42

El juego de la camisa de fuerza

Josh pegó un salto en cuanto escuchó el megáfono eléctrico. Antes de que pudiera iniciar la carrera, un brazo le rodeó el cuello desde atrás y empezó a apretarle. Se dio cuenta de que se trataba del viejo Barbanegra. «¡El bastardo intenta atraparme aquí mismo!».

Instintivamente, Josh lanzó la cabeza hacia atrás y propinó lo que en el ring se conoce como un «golpe de coco inverso», aunque en esta ocasión lo lanzó con toda su fuerza. Su cráneo se estrelló contra la frente de Barbanegra y el brazo que lo sujetaba desapareció de alrededor de su cuello. Josh se volvió para terminar el trabajo y encontró a Barbanegra sentado sobre el trasero, con ojos de mareado y brotándole ya un morado en la frente. El otro lunático levantó la escopeta, apuntándole.

—Adelante —ordenó mostrándole unos dientes verdosos, en una mueca.

Josh no tenía tiempo que perder. Se volvió y empezó a correr a toda marcha, a lo largo del pasillo central.

Había dado seis largas zancadas cuando un bate de béisbol salió rodando por el suelo y le golpeó el tobillo derecho. Cayó al suelo, sobre el vientre, y patinó otros tres metros sobre el linóleo. Instantáneamente, se retorció para enfrentarse a su atacante, que había estado oculto detrás de una estantería de calcetines y ropa interior. El hombre, que se había puesto en la cabeza un casco rojo de jugador de rugby, se levantó y se abalanzó contra Josh, haciendo oscilar el bate, como si se dispusiera a terminar con el juego.

Josh encogió las rodillas hasta el pecho y luego las lanzó hacia arriba, alcanzando al maniaco con los dos pies en el estómago y levantándolo más de un metro en el aire. El hombre cayó sobre la rabadilla, y Josh se incorporó para patearle en la entrepierna como si tratara de conseguir un gol a cincuenta yardas de distancia. El hombre se contrajo, formando una temblorosa pelota, al tiempo que Josh tomaba el bate con la mano izquierda. De ese modo, aunque no tenía donde apoyarse, disponía al menos de un arma. Se volvió para seguir avanzando por el pasillo y se enfrentó a un cadavérico loco armado con un hacha y a otro bastardo con la cara pintada de azul que blandía un martillo.

«¡No hay forma de pasar!», se dijo Josh. Y se desvió hacia uno de los otros pasillos, intentando avanzar hacia el departamento de animales domésticos desde otro ángulo distinto. Tropezó con un maniquí femenino, y la cabeza de cabello moreno cayó de los hombros al suelo.

—¡Cuatro minutos, amigo Josh! —anunció la voz de lord Alvin por el megáfono.

Una figura armada con un cuchillo de carnicero que blandía en alto surgió de entre un montón de vestidos, interponiéndose en el camino de Josh. Al darse cuenta de que ya era tarde para detenerse, Josh se lanzó hacia él con los pies por delante, golpeándole y derribándolo contra el anaquel de donde colgaban los vestidos, que cayeron alrededor de ambos. El hombre golpeó con el cuchillo y falló, volvió a golpear y la hoja desgarró la tela. Josh se puso a horcajadas y se lanzó con el bate de béisbol contra la cabeza del tipo, golpeándolo una, dos, tres veces. El cuerpo se estremeció como si acabara de sufrir una descarga eléctrica.

De pronto, sintió un dolor punzante en la nuca. Se volvió a mirar y vio a uno de los locos, vestido con un mono, y sosteniendo una caña de pescar. El hilo estaba tenso entre ellos, y Josh se dio cuenta de que tenía un anzuelo clavado en la piel. El pescador lunático tiró de la caña como si estuviera pescando un valioso pez aguja, y el anzuelo desgarró la nuca de Josh, soltándose. La caña osciló de nuevo, con el anzuelo volando hacia la cara de Josh, pero él se agachó, y gateó por entre los vestidos, volviendo a ponerse de pie más adelante y reanudando la carrera hacia el departamento de animales domésticos.

