22

En el primer panel de la primera página había un y las palabras «bla, bla». En el segundo panel, y . En el tercero, un insecto, y . En el cuarto, y . En el primer panel de la segunda página había y . En el segundo panel, , y . En el tercer panel, , y . En el cuarto, y . En el primer panel de la tercera página había , y . En el segundo panel, y . En el tercer panel, , y . En el cuarto panel, , , , y . En el primer panel de la cuarta página había . En el segundo panel, y . En el tercer panel, , y en el cuarto . En el primer panel de la quinta página, en el segundo panel , en el tercero, y , y en el cuarto, . Y así continuaba en esa veta inescrutable —, , , , , — hasta el nombre «Natalia Goncharova» y un dibujo de una mujer con un collar de perlas, . Pese a ser un esbozo apresurado, quedaba claro que pretendía expresar fuerza de voluntad y belleza.

Después del nombre de Natalia Goncharova había páginas en blanco hasta la cara interior de la contraportada, que tenía cinco dibujos idénticos de un gato, la palabra «Ercolo» y una corta lista de datos.

60 cm

56,5 cm

1990 g

Eran símbolos y números sin sentido sin un contexto, pero aparentemente merecía la pena matar por esa libreta.

Lotte negó con la cabeza.

—La muestra es demasiado pequeña. Estudié lingüística en la universidad. No podemos traducir esto con tan pocos símbolos, ni en un millón de años.

—No lo pienses como una traducción, piénsalo como si fuese una partida. Hemos de ganar una partida. No pienses en gramática, sigue tu instinto.

—¿Qué te hace pensar que podemos hacer eso?

—Porque soy jugador. ¿Cuáles son los primeros símbolos?

—Un signo igual, «bla, bla», y lo que podría ser un cañón o un hombre con sombrero de copa subrayado o una pelota en un tubo con una línea debajo.

—Es un principio. Si tenemos un par de símbolos podemos triangular y construir un contexto. Como construir una escalera peldaño a peldaño.

—No creo que sea posible.

—Claro que sí. En el segundo panel también hay una oreja o medio corazón.

—¿Tercero?

—Alguna clase de insecto y dos anillos entrelazados, que podría significar acuerdo, matrimonio o esposas.

—¿Cuarto?

—Un pez…

—O el símbolo de un pez de los primeros cristianos…

—O tenacillas, un cohete o un avión —dijo Zhenia.

—¿2B?

—Una dirección, una habitación. To be or not to be.

—¿Primer panel de la segunda página?

—Una caja con un palo atravesado, quizá llevando algo caliente o explosivos.

—¿O una cometa cuadrada? —dijo Lotte.

—Quizás. A continuación, una estrella o una estrella de mar o la placa de un sheriff del oeste.

—Vale.

—El insecto, salida del sol, puesta de sol, Humpty Dumpty, un ojo dormido, erizo y un triángulo, un pilón o una nariz. En el tercer panel, el hombre del sombrero otra vez, pero sin raya debajo, un signo de interrogación y unas espadas cruzadas. En el cuarto, anillos entrelazados y otra vez el símbolo del pez.

—Pero esta vez bajo una ola —dijo Lotte.

—Exacto. Luego, en la tercera página, la luna creciente o una rodaja de manzana o una uña. Después una flecha hacia abajo y un insecto. En el segundo panel, la oreja y el signo igual. En el tercer panel, higos negros y blancos, o lágrimas, y RR. En el cuarto, la estrella seguida por una flecha hacia abajo, las vías del ferrocarril, RR y la L mayúscula. En la cuarta página, ladrillos, signo de dólar y el insecto. Ves, ayuda a coger ritmo. —Zhenia trató de sonar despreocupado.

—¿En serio?

—En el tercer panel, la cometa cuadrada. En el cuarto, el símbolo de la radiactividad. Luego en la siguiente página, el hombre con el sombrero de copa…

—Con una raya debajo.

