El Natalia Goncharova era un yate registrado en las islas Caimán. El Natalia Goncharova que tenían que encontrar era un petrolero de Kaliningrado.
El puerto comerciaba en grano y carbón, pero sobre todo en petróleo, un lodo viscoso para uso doméstico y diésel para exportar. Cada barco era enorme comparado con su embarcación, cada sonido producía un eco, cada cuerda que se aflojaba con la marea tenía razón de crujir.
Arkady leyó a la luz de la linterna el nombre de cada buque que pasaba. Algunos estaban casi abandonados, otros, listos para zarpar. Comprendía que para Maxim era solo una pausa y, a menos que encontraran a Simio Beledon y sus socios, Maxim continuaría donde lo había dejado.
Finalmente, vieron luces en un barco delante de ellos y el Natalia Goncharova apareció entre la niebla. Quien lo había bautizado tenía sentido del humor. En lugar del elegante yate de Grisha, ese Natalia era un vapor volandero, un buque cisterna de cabotaje con el casco cubierto de neumáticos En el aire flotaba un ambiente de felicitación mutua. Aunque Arkady no podía distinguir lo que se estaba diciendo, la risa de Alexéi era inconfundible. Arkady miró a Maxim, quien subió tras él por una escalera oxidada hasta cubierta.
La cubierta del buque cisterna era un intrincado laberinto de cuerdas y válvulas diversas. Había una mesa y cubos de hielo con botellas de champán junto a la caseta de cubierta.
Arkady reconoció a Abdul, los Shagelman, Simio y sus dos hijos. Abdul iba elegantemente vestido de negro, como si condujera un Porsche los días laborables y un buque cisterna los fines de semana. Los Shagelman parecían dos ancianos que se habían quedado despiertos hasta tarde. Arkady no podía poner nombres al círculo de viceministros y oficiales de la Armada reunidos en torno a la mesa, pero conocía a los de su calaña. Un par de hombres de negocios chinos de etiqueta jugaban a ser invisibles. Todos se quedaron petrificados cuando Arkady y Maxim subieron a cubierta.
Alexéi se recuperó con la agilidad y la frialdad de un crupier.
—Supongo que esto significa que tus amigos han descifrado la libreta. No importa. Como veis, todo sigue adelante.
Los guardaespaldas que se habían apostado a una distancia respetuosa llegaron corriendo desde la dársena. Simio les hizo una seña para que frenaran. En la libreta, Grisha había sido el primero entre iguales, el hombre del sombrero de copa con una raya debajo. Ese título habría pasado a Simio por veteranía.
Arkady se dio cuenta de que Alexéi deseaba que dispararan a él y a Maxim allí donde estaban. Sin embargo, al menos por el momento, eso podría parecer una ruptura de las buenas maneras. Un poco prepotente. Prematuro. Con sus muñecas peludas y cejas unidas, Simio podía parecer primitivo y encorvado por la edad, pero insistía en las buenas maneras. Los altos cargos de la Armada, esperando a que les dieran pie, mantuvieron las copas de champán a media asta, preparados para levantarlas en cuanto terminara esa pequeña interrupción. Era una ceremonia sencilla. Sin caviar. Casi como poner la primera piedra de una nueva empresa.
—Bienvenidos —dijo Simio. Se saltó las presentaciones, salvo para añadir—: Y este tiene que ser el famoso poeta Maxim Dal.
Maxim se sentía halagado. ¿Qué mayor reconocimiento que un saludo con la cabeza de un criminal legendario?
—¿Cree que podría escribir un poema sobre esto? Obviamente, no puede escribir con una pistola en la mano. Mire, esto es una reunión amistosa de amigos de muchos lugares. Deme eso. De todos modos es solo una pistolita. Por favor. —Simio cogió la pistola.
—Yo me ocuparé de ellos —dijo Alexéi.
—¿Por qué? No estamos haciendo nada ilegal —dijo Simio.
—Conocen Ámbar de Curlandia —dijo Alexéi en un susurro fingido para ayudar al viejo.
—Qué importa.
—La libreta que dejó atrás su intérprete no era tan imposible de descifrar como la gente pensaba —dijo Arkady—. Sabemos que un submarino nuclear ruso que no pasó las pruebas en el mar va a ser reacondicionado en China.
—Sí. Se llama externalización —dijo Simio.
—Y sabemos que ustedes y sus colegas del Ministerio de Defensa y el Kremlin se llevarán la mitad del dinero del reacondicionamiento. Eso es un robo.
—Costes de negocios. Completamente normal. La administración de una tarea de esta magnitud suele suponer el cincuenta por ciento del presupuesto. ¿Algo más? —preguntó Simio.
—Asesinato.
Señales de ansiedad empezaron a aparecer entre los invitados. No se habían hecho presentaciones, pero Arkady los había visto a ellos y a los de su especie en fotos de periódico, en posición de firmes o tocados con gorras militares. Los dos caballeros chinos intercambiaron miradas significativas.
—Es mentira —dijo Alexéi.
Arkady negó con la cabeza y dijo:
—La cuestión es «¿quién?».
—Eso es verdad —dijo Simio—, pero, investigador Renko, está jugando a un juego peligroso. Mis socios en Ámbar de Curlandia ya han invertido tiempo y dinero.
—¿Tiene grandes expectativas?
—No lo niego.
Era bueno, pero no suficiente, pensó Arkady. Necesitaba un reconocimiento claro de un crimen grabado en cinta.
—¿Y si el Kaliningrado se convierte en otro Kursk? Eso sería un desastre para ustedes y para el Kremlin.
—Ocurren accidentes.