—¡Quedan tres minutos, amigo Josh!

«¡No! —pensó Josh—. ¡No!». ¡El bastardo lo estaba engañando! ¡No podía haber transcurrido otro minuto en tan poco tiempo!

Saltó junto a un maniquí bien vestido en el departamento de ropa de caballero, pero, de repente, el maniquí cobró vida y se lanzó sobre su espalda, con los dedos buscándole los ojos. Siguió corriendo, mientras el hombre se sostenía, con las uñas sucias arañándole en las mejillas. Delante de él vio a un hombre negro, flaco y con el pecho desnudo. Llevaba un destornillador en una mano y la tapa de un cubo de basura en la otra.

Josh se lanzó a toda velocidad contra el asesino que lo esperaba y entonces, bruscamente, se detuvo, patinando sobre el suelo. Se inclinó todo lo que pudo y sacudió los hombros. El hombre que llevaba agarrado a la espalda salió lanzado por los aires, pero no alcanzó el objetivo al que había apuntado Josh. En lugar de estrellarse contra el hombre negro, como él había esperado, el lunático bien vestido pasó volando por encima de un mostrador lleno de camisetas de verano y se estrelló contra el suelo.

El hombre negro atacó, moviéndose como una pantera. Josh hizo oscilar el bate, pero allí estaba la tapadera del cubo de basura a modo de escudo. El destornillador se adelantó hacia el estómago de Josh, que se retorció, y el arma le pasó rozando las costillas. Lucharon a corta distancia, con Josh evitando desesperadamente los embates del destornillador y tratando en vano de propinarle un buen golpe con el bate. Mientras forcejeaban, Josh captó movimiento a ambos lados. Eran más locos que venían para matarlo. Sabía que estaría acabado si no lograba desembarazarse del que le estaba atacando, porque un hombre corpulento, con unas podaderas de jardín, se lanzaba ya contra él. Los dientes del negro le mordieron en la mejilla; Josh vio su boca y lanzó la rodilla, alcanzando al tipo en la entrepierna, como un cerdo grasiento. Cuando el tipo se dobló sobre sí mismo, le dio un golpe que le aplastó el rostro y le hizo saltar varios dientes. El hombre dio dos pasos tambaleantes y se derrumbó al suelo.

Josh continuó su marcha, jadeando entrecortadamente.

—¡Dos minutos! —gritó lord Alvin.

«¡Más rápido! —se dijo Josh, dándose prisa—. ¡Más rápido, maldita sea!». El departamento de animales domésticos estaba aún tan lejos, y el hijo de puta estaba acelerando el tiempo. «¡Protege a la niña! Tengo que proteg…».

Un maniaco, con la cara empolvada de blanco, se levantó desde detrás de un mostrador y le golpeó en el hombro izquierdo con una llave de desmontar neumáticos. Josh lanzó un grito de dolor y se tambaleó contra una vitrina de latas de aceite, sintiendo un profundo dolor desde el hombro hasta las puntas de los dedos. Había perdido el bate de béisbol, que había salido rodando por el pasillo, fuera de su alcance. El loco de la cara blanca volvió a atacarle blandiendo salvajemente la llave, que hacía oscilar de un lado a otro, mientras Josh trataba de evitarlo. El objeto golpeó junto a su cabeza, abriendo una de las latas, y luego ambos se encontraron luchando como dos animales, para matar o morir.

Josh le propinó un rodillazo en las costillas, haciéndolo retroceder, pero el hombre volvió a saltar sobre él. Rodaron sobre el suelo, entre aceite de motor, con el contrincante de Josh retorciéndose como una anguila. Y entonces, el hombre logró ponerse en pie y lanzarse contra Josh, con la llave de hierro levantada para descargar un golpe sobre su cabeza.

Pero los zapatos le resbalaron en el aceite y cayó de espaldas al suelo. Josh se montó inmediatamente sobre él sujetándole con una rodilla la mano que sostenía la llave, mientras que con la otra presionaba con toda su fuerza sobre el cuello. Levantó las dos manos y escuchó su propio rugido de furia al golpear con las cadenas, al mismo tiempo que seguía apretando con todo su peso sobre el cuello. Sintió que su rodilla se hundía en algo blando y la impronta escarlata de la cadena quedó marcada como un tatuaje sobre la distorsionada cara del tipo.

