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Un patólogo forense no hacía distinciones. Para él, héroes, tiranos u hombres santos eran todos carne en una camilla. Vivos, podrían haber lucido condecoraciones militares o la toga de un catedrático. Muertos, sus secretos se vertían como rollos de grasa, hígado ennegrecido, un cerebro tierno expuesto en un cuenco. Nada más.

Que Willy Pazenko siguiera vivo era un alivio para otros patólogos porque nadie quería rajar a un colega. Él había cumplido su parte, había perdido cuarenta kilos y resoplaba por los pasillos oscuros del depósito de cadáveres para hacer ejercicio, como un globo medio desinflado moviéndose con lentitud. Habían encontrado el cadáver de Tatiana, y no solo lo habían encontrado sino que lo habían incinerado y sus cenizas estaban en una caja de cartón con la etiqueta: MUJER DESCONOCIDA 13.312.

—Puedes pasarlo a una urna de cerámica o madera —le explicó Willy a Arkady—. La mayoría de la gente elige la madera.

—Te dije que no podía haber cremación.

—Lo sé, lo sé, ocurrió cuando no estaba aquí. La mitad de los asistentes son tayikos. Si les das órdenes y asienten con la cabeza, significa que no han entendido ni una palabra de lo que has dicho. Por otro lado, al menos no se beben el desinfectante. De todos modos, entre unas cosas y otras, estuvo dos semanas sin reclamar y ya sabes cómo funciona, el fruto más bajo es el que se recoge primero.

—¿Pero incinerada?

Willy consultó una carpeta.

—Fue identificada por su hermana, su única hermana. Ella hizo la petición.

—¿Su hermana estuvo aquí en Moscú?

—No. No se encontraba bien para viajar desde Kaliningrado, así que llevó a cabo la identificación por teléfono desde su casa.

—¿Desde un móvil? Estamos en un túnel aquí y la recepción es imposible.

—Hicimos la foto aquí y subimos a la calle para transmitirla.

—¿Quién hizo la foto?

—Alguien.

—¿La guardaron?

—Por desgracia, no.

—Dientes.

—Puede que encuentres algo pulverizado en el fondo de la caja.

—¿Suficiente ADN?

—No después de la cremación. Ya te digo que estoy rodeado de incompetentes.

—¿Al menos obtuvieron alguna identificación que lo corroborara?

—De un tal teniente detective Stásov, de la policía de Kaliningrado. —Willy dio una palmada en la carpeta—. Está todo aquí.

—Una última pregunta. Si esta es Tatiana Petrova, ¿por qué en la caja pone Mujer Desconocida?

—Puede significar que nos estamos quedando sin cajas. ¿La quieres? Su hermana dijo que podíamos deshacernos de ella como quisiéramos.

—No hablas en serio.

—Es o la papelera o tú.

—¿Has probado con su revista o sus amigos?

—No voy a ir por ahí esparciendo cenizas como sal y pimienta. Conoces a esa gente.

—¿Y la carpeta?

—Toda tuya. —Se lo entregó todo y le dio a Arkady una opinión crítica—. Creo que deberías elegir la madera.

En su coche, Arkady trató de llamar otra vez a Liudmila Petrova, y no recibió respuesta. Lo mismo con el detective Stásov. La telefonista de Ahora le dijo que Obolenski no había llegado. Los muertos estaban muertos. Los vivos seguían adelante.

Arkady visitó el taller de reparación de ordenadores donde a veces trabajaba Zhenia. Los técnicos le dijeron que había pasado antes para llevarse un portátil.

Cuando Arkady se alejó, se mantuvo atento, tratando de descubrir la figura del chico escondido. Zhenia no había respondido ninguna de las llamadas de Arkady, lo cual en sí mismo era una forma de negociación.

Víktor había llamado y dejado un mensaje para reunirse en el cementerio donde había sido enterrado Grisha Grigorenko. Habían ejecutado a dos hombres de sendos disparos y los habían arrojado como ofrendas a la lápida de Grisha. La guerra de sucesión había empezado.

Los detectives Slovo y Blok llevaban tanto tiempo de compañeros que habían llegado a parecerse: gafas de montura metálica similares y barba blanca de tres días. Tenían planes para retirarse juntos y vivir en una dacha con jardín en Sochi, y no iban a dejarse arrastrar a una guerra de disparos. Habían cumplido con un simulacro de investigación —el lugar fue acordonado de inmediato—, pero la furgoneta forense no había llegado.

Víktor recibió a Arkady a las puertas del cementerio.

