Zhenia y Lotte se despertaron en el sofá y se encontraron a Alexéi sentado a la mesa y estudiando sus notas.
—Esto es progreso. Sobre todo porque ni siquiera sabíais de qué libreta hablaba, sobre todo, porque mentisteis.
—La encontré después de que te marchaste —dijo Zhenia.
—Y sigues mintiendo.
—Yo la encontré —dijo Lotte.
—Ahora mentís el uno por el otro, un signo de amor verdadero.
Zhenia se incorporó.
—¿Cómo has entrado?
—Con una llave, ¿cómo si no?
—¿Dónde está Ania?
Alexéi no dijo nada, pero encendió un cigarrillo y observó la punta encendida como si fuera el atizador de un hogar. Se le ocurrió a Zhenia que aunque el hematoma del ojo todavía parecía tierno, Alexéi iba vestido con ropa limpia y afeitado y estaba de nuevo al mando.
—¿Tienes pistola? —preguntó Alexéi.
—No.
—He oído que al investigador Renko le dieron una pistola grabada por sus buenos servicios. No puedo imaginar a Renko recibiendo un premio por nada, pero es lo que dice la gente.
—No lo sé.
—¿Lotte?
—No lo conozco —dijo ella.
—Es importante que descubra en qué parte de Kaliningrado está el investigador. ¿No ha llamado?
—No —dijo Zhenia.
Alexéi sonrió.
—¿No os ha pedido que traduzcáis la libreta?
—No.
—Por supuesto que sí.
Alexéi pasó las páginas de símbolos y listas de posibles significados.
—La cuestión es ¿dónde está exactamente Renko ahora? Tú no lo sabes y Ania no lo dirá. Trabaja con un tal detective Víktor Orlov.
—Orlov es un borracho.
—Es lo que he oído. Así que solo estáis vosotros dos y yo y, por ahora, estáis traduciendo la libreta para mí. Quiero que os quedéis aquí hasta que hayáis terminado. Ahora estamos en el mismo equipo.
—No he tenido éxito en traducir nada hasta ahora —dijo Zhenia.
—Pero tú y tu amiga tenéis una idea, una percepción general sobre de qué trata. Estáis sobre algo.
—Es un lenguaje privado. Tardaremos semanas, si es que terminamos.
—Bueno, vamos a darte un incentivo. La temperatura en el núcleo de un cigarrillo encendido es de setecientos grados.
—¿Y?
—Y tu amiga tiene una piel tierna, virginal.
—¿Qué quieres decir?
—Dos más dos. Un par de genios deberían saber quién es más vulnerable. La cebra más lenta. La chica más hermosa. —Alexéi cogió sus teléfonos móviles.
El corazón de Zhenia se aceleró. Lotte temblaba tan fuerte que le castañeteaban los dientes.
—Os daré diez horas —dijo Alexéi.
—Eso no es razonable.
—¿Parezco un hombre razonable?
—Pero es imposible —dijo Zhenia.
—Os daré diez horas. Dejaré uno de mis hombres en la puerta.
—¿Quién es Ania? —preguntó Lotte.
—Yo en tu caso no me preocuparía por otra mujer —dijo Alexéi—. ¿Dónde están las tijeras?
Zhenia encontró unas en el escritorio y se quedó quieto como una estatua mientras Alexéi cortaba el cable del teléfono del apartamento.
En un cuento de hadas, Zhenia podría haber sorprendido y reducido a Alexéi. No era así en la realidad. No era la aparición conveniente de ceniceros u objetos contundentes lo que cambiaba la suerte de un héroe, sino la fuerza de voluntad y el valor. ¿Cómo se proponía ser un soldado para la Madre Rusia si no podía defenderse? Sabía dónde estaba el arma de Arkady. ¿Dónde estaban las balas? Otro enigma.
Lotte observó a Alexéi saliendo y susurró a Zhenia.
—Disparaste a alguien, ¿no?
Zhenia asintió, temeroso de horrorizar sus susceptibilidades, pero ella pareció encontrar alivio.
—Las balas están en la librería —dijo Lotte.
—Sí. —Se preguntó adónde quería llegar ella con eso.
—Solo hemos de encontrar el libro adecuado. Algo apropiado.
—Renko tiene miles de libros. Está loco por los libros.
—¿Qué clase de libros?
—Los libros de su padre. Cuentos de hadas. Alicia en el país de las maravillas. Ruslán y Liudmila. El mago de Oz. Me los leía.
—Entonces habrá elegido el libro con atención. —Caminó por las estanterías de ficción y examinó los autores— Bulgákov, Chéjov, Pushkin, —deslizando cada volumen hacia fuera para mirar detrás.