—Con una raya debajo. Y una espiral, remolino o hipnosis. Y el tercer símbolo es la oreja otra vez, el cuarto, la caja atravesada por una línea. Luego sigue y sigue: luna creciente, vías de ferrocarril, ola, flecha señalando hacia abajo con un lazo arriba, cruz y cara seria hasta que llegamos al dibujo de una mujer y su nombre, Natalia Goncharova, la mayor golfa en la historia rusa, zarinas excluidas, por supuesto.

—Nunca oímos su versión de la historia —dijo Lotte.

—Se casa con Pushkin, el gran poeta ruso, le pone los cuernos y hace que lo maten en un duelo. ¿Qué tiene eso que ver con la mafia? Ni idea. Entonces, ¿qué opinas?

—A lo mejor no somos tan listos como creemos que somos. Esto no es un código secreto, ni siquiera un lenguaje. Son solo dibujos. La persona que lo escribió seguro que tenía una memoria increíble. Probablemente, es el uno por ciento de lo que se dijo realmente.

Zhenia se hundió en su silla.

—Entonces crees que es imposible.

—No he dicho eso. Esto son notas de una reunión, ¿no? Dos puntos indica quién está hablando, ¿verdad? Seis símbolos: Sombrero de Copa con una Raya, Sombrero de Copa sin Raya, Cometa Cuadrada, Ladrillos, Luna Creciente y Estrella tienen dos puntos. Estos son los participantes y esta es su conversación.

—Entonces, ¿por qué el tipo que tomaba notas dividió las páginas en paneles?

—¿Por qué un tablero de ajedrez tiene sesenta y cuatro casillas? Para evitar que las piezas corran en todas direcciones. Los símbolos son pistas personales. Veremos adónde van.

Cuando Zhenia lo pensó, vio las similitudes con el ajedrez. Sus símbolos eran tan definidos como piezas, solo tenía que adivinar qué movimientos hacía cada símbolo.

Maxim conocía un restaurante que servía a sus invitados, en una versión de plástico de la Cámara de Ámbar, la «octava maravilla del mundo».

La «Cámara» estaba llena de paneles con ámbar artificial y oro en forma de querubines y Pedro el Grande. Las camareras iban disfrazadas de María Antonieta, con el pelo salpicado de polvo dorado y un lunar postizo cuidadosamente situado en el escote. En una jaula situada en el centro de la sala, un ruiseñor mecánico abrió el pico y vomitó su canto.

—Esto casi compensa mis pies mojados —dijo Maxim—. Quizás un poco de foie gras y un pato a la naranja ayudarán.

—Y quizá pueda contarme por qué una furgoneta con un cerdo persigue a los niños.

—Ámbar.

—No habla en serio.

—Completamente. Cuando los caballeros teutónicos gobernaban aquí, cortaban las manos al que se embolsaba ámbar. La furgoneta probablemente solo estaba tratando de asustar a los chicos.

—Me da la impresión de que pretendía algo más que eso. Soy bastante perceptivo con la gente que me persigue.

—Supongo que en su profesión eso es un don. ¿Invita usted? Me he dado cuenta de que soy más comunicativo cuando estoy bien alimentado y seco.

—Atibórrese.

—Excelente. Aquí está nuestra camarera.

Maxim pidió el festín que se había prometido a sí mismo. Arkady pidió vodka, pan negro y mantequilla.

—¿Lo era? —preguntó.

—¿Qué?

—La octava maravilla del mundo.

—Supongo que sí. Imagine muros de ámbar brillante, pan de oro, espejos venecianos y mosaicos de piedras semipreciosas. La gente decía que cuando los rayos de sol incidían en las ventanas del palacio, parecía que la Cámara de Ámbar ardía. Era la estancia favorita de Catalina la Grande. Por desgracia, también fue el trofeo de guerra favorito de los nazis. La desmantelaron y la escondieron en un búnker o en un pozo en la Selva Negra o se la llevaron en un rompehielos o en un submarino. Imagine la Cámara de Ámbar descansando en el oscuro fondo del mar. Como un alga.

Ver a Maxim sirviéndose comida en el plato le recordó a Arkady las excavadoras de la mina a cielo abierto. Maxim, por su parte, comentó que le resultaba doloroso ver a Arkady comer tan poco.

—Hay dos clases de poetas. El poeta muerto de hambre y el calenturiento y disoluto. Prefiero este último. —Llamó al sumiller.

