—Entiendo por qué lo has hecho —comentó Nico—, pero yo también me cabrearía, y mucho, si una chica con la que estuviera saliendo mandara a un detective detrás de mí.
La voz de mi hermano y el ruido de fondo del restaurante en una noche ajetreada aplacaron en parte mis nervios.
—No estamos saliendo —repuse, mirando la maleta a medio hacer que tenía a mi lado y que me recordaba que lo mío con Jax estaba al borde del desastre—. Vivimos juntos.
—Peor aún. ¿Tienes que pedirle a alguien ajeno a tu relación de pareja que se informe sobre el tío con el que te acuestas todas las noches? Menuda mierda, Gianna. Voy a preguntártelo otra vez. ¿De verdad quieres vivir así?
Fruncí el ceño mirando al teléfono.
—No, claro que no.
—Entonces sal de ahí y búscate un tío decente que te dé lo que quieres.
—Lo he intentado. Y no ha dado resultado.
Soltó un bufido.
—Pues vuelve a intentarlo.
—¿Puedes dejar de ser tan negativo un momento y ayudarme a encontrar un modo de salir de este lío? ¿Por qué será que los tíos siempre intentáis resolver los problemas cuando nosotras solo queremos desahogarnos y luego, cuando queremos soluciones, no nos dais ninguna?
—La solución a estar con un tío que no te conviene es dejarlo. Ahí lo tienes. Problema resuelto.
Gruñí.
—Yo creo que el problema es Deanna.
—Nunca me gustó esa zorra —comentó Nico, sorprendiéndome. No solía hablar despectivamente de las mujeres: nuestra madre había criado a sus hijos para que fueran unos caballeros—. Y a Vincent tampoco. Solo la aguantaba porque era una fiera en la cama. Le gustaban las cosas raras, el bondage y todo ese rollo.
—Qué asco —sacudí la cabeza—. No me cuentes más, Nico, en serio. Además, me parece fatal que os contéis esas cosas. ¿Qué ha sido de la intimidad?
—Oye, que yo no pedí ver esas fotos que le mandaba. Le dije a Vincent que las guardara en su habitación. El caso es que debería haberte advertido sobre ella. Una vez le contó que había empezado su carrera acostándose con hombres importantes, casados, y usando luego las cosas que le contaban en la cama, o directamente el chantaje, para sonsacarles información.
Me quedé mirando la puerta cerrada del armario, paralizada por una idea que acababa de ocurrírseme.
—Entonces —añadió mi hermano—, ¿quieres que me pase por allí este fin de semana y te ayude a sacar tus cosas?
—Todavía no —me levanté y me acerqué a la bolsa donde guardaba mi portátil—. Luego te llamo.
—Si no puedo contestar, te llamaré yo.
A pesar de que tenía la cabeza en otra cosa, me di cuenta de lo maravilloso que era Nico. Había muchas cosas buenas en mi vida, pero decididamente mis hermanos eran lo primero de la lista.
—Ti amo, fratello.
—Yo también a ti.
Me guardé el teléfono en el bolsillo, saqué el portátil de su funda y lo puse en el banco, a los pies de la cama. Me metí en la nube y recé en silencio para que Vincent no hubiera cambiado su contraseña desde que me la había dado, unos meses antes.
No la había cambiado.
Dudé un momento, sopesando mis opciones. En cualquier caso, alguien a quien quería iba a sufrir.
Al final, ganó la amenaza que suponía Deanna, por ser de índole pública.
Me metí en la cuenta de Vincent, pinché en el álbum de fotos vinculado a su teléfono y enseguida me dieron ganas de restregarme los ojos. Había cosas que una prefería no pensar que sus hermanos conocían, o hacían.
Descargué todas las fotos obscenas de Deanna mientras me preguntaba por qué las había guardado Vincent después de su ruptura y le mandé un mensaje de texto diciéndole que tenía información que le interesaba y que me llamara lo antes posible.