Josh se puso en pie rápidamente, jadeando en busca de aire. El hombre le producía un dolor insoportable, pero no podía detenerse a considerarlo. «¡Sigue corriendo! —se dijo—. ¡Muévete, estúpido!». Un martillo le pasó rozando la cabeza, chocando con estrépito contra una vitrina llena de tapacubos de coche. Resbaló y cayó de rodillas. Tenía sangre en la boca y se le deslizaba por la cara; los segundos seguían pasando. Pensó en la cucaracha que había visto en el suelo del cobertizo, superviviente de los insecticidas, las botas de los seres humanos y el holocausto nuclear. Si un bicho como aquel había tenido la voluntad de vivir, que lo condenaran si él no lo lograba.

Josh se levantó de nuevo. Corrió a lo largo del pasillo lateral, y vio a tres figuras más viniendo hacia él. Saltó por encima de un mostrador y echó a correr por otro pasillo. Dobló a la izquierda y se encontró en otro pasillo libre, alineado con menaje de cocina, cacharros y sartenes.

Y allá al fondo, al extremo del pasillo, vio a lord Alvin, observándolo desde su trono. En la pared, por detrás de él, había un cartel que decía: «Animales domésticos». Josh vio al enano saltando sobre el carrito de compra, y el rostro de Swan vuelto hacia él. Bebé Llorón estaba tan cerca, y sin embargo tan lejos.

—¡Un minuto! —anunció lord Alvin a través del megáfono.

«¡Lo he conseguido! —se dijo Josh sin dejar de avanzar—. ¡Dios santo, casi lo he conseguido! ¡No faltarán más de doce metros hasta la varita de zahorí!».

Se lanzó hacia adelante.

Pero escuchó un gruñido bajo y luego un chirrido agudo, y vio que el calvo de Neanderthal, armado con la sierra eléctrica, se plantaba en medio del pasillo para bloquearle el paso.

Josh se detuvo de pronto. El Neanderthal, con la calva orillándole bajo las luces, sonrió débilmente y lo esperó, con los dientes de la sierra eléctrica convertidos en una impresión borrosa de metal mortal.

Josh miró a su alrededor, buscando algún otro camino para acercarse. El departamento de menaje para el hogar estaba lleno de utensilios de cocina intactos, cristal y loza, a excepción de un ala que doblaba a la derecha, a unos tres metros de distancia… y tres locos guardaban aquella salida, armados con cuchillos y herramientas de jardinería. Se volvió, con la intención de retroceder, y a unos cinco metros de distancia vio al loco con la caña de pescar y al lunático de dientes verdosos con la escopeta. Observó que acudían más, tomando posiciones para contemplar el final del juego de la camisa de fuerza.

Sabía que su cabeza estaba en juego, pero no sólo la suya, sino la de Swan y la de Leona si no lograba llegar a la línea final. No había forma de pasar, excepto apartando al calvo de Neanderthal.

—¡Cuarenta segundos, mi querido Josh!

El calvo de Neanderthal hizo oscilar la sierra eléctrica en el aire, invitando a Josh a acercarse.

Josh estaba casi exhausto. Aquel tipo manejaba la sierra eléctrica con gran facilidad.

¿Había recorrido todo aquel camino para ir a morir en unos almacenes K-Mart, entre un montón de locos escapados del manicomio? Josh no sabía si echarse a reír o a llorar, así que sólo exclamó:

—¡Mierda!

Bien, decidió, si tenían que morir, al menos iba a hacer todo lo posible por llevarse por delante al calvo de Neanderthal. Josh se irguió en toda su altura, hinchó el pecho y expulsó una rugiente risotada.

El de Neanderthal también rio con una mueca.

—Treinta segundos —dijo lord Alvin.

Josh echó la cabeza hacia atrás, lanzó un grito de guerra con toda la fuerza de sus pulmones y cargó como un camión a toda velocidad.

