—Bane debe de haber dejado que sus soldados hagan una fiesta para celebrar la victoria —dijo Medianoche mientras conducía a los héroes hasta un callejón que había junto al almacén.
—Qué diferente de cómo condujo a sus tropas en la batalla del valle de las Sombras —observó Adon—. Me pregunto si esta derrota no ha vuelto más humilde a lord Black…
—Lo dudo —repuso Medianoche—. Es posible que esté simplemente aprendiendo a reconocer el valor de sus tropas. En cualquier caso, quizá podamos hacer que esta indulgencia se vuelva contra él.
—¿Quieres decir que has resuelto el problema de cómo entrar? —preguntó Varden. Y se pasaba una y otra vez la mano por sus cabellos rubios.
—Antes de preocuparnos por la guarnición en sí, debemos comprobar el almacén —dijo Medianoche volviéndose a Varden—. Debemos dar la vuelta al edificio y ver si hay más puertas.
Los héroes empezaron a rodear la parte exterior del almacén, siempre permaneciendo pegados al edificio. Pasaron por delante de ellos dos grupos de soldados zhentileses, cantando canciones atrevidas y contando chistes verdes, pero en ningún momento sospecharon siquiera que tenían a seis intrusos a sólo unos metros de distancia.
Varden descubrió otra puerta en la parte posterior del almacén, si bien estaba cerrada con llave. El ladrón sacó inmediatamente sus ganzúas y, al cabo de un momento, la puerta estaba abierta. La abrió despacio y se asomó al interior.
—No podíamos haber llegado en mejor momento —susurró Varden y se volvió a mirar a Medianoche—. El almacén parece vacío. Creo que nos podremos mover con toda libertad.
Los héroes entraron quedamente en el edificio, con Medianoche en medio para que ninguno se quedase fuera del campo de invisibilidad del hechizo.
—Cerrad la puerta —dijo Medianoche en un siseo cuando todos estuvieron dentro.
Wulstan obedeció a Medianoche, pero se detuvo al pronto y se puso a observar la cerradura de la puerta.
—Parece que se cierra por ambos lados —dijo el guerrero, luego indicó a Medianoche con un gesto que examinase la puerta.
Ella asintió y sacó un trozo de goma que había quedado de su ensalmo; se la entregó al soldado.
—Métela en la cerradura. La puerta se cerrará, pero no la cerradura. Así no nos quedaremos atrapados si necesitamos salir precipitadamente.
Wulstan y Varden miraron a la maga con expresión de sorpresa.
—Un viejo amigo me enseñó este truco —explicó la maga de cabello color ala de cuervo, y Cyric acudió a su mente. Pero entonces Medianoche notó que una gran tristeza se apoderaba de ella y, por un momento, se quedó casi abrumada por la pena. La maga cerró los ojos, cobró ánimos y alejó de sí aquella emoción. Pensó que Cyric había muerto y que ella no podía hacer nada al respecto; en cambio, Kelemvor estaba con vida y necesitaba su ayuda. Tendría tiempo para ponerse triste.
Los pensamientos de Medianoche se vieron interrumpidos cuando Gratus se puso a su lado.
—¿Puede ser aquello lo que andas buscando? —preguntó el anciano señalando hacia las sombras que había a unos seis metros a la izquierda de la puerta.
Medianoche entornó los ojos. Algo brillaba a la luz de la luna, como diminutos rayos de luz color ámbar.
—¡No puede ser! —exclamó, y fue acercándose a la luz.
Adon se adelantó y se agachó sobre una talega medio abierta.
—¡Medianoche, están aquí! —exclamó el clérigo, con una amplia sonrisa iluminando su rostro—. ¡La esfera de detección y tu libro de hechizos están aquí!
—¡Los asesinos, en medio de la confusión de nuestra huida, han debido dejarlos olvidados! —dijo Medianoche mientras cogía la talega.
—No ha sido en absoluto un olvido —tronó una voz desde un rincón oscuro del otro lado del almacén—. Y contaba con que tú tampoco lo olvidases. —Durrock salió de las sombras y apareció en medio de la pálida luz de la luna que se filtraba por las ventanas. Iba sin armadura y con el rostro desfigurado al descubierto. Se acercó a los héroes.