—Blok y Slovo son de la vieja escuela. En su opinión, si dos bandas quieren pelear, que les den, que se maten entre ellos. Dos muertos es un buen comienzo.

—Bienvenidos, caballeros —dijo Slovo—. ¿Sabéis cuánto voy a echar de menos vuestros dos caretos? Cero. Vamos a hacer una fiesta de despedida. No estáis invitados. Y tampoco ninguno de estos dos.

Las víctimas tenían el cabello ensangrentado y una palidez nórdica. Arkady los reconoció de la Guarida. Eran hombres de Alexéi; entonces caminaban con arrogancia, liberados de una acusación de asesinato por falta de pruebas. Arkady quería ver si iban armados, pero no se atrevió a mover los cadáveres antes de que llegara la furgoneta forense. Slovo y Blok estaban encantados de no hacer nada. Su atención se había desplazado a su siguiente vida. Blok llevaba en el sujetapapeles un artículo titulado «Planificar un jardín subtropical».

—¿Sabes que hay doscientos sesenta y cuatro días de sol al año en Sochi? —le preguntó a Víktor.

—Asombroso.

Slovo señaló a un sepulturero que estaba en posición de firmes con una pala.

—Ahí está el hombre que los encontró.

Era uno de los sepultureros con los que Arkady había hablado dos semanas antes, el día de la manifestación. Se le ocurrió a Arkady que no había nadie más a la vista.

—¿Dónde está todo el mundo?

—Los trabajadores —dijo Slovo— están celebrando el Día de la Higiene.

—¿Qué significa? ¿Qué higiene? Es un cementerio.

—Significa que se toman la tarde libre —dijo Víktor—. Por eso tardaron tanto en encontrar los cadáveres.

Los ángulos de entrada de las balas sugerían que los hombres habían muerto de pie. En ambos casos la bala había entrado por el cuadrante trasero derecho del cráneo y había salido por el ojo opuesto. Ejecuciones. La falta de sangre en la lápida y en el suelo que los rodeaba indicaba que habían disparado a las víctimas en otro sitio y los habían llevado a la lápida de Grisha para echar más sal en la herida.

—Como dos sujetalibros —se burló Blok.

—Como una guerra de bandas —dijo Slovo—. Bueno, pronto se acabará.

—Ya estoy contando los días.

—Paz y tranquilidad.

Arkady pasó el haz de luz de la linterna sobre un cuerpo y luego sobre el otro. Los revólveres eran fiables y las Glock tenían estilo, pero los verdaderos artistas usaban una pistola con bala de calibre .22 que rebotaba como una bola de billar en el interior del cráneo e incluso se quedaba dentro. No había nada tan ordenado en los hombres muertos. Manchas de sangre y materia gris salpicaban de la cabeza a los pies, como si hubieran compartido un último y descomunal estornudo.

—No tiene sentido —dijo Arkady—. ¿Quién querría empezar una guerra ahora? La olla siempre está hirviendo, pero hay un entendimiento básico ahora. Una paridad. Todos están ganando dinero.

—Eso no cambia el hecho de que son asesinos —dijo Slovo.

—Dispararían a su madre si estuviera de pie en un billete de dólar —dijo Blok.

—A mí me parece una guerra de bandas —dijo Víktor—. Ahora Alexéi tiene que hacer algo.

Arkady examinó la lápida de Grisha y su retrato de tamaño real grabado en granito. ¿Era la pirámide de un mafioso, su firma para la eternidad? O una biografía con solo las partes buenas: el dirigente cívico, bon vivant, donante generoso, deportista de facciones duras, hombre de familia con un pie en el parachoques de un Jeep Cherokee, una pendiente de esquí al fondo, con una gorra de yate inclinada sobre la cabeza y en la cara la sonrisa de un hombre que lo tenía todo. Sin embargo, faltaba algo o algo estaba fuera de lugar.

—La llave del coche no está —dijo Víktor.

Se la habían llevado de la lápida, un mensaje que cualquiera podía comprender.

—Eso me recuerda —le dijo Slovo a Arkady— que Abdul Jan quiere verte.

—¿El mismísimo Abdul Jan?

—En realidad quería hablar con cualquiera que llevara el caso de Tatiana Petrova. Le dije que ya no había caso, pero se negó a aceptar un no por respuesta. Le dije que te pondrías en contacto con él.

—Abdul es uno de tus candidatos del caso Tatiana —dijo Víktor.

—Por lo que yo veo, no hay caso Grigorenko ni caso Tatiana —dijo Arkady.

—No podría estar más de acuerdo —dijo Blok.

—Es una doble negativa —dijo Slovo.

—Es un perro que se muerde la cola —dijo Víktor.