Con manos temblorosas, comencé a deshacer la maleta. Jax no creía que fuera lo bastante fuerte para compartir su vida y me tocaba a mí demostrarle que se equivocaba. Podía hacerlo. Lo haría. De ese modo, Jax no sentiría que tenía que ocultarme cosas porque no podía soportarlas.
Oí la voz de Jax al otro lado de la puerta, cada vez más fuerte a medida que se acercaba.
—Lo entiendo, papá, pero ahora mismo tengo que ir a buscar a Gianna…
Se abrió la puerta y entró. Se quedó parado al verme. Parker apareció detrás de él, pero se detuvo al verme y cerró la boca antes de decir lo que tenía en la punta de la lengua. Asintió con la cabeza, agarró el pomo de la puerta y cerró. Jax echó la llave.
Empezó a sonar mi teléfono. El nombre de Deanna apareció en la pantalla. Sosteniendo la mirada de Jax, contesté con voz cortante:
—Gianna Rossi.
—¿Qué pasa? —preguntó Deanna con aire distraído e impaciente.
—Hola, Deanna.
Jax entornó los párpados.
Respiré hondo, consciente de que estaba a punto de marcarme el mayor farol de mi vida.
—Voy a ir directa al grano. O renuncias a publicar ese artículo sobre los Rutledge o publico fotografías sexuales tuyas en todas las páginas porno que encuentre.
Las aletas nasales de Jax se ensancharon cuando tomó aire bruscamente.
—Eso son gilipolleces —siseó Deanna.
—¿Ah, sí? —dije—. ¿Quieres correr ese riesgo?
—¡Esas fotografías son propiedad privada!
—¿Vas a hablarme a mí del derecho a la intimidad?
—¡Son dos cosas totalmente distintas, Gianna! La familia Rutledge renunció a su derecho a la intimidad cuando decidió intentar controlar este país.
—Tú te has pasado de la raya.
—¿Y tú no? Hay leyes contra ese tipo de publicaciones sexuales. Cuelga esas fotos y los que saldréis perjudicados seréis tú y los Rutledge. Vosotros seréis el enemigo, entonces.
—También hay leyes contra la extorsión —dije con voz crispada—, pero eso no te ha detenido. Hay formas de averiguar a quién exprimes para conseguir información, igual que hay formas de ocultar cómo han llegado a Internet esas fotos tuyas.
Estaba mintiendo sin ton ni son, perdiendo el control de lo que decía, pero no podía detenerme.
Respiró hondo.
—No sé qué crees que tienes sobre mí, pero…
—Tengo bastante —agarré con fuerza el teléfono—. Renuncia a publicar ese artículo, Deanna, o arruinaré tu reputación. Tú eliges.
—¡No puedo retirar el artículo! ¡Es demasiado tarde!
—Peor para ti —colgué.
Jax se quedó mirándome.
—¿Qué estás haciendo?
—No estoy segura. Solo quiero arreglar esto —sonó otra vez mi móvil y contesté.
—¿Cómo puedes hacerme esto? —la voz de Deanna sonó llena de pánico—. Una mujer a otra, ¿cómo puedes hacer esto?
No podía hacerme esa pregunta a mí misma, porque recularía. Alguna vez había mandado fotografías sugerentes a Jax. Nada tan extremo como Deanna, pero aun así habría sido espantoso que salieran a la luz.
—Ofréceme otra alternativa.
—¡Esto no es asunto tuyo! Jackson Rutledge es mayorcito. ¡Deja que se defienda solo!
—Lo haría si no fuera la culpable de este embrollo.
Jax comenzó a acercarse a mí.
Deanna gruñó.
—¿Vas a hacerme esto por un tío que no te cuenta nada de su vida? ¿Crees que le importaría si la situación fuera al revés? Alucinarías de lo deprisa que se largaría, ¡no creas que no!
Había elegido el instante menos oportuno para plantearme esa posibilidad, porque los ojos de Jax en ese momento estaban llenos de amor. De pronto comprendí que habría hecho cualquier cosa por mí.
—Esta conversación se ha acabado —le dije, ansiosa por ponerle fin antes de que pudieran asaltarme las dudas. Sí, era una zorra oportunista, pero lo que yo amenazaba con hacerle no me situaba muy por encima de ella—. Ya conoces las condiciones.