Cuando Medianoche vio el rostro del asesino, estuvo a punto de gritar y sintió en su interior un ramalazo de simpatía por aquel hombre. Luego notó que la bolsa de lona resbalaba de su mano y la apretó con más fuerza. La maga no tardó en comprender que, como no llevaba con ella la talega cuando lanzó el hechizo de invisibilidad, era visible.
—Te agradezco que me muestres dónde estás exactamente —dijo Durrock, para luego desenvainar su espada negra como la noche. El asesino caminaba a grandes zancadas directamente hacia Medianoche—. Hace ya un buen rato que te espero.
Los héroes se dispersaron tanto como pudieron y, cuando Durrock llegó a corta distancia de la maga, se pusieron en semicírculo detrás de él. Medianoche arrojó la talega al suelo y trató de esquivar el ataque del asesino, pero éste hizo una finta hacia delante y luego agarró a la maga por el pelo. Medianoche se puso a gritar.
De pronto, una tabla de madera se estrelló contra la cabeza del asesino y éste se tambaleó y tuvo que soltar a la maga. Mientras Medianoche se alejaba de Durrock dando traspiés, un halo blanquiazul envolvió a cada uno de los héroes; el hechizo de invisibilidad se desvanecía.
Gratus estaba detrás del asesino, con la tabla de madera rota en sus manos. Durrock apretó con más fuerza su negrísima espada y gritó de rabia y de dolor. La espada del asesino salió despedida en el momento justo en que Varden agarraba al anciano por los hombros y tiraba de él hacia atrás. La espada le dio a Gratus en el pecho y empezó a brotar sangre de la herida.
Medianoche, aterrorizada, se alejó de Durrock, que se volvió y avanzó hacia la maga de cabello como ala de cuervo pero apareció Adon junto a ella y la cogió por el brazo.
—¡Corre! —gritó el clérigo mientras empujaba a la maga hacia la puerta.
Durrock empezó a seguirla, pero los dos soldados de Colina Lejana se interpusieron en su camino, con las espadas desenvainadas.
—Ven, cerdo zhentilés. ¡Vamos a ver cómo te las arreglas con alguien más joven que tú! —dijo burlonamente Tymon cuando estuvo delante del hombre desfigurado.
Wulstan miró a Medianoche por encima de su hombro.
—¡Coge tus tesoros y echa a correr! —gritó el guerrero.
Medianoche vaciló un instante en la puerta, luego cogió la talega y salió del almacén. Varden estaba ayudando al comerciante herido a llegar a la puerta, pero Adon también sujetó a Gratus y los héroes desaparecieron en la noche. Se deslizaron en las sombras y estaban lejos de la guarnición zhentilesa antes de que los soldados semiborrachos se hubiesen enterado siquiera de lo que había pasado.
—¡Despierta! —gritó el guardia, y pasó su espada de arriba abajo por los barrotes de acero de la celda de Kelemvor.
El guerrero de ojos verdes se despertó de golpe, pero fingió hacerlo poco a poco, haciendo teatro; se desperezó, se frotó los ojos y bostezó exageradamente. Fuera de la celda había dos guardias, pero Kelemvor no quería darles la satisfacción de que supiesen que, a decir verdad, lo habían sobresaltado, que aquella pequeña crueldad le había afectado.
Asimismo, el guerrero sabía por qué los guardias lo habían despertado. Lord Black había esperado una respuesta inmediata a su propuesta, pero Kelemvor había manifestado que necesitaba tiempo y soledad para considerar el trato. El que Bane hubiese aceptado su petición le había cogido completamente por sorpresa. Pero ahora había transcurrido el tiempo de considerar la oferta.
El guerrero oyó pasos que se acercaban por el pasillo y, por la forma en que los guardias se pusieron alerta, Kelemvor supo quién iba a ser su siguiente visitante. No fue una sorpresa.
—Tú dijiste que me dabas de tiempo hasta mañana —observó Kelemvor con calma cuando Bane se puso entre los guardias.
—Las circunstancias han cambiado. Es ahora cuando debes actuar. ¿Has considerado mi oferta? —preguntó Bane bruscamente. La aspereza en la voz del dios caído indicó a Kelemvor que algo lo había enfurecido.
—No he podido pensar en ninguna otra cosa —contestó Kelemvor. Luego se puso de pie y se fijó en el brillo parpadeante de color rojo que bailaba en los ojos de lord Black.