El de Neanderthal se mantuvo firme en su puesto, separó las piernas y osciló la sierra eléctrica.

Pero, de pronto, Josh amagó una finta fuera del alcance del otro, la sierra eléctrica le pasó rozando la cara y se alejó hacia un lado. La caja torácica del otro hombre quedó así al descubierto y antes de que el calvo de Neanderthal pudiera hacer regresar la sierra, Josh le pateó en las costillas como si tratara de lanzar un balón a gran distancia.

La cara del hombre se contrajo de dolor y retrocedió unos pocos pasos, pero no cayó al suelo. Recuperó el equilibrio y luego se abalanzó hacia él, con la sierra eléctrica dirigida directamente contra la cabeza de Josh.

Josh no tuvo tiempo para pensar, sino sólo para actuar. Levantó los brazos para protegerse la cara. Vio que los dientes de la sierra golpeaban las cadenas que le sujetaban las muñecas, lanzando chispas. La vibración hizo que Josh y el de Neanderthal fueran despedidos en direcciones opuestas, a pesar de lo cual ninguno de los dos cayó al suelo.

—¡Veinte segundos! —rugió el megáfono.

El corazón le latía muy deprisa, pero se sentía extrañamente sereno. Se trataba de alcanzar la línea o no, y eso era todo. Se agachó y avanzó con cautela, confiando en engañar al otro hombre de algún modo. Y entonces el de Neanderthal saltó hacia adelante, con mayor rapidez de la que Josh hubiera esperado de un hombre tan corpulento, y la sierra metálica se lanzó contra su cráneo; inmediatamente, Josh empezó a saltar hacia atrás, pero aquel golpe había sido una finta. La bota derecha del calvo de Neanderthal se elevó y alcanzó a Josh en el estómago, haciéndole retroceder a lo largo del pasillo. Se estrelló contra el mostrador de cacerolas, sartenes y utensilios de cocina, que cayeron a su alrededor, con un estruendo de metal. «¡Rueda!», se dijo mentalmente, y al tiempo que se hacía a un lado, el de Neanderthal dejó caer la sierra allí donde él había estado, introduciéndola más de treinta centímetros en el suelo.

Rápidamente, Josh rodó hacia el otro lado y lanzó una patada hacia arriba, alcanzando a su contrincante justo por debajo de la mandíbula. El de Neanderthal se elevó en el aire y luego también él cayó sobre el menaje de cocina diseminado…, pero mantuvo la sierra bien sujeta y empezó a ponerse en pie al tiempo que la sangre empezaba a salirle de las dos comisuras de la boca.

Los demás aplaudieron y gritaron.

—¡Diez segundos!

Josh estuvo de rodillas antes de darse cuenta de lo que se había desparramado a su alrededor: no sólo cacerolas y sartenes, sino también un juego de cuchillos de cocina. Justo delante de él había uno cuya hoja debía de tener por lo menos veinte centímetros de largo. Agarró el mango con la mano izquierda, obligando a sus dedos a cerrarse sobre él con todo el poder de su voluntad, y el cuchillo fue suyo.

El de Neanderthal, con los ojos nublados por el dolor, escupió dientes y lo que pudo haber sido una parte de su lengua.

Josh se había levantado.

—¡Vamos! —gritó haciendo una finta con el cuchillo—. ¡Vamos, estúpido loco!

El otro hombre así lo hizo. Empezó a recorrer el pasillo hacia Josh, haciendo oscilar la sierra de un lado a otro, trazando un arco mortal.

Josh siguió retrocediendo. Miró rápidamente por encima del hombro, y vio al pescador loco y al que sostenía la escopeta a un metro y medio por detrás de él. En una fracción de segundo, se dio cuenta de que el de los dientes verdes sostenía la escopeta de una forma descuidada y casual. El llavero le colgaba del cinturón.

El de Neanderthal avanzaba con firmeza y cuando sonrió con una mueca, la sangre le salió a borbotones.