—Como un alga —dijo Arkady—. ¿Qué quiere decir con eso?

—Es una metáfora trillada. Lo que distingue al ámbar de los diamantes, zafiros y rubíes es que el ámbar puede contener signos de vida. Hace cincuenta millones de años, era resina que goteaba de un pino y, en ocasiones, capturaba otras formas de vida. Piense en un diamante con un mosquito en medio. No existe. Por eso cuando otras mafias trataban de meterse en el negocio del ámbar, Grisha respondía.

—¿Por interés científico?

—Más bien no. Hubo un tira y afloja que se conoció como las guerras del ámbar.

—Suena pintoresco.

—Bastante sangriento, en realidad. ¿Quiere una charlota rusa? Las natillas son muy buenas.

—¿La guerra del ámbar ha terminado?

—Tomaremos los petits fours y las natillas —le dijo Maxim a la camarera, y suspiró cuando ella hizo una reverencia y casi se le salió el pecho del vestido. Guiñó un ojo a Arkady—. ¿Qué le importa la guerra? Pensaba que solo estaba examinando las circunstancias de la muerte de Tatiana Petrova.

—Su muerte se vuelve cada vez más extraña y está tan implicada con Kaliningrado como lo está con Moscú.

—¿En qué sentido?

—La libreta del intérprete.

—¿Que está siendo decodificada por expertos mientras hablamos?

—Supongo que sí.

—¿Por qué tengo la sensación de que se están acumulando grandes pilas de mierda de caballo a mi alrededor?

—Porque es usted un poeta.

Zhenia y Lotte estaban aprendiendo la profundidad del idioma ruso. Cada interpretación generaba dos más, que solo se multiplicaban otra vez. Estaban siguiendo hilos de palabras imaginados por otra persona con toda una vida de experiencia, cualquier cosa que pudiera relacionarse con cualquier otro símbolo o con todos los desconocidos de la historia del intérprete: un arañazo en la rodilla, un higo maduro, un cuento de la hora de acostarse.

Estaban buscando pistas mnemónicas, el mensaje de un hombre a sí mismo con un mundo de símbolos y palabras entre los que elegir. Y, Dios no lo quisiera, las palabras podían proceder de otro idioma y un intérprete profesional hablaba al menos cinco.

Incluso una simple flecha podía ser una peonza infantil, un árbol caído, «Salida» o «por ahí se va a Estonia». O un misil. Cada interpretación ponía el texto patas arriba.

—Deberías irte a casa —le dijo Zhenia a Lotte.

—No voy a irme cuando estamos en la mitad.

—Ojalá lo estuviéramos. Creo que hemos ido hacia atrás. —Lo cual era cierto, pensó. No habían aprendido nada y estaban exhaustos—. Tu familia estará preocupada.

—Es martes.

—¿Y?

—Los martes mi padre queda con su amante, una oboísta de la sinfónica, y mi madre se encuentra con su amante, un barítono del coro. Viven semanas de seis días. No se darán cuenta de que no estoy hasta dentro de veinticuatro horas.

—¿Y tu abuelo?

—Tiene una nueva modelo. Él tampoco se fijará.

Sonó el teléfono de Zhenia. Hizo el signo de silencio a Lotte antes de responder como si tal cosa con un «Hola».

—Soy Arkady. ¿Estás en el apartamento?

—No.

—¿Estás solo?

Arkady tuvo que repetir la pregunta porque el Zil de Maxim estaba en los aledaños de la ciudad y la cobertura de móvil era desigual.

—Sí.

—¿Todavía tienes la libreta de Tatiana Petrova?

—No. —Tres mentiras seguidas. Un buen comienzo, pensó Zhenia. Le convenía que la cobertura de móvil fuera escasa—. ¿Has pensado en nuestro trato?

—¿Hasta dónde has llegado en la traducción? —preguntó Arkady.

—Estamos trabajando en ello.

Una pausa.

—¿Estamos?

—Mi amiga Lotte.

—¿Una novia?

—Una amiga.

Había varias razones para que Arkady estuviera furioso, empezando por la seguridad de la chica.

