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Viajero solitario

Estaba esperando en la oscuridad a que ellos regresaran a casa.

El viento era fuerte. Le cantaba dulcemente a su alma la muerte de millones de seres, y las muertes aún no habían terminado, pero cuando el viento era tan fuerte no podía buscar muy lejos. Estaba sentado en la oscuridad, con su nuevo rostro y su nueva piel, con el viento soplando estridentemente alrededor de la barraca, como un ruidoso compañero de francachela, y pensó que quizá, sólo quizá, pudiera ser esta noche.

Pero él comprendía los giros y remolinos del viento, de modo que si no era esta noche, siempre había un mañana. Podía ser muy paciente, si había necesidad de ello.

Aquellos siete años habían transcurrido con rapidez para él; había viajado por las carreteras, como un viajero solitario, atravesando Ohio, Indiana, Kentucky, Tennessee y Arkansas. A veces se había instalado en asentamientos que se esforzaban por salir adelante, otras veces había vivido en cuevas y en coches abandonados, según el estado de ánimo en que se sintiera. Pasara por donde pasase, su presencia lo oscurecía todo, los asentamientos quedaban secos de esperanza y compasión, abandonados a las matanzas de unos contra otros. Tenía la habilidad para demostrarles lo inútil que era la vida y qué podía traer consigo la tragedia de la falsa esperanza. Si tu hijo tiene hambre, mátalo, les decía a las madres hambrientas; piensa en el suicidio como un acto noble, les decía a los hombres que pedían su consejo. Era una fuente de información y sabiduría que él sentía verdadera avidez por compartir: todos los perros contagiaban el cáncer y había que matarlos; las personas con queloides marrones habían desarrollado el gusto por la carne de los niños; se está construyendo una nueva ciudad en las áreas salvajes de Canadá, y es allí adónde había que dirigirse; se puede obtener mucha proteína comiéndose los propios dedos; después de todo, ¿cuántos se necesitan?

Siempre le asombraba la facultad con la que se lo hacía creer todo a todos.

Era como una gran fiesta. A excepción de una sola cosa, una cosa que le roía las entrañas día y noche.

¿Dónde estaba el círculo de cristal?

A estas alturas la mujer —Hermana— ya debía de estar muerta. De todos modos, ya no le importaba ella. Pero ¿dónde estaba aquel objeto de cristal y quién lo tenía? Había sentido en muchas ocasiones que estaba cerca, que el siguiente cruce de carreteras le llevaría directamente a donde estaba, pero los instintos siempre habían terminado por desvanecerse, quedándose ante la disyuntiva de decidir una nueva dirección que tomar. Había buscado en las mentes de todas las personas con las que se había encontrado, pero la mujer no estaba en ninguna de ellas, y tampoco estaba el círculo de cristal.

Así que continuó su camino. Pero, con el transcurso de los años, el ritmo de su viaje se había hecho algo más lento, porque en los asentamientos encontraba numerosas oportunidades, y porque si el círculo de cristal estaba en alguna parte, no parecía tener ninguna consecuencia. No estaba haciendo nada, ¿verdad? Aquello seguía siendo su fiesta, y nada había cambiado. Aún seguía recordando la amenaza que había sentido latir en aquel objeto, allá, en la casa de New Jersey; pero fuera lo que fuese aquel objeto de cristal, lo cierto era que no había representado ninguna diferencia en su propia existencia ni en las cosas que veía ocurrir a su alrededor.

«No problemo», pensó. Pero ¿dónde estaba? ¿Quién lo tenía? ¿Y por qué había llegado a existir?

Recordaba a menudo el día en que había abandonado la Interestatal 80, rodando sobre su bicicleta de carreras, para dirigirse hacia el sur. A veces se preguntaba qué habría ocurrido si hubiera regresado hacia el este, a lo largo de aquella carretera. ¿Habría encontrado a la mujer y el círculo de cristal? ¿Por qué los centinelas de aquel puesto de la Cruz Roja no habían visto a la mujer, si es que estaba todavía con vida?

Pero él no podía verlo todo, ni saberlo todo; sólo podía ver y saber lo que sus ojos falsos le decían, o lo que captaba en la mente humana, o lo que las «rastreadoras» le traían desde la oscuridad.

Ahora mismo estaban regresando a él. Percibió su masa acumulándose desde todos los puntos del horizonte y aproximándose, en contra del viento. Se arrastró hacia la puerta, y las ruedas que había debajo crujieron.

La primera le tocó la mejilla y fue absorbida a través de la carne como si fuera un vórtice abierto.

Los ojos le rodaron en la cabeza, y miró hacia su propio interior. Vio un bosque oscuro, escuchó el aullido del viento y nada más.