—¡Estás yendo en sentido contrario, amigo Josh! —dijo lord Alvin—. Pero eso ya no importa. ¡Se acabó el tiempo! Anda, ven a recibir tu premio.

—¡Y una mierda! —gritó Josh.

Y entonces dio la vuelta rápidamente, y con un movimiento centelleante hundió la hoja del cuchillo en el pecho del tipo de los dientes verdosos, justo por encima del corazón. En el mismo instante en que el loco abría la boca en un grito, Josh sujetó con la mano izquierda la escopeta y tiró de ella. El hombre cayó al suelo, rodeado de un gran charco de sangre.

El de Neanderthal cargó contra él.

Josh se volvió en lo que le pareció un movimiento de pesadilla a cámara lenta, al tiempo que se esforzaba por sujetar con firmeza la escopeta y llevar el dedo hacia el gatillo. El otro ya casi estaba sobre él y la sierra se acercaba con un sonido aterrador. Josh se apoyó el cañón de la escopeta contra el pecho, sintió la terrible brisa de la sierra, su dedo encontró el gatillo y lo apretó.

El calvo de Neanderthal estaba a un metro de distancia, con la sierra a punto de morder carne.

Pero en el instante siguiente un agujero del tamaño de un puño se abrió en su estómago y le voló media espalda. La fuerza del disparo sacudió a Josh y casi derribó al de Neanderthal. La sierra pasó junto a la cara de Josh y su peso arrastró al hombre muerto, que cayó, cubierto de sangre, sobre el pasillo.

—¡No es justo! —gritó lord Alvin levantándose del trono de un salto—. ¡No has jugado según las reglas!

El cadáver golpeó el suelo, sosteniendo aún la sierra, y los dientes de metal trazaron un círculo en el linóleo.

Josh vio que lord Alvin arrojaba a un lado el megáfono y buscaba algo entre sus ropas, sacando un cuchillo de caza de hoja curva, como una pequeña cimitarra. Lord Alvin se volvió hacia Swan y Leona.

Tras el disparo de la escopeta, los otros locos se habían puesto a cubierto. A Josh aún le quedaba un cartucho, y no se podía permitir el lujo de desperdiciarlo. Avanzó, saltó sobre el cuerpo que aún se convulsionaba y se lanzó hacia el departamento de animales domésticos, donde lord Alvin, con el rostro contorsionado por una mezcla de rabia y de lo que podría haber sido lástima, se arrodilló delante de Swan y la sujetó por la nuca con la mano libre.

—¡Muerte! ¡Muerte! —gritó Imp.

Swan miró el rostro de lord Alvin, y se dio cuenta de que estaba a punto de morir. Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero levantó la barbilla, en un gesto de desafío.

—Ya es hora de irse a dormir —susurró lord Alvin levantando la hoja curvada.

Josh resbaló en el suelo lleno de sangre y cayó, deslizándose contra un mostrador, a dos metros de la varita de zahorí. Gateó para levantarse, pero sabía que nunca lo conseguiría.

Lord Alvin sonrió, con dos lágrimas a punto de brotar de sus ojos lúgubres. La hoja curva estaba levantada, a punto de descender.

—Duerme —dijo.

Pero en ese momento una pequeña forma gris ya había saltado desde detrás de unos sacos de piensos para perro, y gruñendo como un lebrel del infierno, se lanzó contra la cara de lord Alvin.

El terrier mordió la delicada y delgada nariz de Alvin Mangrim, atravesó la carne y el cartílago y zarandeó hacia atrás la cabeza del hombre. Lord Alvin cayó de costado, aullando y gritando, y trató de apartar frenéticamente al animal. Pero el terrier se mantuvo firme.

Josh saltó sobre la varita de zahorí, y vio que Swan y Leona aún estaban con vida. También vio al terrier mordiéndole la nariz a lord Alvin y al demente moviendo los brazos, en uno de los cuales seguía sosteniendo el cuchillo curvo. Josh apuntó la escopeta hacia la cabeza de lord Alvin, pero no quería alcanzar al perro, y sabía que podría necesitar el cartucho. De repente, el terrier soltó a lord Alvin y se retiró con un trozo de carne ensangrentada entre los dientes, luego se plantó con firmeza y lanzó una descarga de ladridos.

