54

Flores blancas

—¡Eh! ¡Eh, vengan a ver esto!

La puerta del cobertizo se abrió y Sly Moody entró a trompicones, dejando entrar consigo el viento de la mañana. Instantáneamente, Killer se incorporó de un salto debajo del carro y empezó a lanzar furiosos ladridos.

—¡Vengan a ver esto! —gritó Moody, con el rostro enrojecido por la excitación, y unos copos de nieve fundiéndose en su cabello y en la barba. Se había vestido a toda prisa, poniéndose un abrigo marrón sobre el mono, y aún llevaba puestas las zapatillas—. ¡Tienen que venir a verlo!

—¿De qué demonios está hablando, señor? —preguntó Rusty, incorporándose sobre el montón de heno en el que había dormido y frotándose los ojos enrojecidos. Apenas si pudo distinguir la más débil de las luces del amanecer entrando por la puerta del cobertizo—. ¡Santo Dios, pero si aún no es de día!

Josh se había levantado, arreglándose la máscara que acababa de ponerse sobre la cabeza, para poder ver por los agujeros. Había dormido junto al carro, y a lo largo de los años había aprendido que despertarse con rapidez y estar alerta era una buena forma de seguir con vida.

—¿Qué ocurre? —le preguntó a Moody.

—¡Ahí fuera! —dijo el viejo señalando por la puerta entreabierta con un dedo tembloroso—. ¡Tienen que venir a verlo! ¿Dónde está la muchacha? ¿Se ha despertado ya?

Miró hacia los pliegues cerrados de la tienda montada sobre el carro.

—¿A qué viene todo esto? —preguntó Josh.

La noche anterior, Sly Moody les había dicho a Josh y a Rusty que mantuvieran a Swan en el cobertizo; ellos se habían llevado los cuencos de estofado y habían comido con ella. La muchacha se había mostrado nerviosa, y tan silenciosa como una esfinge. Ahora, Josh no le veía ningún sentido al hecho de que Sly Moody quisiera ver a Swan.

—¡Tráigala! —dijo Moody—. ¡Tráigala y vengan a ver!

Y luego salió corriendo por la puerta, hacia el viento frío, con Killer ladrando con fuerza tras él.

—¿Quién le da cuerda a ese tipo? —murmuró Rusty para sí mismo, poniéndose el abrigo y enfundándose las botas.

—¿Swan? —llamó Josh—. ¿Swan, estás…?

La tienda se abrió y Swan apareció allí de pie, alta, delgada y desfigurada, con el rostro y la cabeza como un casco nudoso. Llevaba unos pantalones vaqueros azules, un grueso suéter amarillo y una chaqueta de pana, y botas de senderismo en los pies. Sostenía a Bebé Llorón en una mano, pero hoy no hizo el menor esfuerzo por ocultar su cara. Tanteó el camino con la vara de zahorí, bajó la escalera y ladeó la cabeza para poder ver a Josh a través de la estrecha rendija de visión que le quedaba. Sentía la cabeza cada vez más pesada y difícil de controlar. A veces tenía miedo de que el cuello se le fuera a doblar, y lo que hubiera por debajo de las costras le quemaba tan salvajemente que a menudo se sentía incapaz de contener un grito. Una vez se había llevado un cuchillo a la deformada «cosa» en que se había convertido su cabeza, y había empezado a acuchillarla frenéticamente. Pero las costras eran demasiado duras como para que pudiera cortarlas, tan impenetrables como una plancha blindada.

Había dejado de mirar en el espejo mágico desde hacía varios meses. Ahora ya no lo podía seguir soportando, aunque la figura que portaba el círculo brillante parecía acercarse más y más, pero entonces también parecía acercarse la terrible figura con rostro de luna y unos rasgos borrosamente monstruosos.

—¡Vamos! —les urgió Sly Moody desde el frente de la casa—. ¡Dense prisa!

—¿Qué es lo que quiere que veamos? —preguntó Swan a Josh con su voz mutilada.

—No lo sé. ¿Por qué no vamos y lo descubrimos?

Rusty se puso el sombrero de vaquero y siguió a Josh y a Swan fuera del cobertizo. Swan caminó con lentitud, con los hombros hundidos por el peso de la cabeza. Y entonces, de repente, Josh se detuvo.

—¡Dios mío! —exclamó con suavidad, asombrado.

—¿Lo ven? —preguntó Sly Moody con voz aguda—. ¡Mírenlo! ¡Sólo tienen que mirarlo!