—Si es una amiga, mándala a casa. ¿Alguna señal de Ania?

—No.

—¿Y de Alexéi Grigorenko?

La recepción se interrumpió otra vez.

—¿Sabes la caja fuerte de donde sacaste la libreta de Tatiana? —dijo Arkady—. ¿Todavía está allí mi pistola?

—No te oigo.

—La munición está en la librería…

—¿Sí?

—¿Me oyes ahora?

—¿Dónde?

Pero la conexión se había perdido.

Lotte había pegado el oído al teléfono. Cuando la conexión se perdió por completo, preguntó:

—¿Qué trato?

—El ejército. Necesito su permiso para alistarme siendo menor.

—Ahora me estás asustando.

—¿Quieres irte a casa?

—Después de que terminemos con el enigma.

La carretera de regreso a la ciudad condujo a Maxim y Arkady junto a bloques de pisos tan manchados como urinarios y tiendas, que no eran más que contenedores de barco decorados con carteles. Maxim decidió alardear de lo que llamaba la novena maravilla del mundo, el edificio más feo de la época soviética.

—Un monstruo de Frankenstein de edificio. Un zombi.

—Suena orgulloso.

—No me refiero solamente al edificio más feo al oeste de los Urales. Me refiero de aquí al Pacífico. Del arenque del Báltico al salmón rojo de Kamchatka.

—Una distancia ambiciosa.

—Hablo como un hijo nativo.

—¿Qué tal está la cobertura de móvil en el edificio más feo?

—De hecho, es excelente.

Las farolas de las calles daban al Zil de Maxim una cualidad tan translúcida que parecía flotar a través de la ciudad. Las cabezas se volvían de las pilas de ropa y artículos baratos ofrecidos en los puestos de las aceras para seguir la procesión de un solo coche.

Arkady necesitaba espacio para llamar a Víktor, borracho o no, y enviarlo al apartamento. Había un tono nuevo en la voz del chico. No alarma, pero desde luego sí ansiedad.

—Durante la guerra, los británicos bombardearon Königsberg hasta convertirla en polvo. Su objetivo especial era el castillo que dominaba la ciudad. Cuando terminó la guerra ya no quedaba castillo y Stalin reconstruyó en el lugar donde se había alzado el castillo.

Maxim recorrió un aparcamiento oscuro y detuvo el coche.

Al principio, Arkady no vio nada extraño. Tardó un rato en discernir que la mitad del cielo nocturno estaba oculta.

—La última sede del partido comunista —dijo Maxim—. La gente lo llama el Monstruo.

Los perros ladraban histéricamente al otro lado de una alambrada, esperando que Maxim o Arkady hicieran algo tan estúpido como ofrecer un dedo a través de los agujeros. Arkady sospechaba que los alimentaban muy de vez en cuando. Botellas y basura se acumulaban allí donde el viento las arrastraba.

Arkady estiró el cuello para asimilar el tamaño del Monstruo. El edificio, de veinte pisos de altura, se alzaba sobre él.

—Es el edificio más grande de la ciudad y no se ha utilizado nunca —dijo Maxim—. Ni un día.

La mayoría de las ventanas estaban rotas. El Monstruo tenía cuatro patas y más que ninguna otra cosa le recordó a Arkady un elefante sin cabeza.

—¿Cuál es el problema?

—La historia. Antes de que terminaran la parte superior del edificio, la parte inferior empezó a inundarse por los viejos túneles que había debajo del castillo. Ahora, todo el edificio se está hundiendo y cuesta demasiado caro demolerlo. El Partido pidió crédito a los bancos y tendría que devolver el pago. Se están hundiendo juntos. Es maravilloso.

—No pueden continuar así eternamente.

—¿Por qué no? Cuando Putin vino de visita, simplemente pintaron el edificio de azul y simularon que no estaba aquí. Fue la alucinación de masas más grande del mundo.

Al menos la cobertura de móvil era buena. Maxim se esfumó mientras Arkady llamaba a Víktor, quien adoptó un tono de superioridad moral.

—¿Dónde demonios estás?

—En Kaliningrado.

—Pensaba que solo ibas a estar un día.

