31

Maxim lo sabía. Supo en cuanto Arkady y Tatiana entraron en su apartamento que la situación había cambiado. Había pasado de pretendiente a descalificado. Todos los riesgos que había corrido eran fichas sin ningún valor. Era un poeta sin palabras.

—Lo siento —dijo Tatiana, aunque no quería decirlo.

En realidad no lo sentía, pensó Maxim.

—Ya han estado aquí. Los hombres de Alexéi y la policía.

—Bien, quizá no volverán tan pronto —dijo Arkady.

—¿Cómo está su chico Zhenia? —preguntó Maxim—. ¿Todavía no ha descifrado la libreta?

—La mayor parte. El qué y el dónde. Pero no exactamente el cuándo. Creemos que habrá otra reunión.

—Todo este alboroto por una libreta de símbolos incomprensibles. Esto merece una copa, lástima que no tengo ninguna botella en la casa. —Maxim se asomó en un mueble bar vacío—. ¿Y harán la reunión sin Grisha?

—Sigue siendo un buen plan —dijo Tatiana—. El Ministerio de Defensa proporciona dos mil millones de dólares para reacondicionar un submarino. La mitad será para el astillero que hará el trabajo. Ámbar de Curlandia se quedará la otra mitad y la repartirá como un pastel de boda. Todo el mundo tiene una parte. Amigos en el Kremlin, el Ministerio de Defensa, los bancos y las mafias. Ese era el genio de Grisha. Era generoso además de ingenioso.

—Así que es una estafa más —dijo Maxim—. ¿Qué es tan inusual en eso?

—En realidad, es una reparación china de un submarino nuclear ruso prácticamente nuevo, el Kaliningrado —dijo Tatiana—. Es nuevo, pero en tan mal estado que nunca ha entrado en servicio. Así que ahora van a arreglarlo en la barata China.

Maxim se encogió de hombros.

—«Made in China». ¿Qué no está hecho en China hoy en día?

—Esto es diferente. Si se ahorra tanto dinero, el Kaliningrado podría ser un desastre de la escala del Kursk. En ese caso, la opinión pública no lo soportaría. Si algo puede hacer caer a estos sinvergüenzas es una cosa así.

—Siéntate, por favor —dijo Maxim—. Me disculpo por los montones de ropa. La gente creativa es desordenada. He de tener algo para beber aquí. Debería ser mejor anfitrión. ¿Té? ¿Café?

Maxim entró y salió de la cocina buscando copas limpias. En el salón algunos estantes estaban vacíos. No habían sacado cuidadosamente los libros, sino que los habían tirado: Shakespeare, Neruda o Mandelstam se amalgamaban en el suelo. Se le ocurrió a Arkady que Maxim probablemente no había salido del apartamento en días.

Tatiana vio que no se estaba haciendo entender.

—¿Estás bien?

—La verdad es que no. —Maxim dio una palmada y los estudió—. Así que los dos habéis estado huyendo. Eso siempre es romántico.

—¿Quieres que nos marchemos?

—No, no. Sois mis invitados. Me he propuesto no ser amargo ni injurioso. Debería haber sabido que no me convenía juntarte con alguien tan sufrido como el investigador Renko. Cuéntame, Arkady —dijo tuteándolo—, ¿te has fijado en que a nuestra Tatiana le gusta el sonido de las balas? ¿Ha hecho algo que considerarías un poco imprudente, como ponerse delante de un tren en marcha? ¿Se vacuna contra el miedo de forma regular? Veo que tienes una marca en la oreja. ¿Se te ha ocurrido que no es seguro estar al lado de una mártir? A diferencia de Ania. ¿Has estado en contacto con ella?

—Hemos hablado —dijo Arkady. Se dio cuenta de que habían pasado días.

—Ella es una derrotada como yo —dijo Maxim.

—No creo que le importe ni en un sentido ni en otro.

—Te sorprendería.

Se le ocurrió a Arkady que Ania podría no haberle traicionado. Le había entregado la libreta a él y no a Alexéi, y no le había dicho dónde estaba Arkady. ¿Qué más había interpretado mal?

—¿Dónde está?

—En Moscú, supongo. Moscú de repente parece prudente. Ah, aquí estás. —Maxim sacó una botella medio vacía de vodka de debajo del sofá—. ¿Y dónde se va a celebrar esta reunión?

—En el Natalia Goncharova, el yate de Grisha.

—La zorra de Pushkin —dijo Maxim—. Como hombre de letras, puedo apreciarlo. ¿Cuándo?

—Esta noche, creemos.

—¿Cómo lo sabes?

—Anoche Abdul dio un concierto de odio étnico aquí en Kaliningrado. Mañana por la noche estará en Riga, pero esta noche está aquí, igual que Simio Beledon y los Shagelman.

—¿No hay mucho que podáis hacer al respecto?

—Creo que sí, pero necesitamos tu ayuda.

Maxim trasladó su mirada de Arkady a Tatiana.