Colgué una fracción de segundo antes de que Jax me agarrara y me apretara tan fuerte que apenas pude respirar.
—Dios mío, Gia —besó con fiereza mi frente—. No esperaba que… No quería…
Lo abracé, apretándolo con todas mis fuerzas. Tenía razón: la primera vez que habíamos roto, no había luchado por él. No iba a cometer dos veces el mismo error.
—Superaremos esto. ¿Verdad?
Mi voz sonó suplicante. Me estremecí al oírla, pero sentía un nudo en el estómago del que no lograba librarme. Tenía la horrible sensación de que todavía no había llegado lo peor.
Jax apoyó la cabeza en mí. Parecía agotado.
—Lo siento, nena. Estaba furioso con todo y con todos, menos contigo, pero tú eras el blanco más fácil. Me he portado como un capullo.
—Yo también lo siento. No sé cómo se me ocurrió pedirle ayuda.
—Esta vida… Hay que acostumbrarse a ella. Tendré que enseñarte cómo afrontar ciertas cosas —sus labios rozaron mi mejilla—. Debería habértelo contado. Necesitabas respuestas, y debería haber sido yo quien te las diera.
—Lo harás la próxima vez —dije, rezando por que fuera así de fácil.
Con el tiempo, se agotarían los errores que podíamos cometer. Al menos, tenía que convencerme de ello.
Dejé escapar un suspiro. Lo que habíamos tenido en Las Vegas parecía tan… tan claro. Tan auténtico. Ahora todo estaba turbio, nublado por nuestros lazos familiares. Lamenté un poco que nuestra relación de pareja hubiera perdido frescura e inocencia por el camino.
Pero lamentarme por lo que habíamos perdido no me impedía apreciar lo que teníamos aún. Cuando estaba en brazos de Jax, sentía que estaba donde debía estar. En ningún otro sitio me sentía tan a gusto, como no fuera en el Rossi.
Sabía lo que significaría perder aquello. Ahora tenía que aprender lo que costaba mantenerlo.
Jax se apartó y me miró, deslizando las manos por mi espalda.
—Iba a ir a buscarte. Si te hubieras marchado, te habría hecho volver a casa.
Froté la nariz contra su cuello. Quería reconfortarlo, y reconfortarme a mí misma de paso. Sentía el estrés que atenazaba su cuerpo, aquella tensión que parecía lista para estallar.
—Quizás habrías tenido que sudar un poco para conseguirlo.
Posó las manos en mi cuello y masajeó mis músculos agarrotados. Gemí, derritiéndome bajo sus caricias expertas. Bajó la cabeza y su voz sonó baja y honda:
—Puedo hacerlo ahora.
A pesar de que intuí lo que iba a pasar, su beso me dejó noqueada. Se apoderó de mi boca con ansia, bruscamente, con una fiereza que no había saboreado desde nuestros tiempos en Las Vegas. Su lengua se introdujo rápida y fuertemente en mi boca, lamiendo la mía con devastadora pasión. El mensaje quedó claro antes de que hablara.
—Te deseo —dijo en voz baja, y trazó mis labios con la punta de la lengua—. Hay una docena de personas al otro lado de estas paredes y no me importa. No puedo callarme cuando estoy follando contigo. Me oirán cuando me corra dentro de ti. Me lo notarán en la cara cuando salga. Pero me importa un bledo. Si no te la meto hasta el fondo en los próximos diez minutos, voy a volverme loco.
—Jax… —empezó a sonar mi teléfono. Lo silencié y lo solté sin importarme dónde cayera. Luego agarré a Jax por el pelo y lo sujeté mientras le comía la boca.
Me encantaba besarlo, sentir sus labios, tan firmes y sin embargo tan suaves, sus gruñidos de placer, el ansia con que me besaba… Me hacía sentir que no podía vivir sin mí.