Era cierto. La idea de liberarse de la maldición había incluso poblado los sueños de Kelemvor. Kelemvor había deseado a menudo ser un héroe, alguien que pudiese llevar a cabo hazañas nobles con el único fin de ayudar a los demás, pero la maldición se había interpuesto siempre en su camino. El guerrero creía, sin sombra de duda, que Bane podía cumplir su promesa y que, por consiguiente, el dios de la Lucha podía hacer sus sueños realidad.
Con lo cual, sólo quedaba por considerar el problema de Medianoche. Si Kelemvor aceptaba las condiciones de Bane, tendría, evidentemente, que traicionar la confianza que la maga había puesto en él… y sus sentimientos para con ella. Pero Kelemvor pensó que Medianoche lo había traicionado a él muchas veces.
Luego, el guerrero, en un intento de racionalizar la decisión que, a decir verdad, ya había tomado, empezó a recordar los insultos y las ofensas absurdas que ella le había lanzado. La maga se había marchado del valle de las Sombras sin él. Era cierto que sus palabras en el puente Pluma Negra habían sido de amor y entrega; sin embargo, la verdad pura y simple era que sólo hacía unas semanas que Kelemvor conocía a Medianoche.
Kelemvor se preguntó de pronto hasta qué punto conocía él a la maga de negros cabellos. Al guerrero ya no le preocupaba si Medianoche había cometido los crímenes de los que la acusaban los hombres del valle. No cabía duda de que no los había cometido, pero lo que Kelemvor se preguntaba ahora era si Medianoche lo amaba realmente.
—Has tenido visita durante la noche —dijo Bane, indiferente, y estas palabras sacaron a Kelemvor de su ensimismamiento.
—¿Quién? —quiso saber Kelemvor. El guerrero dio un paso en dirección a los barrotes de la celda.
Bane entornó los ojos y una mueca de burla y desprecio apareció en su rostro.
—Quien tú piensas, imbécil. Medianoche y sus cómplices. Ha venido a recoger su libro de hechizos y otros objetos personales que tenía cuando Durrock y sus asesinos la capturaron. —El dios de la Lucha hizo una pausa, luego sonrió—. Sin embargo, no ha tratado de liberarte.
El guerrero suspiró de alivio.
—Es evidente que la maga ha vuelto a escaparse, pues en caso contrario tú no estarías aquí —dijo Kelemvor.
La ira ardía en los ojos de lord Black.
—No ha podido escapar sin que uno de su grupo fuese herido y dos fuesen muertos. No sobreestimes tu importancia en mis planes, Kelemvor. Medianoche morirá. Tu participación no es más que un asunto de conveniencia. Dejando que vayas en su busca y me la traigas, puedo reducir las bajas de mis filas.
El guerrero pensó que Bane estaba actuando equivocadamente, que se estaba comportando como un vulgar señor de la guerra, no como un dios. Sin embargo, la información que Bane acababa de proporcionarle acerca de la visita de Medianoche a la guarnición zhentilesa contestaba a algunas preguntas que habían estado atormentándolo en los rincones de su mente.
—Muy bien —dijo Kelemvor, en voz baja pero firme—. Acepto tus condiciones.
Lord Black sonrió.
—Entonces vas, por fin, a entrar en razón. No hay nada más precioso que llevar la vida que uno desea —dijo Bane recalcando las palabras—. Ya va siendo hora de que tú puedas hacerlo.
El guerrero asintió.
—Encontraré a Medianoche y me ganaré su confianza. La convenceré de que me he escapado por mis propios medios y fingiré que sólo quiero ponerla a salvo. Luego, a la primera oportunidad que tenga… la someteré. —Kelemvor hizo una pausa y se pasó la mano por el pelo—. Luego me dirigiré a Tantras para recuperar la Tabla del Destino que has escondido en esa ciudad y, a cambio de todo esto, tú me librarás de la maldición de los Lyonsbane.
—Exactamente —dijo Bane. Y con toda la calma del mundo indicó a los guardias que abriesen la celda.
Kelemvor se apartó un paso de la puerta.
—Ahora que nuestro trato está cerrado, dime dónde está exactamente la Tabla del Destino —dijo el guerrero de ojos verdes.
—Tienes que tener un poco de fe —repuso Bane con una voz ligeramente suspicaz—. Esta información será tuya cuando me hayas entregado a Medianoche. En estos momentos, tenemos que ocuparnos de otro asunto.