Swan ladeó la cabeza en una dirección diferente para poder ver por delante de ella. Al principio, no estuvo muy segura de saber lo que estaba viendo, debido a la nieve que caía, pero el corazón le había empezado a latir con fuerza al tiempo que se acercaba a donde estaba Sly Moody. Por detrás de ella, Rusty también se había detenido; no podía creer lo que estaban viendo sus ojos, y por un momento creyó que aún seguía dormido y que estaba soñando. Abrió la boca para dejar escapar un pequeño susurro de admiración.

—Se lo dije, ¿verdad que se lo dije? —gritó Moody, y luego se echó a reír. Carla estaba cerca de él, envuelta en un abrigo, con un gorro de lana blanco y una expresión atónita—. ¡Se lo dije!

Luego, Moody empezó a bailar una jiga, lanzando patadas de nieve, y caracoleando por entre los tocones que antes habían sido manzanos.

El único manzano que quedaba en pie ya no estaba desnudo. Cientos de flores blancas se habían abierto sobre las ramas, y mientras el viento se las llevaba girando como pequeños paraguas de marfil, unas brillantes y pequeñas hojas verdes quedaban al descubierto por debajo.

—¡Está vivo! —gritó Sly Moody lleno de alegría, bailoteando sobre los tocones, dando patadas, cayéndose y volviéndose a levantar, con la cara cubierta de nieve—. ¡Mi árbol ha vuelto a la vida!

—Oh —susurró Swan.

Unas florecillas de manzano pasaron junto a ella, arrastradas por el viento. Percibió su fragancia en el aire, el dulce perfume de la vida. Adelantó la cabeza, mirando el tronco del manzano. Y allí, como si se hubiera quemado en la madera, estaban las marcas de la palma de su mano y las letras trazadas por sus dedos: «S… W… A… N».

Una mano le tocó en el hombro. Era Carla, y la mujer retrocedió cuando, finalmente, Swan logró volver el rostro y la cabeza deformados. A través del estrecho campo de su visión, Swan vio el horror reflejado en los ojos de Carla, pero también había lágrimas en ellos, y la mujer trataba de decir algo, aunque fue incapaz de pronunciar las palabras. Los dedos de Carla se cerraron sobre los hombros de Swan, y por fin pudo hablar.

—Usted hizo esto, usted le devolvió la vida al árbol, ¿verdad?

—No lo sé —contestó Swan—. Creo que yo sólo… lo desperté.

—¡Ha florecido de la noche a la mañana! —Sly Moody siguió bailoteando alrededor del árbol, como si fuera un poste de mayo festoneado de cintas brillantes. Se detuvo, extendió una mano y bajó con cuidado una de las ramas bajas para que todos la vieran—. ¡Ya tiene brotes! Santo Dios, a primeros de mayo vamos a tener muchos cestos llenos de manzanas. ¡Nunca había visto un árbol volverse tan loco!

Sacudió la rama y se echó a reír como un niño, mientras las flores se agitaban y eran arrastradas por el viento. Entonces, su mirada se posó en Swan, y la sonrisa de su rostro se desvaneció. Soltó la rama y se la quedó mirando fijamente durante un momento de silencio. Los copos de nieve y las flores del manzano revoloteaban entre ambos y el aire estaba lleno con la fragancia prometedora del fruto y de la sidra.

—Si no hubiera visto esto con mis propios ojos, jamás podría haberlo creído —dijo Sly Moody con la voz quebrada por la emoción—. No existe ninguna forma natural de que un árbol aparezca totalmente desnudo un día y cubierto de flores al día siguiente. ¡Demonios, pero si este árbol tiene incluso hojas! Crece tal y como solía hacerlo en aquellos tiempos en que abril era un mes cálido y uno casi podía escuchar el verano llamando a la puerta. —Su voz se quebró, y tuvo que esperar un momento antes de poder seguir hablando—. Sé que ese nombre que hay en el árbol es el suyo. No sé cómo ha ido a parar aquí, ni por qué este árbol ha florecido tan de repente…, pero si esto es un sueño, no quiero despertar. ¡Huela el aire! ¡Sólo tiene que olerlo! —Y de pronto, se adelantó, tomó a Swan de la mano y se la apretó contra el pecho. Emitió un sollozo ahogado y cayó de rodillas sobre la nieve—. Gracias —dijo—. Gracias. Muchas gracias.