Me agarró por la muñeca y me hizo bajar la mano hasta su polla y rodearla con los dedos. Estaba dura como una piedra y maravillosamente gruesa. Luego me hizo subir la mano hasta su pecho y me la apretó contra su corazón palpitante.
—Gia…
Perdí el control.
Nos quitamos la ropa el uno al otro, arrancándonos los botones y rasgando la tela delicada. Yo estaba ansiosa por tocarlo, mis labios y mis dientes se abalanzaban sobre cada centímetro de piel dorada que podían encontrar, mis manos tiraban y arrancaban cada trozo de tela con la que se tropezaban.
En un rincón remoto de mi mente oí vibrar mi teléfono, pero no me importó. Tampoco a Jax. Solo pensábamos el uno en el otro mientras a nuestro alrededor todo parecía arder.
Me hizo retroceder hasta que caí sobre la cama, se quitó la camisa rota y se tumbó a mi lado. Su piel, caliente al tacto, me quemó incluso a través del sujetador y los pantalones. Besándome con fiereza, agarró uno de mis pechos y lo masajeó con ansia antes de apartar la copa de encaje para tocar mi piel desnuda.
Gemí junto a su boca. Mi pezón se endureció al contacto con su mano. Luché con el botón escondido de sus pantalones de traje y gruñí cuando se puso encima de mí y me sujetó las manos.
—Tú primero —masculló. Sus hábiles dedos rodearon mi pezón, y una oleada de placer inundó mis entrañas.
Un momento después, esa boca que adoraba se posó sobre mi pecho y un calor mojado envolvió mi tierno pezón. Lamió la punta endurecida y sus mejillas se hundieron al chuparla. Había metido la mano entre mis piernas y estaba frotando mi raja ansiosa a través de los pantalones al mismo tiempo que me provocaba restregando su erección contra mi muslo.
Su olor y su calor me envolvieron, sus manos y su boca se movieron por todo mi cuerpo. Yo quería retener parte del control, pero Jax iba demasiado deprisa, se deslizó hacia abajo antes de que pudiera detenerlo.
Clavó la mirada en mis ojos al bajarme los pantalones y las bragas de un tirón.
Me senté, me quité la blusa y me desabroché el sujetador. Mi móvil vibraba sin parar, marcando un ritmo urgente y ansioso. Jax se tumbó de espaldas y se abrió la bragueta, levantó las caderas para quitarse los pantalones y los calzoncillos y se echó encima de mí así, demasiado impaciente para desnudarse del todo.
Me abrí para él, lo rodeé con los brazos y grité su nombre cuando bajó las caderas y me metió la polla hasta la mitad.
Bajó la cabeza y gruñó junto a mi oído:
—Déjame entrar, nena.
Retorciéndome, jadeando, tiré de él. Clavé las uñas en los músculos rígidos de su espalda y tensé las piernas sobre sus muslos. Estaba cada vez más mojada, excitada por el movimiento incansable de sus caderas, por la forma en que su cuerpo buscaba frenéticamente una conexión más profunda entre nosotros. Me habría gustado que hubiera más preámbulos, pero me estaba poniendo rápidamente a punto y mi sexo succionaba el suyo con rítmicos latidos.
—Eso es —jadeó, retirándose un poco para volver a penetrarme—. Toma mi polla.
Gemí cuando me penetró más aún, sacudí las caderas para librarme de sus manos, ansiosa por combarme hacia arriba.
De repente se retiró, dejándome vacía y palpitante. Después, su boca se posó entre mis piernas y comenzó a lamerme, a rodear en círculos mi clítoris y rozar suavemente aquel vibrante manojo de nervios. Me agarré a la sábana con fuerza, arqueando la espalda. Pasé de no estar del todo lista a precipitarme en un orgasmo tan brusco que me pilló completamente desprevenida.
El calor se extendió por mi piel como una fiebre. Mi cuerpo se estremeció, sacudido por un temblor de placer. Tomé aire ansiosamente y, retorciéndome, intenté apartarme del delicioso tormento de su habilidosa lengua. Me agarró los muslos con las manos para sujetarme, obligándome a soportar las superficiales pero rapidísimas pasadas de su lengua. Aquella perversa provocación me hizo anhelar frenéticamente su polla larga y dura como el acero.