Otra cosa que se parecía a una mosca se introdujo por entre una grieta en la pared y se posó sobre su frente, siendo absorbida instantáneamente en la carne arrugada. Otras dos más se le unieron y también fueron absorbidas.

Vio más bosques oscuros, y charcas heladas, y un pequeño animal muerto entre los matojos. Un cuervo apareció, atrapó al animal y salió volando.

Más moscas penetraron en su cara. Más imágenes giraron como torbellinos a través de él: una mujer lavando ropas en una habitación iluminada por una lámpara, dos hombres luchando con cuchillos en una calle, un jabalí de dos cabezas husmeando entre unos restos, con sus cuatro ojos brillando húmedamente.

Las moscas se arrastraron sobre su cara y fueron absorbidas a través de la carne, una tras otra.

Vio casas oscuras, escuchó a alguien tocando una armónica, muy mal, y a otras personas acompañándole con palmadas; rostros alrededor de un fuego de campamento, una conversación acerca de cómo solían ser los partidos de béisbol en las noches de verano; un hombre delgado y una mujer, entrelazados sobre un jergón; unas manos trabajando, limpiando un rifle; una explosión de luz y una voz diciendo: «Me he encontrado una bonita…».

Alto.

La imagen de luz y la voz quedaron congeladas detrás de sus ojos, como el encuadre de una película detenida.

Su cuerpo se estremeció.

Aún tenía moscas sobre el rostro, pero se concentró en la imagen de la luz. Era un destello rojo, y todavía no sabía gran cosa sobre eso. Apretó las manos, convirtiéndolas en puños, con sus largas y sucias uñas formando medias lunas en la piel, pero sin extraer ni una gota de sangre.

«Hacia adelante», pensó, y la película de la memoria se puso en marcha.

—¿… yo? —dijo una voz de hombre. Y luego, con un susurro de asombro—: ¡Joyas!

Alto.

Él estaba mirando hacia abajo, y allí, en la mano del hombre, estaba…

Adelante.

… el círculo de cristal, reluciendo con un color rojo y marrón oscuro. Una habitación llena de serrín en el suelo. Vasos. Cartas sobre una mesa.

Conocía el lugar. Ya había estado antes, y había enviado allí a sus rastreadoras porque era un lugar donde solían detenerse los viajeros. El Cubo de Sangre se encontraba aproximadamente a un par de kilómetros de distancia, justo al otro lado de la siguiente colina.

Su ojo interior lo vio desplegarse desde la perspectiva de una mosca. El resplandor del disparo de una escopeta, una oleada de calor, un cuerpo arrojando sangre y cayendo sobre las mesas.

Una voz de mujer diciendo: «¿Queréis algo de esto?». Luego una orden: «Dejad las armas sobre la mesa».

«Te he encontrado», pensó.

Le echó un vistazo al rostro de la mujer. «Antes eras una belleza, ¿verdad?», pensó. ¿Era ella la misma? ¡Sí, sí! ¡Tenía que ser ella! El círculo de cristal desapareció en una bolsa. ¡Tenía que ser ella!

La escena siguió desarrollándose. Otro rostro: un hombre con intensos ojos azules y una barba gris. «¡Lepra! ¡Lepra!», gritó alguien. Y luego apareció un hombre de cabello plateado, y reconoció aquel rostro como perteneciente a alguien llamado Scumbag. Más voces: «Le invito… Derwin es un cazador… Antes también tenía otra pierna… Por el amor de Dios, no vayan hacia el oeste… Se supone que es la marca de Satán…».

Sonrió.

«… Nos dirigimos hacia el sur… Eso sería Mary’s Rest… No creo que él necesite esa gasolina, ¿verdad?».

Las voces se hicieron confusas, la luz cambió y volvió a ver bosques oscuros y casas allá abajo.

Recorrió la película de la memoria de nuevo. Era ella, desde luego. «… Nos dirigimos hacia el sur… Eso sería Mary’s Rest…».

«Mary’s Rest —pensó—. A cuarenta kilómetros al sur. ¡Te he encontrado! ¡Vas al sur, a Mary’s Rest!».

Pero ¿de qué serviría esperar? Hermana y el círculo de cristal aún debían de estar en el Cubo de Sangre, apenas a dos kilómetros de distancia. Aún tenía tiempo para llegar hasta allí y…

—¿Lester? Te he traído un tazón de…

Se escuchó el sonido de la cerámica estrellándose contra el suelo y un grito de horror.

Dejó que sus ojos resurgieran de nuevo en su cara. En la puerta del cobertizo estaba la mujer que le había aceptado tres semanas antes como hombre para todo; ella aún era guapa, y había sido una pena que un animal salvaje hubiera devorado a su hija pequeña en los bosques, una noche hacía dos semanas, porque la niña había tenido el mismo aspecto que ella. La mujer había dejado caer el tazón de sopa. Era una zorra torpe, pensó. Cualquiera que sólo tuviera dos dedos en la mano tenía que ser desmañado.