—Es gracioso. ¿Quieres que te ayude a ascender al martirio? Primero, tu amigo va a conseguir que lo maten. Segundo, yo no soy un puto Sancho Panza. Ni siquiera un Pushkin. Ahora necesito realmente una copa.

—Es sencillo —dijo Tatiana—. Arkady irá a la reunión con un móvil. Tú estarás aquí esperando, escuchando con una grabadora.

—¿Y dónde estarás tú?

—Necesitaremos un testigo.

—¿Qué significa eso?

—Estaré con Arkady.

Una sonrisa lobuna se extendió en el rostro de Maxim.

—Vosotros dos. Vosotros dos sois demasiado. Cada vez que creo que os he superado aparecéis con algo mejor. ¿Un testigo? Te refieres a un cuerpo flotante. Dos cuerpos flotando y se supone que yo he de estar en el otro lado con un teléfono por el culo. Esto es un puto chantaje emocional.

—Deberías estar a salvo —dijo Arkady.

—Exactamente, y todo el mundo me recordará por eso, por quedarme a salvo mientras os cortan la garganta.

—No tienes que hacerlo.

—Exacto. —Maxim dio un largo trago a la botella y soltó una nube de aliento de vodka—. ¿Qué hace que estéis tan seguros de que los socios de Ámbar de Curlandia estarán aquí?

—Son la clase de socios que siempre se vigilan. No queremos meternos en una confrontación violenta. Simplemente queremos amenazar con hacer públicos sus planes.

—¿Alexéi estará aquí?

—Aparentemente Grisha no le habló de la primera reunión, pero sabe dónde será esta.

—No, no, no, no. No lo haré.

—Lo entiendo —dijo Arkady.

—No, no lo entiendes. Iré contigo. —Señaló a Tatiana—. Ella puede quedarse con la grabadora.

—Eso no es lo que estamos pidiendo —dijo Tatiana.

—Es eso o nada. No quiero que me desprecien como una colilla y ser objeto de burla el resto de mi vida. Además, no sabes nada del puerto. El Natalia Goncharova no se mezcla con embarcaciones menores. Está anclado en aguas más profundas y hace falta un bote para llegar a él. Resulta que sé dónde se puede encontrar uno.

—Encontraremos otro —dijo Tatiana.

—Lo dudo —dijo Maxim—. El puerto de Kaliningrado está cerrado a embarcaciones privadas. Pronto caerá la noche y estaréis buscando en la oscuridad en un puerto activo de barcos que van de un lado a otro. Por no mencionar que es el puerto de la flota del Báltico. Nos pegarán un tiro y echaran nuestros cuerpos al mar.

—Entonces yo también voy —dijo Tatiana.

—Tú te quedas aquí —dijo Maxim—. Ese es el trato.

—¿Sabes qué buscar? —preguntó Arkady.

Maxim tenía la sonrisa de un poeta cuyas palabras habían encajado por fin.

—Por supuesto, el barco más hermoso del puerto. Un barco que haga justicia a Natalia Goncharova.

Había dos barcas en el muelle del Pueblo de Pescadores, solo una de ellas con un motor fuera borda. Mientras Maxim tiraba de la barca a lo largo del muelle, Tatiana apretó su rostro al de Arkady.

—En cuanto lo tenga todo en la cinta, iré con vosotros —susurró.

—No lo hagas. Ya será bastante desconcertante.

—Maxim está actuando de forma muy extraña.

—¿Qué va a hacer? No es un asesino, aunque piense que lo es.

—¿Estás seguro de eso?

—Del todo.

Maxim tiró de la cuerda de arranque y puso en marcha el motor.

—¿Vienes o no?

—Voy. —Arkady besó suavemente a Tatiana en la mejilla como si partiera a dar un paseo vespertino.

La barca era una bañera de lata con un motor fuera borda que vibraba y echaba humo. Antes de irse, Maxim se estiró hacia el otro bote y arrojó los remos al agua. Arkady observó sus siluetas flotando.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Arkady.

—Así nadie tendrá ideas. Ahora soy el capitán.

No había nada que Arkady pudiera hacer al respecto. Era un hecho. Mantuvo su mirada en Tatiana hasta que ella se desdibujó en la niebla del anochecer.

El puerto era un mundo diferente. Un espejo de sí mismo. Una avenida negra que reverberaba con el paso de barcos más grandes; las luces lejanas de las grúas del muelle. El plan A consistía en que Arkady y Maxim buscaran durante no más de dos horas y no se acercaran al astillero. Era una promesa vana, la clase de promesa que absolvía a todos de responsabilidad.

Maxim actuaba como el hombre al mando, con una mano en el timón. El aire era frío. Arkady achicaba el agua de lluvia que se había acumulado en el fondo de la barca durante una semana y la que aún quedaba temblaba por la vibración del motor.

Estaba oscureciendo; no había luz verde a estribor ni roja a babor. No había conversación. Al menos, se oía el ruido mecánico de los motores, aunque había poco tráfico en el río, más que nada los sonidos y las luces de la ciudad que lo rodeaba y los reflejos en la superficie del agua.

