28

El sonido doloroso

Transcurrió el tiempo.

Josh juzgaba el paso del tiempo por el número de latas vacías que se iban acumulando en lo que consideraba como el basurero de la ciudad, la zona de uno de los rincones donde ambos hacían sus necesidades y arrojaban los desperdicios. Comían una lata de verduras cada dos días, y una de carne o de un producto cárnico en los días alternos. La mejor forma que tenía Josh de calcular el paso de un día era por medio de sus movimientos intestinales. Siempre había sido tan regular como un reloj. Así que las visitas al basurero de la ciudad y los montones de latas vacías le permitían una estimación razonable del tiempo, y ahora calculaba que llevaban en el sótano entre diecinueve y veintitrés días. Lo que quería decir que debían de estar entre el cinco y el trece de agosto. Desde luego, no había forma de saber cuánto tiempo estuvieron en el sótano hasta que empezaron a semiorganizarse, así que Josh creía que estaban más cerca del diecisiete, y eso significaría que había transcurrido un mes.

Había encontrado un paquete de baterías de linterna entre los restos, así que en ese aspecto estaban bien servidos. La luz le mostraba que ya había pasado el punto medio de su suministro de comida. Había llegado el momento de empezar a cavar. Al recoger el pico y la pala, escuchó a su ardilla dedicada felizmente a remover cosas entre las latas del basurero de la ciudad. El pequeño animal se entusiasmaba con las sobras de ellos dos, que no eran precisamente muchas, y lamía las latas, dejándolas tan limpias que hasta podía uno verse la cara reflejada en el fondo. Y eso era algo que Josh evitaba hacer a toda costa.

Swan estaba dormida, y respiraba serenamente en la oscuridad. La niña dormía mucho y Josh se imaginaba que eso era bueno. Estaba ahorrando su energía, hibernando, como un pequeño animal. Pero en cuanto Josh la despertaba, se levantaba instantáneamente, con la mirada clara y alerta. Él dormía a pocos pasos de distancia, y le extrañaba darse cuenta de lo mucho que se había acostumbrado al sonido de la respiración de la niña; habitualmente, era profundo y lento, el sonido del olvido, pero a veces era rápido y desigual, atrapada en los recuerdos, las pesadillas, el hundimiento en las realidades. Era ese sonido lo que despertaba a Josh de su propio sueño inquieto, y a menudo escuchaba a Swan llamar a su padre, o expresar un grito contenido de terror, como si algo la estuviera aguijoneando desde el paisaje desolado de las pesadillas.

Habían tenido mucho tiempo para hablar. Ella le había hablado de su madre y de sus «tíos», y de cómo había disfrutado plantando sus jardines. Josh le había preguntado por su padre y la niña le había contestado que era un músico de rock, pero sin ofrecerle más información.

Ella le había preguntado cómo se sentía al ser un gigante y él le contestó que sería un hombre rico si tuviera una moneda de un cuarto de dólar por cada vez que se había golpeado la cabeza contra el dintel de una puerta. También le resultaba difícil encontrar ropas lo bastante grandes, aunque no le comentó que ya había observado que su estómago se estaba volviendo fláccido. Además, los zapatos se los tenían que hacer especialmente. «Así que supongo que es bastante caro ser un gigante —dijo él—. Por lo demás, supongo que soy como todos los demás».

Al hablarle de Rose y de los niños, intentó con todas sus fuerzas que no se le quebrara la voz. Podía haber estado hablando de extraños, de personas a las que sólo conociera por fotografías que algún otro llevara en su cartera. Le habló a Swan de los tiempos en que había jugado al fútbol, de cómo se le había nombrado el jugador más valioso en tres partidos. También le dijo que la lucha libre profesional no era tan mala; se ganaba un dinero honesto y un hombre tan corpulento como él no podía hacer muchas más cosas de un modo legal. El mundo resultaba demasiado pequeño para los gigantes; construía puertas demasiado bajas, muebles demasiado frágiles, y no había un solo colchón que no se hundiera y crujiera cuando él se tendía a descansar.

Durante los ratos en que hablaban, Josh mantenía la linterna apagada. No deseaba ver el rostro lleno de ampollas de la niña ni su ralo cabello, y recordar lo bonita que le había parecido la primera vez que la vio; además, también quería evitar que ella viera su propia y repelente jeta.

Las cenizas de PawPaw Briggs estaban enterradas. No hablaban para nada de eso, pero la orden «Protege a la niña» permanecía en la mente de Josh como el sonido de una campana de metal.

Encendió la luz de la linterna. Swan estaba enroscada en su lugar habitual, durmiendo tranquilamente. Los fluidos secos de las ampollas reventadas daban un extraño brillo a su cara. Había trozos de piel que le colgaban de la frente y las mejillas como diminutas capas de pintura descascarillada, y por debajo de ellas la carne escarlata y desprotegida mostraba nuevas ampollas. La sacudió con suavidad en el hombro, y la niña abrió los ojos inmediatamente. Estaban inyectados en sangre, con los párpados gomosos y amarillentos y las pupilas contraídas hasta ser sólo pequeños puntos. Apartó la luz de ella.

