Arkady y Tatiana se vistieron en la oscuridad y llevaron sus bicis a la carretera.
Solo había una dirección hacia la que ir. Alexéi podría tardar tres horas en desembarazarse de la lancha y volver en un coche desde el sur. La mitad norte del istmo pertenecía a Lituania y, por lo que recordaba Arkady de su viaje anterior con Maxim, los guardias del puesto fronterizo probablemente estarían calentitos en la cama. Una persona casi podía pasar paseando.
Lo cual sabía que era una fantasía. Alexéi los había perseguido desde la cabaña. Eran ratones en fuga. Las baterías de sus frontales se estaban agotando y proyectaban una luz cada vez más débil. El rumor del océano continuaba en un lado y los árboles murmuraban en el otro. Arkady no tenía ni idea de lo lejos que habían llegado. Pensaba que si seguían pedaleando podrían ser devorados por la oscuridad como Jonás por la ballena y nunca volvería a verlos nadie.
El frontal de Tatiana fue el primero en apagarse, y ella se puso a la altura de Arkady para mantenerse en contacto.
¿Cómo medía la distancia el corazón? ¿Cuántas revoluciones de los pedales? ¿Cuántas vueltas de las ruedas? Arkady imaginaba más que veía las olas que lamían la playa y los árboles oscilando sobre las dunas.
Cuando su frontal se apagó también, detuvo a Tatiana y se quedaron quietos en la oscuridad, sin ir a ninguna parte mientras la arena se arremolinaba en torno a sus pies. Arkady oyó respiración justo en línea recta. Tentativa. Aguardando.
Una luz cegadora inundó la carretera. El haz de luz era blanco teñido de azul y emanaba del antiguo reflector del puesto fronterizo, que no buscaba bombarderos que volaban alto sino objetivos que se acercaban a pie. Incluso protegiéndose los ojos, Arkady no logró ver más que el destello de fuego de armas automáticas y no sabía si eran guardias fronterizos u hombres de Alexéi. Entre Arkady y el puesto, unos alces cruzaron la carretera: un carrusel de sombras suspendidas en el aire, siluetas de cuernos ampulosos. Los animales se reunieron, confundidos, se pusieron a cubierto entre los árboles y salieron corriendo otra vez, mientras que alrededor y encima de ellos, se quebraban ramas y las balas hendían el aire.
Arkady y Tatiana arrastraron sus bicicletas y se retiraron a través de los abedules, al borde del haz de luz del reflector. La luz parecía extenderse eternamente, pero finalmente quedó reducida a un simple brillo y luego se intensificó otra vez cuando se acercaron los faros de un coche.
Arkady tiró a Tatiana al suelo.
—No te levantes.
El coche los pasó y se detuvo. El reflector del puesto fronterizo se apagó, sustituido por haces de luz de linternas que iban y venían.
Arkady oyó que se abrían puertas de coche y reconoció la voz de Alexéi.
—¿Los tienes?
—Todavía no, pero sabemos que están aquí.
—Entonces suelta los perros.
—Los hemos soltado pero están esos putos ciervos.
—Alces, idiota.
—Lo que sea. Los perros se vuelven locos.
—Pero los has visto.
—Creía que sí.
—Entonces encuéntralos.
—¿Y los observadores de pájaros?
—Están avisados. Tengo ojos en la carretera todo el tiempo.
Después de que Alexéi se alejó, Arkady y Tatiana avanzaron entre las ramas. Sonaron disparos ocasionales hasta que finalmente las luces de otro coche salieron del puesto fronterizo, hurgaron a través de la oscuridad y la noche quedó en calma.
El lento amanecer fue revelando dunas en un lado de la carretera y el mar en el otro. Arkady y Tatiana pedalearon en silencio, sin decir nada. Delante, una figura salió de la niebla arrastrando su trineo lleno de basura. El vagabundo. Aunque podría haber sido un peregrino o un monje mendicante o un barquero del Volga tirando de su cuerda. En cualquier caso, formaba parte del fondo, alguien al que uno veía sin reparar en él. Vaciló, como hace un hombre cuando lo confrontan los fantasmas. Arkady siguió pedaleando antes de cambiar abruptamente de dirección. Tatiana hizo lo mismo por el otro lado. El vagabundo tardó un momento en moverse, y cuando lo hizo estaba transformado. Soltó la cuerda y volcó el trineo, derramando la carga. Sin carga, pasó corriendo junto a Tatiana, levantando mucho las rodillas. Tropezó y recuperó el equilibrio pese a que perdió la bufanda y la bolsa. Cuando Arkady zigzagueó entre latas y botellas caídas, el vagabundo se lanzó como una liebre por una duna. Arkady abandonó su bicicleta y subió tras él, resbalando como si la arena fuera una cinta de correr, hasta que en la cima de la duna agarró al vagabundo por el tobillo y lo arrastró hacia abajo. Era un hombre pequeño con aspecto de muerto de hambre y ojos que parecían hundidos en sus cuencas.