—Yo también lo pensaba. Se han complicado las cosas.

—Eso deberían escribirlo en tu tumba: «Se complicaron las cosas».

—¿Has visto a Alexéi Grigorenko?

—De hecho, estaba vigilando la Guarida cuando entró Alexéi. Tenía un ojo morado.

—Nos encontramos en el puerto.

—Así que no chocó con una puerta. Abdul se burló de él.

—¿Abdul?

—Esa víbora quería que el encargado pusiera su vídeo en el restaurante. Es un insulto para cualquier soldado ruso que haya servido en Chechenia. No pude soportarlo.

Arkady vio que Maxim limpiaba el guardabarros del Zil con una manga.

—¿Qué hiciste?

—Le dije a Abdul que pondría mi pistola debajo de sus pantalones y le volaría las pelotas.

—¿Ves? Por eso no podía dejarte solo.

—Bueno, será mejor que te des prisa en volver. Ania y Alexéi se están uniendo mucho.

—Ania está haciendo una investigación.

—¿Así lo llamas? —preguntó Víktor—. Cuanto antes vuelvas, mejor. Y vigila al presunto poeta Maxim Dal. No es de fiar.

—Hago lo posible.

Arkady oyó un silbido procedente de arriba y levantó la mirada a tiempo de ver una ventana explotando por un impacto. «Los fantasmas se divierten», pensó.

—Según Arkady —dijo Zhenia—, hay un viejo dicho de la Armada: «Primero velocidad, luego dirección».

—¿Qué significa? —preguntó Lotte.

—Ir a alguna parte es mejor que no ir a ninguna parte.

Trabajaban juntos con las palabras, buscando un eco más sólido, anotándolas en fichas ordenadas por cada participante.

Hombre del Sombrero de Copa con Raya: oreja, insecto, dos anillos, pez y 2B.

Cometa Cuadrada: estrella, insecto.

Hombre con Sombrero de Copa sin Raya: cuchillos cruzados, dos anillos, pez bajo la ola.

Luna Creciente: flecha abajo, insecto, oreja, signo igual, lágrima negra, lágrima blanca y RR.

Estrella: flecha abajo, vías de tren, RR e insecto.

Ladrillos: flecha arriba, insecto, cometa cuadrada, radiactividad.

Cometa Cuadrada: flecha arriba, insecto, radiactividad.

Sombrero de Copa sin Raya: espiral, oreja, cometa, avispa en un círculo.

—Hay muchos insectos —dijo Zhenia—. ¿Qué clase de insecto, por cierto?

Lotte se inclinó hacia delante para mostrarle el colgante que llevaba al cuello. Había una avispa atrapada en ámbar.

Probaron temas. Ferrocarriles, por la vía de tren y el significado de las siglas RR en inglés; Naval como en pez y ola. Un pez bajo el agua tenía que ser un submarino o un torpedo. L podía ser Lenin, eso siempre era seguro. Una flecha podría significar dirección, salida o consecuencia. O Diana la Cazadora o Guillermo Tell. Las lágrimas podían ser sufrimiento, petróleo, sangre, semillas de manzana, higos o peras. La vía de tren podía ser una cremallera, una valla, una herida o puntos de sutura. Las olas podían significar mar, la Armada, la flota del Báltico.

—En ocasiones juegas con el jugador, no con el tablero —dijo Zhenia.

—¿Qué significa?

—Me imagino a algunos de estos jugadores. Para empezar, está el intérprete. Está relajado, confiado, escribe «bla, bla» para las formalidades. Quizás actúa con un poco de superioridad. Luego están los otros, sobre todo el primer Hombre con Sombrero. Lo primero que dice es que son todos iguales. Todo el mundo va a poder explicarse. Etiqueta clásica de los tiempos soviéticos. Abre la reunión y la cierra. No hay forma de confundirlo con ningún otro participante. Tiene una raya debajo, como el galón de un almirante. El segundo Hombre con Sombrero sin la raya debajo es el que impone la fuerza. Lleva los cuchillos. Podemos aprender mucho de los detalles.

—Eso me recuerda… —dijo Lotte.

—¿Sí?