—Este tiene que ser. —Señaló uno un poco demasiado alto para que ella llegara—. Hemingway. Adiós a las armas.
—¿Te sientes lista?
—Mucho.
Pero cuando Zhenia tiró del libro, lo único que encontró fue un único cartucho solitario.
Arkady esperó hasta que el otro coche se perdió de vista para sentarse erguido. Sentía una punzada en la frente por una astilla de cristal, pero la coraza interior del coche blindado no se había quebrado y las ventanillas a prueba de balas estaban resquebrajadas pero no rotas.
—Vamos, larguémonos, vamos —dijo Arkady.
Se estiró para quitar el cinturón a Maxim y sacarlo de un empujón. Con una navaja abrió la tapa de la guantera que Maxim tanto quería abrir. Dentro había dos billetes para el transbordador y una pistola.
Maxim se sacudió de rabia.
—Han tratado de matarnos.
—Exacto. Ha de elegir con más cuidado a sus amigos. —Arkady bajó del coche y arrastró a Maxim por un sendero.
—Mi precioso Zil.
—Bueno, era un coche blindado al servicio del Kremlin y tengo que decir que, para ser una antigualla, ha resistido muy bien.
—¿Qué pasa con mi pieza de museo?
—Es bueno con las palabras. Estoy seguro de que se le ocurrirá algo.
—¿Y qué quiere decir con que elija a mis amigos con más cuidado?
—Quiero decir que ha accedido a estar en este lugar a esta hora. ¿Cómo si no iban a encontrarnos en toda una ciudad?
—Pensaba que querían hablar con usted.
—En cambio han tratado de matarnos.
—Pensaba…
—Y tiene dos billetes de ida para el transbordador de mañana a Riga. ¿Para quién es el otro?
—Sé que parece eso…
—Cállese. —Arkady rodeó a Maxim como si fuera un espécimen—. Alexéi vio cómo desaparecía en el puerto cuando trataba de aplastarme en la barcaza. Cuando necesitaba que le ayudara, huyó. Es la clase de cosas que un asesino se toma como algo personal.
—Eso es pura invención.
—Había un perro en el puerto, un doguillo heroico llamado Polo.
No hay muchos doguillos en Moscú.
—Pura fantasía.
—¿Alexéi le ofreció dinero? ¿Qué hay de esa maravillosa beca en Estados Unidos y del premio de cincuenta mil dólares?
Maxim estaba anonadado.
—Ha terminado. Han elegido a otro.
Arkady le dio un empujón al hombretón para que se moviera.
—¿Por qué se lo inventó?
—Quería saber qué había en la libreta.
—¿Por qué?
—Por Alexéi.
—¿Por qué ayudarle?
—Estaba asustado.
Arkady se preguntó si era verdad, una verdad a medias o una licencia poética.
Zhenia y Lotte no sabían si el hombre al que Alexéi había apostado a la puerta del apartamento era grande o pequeño, vestido de punta en blanco o cubierto de ceniza de cigarrillo. Lo oían arrastrar los pies adelante y atrás como un oso en el zoo.
Zhenia había cargado la pistola de Arkady y se la había metido en la parte de atrás del cinturón. Lotte encontró ropa de esquí en un armario; sacó los discos de los palos para procurarse un par de lanzas endebles.
Entretanto, Zhenia había encontrado un tema.
—Si las alineas bien, «olas» son el océano, «pez» son barcos o submarinos y «estrella» es la autoridad rusa, probablemente la Armada.
—Podría ser.
—Como hay un signo del dólar, RR podría ser rublo ruso y no ferrocarril. Y en ese caso 2B no sería Shakespeare sino dos billones o dos mil millones. Incluso en rublos eso sería mucho dinero. ¿Qué opinas?
—¿Qué tiene esto que ver con Natalia Goncharova?
—Esa es la parte guapa —dijo Zhenia—. No hay mención de dónde o cuándo se celebró la reunión en la libreta. Ninguna. Creo que podría ser el yate de Grisha, el Natalia Goncharova, lo cual sería un golpe brillante. Habría dejado claro a todos que Grisha estaba al mando.
—¿Importa? Es del pasado, ¿no?
—No por la forma en que actúa Alexéi.
—Actúa como si fuera cuestión de vida o muerte —dijo Lotte—. Se lo toma personalmente.
—Las mujeres siempre creen que las cosas son personales.
—Dime algo que no lo sea.
—El ajedrez.
—Obviamente, nunca has tenido a un oponente masculino mirándote los pechos toda la partida.
—Oh.
—Da igual, espero que estuviera en el pasado. Lo que me preocupa es el símbolo de una cara sin nada más que una X por boca. Eso significa que nadie habla. Creo que eso nos incluye a nosotros.