El corazón de Kelemvor empezó a latir con fuerza. Cuando la puerta de la celda se abrió y el dios de la Lucha se acercó a él, apenas podía controlar la emoción.
—Guardia, dame tu espada —ordenó Bane con brusquedad.
Las llamas de los ojos de lord Black fueron de pronto lo bastante brillantes como para iluminar el pasillo sin la ayuda de las antorchas. El guardia obedeció sin rechistar. El dios caído levantó la espada muy alto sobre su cabeza.
Las llamas de los ojos de Bane se extendieron por el oscuro cuerpo del dios y, pronto, un halo color rojo como la sangre cubría toda su forma. Lord Black empezó a recitar un ensalmo complicado. Las llamas prendieron de pronto en la espada, la voz del dios aumentó de intensidad mientras agitaba violentamente la espada y su forma empezó a ondularse como el cuerpo de una serpiente.
La espada cortó el aire y Kelemvor dio un grito cuando el arma traspasó su pecho e hizo una hendidura desigual desde el esternón hasta el abdomen. El guerrero bajó la vista a su ropa y a su carne desgarrada y sintió que se apoderaba de él una gran debilidad. Sin embargo, el guerrero hizo un esfuerzo para permanecer de pie. Aunque estuviese a punto de morir, no se arrodillaría delante de lord Black.
Los trozos de carne desprendidos del pecho del guerrero empezaron a temblar y a estremecerse y Kelemvor estuvo a punto de gritar de terror cuando vio la cabeza negra de la pantera abrirse camino a través de la herida abierta. Cuando las garras del animal se clavaron en el interior de su cuerpo y lo desgarraron en un intento de liberarse, el guerrero experimentó un dolor como nunca había conocido.
«¡Es imposible!», era lo único que podía pensar Kelemvor. A continuación, todo el mundo del guerrero se convirtió en una explosión candente de dolor punzante que nublaba todos sus sentidos menos el del propio sufrimiento. El animal se iba abriendo paso para salir pero, al mismo tiempo, estaba matando a Kelemvor desde dentro.
Se oyó un fuerte rugido salvaje y Kelemvor sintió que se libraba de un enorme peso. El dolor se mitigó considerablemente y vio que Bane se aferraba a ambos lados del animal. Con un movimiento rápido e inhumano, el dios golpeó el cuello de la bestia.
El guerrero bajó la vista, se miró el pecho y vio, atónito, que su carne desgarrada empezaba a unirse y a cerrarse. Las heridas se estaban curando a un ritmo increíble.
—Hecho —dijo Bane indolentemente, para luego arrojar el cuerpo de la pantera a los pies de Kelemvor. El dios se volvió y salió de la celda—. Decidle dónde puede encontrar a la maga, aseadlo y que se ponga en marcha.
—¡No! —dijo Kelemvor con voz débil, con una voz que era apenas un susurro.
Con expresión suspicaz, Bane se volvió hacia la celda.
—Tiene que parecer que he luchado para salir de aquí —dijo el guerrero, luego se desplomó en el suelo, a unos centímetros del cadáver todavía caliente de la pantera.
Lord Black sonrió.
—Muy bien —dijo—. Pero quiero que sepas una cosa, Kelemvor. Si se te ocurre siquiera renegar de nuestro acuerdo, yo me enteraré. Mis agentes te darán caza y te matarán, te escondas donde te escondas. —El dios de la Lucha hizo una pausa y una nueva sonrisa diabólica apareció en sus labios—. O algo mejor. Volveré a meter a este animal, o a alguno todavía más horrible, dentro de ti. —La sonrisa se hizo ligeramente más sarcástica—. Uno que resulte todavía más doloroso de sacar que la pantera. Recuérdalo.
El guerrero asintió.
—Es exactamente lo que me esperaba —dijo—. Y es exactamente lo que yo habría hecho en tu lugar. Puedes estar tranquilo. Cumpliré con los términos de nuestro pacto al pie de la letra.
—Esto puede ser el comienzo de una larga y provechosa asociación —dijo Bane por encima del hombro mientras se alejaba por el pasillo—. Tráemela con vida, Kelemvor, si ello es posible.
Kelemvor se estremeció y se fue poniendo de pie. Cuando salió tambaleándose de la celda, no miró a los guardias.
—Lo haré —murmuró.
Luego se alejó de la mazmorra siguiendo la misma dirección que había tomado lord Black.