En el instante en que cambió de postura para penetrarme otra vez, lo rodeé con las piernas y me giré para colocarme encima de él. Quedó magníficamente tendido sobre la cama, excitado, enloquecido. El sudor brillaba en las duras prominencias de su abdomen y el calor bruñía sus pómulos. Su pecaminosa boca estaba todavía mojada por mi flujo y enrojecida por nuestros besos.
Dios mío, era irresistible. Y su modo de agarrarme por las caderas para atraerme hacia sí me hizo enloquecer. Ansiaba cabalgarlo, tomar lo que necesitaba, poseerlo.
Agarré su sexo y lo coloqué, manteniéndolo erguido para poder deslizarme sobre él. Estaba tan duro que se me hizo la boca agua. Miré su pene largo y grueso y me lamí los labios, deseosa de saborearlo.
—Luego —gruñó, y levantó las caderas para colocar en su sitio su ancho glande. Al sentir su calor, se me puso la piel de gallina. Estaba ardiendo, y yo me abrasaba con él.
Tiró de mí hacia abajo y gemí, tan mojada y lista por el milagro que había obrado su boca que me penetró hasta el fondo de una sola embestida, suave como la seda. Arqueó el cuello, levantó la espalda de la cama y soltó un siseo de placer entre los dientes apretados.
—Gia…
Me ardió la garganta. Saber que le estaba dando lo que necesitaba, ver cómo gozaba… No había nada que me emocionara tanto como aquello.
Se incorporó, tensando sus duros músculos, y acercó la cara a mi cuello.
—Te quiero.
—Jax… —metí los dedos entre su pelo y agarré su cabeza para mantenerlo cerca de mí.
—Quiero despegar contigo —masculló—. Marcharme lejos y mandar al diablo todo lo demás.
Me tensé alrededor de su sexo.
—¿Por cuánto tiempo?
Sus dientes se clavaron suavemente en la piel de mi cuello.
—Para siempre.
—Está bien —me puse de rodillas y dejé que se deslizara dentro de mí—. Vámonos.
Un instante después estaba tumbada de espaldas y Jax se cernía sobre mí. Su boca se había curvado en una sonrisa peligrosamente sensual.
—Primero vamos a acabar lo que hemos empezado.
—No quiero que se acabe nunca —le dije en voz baja.
Posó las manos a ambos lados de mi cara y me sostuvo la mirada. Tragó saliva y pareció que iba a decir algo. Luego, bajó la cabeza y, besándome, me lo dijo sin palabras.
Sentada en la cama, con las piernas cruzadas, vi vestirse a Jax. Estaba muy callado. Saltaba a la vista que sus pensamientos se hallaban muy lejos de allí.
—Jax…
—¿Umm? —me miró y la negrura de sus ojos fue haciéndose más nítida poco a poco, hasta que volvió por completo al presente. Sus dedos se detuvieron mientras se abotonaba la camisa—. ¿Estás bien?
A pesar del ansia con que me había penetrado, una vez dentro de mí había aminorado el ritmo. Me había hecho el amor. Despacio. Dulcemente. Como si él también quisiera recordar cómo habían sido las cosas entre nosotros en otro tiempo.
Le devolví la pregunta.
—¿Y tú?
Hinchó el pecho y lo deshinchó.
—Sí. Tengo que ocuparme de algunas cosas, pero sé lo que hay que hacer. Pero tú vas a quedarte al margen, ¿de acuerdo? Se acabó, Gia. No voy a permitir que…
Lo interrumpió un grito procedente del cuarto de estar. Los dos nos pusimos alerta al oír aquellas voces furiosas, hasta que se hicieron reconocibles.
Me puse rígida. La angustia disparó los latidos de mi corazón. Me levanté para vestirme.
—Es mi hermano.
Eché una rápida ojeada al reloj y vi que era la hora de mayor ajetreo nocturno en el Rossi. Empecé a ponerme histérica. Si Vincent se había marchado del restaurante para ir a casa de Jax, solo podía ser por un motivo.