No era tanto una cuestión de máxima confianza como de menor desconfianza. Una vez que Alexéi había intentado que lo asesinaran, Maxim parecía dispuesto a cooperar. Hasta que llegaran a la siguiente curva en la carretera. Además, ¿dónde más iba a quedarse Arkady salvo en el apartamento de Maxim? Kaliningrado le parecía cada vez más una isla, con hoteles y terminales vigilados por la mafia y la policía. Y tenía la sensación de no haber dormido durante días. Cerró los ojos y soñó que una botella de vodka rodaba adelante y atrás en el sofá, que un gusano de plomo le devoraba el cerebro, que un perro pequeño con cara de mono le lamía la cara, hasta que se despertó con la salida del sol y los trinos de gorriones y encontró a Ania sentada frente a él en una silla.
—Tienes un corte —dijo ella.
Arkady se tocó el cuero cabelludo.
—Au.
—A lo mejor la próxima vez te gustaría probar con un picahielos.
—¿Dónde está Maxim?
—Ha ido a alquilar un coche.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Qué recibimiento más encantador.
Arkady no hizo caso de la taza de té que le ofreció Ania. Se había quitado el maquillaje de la cara, aunque todavía iba vestida con indumentaria brillante de fiesta.
—¿Dónde está Alexéi? —preguntó.
—En Moscú, en Kaliningrado. No lo sé. Va y viene en el avión privado de la empresa de Grisha. En este momento, creo que está escondiendo la cara, pero quizá lo sabes mejor que nadie. Te has convertido en un muy mal enemigo de Alexéi.
—Nunca le he caído bien. Él te trajo a Kaliningrado, ¿no?
—Sí, pero hemos seguido caminos separados.
—¿Es un disgusto reciente? ¿Os habéis cansado el uno del otro?
—Me ha dejado.
—¿A ti? Es difícil de creer. Parecíais llevaros bien.
—Arkady, a veces puedes ser muy hijo de puta.
—¿Cómo va la investigación para tu artículo sobre Tatiana? —preguntó él.
—Avanzando.
—Me alegro de oírlo.
—¿Y tu investigación? —preguntó Ania.
—Va tirando.
—Sí, bueno, cada vez que te veo con cristal roto en el pelo sé que tu investigación está avanzando.
Arkady se movió y una pila de discos resbalaron del extremo del sofá al suelo. No sabía a qué estaba esperando ella. ¿A que Alexéi volviera y se la llevara otra vez? Arkady se dio cuenta de que había experimentado otro sueño, o no tanto un sueño como el recuerdo de haber compartido su cama con Ania, el recuerdo de que ella había dormido con su camisa, de respirar en el cabello de ella. Resultaba extraño ver a la misma mujer a través de los ojos de otro hombre. Un desplazamiento siniestro.
—¿Has tenido noticias de Zhenia? —preguntó Arkady.
—No. A veces se esconde, como tú.
—Bien, entonces al menos está a salvo. ¿Todavía tiene la libreta?
—Quizás. Es inútil.
—Entonces, ¿por qué la quiere Alexéi?
Ania se encogió de hombros.
Alexéi probablemente la había dejado al descubrir que ella ya no tenía la libreta, pensó Arkady. Bueno, allí estaba, incólume después de las noches con el rico y peligroso.
—¿Vas a volver a Moscú? —preguntó Ania.
—Después de ocuparme de unos cabos sueltos.
—¿Por ejemplo?
—¿Alguna vez Alexéi ha tenido acceso a las llaves de mi apartamento?
—Nunca se las di.
—No es lo que he preguntado —dijo Arkady—. ¿Hubo alguna vez una situación en la que podría haber tenido acceso a tu bolso?
—Es posible. ¿No te fías de mí?
—No lo sé. No sé quién eres. ¿Estoy hablando contigo o con la compañera de baile de Alexéi?
Sonó el teléfono de Arkady. Era Vova, el chico de la playa. Arkady escuchó un minuto antes de colgar.
—He de irme.
—Nadie te lo impide.
—¿Me das mis llaves?
—Desde luego. —Ania buscó en su bolso y las dejó en su mano.
—Gracias. —Arkady pasó a su lado y se dirigió a la puerta.
Ania se dejó caer en la silla. ¿Qué esperaba de Arkady? No podías tensar mucho la cuerda con él. Escuchó las moscas que se movían en la ventana, miró sin enfocar los álbumes de jazz esparcidos en el suelo, abrió un pastillero para coger un par de aspirinas que mascó y tragó. Se levantó el vestido para mirar una quemadura de cigarrillo aplicada en la cara interior de su muslo.