—Nos estabas vigilando —dijo Arkady.
—Solo miraba. No tiene nada de malo.
—Y luego informas a Alexéi.
—No estaba haciendo nada. Iba caminando por la carretera y me has atacado. Tengo mis derechos.
—Olvídate de Alexéi. ¿Dónde está el carnicero? El hombre de la furgoneta con un cerdo encima. ¿Quién es y dónde podemos encontrarlo?
—No. Ni hablar.
El terror confiere fortaleza. El vagabundo liberó lo suficiente una mano para echar arena a la cara de Arkady. En el tiempo que el investigador tardó en limpiarse los ojos, el hombre se había perdido entre los pinos.
Cuando Arkady regresó, Tatiana estaba examinando la basura de latas de gaseosa y botellas, trozos de madera, conchas, una bufanda y una bolsa de papel. En la bolsa había un sándwich y un teléfono móvil.
—Se ha ido —dijo Arkady.
—No importa, no va a comunicarse pronto con nadie. —Tatiana le pasó el teléfono móvil.
Arkady buscó las últimas llamadas. La última era a un número de Kaliningrado, efectuada solo unos minutos antes. Buscó los contactos. El número era de Alexéi.
—¿Estás bien? —preguntó Tatiana.
—Claro, solo lamento que se haya escapado.
—¿No ha dicho nada?
—Nada.
Había formas diferentes de estar en fuga. Una era huir, la otra era mezclarse. En la población turística de Zelenogradsk, compraron ponchos con capucha y prismáticos para unirse a los observadores de pájaros que seguían las bandadas de aves migratorias que los sobrevolaban. ¿Cómo era ser como la gente normal? Con un bebé y una abuela esperando en casa, una olla de agua en el radiador, un gato con un nombre caprichoso, sin ningún miedo a que un vecino pudiera ponerte una pistola en la cabeza. Cuando pasó un coche negro a escasa velocidad, se hicieron pasar por recién casados y se metieron en una tienda de recuerdos para tasar ámbar. Se vendía ámbar en todas partes, en forma de pendientes, brazaletes y collares de color miel o melaza oscura con semillas de manzana o las alas de una mosca primigenia que había zumbado por última vez mientras la resina empezaba a recubrirla.
—Estás disfrutando de esto —dijo Arkady—. Te gusta la caza, aunque seas la presa.
—De pequeña, nunca entendía por qué, cuando empezaban los juegos, las chicas se sentaban mientras los chicos se lo pasaban bien.
—No has cambiado.
—Soy una mujer a la que no le gusta que la dejen atrás si te refieres a eso.
Fue ella la que encontró un cibercafé, un antro en un sótano inundado de brillo de pantallas y con las paredes llenas de calcomanías fluorescentes. En una barra servían café e infusiones. Las burbujas se alzaban y se hundían en lámparas de lava. Solo había otros dos clientes. Metidos en sus cubículos y con los cascos puestos, entre la niebla de cigarrillos y el efluvio frutal de los narguiles, los moradores del café eran ajenos unos a otros.
Arkady empezó por llamar a su apartamento. Solo reunió valor apara decir:
—Hola, Zhenia.
El silencio al otro lado fue tan largo que Arkady pensó que podría haberse equivocado de número, hasta que Zhenia susurró:
—¿Eres tú, Arkady? ¿Estás vivo?
—Me temo que sí.
—Yo también.
Un cartel en la pared decía:
«Ni blogs ni flaming ni Skype».
Sin embargo, la camarera, una chica con la cabeza afeitada y tatuajes azules en los brazos, dijo que la advertencia era para turistas no para königs.
Una vez que se estableció la conexión de vídeo, Zhenia, Víktor y una guapa pelirroja aparecieron en la pantalla.
—Supongo —dijo Arkady—, que ella es Lotte. Tiene que ser una buena amiga.
Durante las presentaciones, Lotte miró a Arkady con indisimulada curiosidad. Este pensó que tendría un aspecto horroroso, como un caballo reventado junto a la hermosa Tatiana. Tatiana examinó a Zhenia del mismo modo. Víktor se mantuvo serio y no apartó la mirada de la escalera del café.
No había rastro de los hombres de Alexéi; no era su escena, pensó Arkady. Alexéi no era Grisha. Era calculador, pero no infundía la misma lealtad o respeto. Era perverso e incluso en el hampa eso duraba poco. Hombres que deberían patearse el terreno sin tregua, con buen o mal tiempo, pararían en el vestíbulo de un hotel para tomarse una copa y quitarse el frío de los huesos.