Jax se metió los faldones de la camisa en los pantalones.
—Yo me ocupo.
—No. Es problema mío.
—Y un cuerno —se puso los mocasines y se acercó a la puerta—. Ya has tenido bastante por hoy.
—Jackson… —la puerta se cerró tras él, y me apresuré a arreglarme para estar presentable.
Vincent volvió a gritar, todavía más enfadado que antes. Para darme prisa, me puse unos pantalones de yoga y una camiseta deportiva. Salí al cuarto de estar a tiempo de ver cómo salía todo el mundo. Jax estaba junto al sofá, frotándose la barbilla, y Vincent de pie en el último peldaño que bajaba al cuarto de estar, con los puños apretados junto a los costados. Iba vestido para trabajar, con una camiseta del restaurante, y su bella cara tenía una expresión tensa y amarga.
—Vincent…
Se volvió hacia mí.
—¿Quieres explicarme por qué Deanna no para de llamarme al trabajo como una loca?
Crucé los brazos, intentando proteger mi corazón del frío de su mirada. Nunca, en toda mi vida, uno de mis hermanos me había mirado así.
—¿Te ha dicho lo que se trae entre manos?
—Es periodista, Gianna. Se dedica a escribir artículos.
—¿Eso es lo que te ha contado? Lo que está haciendo está mal.
—¿Y lo que has hecho tú está bien? —replicó, dando un paso hacia mí.
Jax también se acercó. Vincent giró la cabeza hacia él.
—Apártate, Rutledge. ¡Todo esto es culpa tuya!
Jax asintió con gesto amargo.
—Tienes razón.
Me quedé boquiabierta.
—¡Eso es mentira! Jax no tiene nada que ver con esto.
—¡Y una mierda! —estalló mi hermano—. Tú no habrías hecho algo así si no fuera por él. ¿Cómo sabías lo de las fotos?
No podía meter a Nico en aquel embrollo.
—Tengo la contraseña de tu cuenta en la nube.
Se quedó mirándome como si no me hubiera visto nunca antes.
—¿Y la has utilizado? ¿Cuánto tiempo llevas invadiendo mi intimidad?
—Solo ha sido esta noche.
—No te creo.
Aquello me llegó muy hondo y me dolió. Mucho.
—Es la verdad.
—Podrías haberme llamado. Podría haber intentado hablar con ella. No tenías que…
—No habría servido de nada —le dije, tajante—. No la habría amenazado si hubiera habido otra alternativa.
—Así que, ¿has preferido abusar de mi confianza e involucrarme sin avisarme siquiera? Me has dejado al margen, Gianna, en vez de venir a pedirme ayuda. No es así como funciona nuestra familia y tú lo sabes —señaló a Jax con la barbilla—. Así es como se enfrenta él a las cosas, no tú.
—¡No ha habido tiempo, Vincent! —repliqué, odiándome a mí misma por el dolor que veía reflejado en su cara.
Algo precioso acababa de destruirse, y verlo desaparecer me hacía pedazos.
—Iba a decírtelo.
—Demasiado tarde —miró a Jax—. Enhorabuena. Has estropeado a la chica perfecta.
Se dirigió hacia la puerta.
—¡Vincent, espera! —corrí tras él, ansiosa por arreglar la primera verdadera pelea que había tenido con uno de mis hermanos. Nunca había estado tan asustada. Mi corazón latía tan deprisa que me sentía mareada.
Jax se puso delante de mí, me agarró por los hombros y me sujetó.
—Deja que yo me ocupe de esto.
Abrí la boca para protestar y entonces reparé en el moratón que iba extendiéndose por su mejilla. Me quedé paralizada por la impresión.
—¿Te ha pegado?
—No te vayas —ordenó como si no me hubiera oído, y miró la puerta cuando se cerró de un portazo al salir mi hermano—. ¿Entendido? Espera a que vuelva.
Salió detrás de Vincent.
Y casi dos semanas después me descubrí esperando todavía que volviera a casa.