Arkady pensó en Pushkin al ponerse a defender el honor de su esposa coqueta. Qué cansado tenía que estar el poeta. Con su gusto por los elaborados vestidos de baile y la vida en la corte, Natalia Goncharova lo había llevado casi a la miseria. Se vio obligado a pedir dinero prestado. A componer poemas inferiores para ocasiones dudosas. A dejar que Natalia le pusiera los cuernos con el mismo zar que fingía ser su mecenas. Finalmente, se había rebajado a un duelo a pistola con un soldado de fortuna. ¿Por qué no protestó Pushkin al ver el chaleco de botones plateados del adversario? ¿Era demasiado orgulloso para quejarse o simplemente estaba cansado de la belleza y sus exigencias?

Maxim dijo que no había vigilantes en el puerto y que la policía prefería estar dentro en noches húmedas, pero Arkady no estaba seguro de que sus planes y los de Maxim fueran los mismos.

El Natalia Goncharova se había desplazado río abajo en dirección a la flota. Enfocado con linternas parecía una aparición que flotaba en aguas negras. Maxim rodeó el yate a poca velocidad, mientras Arkady esperaba que Alexéi apareciera en cubierta en cualquier momento.

Sin embargo, el interior continuaba oscuro. Nadie dio señales de vida en el puente. No hubo sonido de una tripulación corriendo a sus puestos. Maxim rodeó cuatro veces el Natalia Goncharova antes de ceder; no había nadie a bordo.

El poeta abrió gas y viró la barca hacia aguas más profundas. De este a oeste, la ciudad daba paso al río y las luces de aviso rojas de grúas gigantes se alzaban hacia el cielo. Cuando los bancos retrocedieron lo suficiente, Maxim apagó el motor y dejó que la corriente arrastrara la embarcación. Era un momento apacible: el agua lamiendo los costados de la barca cuando esta se deslizaba lentamente en la ola creada por un barco que ni siquiera podían ver.

—Lo que pensaba —dijo Maxim.

—¿Qué pensabas? —preguntó Arkady.

—No hay reunión.

—Yo también estoy un poco decepcionado.

—No hemos venido por eso.

—¿Hay otra razón?

—Matarme.

Arkady no estaba seguro de haber oído bien.

—¿Matarte?

—Atraerme aquí con alguna historia fantástica, dispararme y arrojarme al agua.

En algunos lugares el aceite flotaba en el agua como papel marmolado.

—Has insistido en venir —dijo Arkady.

—Me han manipulado. Tatiana nos ha manipulado a los dos. Eso es lo que hacen los mártires.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Los mártires no comparten la gloria.

—¿Ni aunque mueran?

—Ellos no pueden perder.

—No tengo pistola.

—Por suerte yo sí. Mírame.

Cuando Arkady se volvió, descubrió que Maxim había traído una pistola pequeñita, probablemente española o brasileña, tan común como las monedas. Lo único que tenía que hacer era disparar a Arkady, quitarle toda identificación y tirarlo por la borda. Eso sí, Maxim debería haber traído unos ladrillos para hundir a Arkady, pero un hombre no podía pensar en todo.

—¿Has traído algo de vodka? —preguntó Arkady.

—Se me ha acabado.

—Lástima. Para esta clase de trabajo, el vodka normalmente es esencial.

Maxim parecía deprimido pero decidido.

—Escribí un poema a Tatiana hace años —dijo—. Mi mejor poema dice la gente. Yo era el profesor y ella la alumna. No había tanta diferencia de edad, pero todos me describían a mí como el seductor y a ella como la inocente. Últimamente he llegado a pensar que era al revés.

—¿Qué dice el poema? —preguntó Arkady.

—¿Qué poema?

—El poema sobre Tatiana.

—No mereces oírlo.

—«¿A un día de verano compararte?».

—Te lo advierto.

—Esta es la tercera vez que intentas matarme. Una advertencia parece superflua.

—Podría agitarte la cabeza hasta oír sonar una bala.

—Háblame de tu poema.

—Estás ganando tiempo.

—Tengo toda la noche. ¿Te importa? —Arkady sacó un cigarrillo y lo encendió—. ¿Tú? ¿No? Bueno, te faltan manos. ¿Has olvidado tu poema? Recita cualquier cosa. «Eres mi canción, mi sueño azul oscuro de un sonsonete somnoliento de invierno y trineos que lentos y dorados atraviesan sombras grises y azuladas en la nieve».

—Ese no es mío.

—Lo sé, pero es precioso, ¿no?

—Levántate.

—No eres un asesino.

—Puedo matarte de todas formas.

Arkady se levantó. Lanzó y cigarrillo al agua y se estaba preparando para saltar de la barca cuando oyó un zumbido en el bolsillo de su chaqueta. Mientras Maxim dudaba, Arkady sacó el móvil y lo puso en altavoz.

Zhenia sonó triunfante.

—Estás buscando un barco equivocado —dijo—. Hay otro Natalia Goncharova.