Zhenia levantó la libreta para que Tatiana leyera. Ella la había visto antes. De todos modos, la velocidad con la que el joven examinaba las páginas era impresionante.
—Lotte —dijo Zhenia— supuso que los símbolos con dos puntos eran personas que hablaban en la reunión. Eran socios.
—El primero entre los socios sería Grisha Grigorenko.
—El hombre con el sombrero de copa con una raya debajo.
—Después —dijo Lotte—, el hombre sin la raya debajo sería Simio Beledon. Veterano y mortal. La luna creciente podría ser Abdul. Abdul gana una fortuna con los vídeos y mucho más protegiendo los gasoductos que cruzan Chechenia.
—No tengo ni idea del símbolo de los ladrillos —confesó Zhenia.
—Ladrillos. Los Shagelman, Isaac y Valentina, tienen una constructora. Construyen autopistas, torres de apartamentos, centros comerciales. De hecho, querían derribar mi edificio de apartamentos. En cuanto a los últimos dos participantes no puedo estar tan segura. La estrella significa poder oficial, alguien en lo alto del Ministerio de Defensa o un hombre fuerte del Kremlin. Uno de esos matones perpetuos. Y China. Joseph Bonnafos hablaba chino, pero también hablaba ruso, francés, alemán, inglés y tailandés.
—¿Por qué la avispa? —preguntó Víktor.
—Ámbar —dijo Lotte.
—Creemos —dijo Zhenia con orgullo— que es un acuerdo entre el gobierno chino y un negocio cercano al Kremlin.
—¿Sería Renacimiento de Curlandia? —preguntó Arkady—. ¿El Banco de Curlandia? ¿Inversiones Curlandia?
—No.
—Ámbar de Curlandia —dijo Tatiana.
Hubo una larga pausa al otro extremo.
—Eso es —dijo Lotte.
—He estado estudiando esta entidad extraña durante años —explicó Tatiana—. Oficialmente, Ámbar de Curlandia es una mina de ámbar casi muerta del istmo. Si se escarba un poco es también un holding que incluye el Banco de Curlandia, Inversiones Curlandia, Renacimiento de Curlandia y todo el resto. Es creación de Grisha, una forma de mover dinero en cualquier dirección. ¿Quién iba a pararlo? Era un multimillonario con aliados en todas partes. Hasta aquí, destacable pero no único. Moscú tiene una docena más de hombres como Grisha. Lo que insinuaba Joseph sería un golpe que destrozaría a Grisha. También era potencialmente otro desastre como el del Kursk.
—Creo que Ámbar de Curlandia planea reparar aquí un submarino nuclear chino —dijo Zhenia—. Hay un precio de dos mil millones de dólares mencionado. ¿Eso no pondría a Grisha en una categoría superior?
No era la única interpretación posible, pensó Arkady. Tatiana también lo pensaba; lo vio en su cara. Pero una suma tan magnífica inspiraba respeto. Incluso Arkady lo sintió momentáneamente.
—No cambia el hecho de que Grisha no era más que un ladrón. Son todos ladrones —dijo Víktor—. En cierto modo, la reparación era un ardid para robar dinero. Mucho dinero.
—¿Hay alguna mención de Alexéi en la libreta? —preguntó Arkady—. ¿No siente que es el aparente heredero y que todo lo que era de Grisha ahora es suyo? Alexéi ha estado tratando de participar desde el principio. Zhenia, cuando os pidió a ti y a Lotte que tradujerais la libreta, ¿había algo que buscara especialmente?
—Todo.
—¿Qué fue lo último que preguntó?
—Dónde iba a ser la reunión. Le dije que en el yate de Grisha, el Natalia Goncharova.
—Abdul está en Kaliningrado —dijo Víktor—. Su concierto ha terminado. Y se queda por algún motivo.
—Seguiré trabajando con esto —prometió Zhenia—. Submarinos nucleares, es una pasada. A lo mejor lo tengo todo mal. A lo mejor son patos de goma en una bañera.
—Vuelve a casa —le dijo Víktor a Arkady.
—Buenas noches —dijo Tatiana.
La pantalla volvió a la página de inicio de la vía láctea. Arkady se fijó en que Tatiana no había mencionado el submarino Kaliningrado y su fracaso en las pruebas en el mar, en lugar de alimentar la hipótesis de Zhenia. Ella veía la imagen global; cualquier cosa menor era distracción. Tatiana pensaba en términos de naciones e historia, igual que Arkady se centraba en la imagen menor de tres niños y un hombre en una furgoneta de carnicero.