—Estuve en un torneo en Varsovia, jugando con chicas chinas. Es asombrosa la cantidad de jugadoras que pueden producir.

—¿Y?

—Su nombre estaba en una placa que tenía el símbolo de la cometa cuadrada. En realidad, significa China.

—Ah. —Así que para mantener las cosas en perspectiva, mientras él había estado haciendo chanchullos en estaciones de tren. Lotte había estado viajando en el circuito internacional de torneos de ajedrez—. Es un pequeño gran detalle. ¿Cómo quedaste?

—Segunda.

—Es genial. ¿Recuerdas alguna cosa más?

—Uno de los patrocinadores del torneo era un banco chino, el banco del Amanecer Rojo de Shanghai.

—No salida del sol ni puesta del sol.

—No, en China, el alba siempre es roja.

—Probablemente por toda la contaminación que tienen. Pues estamos avanzando mucho. ¿Qué crees que significa Natalia Goncharova?

—Belleza —dijo Lotte.

—O adulterio. —Zhenia extendió fichas por la mesa de la cocina—. Todo está abierto a interpretación. Podría ser: «Debido a un círculo de espías chino, un torpedo hundió un submarino nuclear averiado y dejó a las víctimas en una amplia mancha de aceite, por lo cual el Ministerio de Defensa Ruso se otorgó a sí mismo la orden de Lenin».

—¿O? —preguntó Lotte.

Zhenia reordenó las fichas.

—«El gran poeta ruso Pushkin y su infiel mujer Natalia estaban navegando por la costa de China cuando a ella le picó fatalmente una avispa. La música de su funeral hizo saltar lágrimas. Se sirvió pescado e higos después de la ceremonia».

Circularon en torno a los parques y senderos iluminados por farolas en el centro de la ciudad sin que Arkady supiera el propósito. ¿Para escapar del Monstruo? ¿Para impresionar a un turista?

—Aquí está el futuro —dijo Maxim—. El llamado Pueblo de Pescadores, un facsímil de la vieja Königsberg.

—Parece un parque temático —dijo Arkady.

—El futuro será un parque temático.

Los edificios de entramado de madera y el faro del Pueblo eran un disfraz para tiendas caras y alojamientos de clase alta. ¿Dónde estaban los ajetreados vendedores de pescado, carretillas de arenque o redes colgadas a secar brillando como tapices de escamas plateadas? Ni siquiera había una barca de pescadores de verdad, solo un par de botes neumáticos de mantenimiento y una solitaria embarcación con un motor fuera borda.

—En ocasiones, para completar la escena, un amigo y yo sacamos una de las barcas y pescado. Es relajante.

—¿Tatiana fue con usted?

—¿Tatiana? No. Nunca se relajaba. Sabía que estaba en peligro cada vez que salía de casa. O en su propia casa. Pero agradecía el peligro. Su vida era un baile con el peligro. Solo Kaliningrado podría criar a una mujer como ella. Una vez me dijo que prefería una vida corta, un relámpago en el cielo.

—¿Un relámpago o un baile? —preguntó Arkady.

—En cierto modo, las dos cosas, mi querido Renko.

—¿Siempre y cuando pudiera llevar consigo a su perro? Eso es lo que me contó Obolenski. Un pequeño doguillo, ¿no?

—¿Lo ha visto?

—No estoy seguro. ¿Cómo se llama?

Polo.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Tatiana? —preguntó Arkady.

—El día que murió.

—¿Aún estaba enamorado de ella?

—Todavía le tenía cariño. Nos respetábamos mutuamente, pero habíamos pasado hacía mucho tiempo la etapa ardiente de una relación.

—¿Se confiaba a usted?

—Hasta cierto punto. Diría que estaba más cerca de su hermana Liudmila y de Obolenski.

—¿Mencionó a alguien de la mafia?

—A nadie en particular.

—¿Y Abdul? ¿Los Shagelman? ¿Simio Beledon? Todos tenían un motivo de queja en su opinión.

—Los criminales siempre tienen un motivo de queja —dijo Maxim—. Quieren Kaliningrado. No es solo el ámbar. Plantas de automóviles, barcos, la flota del Báltico y pronto, quizá, casinos. Bajo la superficie basta hay un apuesto principado.