—Ya es hora de levantarse. Vamos a empezar a excavar. —Ella asintió con un gesto y se sentó en el suelo—. Si trabajamos los dos, iremos más rápidos. Yo voy a empezar con el pico y mientras tanto tú irás retirando la tierra con la pala. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —asintió, y se puso sobre manos y rodillas para seguirlo.

Josh estaba a punto de dirigirse a gatas hacia el agujero de la ardilla cuando observó algo que no había visto hasta entonces a la luz de la linterna. Dirigió el haz hacia donde ella había estado durmiendo.

—¿Swan? ¿Qué es eso?

—¿Qué? —preguntó ella mirando en dirección de la luz.

Josh dejó a un lado el pico y la pala y se agachó más.

Allí donde Swan solía dormir vio cientos de diminutas hojas de hierba, del color de la esmeralda. Formaban una imagen perfecta del cuerpo acurrucado de la niña.

Tocó la hierba. Se dio cuenta entonces de que no era exactamente hierba, sino brotes de alguna clase. Diminutos brotes de…, ¿serían de maíz?

Iluminó la zona de alrededor. La suave e incipiente vegetación no crecía en ninguna otra parte, excepto en el lugar donde dormía Swan. Arrancó algunos de los brotes para examinar las raíces, y observó que Swan se encogía.

—¿Qué ocurre?

—No me gusta ese sonido.

—¿Sonido? ¿Qué sonido?

—Es un sonido de dolor —contestó ella.

Josh no comprendió de qué estaba hablando la niña y meneó la cabeza. Las raíces tenían aproximadamente unos cinco centímetros y eran delicados filamentos de vida. Evidentemente, habían estado creciendo allí desde hacía ya algún tiempo, pero él no comprendía cómo era posible que los brotes hubieran echado raíces en una tierra corrompida y sin una sola gota de agua. Era la única muestra de vida verde que había visto desde que se encontraran atrapados en el sótano. Pero tenía que haber alguna explicación sencilla; se imaginó que el torbellino había traído las semillas y que, de algún modo, habían echado raíces y empezado a crecer. Eso era todo.

«Muy bien —pensó—. Han echado raíces sin agua y han empezado a crecer sin un ápice de luz solar. Eso tiene tanto sentido como el hecho de que el cadáver de PawPaw se incendiara como una vela».

Dejó caer los brotes verdes sobre la tierra. Inmediatamente, Swan tomó un poco de tierra suelta, lo desmenuzó entre los dedos durante unos pocos segundos, con un interés resuelto, y cubrió con ella los brotes.

Josh se inclinó hacia atrás, llevando las rodillas hacia su pecho.

—Sólo crece allí donde tú te acuestas a dormir. Es bastante extraño, ¿no te parece? —Ella se encogió de hombros. Se dio cuenta de que Josh la observaba atentamente—. Has dicho que has escuchado un sonido. ¿Qué clase de sonido era? —La niña contestó con un nuevo encogimiento de hombros. No sabía cómo hablar de ello. Hasta entonces, nadie le había preguntado nunca esas cosas—. Yo no he escuchado nada —dijo Josh, volviendo a inclinarse sobre los brotes.

Ella le tomó la mano antes de que esta llegara hasta los brotes.

—Como ya te he dicho… es un sonido de dolor. No lo sé con exactitud.

—¿Se produjo cuando yo las arranqué?

—Sí.

«Señor —pensó Josh—, creo que ya estoy preparado para el manicomio». Mientras observaba la figura dibujada por el verde en la tierra, había estado pensando que había crecido allí porque el cuerpo de ella las había hecho crecer. Tenía que haber algo en su metabolismo químico que reaccionaba con la tierra. Parecía una idea insensata, pero lo cierto era que los brotes verdes estaban allí.

—¿Cómo es? ¿Cómo una voz?

—No, no es eso.

—Me gustaría que me hablaras de ello.

—¿De veras?

—Sí, de veras.

—Mi mamá me dijo que eran imaginaciones mías.

—¿Y lo son?

Ella vaciló un momento; finalmente, contestó con firmeza:

—No. —Sus dedos tocaron los brotes con delicadeza, acariciándolos apenas—. Una vez mi mamá me llevó a un club para escuchar la orquesta. Tío Warren tocaba la batería. Escuché un sonido que era como el de dolor, y le pregunté a ella qué lo había producido. Me contestó que era una guitarra eléctrica, de esas que se ponen en el regazo y se tocan. Pero en el sonido de dolor también hay otras cosas. —Le miró directamente a los ojos—. Como el viento. O como el silbido de un tren que llega desde muy lejos. O como el retumbar de la tormenta mucho antes de que se vean los relámpagos. Hay muchas cosas.

—¿Desde cuándo eres capaz de escuchar ese sonido?

—Desde que era pequeña.

