«Protege a la niña»
Un chillido rasposo procedente de un rincón del sótano hizo que Josh extendiera una mano hacia su costado en busca de la linterna. La encendió. La débil bombilla emitió un haz de luz amarillenta y tenue que Josh dirigió hacia el rincón para intentar ver qué había allí.
—¿Qué es? —preguntó Swan, sentándose a pocos pasos de él.
—Creo que tenemos una rata. —Recorrió la zona con la luz y sólo vio un montón de maderos astillados, mazorcas de maíz y la protuberancia de tierra que marcaba el lugar donde había enterrado a Darleen Prescott. Rápidamente, apartó la luz de la tumba. La niña empezaba a despertar del todo—. Sí, creo que es una rata —decidió Josh—. Probablemente, tiene un nido oculto aquí abajo, en alguna parte. ¡Eh, señora rata! —gritó—. ¿Le importa si compartimos su sótano durante un tiempo?
—Suena como si estuviera herida.
—Probablemente piensa que nosotros también estamos bastante mal.
Mantuvo el haz de la linterna alejada de la niña; ya la había visto una vez a la débil luz, y había sido suficiente para él. Se le había quemado casi todo el hermoso cabello rubio, su rostro se había convertido en una masa enrojecida, llena de ampollas acuosas. Sus ojos, que él recordaba tan asombrosamente azules, estaban profundamente hundidos y eran de un gris nubloso. Era consciente de que la explosión también había deteriorado su propio aspecto; el reflejo de la luz había puesto de manifiesto la existencia de quemaduras grises que le cubrían las manos y los brazos. No se preocupó de averiguar más cosas. Iba a terminar por parecerse a una cebra, pero al menos ellos dos estaban con vida, y aunque no tenía medio de calcular cuánto tiempo había transcurrido desde la explosión, creía que ya llevaban cuatro o cinco días allá abajo. La comida ya no constituía ningún problema, y disponían también de gran cantidad de latas de zumos. El aire debía de entrar por alguna parte, aunque la atmósfera del sótano seguía siendo más bien escasa. Lo que más preocupaba a Josh era el hedor procedente de la letrina, pero por ahora no podía hacer nada al respecto. Tal vez más tarde pudiera imaginar un sistema sanitario más limpio, utilizando quizá las latas vacías que luego enterrarían en la tierra.
Algo se movió a la luz de la linterna.
—¡Mire! —dijo Swan—. ¡Allí!
Un pequeño animal quemado estaba subido sobre un diminuto montón de tierra. Movió la cabeza hacia Swan y Josh, volvió a lanzar un chillido y luego desapareció entre los escombros.
—¡Eso no es una rata! —exclamó Josh—. Es una…
—¡Es una ardilla! —terminó por decir Swan—. Antes había visto muchas, excavando cerca de donde estaban aparcados los tráilers.
—Una ardilla —repitió Josh.
Recordó la voz de PawPaw, hablando de «la ardilla está en el agujero».
A Swan le agradó ver que había otro ser vivo allí abajo, con ellos. Escuchó al animal husmeando entre los escombros, más allá de la luz y del montón de tierra donde… Dejó pasar aquel pensamiento porque no se sintió capaz de soportarlo. Pero su madre ya no sufría, y eso era bueno. Swan escuchó a la ardilla husmeando; estaba muy familiarizada con aquellos animales gracias a todos los agujeros que habían excavado en su jardín…
«Todos los agujeros que habían excavado», pensó.
—¿Josh? —preguntó Swan.
—¿Sí?
—Las ardillas excavan agujeros —dijo.
Josh sonrió débilmente ante lo que consideró tan sólo como la afirmación de una niña, pero luego se le congeló la sonrisa al darse cuenta de lo que ella intentaba hacerle comprender. Si una ardilla había logrado hacerse un nido aquí abajo, era muy posible que, en efecto, hubiera un agujero que condujera hacia el exterior. Quizá fuera por ahí por donde entraba el aire. A Josh se le aceleraron los latidos del corazón. Quizá PawPaw sabía que en alguna parte del sótano había un agujero hecho por una ardilla, y ese era el mensaje que había estado intentando comunicarles. El agujero hecho por una ardilla se podía ampliar para convertirlo en un túnel. «Tenemos pico y pala —pensó—. ¡Quizá podamos excavar un túnel y salir de aquí!».