—Todo lo cual Alexéi Grigorenko quiere como herencia.

Un Mercedes frenó aparentemente por respeto, para dejar pasar al Zil. Los BMW construidos en Kaliningrado parecían saltar directamente a Moscú; Nissan e Isuzu hacían el trayecto inverso desde los puertos del Pacífico y tenían aspecto de zapatos de segunda mano.

—¿Está buscando a alguien? —preguntó Arkady.

Maxim seguía mirando por los retrovisores laterales.

—Conocidos.

—¿Quizá su viejo compañero de pesca? —coincidió Arkady—. No hay nada como viejos amigos para mantenerse alerta.

El río se dividía en una pequeña isla de tilos dispuestos en filas en torno al chapitel de una catedral.

—Tatiana tendrá una estatua aquí algún día, cuando se hayan olvidado de nosotros. La gente preguntará por qué no hicimos nada cuando la asesinaron. Usted lleva el peso por todos nosotros.

—No contaría mucho con eso —dijo Arkady.

—Entonces tenemos problemas.

La torre de la iglesia se alzaba en su propio lecho de luces. Maxim se acercó lentamente.

—Nuestra catedral. —Maxim señaló una tumba metida en un rincón—. Nuestro filósofo.

La tumba era de piedra tosca, junto a un pórtico y una verja de hierro forjado. Los faros del Zil iluminaron una placa que decía: IMMANUEL KANT.

—¿Esto es una visita cultural de medianoche? —preguntó Arkady—. O simplemente nos lleva la corriente.

—Vamos, vamos, tiene que haber estudiado a Kant en la universidad —dijo Maxim—. ¿La mente más grande de su época? ¿Quizás el filósofo más famoso de todos los tiempos? Seres racionales. Imperativo categórico.

Maxim continuó circulando a poca velocidad, sorteando árboles, haciendo un giro en el extremo estrecho de la isla.

—Creeré su palabra al respecto —dijo Arkady.

—O el asesino inquisitivo. Incluso si un asesino pregunta por el paradero de alguien al que piensa matar, la honestidad requiere contar la verdad.

—Me temo que eso se me pasó.

—Pero puede que el viejo estuviera enfermo —añadió Maxim—. Ahora los médicos creen que es posible que Kant tuviera un tumor cerebral. Mostraba todos los signos. Pérdida de visión, pérdida de inhibición social, desmayos. Hemos estado basando nuestros ejemplos morales en un hombre que se estaba volviendo loco.

Arkady notó un empujón y acto seguido una luz brillante. Al volverse vio un monovolumen Mercedes golpeando el parachoques trasero del Zil. El Zil saltó adelante y avanzó a través de un lecho de flores hasta un sendero junto al río. Cuando el monovolumen se colocó a su lado, Arkady vio a un hombre al volante y dos atrás. Maxim gritó y señaló la guantera. Arkady tiró de ella, golpeó y la pateó, pero el compartimento estaba atascado. El monovolumen los adelantó, ganando suficiente ángulo para apartar al Zil del sendero y obligarlo a dirigirse hacia el agua. Maxim no tuvo más opción que detenerse. Bajaron dos hombres del Mercedes, armados con sendas pistolas semiautomáticas. Se situaron a ambos lados del Zil, iluminando el coche con destellos del cañón, haciendo agujeros en las puertas, sembrando dibujos de estrellas en el parabrisas y las ventanas y gritando.

—¿Quieres joderme? Dile hola a mi pequeña amiga.

El trabajo había terminado en cuestión de segundos. Los cargadores de las pistolas estaban vacíos. Los agresores compartieron un momento de satisfacción hasta que el Zil volvió a la vida. Ninguna bala había penetrado en el interior blindado del coche. Las ventanas estaban marcadas, pero no rotas. Pesado como un tanque, el Zil volvió al camino y echó a un lado al otro coche mientras, tropezando y cayendo, los asesinos en ciernes se subieron a él. Cuando todavía podía, el Mercedes se separó y se alejó de la tumba del filósofo acelerando.