Lord Alvin se sentó, con lo que le quedaba de la nariz colgándole de la cara y los ojos muy abiertos y conmocionados.

—¡Blasfemia! ¡Blasfemia! —gritó.

Se puso en pie de un salto y echó a correr, sin dejar de gritar, saliendo a toda prisa del departamento de animales domésticos. Cerca, Imp era el último de los súbditos de lord Alvin que aún quedaba; el enano lanzaba maldiciones contra Josh, quien se dirigió al carro de compra, lo hizo girar y lo envió volando a lo largo del pasillo. Imp lanzó un aullido durante el trayecto, antes de estrellarse, él y carro, contra unas grandes peceras.

Alvin Mangrim había dejado atrás su cuchillo, y Josh empleó un par de angustiosos minutos en cortar las cuerdas que sujetaban a Swan y Leona. En cuanto Swan se vio con las manos libres, rodeó el cuello de Josh con sus brazos y lo abrazó, con todo su cuerpo temblándole como si fuera azotado por un tornado. El terrier se acercó lo suficiente como para que Josh lo tocara y luego se sentó sobre sus patas traseras, con el hocico de color escarlata a causa de la sangre de lord Alvin. Por primera vez, Josh vio que el perro llevaba un collar antiparásitos y que en él había una pequeña placa metálica con un nombre grabado que decía: Killer.

Josh se arrodilló junto a Leona y la sacudió. Los párpados de la mujer se movieron, sin abrirse, con el rostro demacrado y una terrible hinchazón púrpura alrededor de la herida que tenía sobre el ojo izquierdo. Josh se dio cuenta de que sufría una contusión. O algo peor. Ella levantó una mano para tocar la pintura grasienta con la que habían embadurnado la cara de Josh. Entonces abrió los ojos, y sonrió débilmente.

—Has hecho bien —dijo.

Josh la ayudó a incorporarse. Tenían que salir de allí con rapidez. Él se sujetó la escopeta contra el vientre y empezó a caminar hacia el pasillo donde yacía el calvo de Neanderthal. Swan se hizo cargo de la varita de zahorí, tomó a Leona de la mano y tiró de ella, haciéndola avanzar como si fuera una sonámbula. Sin dejar de ladrar, Killer abrió la marcha.

Josh llegó junto al cuerpo del hombre de los dientes verdosos y tomó el manojo de llaves. Más tarde se ocuparía de averiguar cuál era la llave que abría el candado que sujetaba sus cadenas. Lo que tenían que hacer ahora era salir de aquel manicomio, antes de que lord Alvin reuniera a todos sus maniacos.

Mientras avanzaban por los almacenes K-Mart, percibieron movimientos furtivos a ambos lados del pasillo, pero los súbditos de lord Alvin no tenían ninguna iniciativa propia. Alguien les arrojó un zapato, y una pelota roja de goma salió botando hacia ellos, pero, por lo demás, llegaron hasta la puerta de salida sin el menor incidente.

Aún seguía cayendo una lluvia fría, y pocos segundos después de salir ya estaban empapados. Las farolas del aparcamiento lanzaban halos duros y amarillos sobre los coches abandonados. Josh sentía sobre él el peso del agotamiento. Encontraron su carretilla tumbada, con los suministros que no habían sido robados desparramados por el suelo. Sus bolsas y pertenencias también habían desaparecido, incluyendo la muñeca de Swan. La niña miró el suelo y vio algunas de las cartas del tarot de Leona, sobre el pavimento mojado, junto con restos rotos de su colección de bolas de cristal. Los súbditos de lord Alvin les habían dejado sin nada, a excepción de las ropas empapadas que se les pegaban a los cuerpos.

Swan volvió la mirada hacia el almacén K-Mart y se sintió horrorizada, como si una mano fría se le hubiera aplicado a una quemadura.

Estaban saliendo por las puertas. Eran diez u once figuras, dirigidas por una que iba vestida con una túnica de color púrpura que aleteaba alrededor de sus hombros. Algunos de ellos llevaban rifles.

