21

La luz más maravillosa

—Agua…, por favor… Deme un poco de agua…

Josh abrió los ojos. La voz de Darleen sonaba cada vez más débil. Se sentó y se arrastró hacia donde estaban apiladas todas las latas que había descubierto. Las había por docenas, muchas de ellas abiertas y filtrando su contenido, que parecía hallarse en buenas condiciones. Su última comida había estado compuesta por guisantes hervidos, regados con zumo V-8, y la tarea de abrir la lata se había visto facilitada por el destornillador que había descubierto. De entre los escombros también había extraído una pala con la hoja rota, junto con un pico y otras piezas caídas de las estanterías de la tienda. Josh lo había acumulado todo en un rincón, organizando las herramientas, las latas grandes y pequeñas, trabajando con la concentración tozuda de una manada de ratas.

Encontró la V-8 y se arrastró hacia Darleen. El ejercicio le dejaba sudoroso y agotado, y el hedor de la letrina que había excavado en el extremo más alejado del sótano tampoco ayudaba a hacer más soportable el escaso aire.

Extendió la mano en la oscuridad y tocó el brazo de Swan. Ella sostenía la cabeza de su madre.

—Aquí.

Acercó la lata a la boca de Darleen, que bebió ruidosamente por un momento y luego apartó la lata.

—Agua —rogó—. Por favor…, algo de agua…

—Lo siento, pero no hay agua.

—Mierda —exclamó—. Me estoy quemando por dentro.

Con mucha suavidad, Josh le colocó una mano sobre la frente. Fue como si hubiera tocado una parrilla. Estaba mucho peor que la fiebre que él mismo tenía. Algo más lejos, PawPaw seguía resistiendo y balbuceaba intermitentemente acerca de las ardillas, las llaves del camión que no encontraba y una mujer llamada Goldie.

—Blakeman —gimió Darleen—. Tenemos que… llegar a Blakeman. ¿Swan? Cariño, no te preocupes. Llegaremos.

—Sí, mamá —contestó Swan con serenidad, y Josh lo percibió en la voz de la niña: sabía que su madre se estaba muriendo.

—Pronto acudirán a sacarnos de aquí. Y entonces seguiremos nuestro camino. ¡Señor, veo ahora mismo la cara de mi padre! —Se echó a reír y sus pulmones emitieron un gorgoteo—. ¡Oh, se le van a saltar los ojos de la cara!

—Se alegrará mucho de vernos, ¿verdad? —preguntó Swan.

—¡Claro que sí! Maldita sea, desearía…, ¡que vinieran a sacarnos de aquí! ¿Cuándo van a venir?

—Muy pronto, mamá.

«Esa niña ha envejecido diez años desde la explosión», pensó Josh.

—Tuve… un sueño sobre Blakeman —dijo Darleen—. Tú y yo estábamos… andando y pude ver la vieja casa…, justo frente a nosotras, en medio del campo. Y el sol… brillaba tan fuerte. Oh, hacía un día muy bonito. Y miré hacia la casa y vi a mi padre de pie en el porche…, y me estaba haciendo señas para que me acercara. Él ya no… me odiaba. Y de repente… mi madre salió de la casa y se colocó en el porche, junto a él… y se tomaron de las manos. Y ella me llamó: «¡Darleen! ¡Darleen! ¡Te estamos esperando, muchacha! ¡Regresa a casa ahora mismo!». —Permaneció un momento en silencio, en el que tan sólo se escuchaba el sonido húmedo de su respiración—. Nosotras… empezamos a cruzar el campo. Pero mamá dijo: «¡No, cariño! Sólo tú. Sólo tú. La niña pequeña no. Sólo tú». Pero yo no quería cruzar el campo si no era en compañía de mi ángel, y tuve miedo. Entonces mamá me dijo: «La pequeña tiene que continuar. Tiene que seguir un largo, muy largo camino». Oh, yo quería… cruzar ese campo… Lo quería, pero… no podía. —Encontró la mano de Swan en la oscuridad—. Quiero regresar a casa, cariño.

—Todo está bien —le susurró la pequeña, y echó hacia atrás los mechones húmedos de sudor que aún le quedaban a su madre—. Te quiero, mamá. Te quiero mucho.

—Oh, yo… he liado las cosas. —Un sollozo brotó de la garganta de Darleen—. He echado a perder… todo lo que he tocado. Oh, Dios… ¿quién va a cuidar de mi ángel? Tengo miedo… Tengo tanto miedo…

Empezó a sollozar entrecortadamente, y Swan le acunó la cabeza, susurrándole:

—Ssssh, mamá. Yo estoy aquí. Estoy a tu lado.