Josh no pudo evitar una sonrisa. Swan la interpretó mal.

—¿Te estás riendo de mí?

—No. Quizá… Desearía poder escuchar un sonido así. ¿Sabes tú lo que es?

—Sí —contestó Swan—. Es el sonido de la muerte. —La sonrisa de Josh se desvaneció de inmediato. Swan recogió un poco de tierra entre los dedos, percibiendo su textura reseca y quebradiza—. Lo peor es en el verano. Es entonces cuando la gente saca los cortacéspedes.

—Pero… si sólo es hierba —dijo Josh.

—El sonido del dolor es diferente en el otoño —siguió diciendo ella como si no le hubiera escuchado—. Entonces es como un gran suspiro, y luego las hojas se caen. Más tarde, durante el invierno, el sonido del dolor se detiene y todo duerme. —Tomó pizcas de tierra de la palma de la mano y las mezcló con el resto—. Cuando vuelve el calor, el sol hace que las cosas piensen de nuevo en despertar.

—¿Piensen en despertar?

—Todo puede pensar y sentir, a su manera —replicó ella, mirándole. A Josh le pareció que aquellos ojos en su rostro joven eran muy viejos—. Los bichos, los pájaros, hasta la hierba…, todo tiene su propia forma de hablar y saber. Sólo depende de si una puede comprenderlo o no.

Josh lanzó un gruñido. Ella había dicho «bichos». Recordó la plaga de langostas que había cruzado por su Pontiac el día de la explosión. Jamás había pensado antes en las cosas de las que ella hablaba ahora, pero se dio cuenta de que había verdad en ellas. Las aves sabían que tenían que emigrar cuando cambiaba el reloj de las estaciones; las hormigas construían hormigueros en un frenesí de comunicación; las flores florecían y se marchitaban, pero el polen seguía viviendo, todo ello de acuerdo con un plan grandioso y misterioso que a él siempre le había parecido seguro. Era tan sencillo como el crecimiento de la hierba, y tan complejo como la luz de una luciérnaga.

—¿Cómo sabes tú todas esas cosas? —preguntó—. ¿Quién te las ha enseñado?

—Nadie. Yo sola he pensado en ellas.

Le habló de su primer jardín, que crecía en una caja de arena en el terreno de juego de la guardería infantil. Habían transcurrido años antes de que se diera cuenta de que sostener la tierra no hacía que todo el mundo sintiera un hormigueo y una sensación cosquilleante en las manos, o que no todo el mundo sabía por el zumbido de una abeja si esta deseaba picar o si sólo estaba investigando la oreja de una. Ella siempre lo había sabido, y eso era todo.

—¡Oh! —exclamó él observando cómo la niña frotaba la tierra entre sus manos. Las palmas de Swan se estremecían y las manos estaban calientes y húmedas. Volvió a mirar los brotes verdes—. Yo sólo soy un profesional de la lucha libre —dijo con voz muy tranquila—. Eso es todo. Quiero decir…, maldita sea, ¡no soy nadie! —«Protege a la niña», pensó. Protegerla, ¿de qué? ¿De quién? ¿Y por qué?—. ¡Qué demonios! —susurró—. ¿En qué lío me he metido?

—¿Qué? —preguntó ella.

—Nada. —Los ojos de ella volvían a ser los de una niña pequeña, y terminó de mezclar el resto de la tierra caliente con la que había en el suelo, alrededor de los brotes que él había arrancado—. Será mejor que empecemos a cavar. ¿Estás preparada?

—Sí.

Swan tomó la pala que él había dejado a un lado. La sensación cosquilleante y cálida fue desvaneciéndose lentamente. Pero él aún no estaba preparado, todavía no.

—Swan, escúchame un momento. Quiero ser muy honesto contigo, porque creo que puedes soportarlo. Vamos a intentar salir de aquí, pero eso no significa que podamos conseguirlo. Tendremos que excavar un túnel bastante ancho para pasar mi corpachón por él. Eso nos va a costar algún tiempo, y estoy seguro de que no será un trabajo fácil. Si el túnel se derrumba, tendremos que empezarlo de nuevo. Lo que te estoy diciendo, supongo, es que no estoy muy seguro de que podamos salir de aquí. No estoy nada seguro. ¿Lo comprendes? —Ella asintió con un gesto, en silencio—. Y una cosa más. Si… Cuando… salgamos, es posible que no nos guste lo que veamos. Es posible que todo haya cambiado ahí afuera. Puede ser como… despertar después de la peor pesadilla que puedas imaginar, y descubrir que la pesadilla se ha convertido en realidad a la luz del día. ¿Lo comprendes?

Swan volvió a asentir en silencio. Ella ya había pensando en lo que Josh le estaba diciendo, porque nadie había acudido a rescatarlos, como le había dicho su madre. Puso la expresión más adulta posible en su cara y esperó a que él decidiera su siguiente movimiento.

—Está bien —dijo finalmente Josh—. Empecemos a excavar.