—¡Josh! —gritó Swan.

Él siguió caminando, unos tres metros por delante de ella. La tormenta le había impedido escucharla.

—¡Josh! —volvió a gritar ella, y entonces recorrió a saltos la distancia que los separaba y le golpeó la espalda con Bebé Llorón.

Josh se revolvió de inmediato, con ojos doloridos… y entonces él también los vio. Estaban a treinta metros, y avanzaban zigzagueando entre los coches. Vio el destello de un disparo, y el parabrisas trasero de un Toyota explotó a espaldas de Josh.

—¡Abajo! —gritó arrastrando a Swan hacia el pavimento.

Tiró de Leona en el momento en que relampagueaba otro destello de fuego y otro parabrisas saltaba hecho añicos, pero para entonces Josh, Swan y Leona ya se habían acurrucado detrás de un Buick azul con dos ruedas pinchadas.

Las balas rebotaban y el cristal saltaba hecho añicos a su alrededor. Josh se puso en cuclillas, esperando a que los bastardos se acercaran más antes de disparar su último cartucho.

Una mano sujetó entonces el cañón de la escopeta.

Leona tenía la cara ojerosa y fatigada pero el calor de la vida brillaba en sus ojos. Sujetó la escopeta con firmeza, tratando de arrancársela. Josh se resistió, meneando la cabeza. Entonces, vio la sangre que brotaba de una de las comisuras de la boca de Leona.

Bajó la mirada. La herida de bala se encontraba justo por debajo del corazón.

Leona sonrió débilmente, y Josh apenas si comprendió lo que dijo por el movimiento de sus labios.

—Iros… —señaló con un gesto la parte más alejada del aparcamiento, azotado por la lluvia— ahora.

Josh ya se había dado cuenta de la mucha sangre que ella estaba perdiendo. Leona también lo sabía; lo reflejaba su rostro. No quiso soltar la escopeta y volvió a decir algo. Josh no pudo escucharla, pero creyó que debió de haber sido: «Protege a la niña».

La lluvia azotaba la cara de Josh. No había mucho que decir y, sin embargo, tanto…, pero ninguno de los dos podía escuchar al otro por encima del ruido de la tormenta, y las palabras eran débiles. Josh miró a Swan. La niña también había visto la herida. Levantó la mirada hacia Leona, luego a Josh y se dio cuenta de lo que se había decidido.

—¡No! —gritó—. ¡No os lo permitiré! —exclamó tomando a Leona por un brazo. El disparo de un arma de fuego hizo estallar la ventanilla lateral de una camioneta cercana. Más balas alcanzaron la puerta de la camioneta, volaron la rueda delantera y rebotaron en el volante.

Josh miró a los ojos de la mujer, y soltó la escopeta. Ella la atrajo hacia sí y puso el dedo en el gatillo. Luego, les indicó con un gesto que se marcharan. Swan se abrazó a ella. Leona tomó a Bebé Llorón y empujó la varita de zahorí con firmeza, apretándola contra el pecho de la niña. Después, decidida, se liberó el brazo de los dedos de Swan. La decisión estaba tomada. Ahora, los ojos de Leona empezaban a nublarse y el flujo de la sangre era rápido y fatal.

Josh la besó en la mejilla, la abrazó por unos segundos y luego le dijo a Swan:

—Sígueme.

Empezó a correr medio a gatas, medio inclinado entre los coches. No podía soportar el volver a mirar a Leona, pero recordaría cada una de las líneas de su rostro hasta que llegara su último día.

Leona recorrió con los dedos de una mano la cara de Swan, como si hubiera visto el rostro interior de la niña y lo tuviera guardado como un camafeo en su corazón. Luego, Swan vio que la mirada de la mujer se endurecía, preparándose para lo que la esperaba. No hubo nada más. Swan permaneció con ella todo lo que se atrevió, antes de seguir a Josh por entre el dédalo de vehículos.