Josh recordó los tallos verdes que habían crecido sobre la tierra ocupada por el cuerpo de Swan, en el sótano de la tienda de PawPaw. Recordó lo que ella le había contado acerca del sonido del dolor, de la tierra que estaba viva, y de que todo lo que estaba vivo tenía su propio lenguaje y su forma de comprensión. Swan había hablado a menudo de las flores y plantas que ella había cultivado en los aparcamientos para camiones y en el fondo de las habitaciones de los moteles donde había vivido, y tanto Josh como Rusty sabían que no podía soportar el contemplar los árboles muertos allí donde en otros tiempos hubo un bosque. Pero nada los había preparado para ser testigos de esto. Josh se acercó al árbol y recorrió con los dedos las letras del nombre de Swan; habían sido como talladas a fuego sobre la madera, como si se les hubiera aplicado una antorcha. Fuera cual fuese el poder, o la energía o la fuerza que Swan hubiera aplicado la noche anterior, allí estaba la prueba física de su existencia.

—¿Cómo has hecho esto? —le preguntó, no sabiendo de qué otra forma expresarlo.

—Sólo lo toqué —contestó ella—. Tuve la impresión de que el árbol no estaba muerto, y lo toqué porque quería que siguiera viviendo.

Se sentía embarazada por el hecho de que el viejo se hubiera arrodillado junto a ella, y deseó que se incorporara y dejara de llorar. Su esposa la miraba con una mezcla de repulsión y maravilla, como si estuviera contemplando a una rana con alas doradas. Toda esta atención hacía que Swan se sintiera más nerviosa que la noche anterior, cuando había asustado al viejo y a la mujer.

—Por favor —dijo, tirando del abrigo del viejo—. Levántese, señor.

—Es un milagro —murmuró Carla observando las flores que arrancaba el viento. Cerca de ellos, Killer corría sobre la nieve, intentando atrapar las florecillas entre los dientes—. ¡Ella ha hecho que suceda un milagro!

Dos lágrimas surcaron sus mejillas, helándose como diamantes antes de que llegaran a su mandíbula.

Swan se sentía inquieta y tenía mucho frío, y temía que su cabeza deformada pudiera ladearse demasiado hacia un lado y romperle el cuello. Ya no podía seguir soportando el viento cortante, y se apartó de la mano de Sly Moody que seguía sujetándola. Se volvió y caminó hacia el cobertizo, tanteando en la nieve, por delante de ella, con Bebé Llorón, mientras el viejo y los demás la veían alejarse. Killer corrió en círculos a su alrededor, con una florecilla de manzano atrapada en la boca.

Fue Rusty el primero que logró decir algo.

—¿Cuál es la ciudad más cercana? —le preguntó a Sly Moody, que seguía arrodillado sobre la nieve—. Nos dirigimos hacia el norte.

El viejo parpadeó pesadamente y se limpió un ojo con el dorso de la mano.

—Richland —contestó. Luego meneó la cabeza—. No, no, Richland es una ciudad muerta. Todo el mundo abandonó Richland o murió el año pasado a causa de las fiebres tifoideas. —Se incorporó con un esfuerzo—. Mary’s Rest —dijo finalmente—. Ahí está el siguiente asentamiento humano de cierta envergadura. Se encuentra a unos noventa kilómetros al norte de aquí, por la Interestatal cuarenta y cuatro. Yo nunca he estado allí, pero he oído decir que Mary’s Rest es una verdadera ciudad.

—Entonces, supongo que será Mary’s Rest —le dijo Josh a Rusty—. Parece un lugar tan bueno como cualquier otro.

De repente, Moody se despertó de su atontamiento.

—¡No tienen por qué marcharse de aquí! ¡Pueden quedarse con nosotros! Tenemos mucha comida, y encontraremos espacio en la casa para todos ustedes. ¡Santo Dios, no permitiré que esa muchacha vuelva a dormir una noche más en el cobertizo!

—Gracias —dijo Josh—, pero tenemos que seguir nuestro camino. Necesitan la comida para ustedes. Y, como ha dicho Rusty, somos gentes del espectáculo. Así es como salimos adelante.

—Escuche —dijo Sly Moody tomando a Josh por el brazo—, no sabe usted lo que tiene, señor. ¡Esa muchacha es capaz de hacer milagros! ¡Mire ese árbol! Ayer estaba muerto, y ahora se puede oler la fragancia de sus flores. ¡Señor, esa muchacha es especial! ¡No sabe lo que sería capaz de hacer si pusiera su mente a trabajar en ello!