—Pero están aumentando las posibilidades cuando un submarino nuclear es construido por ladrones a bajo coste. La contrapartida, como dicen, sería enorme.
—Hay un riesgo.
—¿Grisha lo habría corrido?
—Grisha corría riesgos —dijo Abdul.
—Ahora está muerto. —Arkady se volvió hacia Simio—. ¿No me aconsejó una vez que me preguntara de quién era el buey?
—Las circunstancias son diferentes. En Moscú, era un hombre con autoridad. Ahora está lejos de casa.
Una vez más, estaba bien tenerlo grabado, pero no bastaba.
—No voy a seguir escuchando estas chorradas —dijo Alexéi—. ¿Qué estamos esperando?
Se habían planteado dudas. En los ojos de los visitantes del Astillero del Amanecer Rojo, Arkady casi podía ver las cuentas de sus ábacos deslizándose en una pila, calculando los riesgos de un lado y de otro. Isaac Shagelman miró a su mujer Valentina para tomar una decisión, como si se tratara de sacrificar a un perro. Ella miró la escalera del barco y ahogó un grito.
Tatiana apareció como por ensalmo, brillando por el agua que goteaba de su cuerpo. Saltó a la cubierta, pero lo mismo podría haber aterrizado como una valquiria. Había venido en la segunda barca y tenía que haber nadado para recoger los remos. Arkady pensó que debería haberlo previsto. Ella le había advertido que no era la clase de mujer que se perdía la diversión.
—No es tan sencillo —dijo Tatiana.
—Nos hiciste creer que Tatiana Petrova estaba muerta —le dijo Simio a Alexéi.
—Fue a mi hermana a la que mató Alexéi —dijo Tatiana.
—Y tus hijos acribillaron el Zil de Maxim —añadió Arkady—. Resulta que Maxim y yo estábamos dentro en ese momento. Les gusta jugar a Scarface. ¿Lo hicieron por órdenes tuyas o aceptan órdenes de otra persona?
Simio negó con la cabeza.
—Nunca haría eso con un coche clásico.
—No importa quién lo ordenó —dijo Alexéi—. Nuestro plan sigue siendo bueno.
—Tú no formabas parte del plan cuando tu padre estaba vivo —dijo Arkady.
—He estado observándole durante años —le dijo Tatiana a Simio—. He estado siguiendo su corrupción del Estado.
—Y yo he leído sus artículos —dijo Simio—. Son muy buenos, pero están todos en pasado.
—Ámbar de Curlandia no es el pasado. Ni construir una trampa mortal en un submarino nuclear. Lo publicaremos y si trata de detenernos nos veremos en los tribunales.
—Entonces, ¿qué? —dijo Alexéi—. Compraremos al tribunal. Compraremos al Kremlin si hace falta.
—¿No estás olvidando algo? —dijo Arkady—. ¿Quién mató a Grisha?
La cubierta era como un tablero de ajedrez, pensó Arkady, salvo que todas las piezas se estaban moviendo al mismo tiempo. Los socios del Ministerio bajaron las copas y se pusieron de puntillas. Los chinos ya no jugaban a ser invisibles; se habían marchado.
Simio se volvió hacia Maxim.
—Me gustó su poema.
—¿Qué?
—El poema. Hace años. T es de tonto.
—Sí. —Maxim tuvo que reírse.
—No lo recuerdo entero. Algo como T es de tonto, el hombre que regresa a casa pronto y se encuentra sustituido. Otro hombre está en su cama, doblado como una navaja en torno a su mujer. ¿Decía algo así?
—Se parece mucho.
—Nunca pude superar la imagen de la navaja. ¿Diría que el poema es sobre la traición?
—Me inspiraron.
—No me cuesta creerlo. A todos nos traicionan en un momento u otro y nunca lo olvidamos. —Simio preguntó a Arkady—: Scarface, ¿eh?
—Eso me temo.
—Renko —dijo el viejo—, ¿recuerda lo que hablamos de Grisha? No podíamos comprender cómo dejó que su asesino se acercara. Hay una palabra para eso. Es muy fuerte.
—Parricidio.
Simio susurró y señaló a sus hijos.
—Dejas que un chico se salga con la suya y alientas a los demás.
Tatiana estaba en su propio mundo. Apuntó a Alexéi con una pistola y preguntó:
—¿Recuerdas a mi hermana?
Era su momento, pero el gatillo de una pistola de fabricación barata era rígido y se atascaba con facilidad. Así que Alexéi disparó antes. Maxim, que un momento antes tenía aspecto desorientado, se interpuso y recibió un balazo en el hombro. Simio disparó. La cabeza de Alexéi se abrió como una campana rajada. Cayó de bruces y Simio se colocó encima de él y le disparó dos veces en la espalda.
—Rusos locos —exclamó Abdul. El Lobo del Cáucaso corrió hacia la pasarela y los Shagelman se apresuraron a seguirlo.
Simio dirigió la pistola hacia Arkady.
—¿Por qué no debería dispararle también a usted?
—Porque seguimos grabando. —Con exagerado cuidado, Arkady sacó su teléfono móvil.
—¿Ah sí? Bueno, puede que sí y puede que no. —Después de considerarlo, Simio bajó la pistola—. Hasta ahora, de lo único que pueden acusarnos es de salvar sus miserables vidas. Salgan de aquí. La próxima vez puede que no tengan tanta suerte. En ocasiones es más importante enseñar a mis hijos una lección que ganar otros cien millones de dólares. Guardaremos el champán para otro día.
Cuando Maxim pugnó por incorporarse sobre los codos, Simio puso su pistola en las manos del poeta.
—Felicitaciones. A juzgar por las pruebas, acaba de matar a su primer hombre. Ahora tiene algo de lo que escribir.