh.
—No lo sé. Sea lo que fuere, a Killer no le gusta.
—¿No estará la ciudad al otro lado de esa curva? —preguntó Rusty—. Me adelantaré para comprobarlo.
Con las manos metidas en los bolsillos del abrigo, empezó a caminar hacia la curva. Killer seguía ladrando, ahora frenéticamente.
—¡Rusty! ¡Espera! —gritó Swan, pero su voz sonó tan amortiguada e incomprensible que él no la comprendió y siguió caminando a buen paso.
Josh se dio cuenta de que Rusty no llevaba ningún arma de fuego, y no sabía lo que podía haber al otro lado de la curva.
—¡Rusty! —gritó, pero el otro hombre ya estaba doblando la curva—. ¡Oh, mierda! Bajó la cremallera de entrada de la tienda, abrió una caja de zapatos con la 38 y la cargó apresuradamente. Escuchaba los ladridos de Killer produciendo ecos en los bosques, y sabía que Rusty no tardaría en encontrar lo que el perro hubiera descubierto. Al otro lado de la curva, Rusty no encontró otra cosa que más carretera y más bosques. Killer estaba en el centro de la calzada, a unos diez metros de distancia, ladrando hacia algo que parecía estar situado a la derecha. El pelaje del terrier estaba erizado.
—¿Qué demonios te ocurre? —preguntó Rusty. Killer dio media vuelta y echó a correr, pasando entre sus piernas y casi haciéndole caer—. ¡Condenado perro loco!
Se inclinó para recoger el terrier… y fue entonces cuando lo olió.
Era un olor fétido y agudo.
Lo reconoció. El fuerte hedor dejado por un animal salvaje.
Escuchó casi en la oreja un grito que le puso los nervios de punta, y una forma gris saltó desde el lindero del bosque. No pudo distinguir de qué se trataba, pero levantó instintivamente un brazo hacia la cara para protegerse los ojos. El animal le golpeó en un hombro y, por un instante, Rusty se sintió como atrapado entre alambradas y espinos. Se tambaleó hacia atrás, intentando gritar, pero se había quedado sin habla. El sombrero saltó hacia un lado, salpicado de sangre, y cayó de rodillas.
Medio mareado, vio entonces qué clase de animal le había asaltado.
Agazapado a unos dos metros de distancia, con el lomo arqueado, había un lince del tamaño de un ternero. Las garras extendidas del animal parecían como pequeños puñales curvados, pero lo que verdaderamente conmocionó a Rusty hasta casi hacerle perder el sentido fue la vista de las dos cabezas del monstruo.
Mientras que una cabeza de ojos verdosos gritaba produciendo un sonido como el de una navaja rayando el cristal, la segunda cabeza mostraba los colmillos y siseaba como un radiador a punto de explotar.
Rusty intentó retroceder a gatas, pero su cuerpo se negó a moverse. Algo andaba mal en su hombro derecho, y la sangre le resbalaba por el lado derecho de la cara. «¡Estoy sangrando! —pensó—. ¡Estoy sangrando mucho! Oh, Jesús, estoy…».
El lince se lanzó de nuevo contra él como un resorte soltado de pronto, con las garras y el doble juego de colmillos dispuestos a hacerle pedazos.
Pero se encontró en medio del aire con otra figura y Killer casi le arrancó al monstruo una de sus orejas. Ambos cayeron a tierra, aullando y chillando, hechos una furia, soltando pelos y salpicando sangre por todas partes. Pero la lucha terminó en seguida cuando el enorme lince retorció a Killer sobre el lomo y los colmillos de una de sus cabezas le desgarraron el cuello al terrier.
Rusty intentó ponerse en pie, se tambaleó y volvió a caer. El lince se volvió hacia él. Una serie de colmillos le lanzó una dentellada, mientras que la otra cabeza olisqueaba el aire. Rusty levantó una pierna para golpear al monstruo con la bota en cuanto este atacara. El lince se agazapó, preparándose para saltar. «¡Vamos! —pensó Rusty—. Termina ya de una vez, monstruoso hijo de…».