Josh se arrastró hasta donde se encontraba el anciano.
—Eh, ¿puede escucharme? —preguntó tocándole el brazo a PawPaw. En cuanto lo hizo se dio cuenta de lo que había ocurrido—. Oh, Dios —susurró.
El cuerpo del viejo estaba frío. Tenía los brazos estirados a lo largo de los costados, muy rígidos. Josh alumbró la cara del cadáver y vio las quemaduras escarlatas que, como una extraña marca de nacimiento, le cruzaban las mejillas y la nariz. Las cuencas de los ojos tenían un color marrón oscuro y no eran más que agujeros abiertos. PawPaw llevaba muerto, al parecer, algunas horas. Josh extendió la mano para cerrarle los párpados, pero no había párpados que cerrar, puesto que también habían sido incinerados y se habían vaporizado.
La ardilla emitió otro chillido. Josh se apartó del cadáver y se arrastró hacia el lugar de donde provenía el sonido. Investigando entre los escombros con la luz, encontró a la ardilla lamiéndose las patas traseras quemadas. El animal se retiró bruscamente bajo un trozo de madera introducido en el rincón. Josh extendió la mano hacia allí, pero la madera estaba fuertemente hincada en la tierra. Con toda la paciencia que pudo, empezó a moverla para sacarla.
La ardilla chilló enojada ante la invasión. Lentamente, Josh logró liberar el trozo de madera astillada y lo apartó. La luz reveló la existencia de un pequeño agujero redondo en la pared de tierra, a unos siete centímetros por encima del suelo.
—¡Lo he encontrado! —gritó Josh. Se tumbó boca abajo e iluminó el agujero con la luz. Se extendía a una distancia de por lo menos un metro fuera del sótano, y luego giraba hacia la izquierda y continuaba más allá, fuera ya del alcance de la luz—. Esto tiene que llevar a la superficie.
Se sentía tan excitado como un niño en una mañana de Navidad y pudo introducir el puño en el interior del agujero. El terreno era duro y escabroso, quemado, incluso a esta profundidad, hasta haber alcanzado la solidez del asfalto. Excavarlo iba a resultar una tarea muy difícil, pero seguir la trayectoria del agujero facilitaría el trabajo.
Entonces se le ocurrió plantearse una pregunta: ¿deseaban salir del sótano con rapidez? La radiación podía matarles en el exterior. Sólo Dios sabía cómo sería el mundo del exterior. ¿Se atreverían a descubrirlo?
Josh percibió un ruido detrás de él. Era un sonido ronco y rasposo, como el de unos pulmones congestionados esforzándose por respirar.
—¿Josh?
Swan también había escuchado el ruido y eso hizo que los cabellos que aún le quedaban en la nuca se le erizaran; pocos segundos antes había percibido algo moviéndose en la oscuridad.
Josh se volvió y dirigió la luz hacia la niña. La pequeña tenía el rostro lleno de ampollas vuelto hacia la derecha. Una vez más, se escuchó aquel sonido horripilante y rasposo. Josh levantó la luz… y lo que vio le hizo sentirse como si una mano helada le hubiera agarrado al cuello.
El cadáver de PawPaw se estremecía, y aquel ruido horrible emanaba de él. «Todavía está vivo —pensó Josh con incredulidad, y en seguida se dijo—: No, no, ¡estaba muerto cuando yo lo toqué! ¡Estaba muerto!».
El cadáver se sacudió. Lentamente, con los brazos todavía rígidos a lo largo de los costados, el hombre muerto empezó a incorporarse. Su cabeza empezó a girar, centímetro a centímetro, como un autómata de relojería, hacia Josh Hutchins, con los huecos de las cuencas de sus ojos buscando la luz. El rostro quemado se estremeció y la boca se tensó para abrirse…, y Josh pensó que si aquellos labios muertos se abrían él perdería allí mismo el poco valor que le quedara.