Leona se incorporó hasta quedar agachada. El dolor que sentía por debajo de su corazón era apenas una punzada irritante en comparación con sus rodillas reumáticas. No tenía miedo. Había llegado el momento de dejar su cuerpo atrás, el momento de ver con claridad lo que sólo había entrevisto hasta entonces a través de un cristal oscuro.

Esperó un momento más y entonces se incorporó y salió desde detrás del Buick, de cara al almacén de K-Mart, como un pistolero en el Corral O.K.

Había cuatro de ellos de pie, a unos dos metros de distancia, y detrás había otros dos. No dispuso de tiempo para ver si el de la túnica púrpura se encontraba entre ellos; apuntó la escopeta hacia el centro del grupo y apretó el gatillo al mismo tiempo que dos de los dementes disparaban sus armas contra ella.

Josh y Swan abandonaron el refugio que les proporcionaban los coches y echaron a correr a través de la zona descubierta del aparcamiento. Swan casi miró hacia atrás, casi, aunque no lo hizo. Josh se tambaleó, a punto de caer por el agotamiento. Junto a ellos, el terrier mantenía el paso, con aspecto de rata empapada.

Swan se apartó la lluvia de los ojos. Percibió un movimiento por delante de ellos. Algo se les acercaba desde la tormenta. Josh también lo había visto, pero no sabía de qué se trataba, aunque pensó que si aquellos lunáticos los habían rodeado, estaban perdidos.

El caballo a rayas surgió de entre una oscilante cortina de lluvia, dirigiéndose directamente hacia ellos…, aunque no parecía tratarse del mismo animal. Este caballo parecía mucho más fuerte y, de algún modo, más valiente, con un lomo más recto y el cuello adelantado, con una actitud de coraje. Josh y Swan habrían jurado que los cascos de Mulo arrancaban una lluvia de chispas del pavimento.

El caballo se detuvo delante de ellos, dio media vuelta y se encabritó sobre las patas traseras. Al descender de nuevo al suelo, Josh sujetó el brazo de Swan con su mano libre y la subió sobre Mulo. No estaba muy seguro de saber qué era lo que le daba más miedo, si cabalgar sobre el caballo o enfrentarse a los locos, pero cuando miró a su alrededor vio unas figuras corriendo bajo la lluvia y tomó una rápida decisión.

Saltó detrás de Swan y golpeó los costados de Mulo con ambos talones. El caballo volvió a encabritarse y Josh vio que las figuras que les perseguían se detenían bruscamente. El que llevaba la túnica de color púrpura tenía empapado el largo cabello rubio y la nariz destrozada. Josh tuvo un segundo para intercambiar una mirada con lord Alvin, con el odio reflejado hasta en sus huesos, y pensó: «Algún día, hijo de puta, algún día lo pagarás».

Las armas de fuego dispararon. Mulo efectuó un giro y salió disparado del aparcamiento como si se tratara de ganar el derby de Kentucky. Killer les siguió trabajosamente a través de la tormenta.

Swan sujetó las crines de Mulo para guiar al animal, pero el caballo ya había decidido la dirección que debía tomar. Partieron a toda velocidad del almacén K-Mart, alejándose de la ciudad muerta de Matheson, a través de la lluvia, siguiendo una carretera que se extendía en la oscuridad.

Pero a la débil luz procedente del demencial almacén K-Mart vieron un cartel junto a la carretera en el que se podía leer: «BIENVENIDOS A NEBRASKA, EL ESTADO DEL MAÍZ». Pasaron junto a él como un torbellino, y Swan no estuvo muy segura de haberlo leído bien.

El viento le dio en el rostro y sostuvo a Bebé Llorón en una mano mientras sujetaba la crin de Mulo con la otra. Parecían estar abriendo un feroz camino en la oscuridad, dejando en su estela un destello de chispas procedentes de los cascos del caballo.

—¡Creo que ya no estamos en Kansas! —gritó Swan.

—¡Seguimos adelante! —replicó Josh.

Cabalgaron envueltos por la tormenta, dirigiéndose hacia un nuevo horizonte. Y un par de minutos después, el terrier apareció a su lado, avanzando a grandes saltos.