Josh se alejó a rastras de ellas. Encontró su rincón y se acurrucó en él, como tratando de escapar.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido…, quizá horas, cuando escuchó un sonido cerca de él. Se sentó.

—¿Señor? —la voz de Swan sonó débil y herida a su lado—. Creo que… mi mamá se ha marchado a casa.

Y entonces la niña ya no pudo contenerse por más tiempo y empezó a llorar y gemir al mismo tiempo.

Josh la rodeó con los brazos, y ella se agarró a su cuello y lloró. Percibía los latidos del corazón de la niña, y hubiera querido ponerse a gritar de rabia, y si hubiera tenido a su alcance a alguno de aquellos orgullosos estúpidos que habían apretado aquellos botones, habría sido capaz de romperles la nuca como si fueran cerillas de madera. La mente de Josh se sentía acosada por la idea de cuántos millones podría haber allá afuera, todos muertos, como si tratara de calcular el tamaño del universo, o cuántos miles de millones de estrellas brillaban en los cielos. Pero en estos momentos sólo estaba esta niña pequeña, que sollozaba entre sus brazos, y que ya nunca podría ver el mundo tal y como había sido antes. Al margen de lo que les sucediera, ella quedaría marcada para siempre por este momento…, y Josh sabía que a él le ocurriría lo mismo. Porque una cosa era saber que allá afuera podía haber millones de muertos sin rostro, y otra cosa muy distinta era saber que una mujer que respiraba y hablaba, y que se llamaba Darleen, estaba ahora muerta en medio de los escombros, a menos de tres metros de distancia.

Y tendría que enterrarla entre aquellos mismos escombros. Tendría que utilizar el pico y la pala rota para cavar la tumba debajo de sus rodillas. Tendría que enterrarla muy profundamente, para no tropezarse con ella al arrastrarse en la oscuridad.

Sintió las lágrimas de la niña en su hombro y cuando levantó la mano para acariciarle el cabello, sus dedos encontraron ampollas y mechones quemados.

Y en ese momento le rogó a Dios que si tenían que morir, la niña muriera antes que él, para que no se quedara sola, rodeada por los muertos.

Swan dejó de llorar poco a poco; emitió un último sollozo y se apoyó sobre el hombro de Josh.

—¿Swan? Quiero que te quedes sentada aquí y que no te muevas durante un rato. ¿Harás lo que te digo?

Ella no contestó. Finalmente, su cabeza asintió con un gesto que él percibió sobre el hombro.

Josh la apartó a un lado y tomó el pico y la pala. Decidió excavar el agujero en un lugar lo más alejado posible del rincón donde se encontraba Swan, y empezó a apartar un montón de mazorcas, cristales rotos y madera astillada.

Su mano derecha tropezó entonces con algo metálico enterrado entre los escombros. Al principio, pensó que sólo era otra lata que podría añadir a las que ya tenía almacenadas. Pero esta era diferente. Se trataba de un pequeño cilindro. Lo tomó con las dos manos y lo recorrió con los dedos.

Se dio cuenta de que no era una lata. «No es una lata. Dios mío… ¡Oh, Jesús!».

Era una linterna y tenía el peso suficiente como para pensar que también contenía baterías.

Encontró con el dedo gordo el interruptor de encendido y apagado. Pero no se atrevió a apretarlo aún. No hasta que hubo cerrado los ojos y susurrado para sí mismo: «Por favor, por favor. Que funcione. Por favor».

Aspiró aire profundamente y apretó el pequeño interruptor.

No se produjo ningún cambio. No tuvo ninguna sensación de luz atravesándole los párpados cerrados.

Josh abrió los ojos y se encontró mirando en la oscuridad. La linterna estaba estropeada.

Por un momento, creyó que estallaría en una risotada, pero entonces su rostro se contorsionó con una expresión de cólera.

—¡Maldita sea tu estampa! —gritó.

Levantó el brazo para estrellar la linterna contra la pared.

Y cuando la linterna se agitó un instante antes de que él la lanzara, un débil rayo amarillento surgió de su bombilla, pero a Josh le pareció la luz más poderosa y maravillosa de la creación. La luz le cegó apenas un momento y luego parpadeó y se apagó. La agitó con furia; aquella luz hacía un juego impío, apagándose y encendiéndose una y otra y otra vez. Entonces, Josh introdujo dos dedos a través de la cubierta de plástico rota, hasta alcanzar la diminuta bombilla. Cuidadosamente, temblándole los dedos, hizo girar la bombilla con suavidad.

Y esta vez la luz permaneció encendida. Era una luz débil y turbia, sí…, pero era una luz.

Josh inclinó la cabeza y se echó a llorar.