Y con un siseo y un estertor de aire, la boca se abrió.
Y de ella surgió una voz que sonó como una ráfaga de viento a través de raíces resecas. Al principio, fue un sonido ininteligible, tenue y distante, pero fue adquiriendo más y más fuerza, y dijo:
—Pro… tege…
Las cuencas de los ojos estaban vueltas hacia el haz de luz, como si aún tuviera globos oculares con los que ver.
—Protege… —repitió la terrible voz.
La boca de labios grisáceos pareció tensarse en un esfuerzo supremo por formar palabras. Josh retrocedió asustado, y el cadáver dijo:
—Protege… a la… niña.
Se produjo luego un sereno estertor de aire y las cuencas de los ojos del cadáver se incendiaron. Josh estaba como hipnotizado, y escuchó a Swan emitir un suave y atónito «¡Oh!». La cabeza del cadáver estalló en una bola de fuego y el fuego se extendió y envolvió todo su cuerpo con una contorsionada llamarada azul rojiza. Una intensa oleada de calor lamió el rostro de Josh, que levantó un brazo para protegerse los ojos; al volverlo a bajar, vio que el cadáver se disolvía en el centro de su feroz sudario. El cuerpo permaneció sentado, ahora inmóvil, totalmente envuelto en fuego.
El fuego se mantuvo durante unos treinta segundos más y luego empezó a parpadear; y lo último que se apagó fueron las suelas de los zapatos de PawPaw.
Pero lo que quedó era como una ceniza blanca con forma de ser humano sentado.
El fuego se apagó del todo y la figura de ceniza se derrumbó; era todo ceniza, hasta los huesos. Al derrumbarse, formó un montón en el suelo, y lo que quedaba de PawPaw Briggs se podía recoger con una pala.
Josh contempló la escena absorto. La ceniza se desplazó perezosamente a través de la luz. «¡Me estoy volviendo chaveta! —pensó—. ¡Todos estos golpes van a poder conmigo!».
Detrás de él, Swan se mordió el labio inferior y se esforzó por contener unas lágrimas de terror. «No lloraré —se dijo a sí misma—. Ya no lloraré más». Logró contener la urgencia de sollozar y desplazó la mirada hacia el gigante negro.
«Protege a la niña». Josh lo había escuchado. ¡Pero si PawPaw Briggs estaba muerto! «Protege a la niña». A Sue Wanda. A Swan. Lo que hubiera hablado a través de los labios del hombre muerto, ahora había desaparecido. Josh y Swan volvían a estar solos.
Él creía en milagros, pero en los de la versión bíblica, en la partición del mar Rojo, en el agua convertida en vino, en la alimentación de una muchedumbre a partir de una sola cesta de panes y peces; hasta este momento, había creído que la era de los milagros ya había pasado. Pero quizá había sido un pequeño milagro que hubieran encontrado esta pequeña tienda perdida en el campo. Indudablemente, era un milagro que todavía estuvieran con vida, y un cadáver capaz de sentarse y hablar no era cosa que se viera todos los días.
Por detrás de él, la ardilla hurgó en la tierra. «Huele la comida que rezuma de las latas», pensó. Quizá el agujero de aquella ardilla fuera también un pequeño milagro. No podía dejar de mirar el montón de cenizas blancas, y escucharía aquella voz cavernosa durante el resto de sus días…, por muy largos que pudieran ser.
—¿Estás bien? —le preguntó a Swan.
—Sí —contestó la niña, con una voz apenas audible.
Josh asintió con un gesto. Si algo que existía más allá de su comprensión quería que él protegiera a la niña, entonces la iba a proteger condenadamente bien. Al cabo de un rato, una vez se hubo recuperado, se arrastró hacia donde estaba la pala y luego apagó la linterna para dejarla descansar. En la oscuridad, cubrió las cenizas de PawPaw Briggs con la tierra del campo de maíz.