—¿Qué podría hacer? —preguntó Rusty.

Se sentía intrigado por toda aquella situación, sin saber qué pensar, lo mismo que se había sentido cada vez que tomaba el espejo de Fabrioso y no veía otra cosa más que bruma en el cristal.

—¡Mire ese árbol y piense en un huerto de manzanos! —dijo Sly Moody con excitación—. Piense en un campo lleno de maíz, o en una plantación de guisantes o de cualquier otra cosa. No sé qué es lo que hay dentro de esa muchacha, pero tiene el poder de la vida. ¿Es que no lo ven? ¡Tocó ese árbol y le ha devuelto la vida! Señor, Swan podría hacer revivir a toda la tierra.

—Sólo se trata de un árbol —le recordó Josh—. ¿Cómo sabe que podría hacer lo mismo con todo un huerto de manzanos?

—¡Es usted un ignorante! ¿Qué es un huerto de manzanos, sino un manzano detrás de otro? —gruñó malhumorado—. No sé cómo lo hizo, ni sé nada acerca de ella, pero si consigue que las manzanas vuelvan a crecer, también podrá hacer lo mismo con un huerto o con un campo de maíz. ¡Estarían locos saliendo a la carretera con alguien que posee un don de Dios como ese! Toda la zona está llena de asesinos, salteadores y lunáticos, ¡y sólo el demonio sabe qué más! Si se quedan aquí, ella podrá empezar a trabajar en los campos, haciendo lo que tenga que hacer para despertarlos de nuevo a la vida.

Josh miró a Rusty, quien meneó la cabeza y luego se liberó con suavidad de la mano de Sly Moody.

—Tenemos que seguir nuestro camino.

—¿Por qué? ¿Para ir adónde? ¿Qué andan buscando que valga la pena encontrar?

—No lo sé —admitió Josh. En siete años de deambular de un asentamiento a otro el único propósito de la vida había parecido ser el de continuar viajando, en vez de asentarse en un lugar. Sin embargo, Josh confiaba en que algún día encontrarían un lugar que sería adecuado para vivir en él al menos durante varios meses, y quizá algún día pudiera dirigirse hacia Mobile, para buscar a Rose y a sus hijos—. Supongo que lo sabremos cuando lo encontremos.

—¿Sylvester? —dijo Carla al ver que Moody empezaba a protestar de nuevo—. Está haciendo mucho frío aquí fuera. Creo que ellos ya han tomado su decisión, y creo que deben hacer aquello que les parezca mejor para ellos.

El viejo vaciló, miró el árbol de nuevo y finalmente asintió.

—Está bien —murmuró—. Admito que deben seguir ustedes su camino. —Fijó una dura mirada sobre Josh, que era por lo menos diez centímetros más alto que él—. Y ahora escúcheme, señor —le advirtió—. Proteja a esa muchacha, ¿me ha entendido? Quizá algún día comprenda con claridad que tiene que hacer precisamente lo que yo le he dicho que haga. Protéjala, ¿me ha entendido?

—Sí —asintió Josh—, le he entendido.

—En tal caso, sigan su camino —dijo Sly Moody. Josh y Rusty se volvieron para regresar al cobertizo. Detrás de ellos, Moody añadió—. ¡Y que Dios les acompañe!

Recogió un montón de flores caídas sobre la nieve, se las llevó a la nariz e inhaló su perfume.

Poco más de una hora más tarde el carro del Espectáculo viajero inició su marcha hacia el norte, a lo largo de la carretera. Sly Moody se puso el abrigo más pesado y las botas, y le dijo a Carla que no podía seguir sentado un minuto más. Iba a atravesar los bosques para llegar a la casa de Bill McHenry y contarle la historia de la muchacha que era capaz de infundir vida a un árbol sólo con tocarlo. Bill McHenry tenía una camioneta y aún le quedaba algo de gasolina, y Sly Moody dijo que seguramente se lo iba a contar a todo el mundo de las cercanías, porque él había sido testigo de un milagro, y ahora sabía que no todo estaba muerto en el mundo. Iba a subir a lo más alto de una colina y a gritar desde allí el nombre de la muchacha, y cuando aquellas manzanas hubieran crecido haría una compota con ellas e invitaría a todo el mundo a vivir en las granjas desoladas de los alrededores, para que acudiera a participar del fruto del milagro.

Y entonces rodeó con sus brazos a la mujer que había tomado por esposa y la besó, y los ojos de esta brillaron como estrellas.