La garra de su mano izquierda había sostenido un farol y a su débil luz había visto el arrugado rostro cubierto de moscas de Lester, el hombre para todo.

—Qué pena, señora Sperry —susurró él, y las moscas zumbaron alrededor de su cabeza.

La mujer retrocedió un paso hacia la puerta abierta. Tenía la expresión del rostro congelada en un rictus de horror, y él se preguntó cómo se le había ocurrido pensar alguna vez que pudiera ser bonita.

—No tendrá miedo, ¿verdad, señora Sperry? —le preguntó.

Extendió los brazos, hundió los dedos en el sucio suelo y se impulsó hacia adelante. Las ruedas chirriaron, necesitadas de aceite.

—Yo…, yo… —trató de hablar, pero no pudo.

También tenía las piernas como paralizadas, y él se dio cuenta de que ella sabía que no tenía ningún sitio adónde huir, excepto a los bosques.

—Seguramente no tendrá miedo de mí —dijo él con suavidad—. No valgo demasiado como hombre, ¿verdad? Aprecio mucho que se haya compadecido de un pobre hombre como yo. Desde luego que lo aprecio.

Las ruedas chirriaron una y otra vez.

—Aléjese… de mí.

—Está usted hablando con el viejo Lester, señora Sperry. Sólo soy el viejo Lester, eso es todo. Puede usted contarme cualquier cosa.

En ese momento, ella estuvo a punto de dar media vuelta y echar a correr, pero él dijo entonces:

—El viejo Lester elimina el dolor, ¿verdad? —Y ella se quedó donde estaba, volviendo a quedar atrapada por la calidez de sus palabras—. ¿Por qué no deja ese farol en el suelo, señora Sperry? Tengamos una agradable conversación. Yo puedo arreglar las cosas.

El farol descendió lentamente hasta quedar posado en el suelo.

«Resulta tan fácil», pensó él. Sobre todo, con esta mujer en particular, porque ya era una muerta viviente. Estaba aburrido de ella.

—Creo que necesito arreglar esa escopeta —dijo él, haciendo un suave gesto en dirección al rifle que estaba apoyado en un rincón—. ¿Quiere acercármela?

Ella tomó el arma.

—¿Señora Sperry? Quiero que coloque el cañón junto a su boca y que ponga el dedo sobre el gatillo. Sí, señora, adelante. Así, eso, eso. ¡Muy bien!

Los ojos de la mujer brillaban, y las lágrimas le rodaban por las mejillas.

—Ahora… Necesito que compruebe para mí el funcionamiento de esa escopeta. Quiero que apriete el gatillo y me diga si funciona. ¿De acuerdo?

Ella se le resistió. Sólo fue un segundo en el que surgió una voluntad de vivir que ya no creía seguir teniendo.

—Lester va a arreglar las cosas —dijo él—. Y ahora, apriete un poquito.

El arma se disparó.

Se impulsó hacia adelante, y las ruedas chirriaron sobre el cuerpo de la mujer. «¡El Cubo de Sangre! —pensó—. ¡Tengo que llegar hasta allí!».

«Pero entonces…, no, no, espera. Sólo espera».

Sabía que Hermana se disponía a dirigirse hacia Mary’s Rest. No tardaría tanto tiempo en recorrer la distancia a campo a través como el que ella tardaría en seguir lo que quedaba de la carretera. Podía llegar allí antes que ella y esperarla. Había mucha gente en Mary’s Rest, y eso representaba muchas oportunidades. De todos modos, había estado pensando en viajar en esa dirección en los próximos días. Es posible que la mujer ya hubiera abandonado la taberna e iniciado el camino por la carretera. «Esta vez no voy a perderte —se prometió—. Llegaré a Mary’s Rest antes que tú. ¡El viejo Lester también te va a arreglar las cosas a ti, zorra!».

Decidió que aquel era un buen disfraz. Si tenía que recorrer toda aquella distancia necesitaría introducir algunas modificaciones, pero eso le serviría. Y para cuando aquella zorra llegara a Mary’s Rest, él estaría allí, preparado para lanzarse sobre sus huesos, hasta que no fuera más que restos para el puchero.

Las moscas sobrantes fueron absorbidas en su rostro, pero no le aportaron ninguna información válida. Extendió el torso y al cabo de un minuto o dos pudo levantarse del pequeño coche rojo de juguete.

Luego, se desenrolló las perneras del pantalón, recogió el pequeño coche y comenzó a caminar, con los pies desnudos, sobre la nieve, introduciéndose en el bosque. Empezó a cantar en voz baja:

—Allá vamos, rodeando la zarza, la zarza, la zarza…

La oscuridad se lo tragó.