Escuchó entonces el ¡crac! de una pistola y un pequeño géiser de nieve saltó a dos metros por detrás del lince. El monstruo se volvió y Rusty vio a Josh corriendo hacia él. Josh se detuvo, apuntó y disparó de nuevo. La bala volvió a perderse, y el lince empezó a mover una cabeza hacia un lado y otra hacia el otro, como si sus dos cerebros no pudieran decidir hacia dónde debía echar a correr. Las cabezas se separaron tensamente por el cuello.
Josh apoyó los pies con firmeza, apuntó con su único ojo y apretó el gatillo.
Un agujero explotó en un costado del lince, y una de las cabezas lanzó un agudo aullido, mientras que la segunda le gruñía a Josh, desafiante. Disparó de nuevo y volvió a fallar, pero acertó al monstruo con las otras dos balas que le quedaban. El monstruo tembló, saltó hacia los bosques, se volvió y de pronto se lanzó de nuevo contra Rusty. Los ojos de una de sus cabezas ya habían perdido la vista y mostraban el blanco, pero la otra cabeza seguía viva y los colmillos estaban dispuestos a hundirse en el cuello de Rusty.
Rusty lanzó un grito mientras el monstruo avanzaba, pero cuando apenas se encontraba a un metro, el lince se estremeció y sus patas le fallaron. Cayó sobre la carretera, con su cabeza aún viva dando una dentellada en el aire.
Rusty se alejó a rastras del animal y luego una terrible oleada de debilidad se apoderó de él. Se quedó donde estaba, mientras Josh corría hacia él.
Josh se arrodilló a su lado y vio que tenía la parte derecha de la cara desgarrada desde el cabello hasta la mandíbula, y en la manga destrozada de su hombro derecho se veía el tejido abierto y sangrante.
—Hoy he tenido mala suerte, Josh —consiguió decir Rusty con una débil sonrisa—. Muy mala suerte, ¿verdad?
—Resiste.
Josh se guardó la pistola y levantó a Rusty del suelo, colgándoselo de la espalda como hacen los bomberos con los heridos. Swan se estaba aproximando. Trataba de correr pero estaba a punto de perder el equilibrio a causa del peso de su cabeza. A unos pocos pasos de distancia, el mutante volvió a lanzar una dentellada al aire, con unos colmillos que entrechocaron como una trampa de acero; el cuerpo se estremeció y sus ojos se apagaron como fantasmagóricos mármoles verdosos. Josh pasó junto al lince, acercándose a Killer. La lengua sonrosada del terrier surgió de la boca ensangrentada y lamió la bota de Josh.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó frenéticamente Swan—. ¿Qué ha pasado?
Killer aún hizo un esfuerzo por incorporarse al escuchar la voz de Swan, pero ya no podía controlar su cuerpo. La cabeza le colgaba limpiamente y al caer de costado, Josh se dio cuenta de que los ojos del perro ya se estaban volviendo vidriosos.
—¿Josh? —gritó Swan. Tenía las manos levantadas, avanzándolas por delante, porque apenas si podía ver dónde pisaba—. ¡Háblame, maldita sea!
Killer emitió una rápida boqueada y expiró.
Josh se adelantó, interponiéndose entre Swan y el perro.
—Rusty ha sido herido —dijo—. Fue un lince. ¡Tenemos que llevarlo en seguida a la ciudad!
La tomó por el brazo y la arrastró consigo, antes de que ella pudiera ver al terrier muerto.
Josh colocó suavemente a Rusty en la parte trasera del carro, y lo cubrió con la manta roja. Rusty se estremecía, y casi había perdido el conocimiento. Josh le dijo a Swan que se quedara con él. Luego, se adelantó y tomó las riendas de Mulo.
—¡Arre! —gritó.
El viejo caballo, sorprendido por la orden o quizá por el insólito y urgente tirón de las riendas, lanzó un bufido de vapor por las aletas de la nariz y tiró con renovadas fuerzas del carro.
En ese momento, Swan abrió la lona de la tienda.
—¿Qué ha pasado con Killer? ¡No podemos abandonarlo!
Josh no tuvo el valor suficiente para decirle que el terrier había muerto.
—No te preocupes —le dijo—. Encontrará el camino. —Hizo restallar las riendas sobre el lomo del caballo—. ¡Arre Mulo! ¡Date prisa!
El carro tomó la curva y sus ruedas pasaron a ambos lados de Killer. Los cascos de Mulo arrojaron un rocío de nieve sobre el cuerpo del terrier, alejándose después en dirección a Mary’s Rest.